"Herrera
usó a Nardone para ganar las elecciones y luego quiso prescindir
de él"
"El deterioro
moral del accionar político lo conocí desde que trabajaba
con Benito Nardone, cuando éste era Consejero Nacional. Todos
los que nos rodeaban trabajaban pensando en las elecciones siguientes".
César
di Candia
Fueron
años de intolerancias y cambios. La guerra fría amenazaba
hacer estallar el mundo, Fidel Castro creía que las revoluciones
podían ser sembradas y la gran teta yanqui amamantaba gorilitas.
Por los países americanos los clarines tocaban a degüello
y las sociedades aprendían a odiarse. Ahogada en esas cenizas
que venían, todavía encendidas, desde otras playas,
la sociedad oriental abandonó sus viejos rituales de convivencia.
La gente comenzó a observarse con desconfianza y las casas
se llenaron de nidos de serpientes.
La tragedia
uruguaya no empezó en 1973 sino bastante antes. Durante diez
años la violencia había estado saltando de un bando
al otro y la infeliz dialéctica de los homicidios, los atentados,
los secuestros, las torturas y las desapariciones, se había
transformado en una práctica cotidiana. Una mañana
terrible, quienes fuimos sacados del entierro de Zelmar empujados
por los caballos de la Guardia Republicana y aquellos que debieron
soportar parecida prepotencia en el del Toba, supimos que el régimen
nos había quitado hasta el derecho a llorar: ya ni los muertos
podían conservarse vivos. Tarde comprendimos que en el reparto
de dolores, todos habíamos perdido.
Ahora estoy
delante de Juan María Bordaberry, el principal protagonista
de un período dramático como pocos y casi no lo creo.
Treinta años atrás, era un hombre impecable, inaccesible,
hosco, soberbio. Transitaba por la política como un príncipe,
como despojado de contextura humana. Rara vez sonreía y cuando
lo hacía siempre tenía un leve fruncimiento de suficiencia.
Parecía resultarle indiferente el bien superior de ser amado
por la gente. Era notorio que se sentía por encima del resto
de quienes integraban el quehacer político que él
mismo practicaba aunque con escaso entusiasmo. Encaramado en un
plano al que suponía que nadie más podía llegar,
nos miraba a todos, como un representante de Dios Padre y probablemente
estaba convencido de serlo.
Ahora estamos
conversando por primera vez y los treinta años transcurridos
han contribuido para que las viejas antipatías hayan comenzado
a borrarse como si se hubieran disuelto en el tiempo. Está
más delgado y tiene el cabello totalmente blanco. No ha perdido
atildamiento, pero sí un poco de su antigua arrogancia. Me
ofrece un café. Continúa cultivando la distancia,
aunque a medida que pasan los minutos, tiende a humanizarse, envuelto
en una cordialidad que no le conocía y jamás imaginé.
De un inmenso aparato, sale suavemente música barroca. Sobre
una mesita baja, descansa una Biblia Ilustrada. En la distensión
y antes de entrar en el tema, se mezclan amigos comunes, edades
comunes, enfermedades comunes. Tiene una computadora con la que
manda mails a sus hijos comentando problemas de actualidad. Su biblioteca
llena las paredes de la habitación y alcanzo a leer fugazmente,
los títulos de muchos libros que tratan fundamentalmente
sobre historia nacional y filosofía política. Me cuenta
que nunca ha tenido custodias, que anda solo por la calle, que junto
a su señora asiste a la única iglesia que todavía
oficia la misa en latín "como debe ser", que va
a su estancia de Durazno en ómnibus, que no es afecto a la
vida social, pero que cuando lo hace, nadie lo mira de mal modo,
que el único hombre público que le ha negado ostensiblemente
el saludo ha sido el doctor Jorge Batlle. Una empleada uniformada
vuelve a ofrecer café. Siento que algunas preguntas, conservadas
durante tanto tiempo , todavía siguen doliendo.
En alguna
oportunidad usted declaró que su desengaño de la mal
llamada clase política, comenzó el 9 de febrero de
1973, cuando la mayoría de los partidos lo dejaron solo ante
la presión militar. Me gustaría empezar esta entrevista
con la pregunta inversa: ¿en qué momento creyó
encontrar la fe en una actividad como la política que lo
llevó a cargos tan altos como los de senador, ministro y
presidente?
Mi padre
fue un hombre político...
Y uno
de sus hijos ocupa un cargo ministerial...
Mi hijo
falta ver todavía, mi padre no porque fue un hombre dedicado
toda su vida a la política. No puedo decir ahora que en aquel
momento yo no tuviera fe en la clase política. Durante toda
mi infancia, mi adolescencia y mi juventud, la política tenía
mucha preponderancia en la vida del país. Necesariamente
tenía que tenerle fe sin analizarla mucho.
Digamos
que usted como todos, respetaba una de las más arraigadas
tradiciones nacionales.
Claro.
La pregunta podría quedar mejor contestada si le dijera que
yo no perdí abruptamente la fe en el sistema político,
una expresión más exacta que la de clase política
que como usted bien dice no es correcta. La fui perdiendo poco a
poco. Las décadas del cincuenta y del sesenta me fueron revelando
la verdadera falta de sustancia del sistema político.
-En esos años
usted trabajaba junto a Benito Nardone en temas rurales.
-Es verdad.
Y eso me hizo juzgar al sistema político desde una óptica
que no lo favoreció nada. Hay que tener muy presente que
la Constitución del año 51 dividió al país
políticamente. A partir de ese momento todo se politizó
legalmente al punto de que para tramitar servicios elementales como
un teléfono, había que ir a ver algún amigo
político para que le diera una tarjetita de recomendación.
-Esa Constitución
institucionalizó el reparto de todos los cargos en los Entes
y Servicios del Estado. Tres para el partido de la mayoría
y dos para el de la minoría.
-Efectivamente.
La Constitución fue reformada por impulso de los hijos de
José Batlle y Ordóñez, los tres hermanos Batlle
Pacheco que quisieron quitarle el poder a su primo Luis Batlle Berres
que había ganado las elecciones del 50 y se perfilaba como
el gran líder del Partido Colorado.
-Muchos años
después y en ocasión de la reforma siguiente, un hombre
a quien sigo admirando, el doctor Javier Barrios Amorín,
nos dijo en La Paloma a mí y a otros amigos: "siempre
se dice que las reformas constitucionales, son para mejorar las
instituciones, pero en el fondo esconden la intención de
perjudicar a algún caudillo o algún partido".
En aquel caso la víctima era don Luis Batlle.
-No tenga ninguna
duda. Cuando las elecciones de 1946 que ganó don Tomás
Berreta, Luis Batlle aspiraba a ser Intendente de Montevideo y sus
primos César, Lorenzo y Rafael Batlle Pacheco, la tríada
de El Día y el café Montevideo, se opusieron porque
la Intendencia daba mucho poder político. Le ofrecieron la
vicepresidencia porque allí iba a estar sentado en el Senado
tocando la campanita. Pero al año murió Berreta y
todo se les dio vuelta. Ya no pudieron con Luis Batlle y en una
ocasión, aprovechando un viaje de éste a Europa, idearon
reformar la Constitución y restablecer el Colegiado. Creían
que así cortarían el camino de su primo. Por supuesto
que lo hicieron con la ayuda de Luis Alberto de Herrera y Eduardo
Blanco Acevedo.
Fraccionaron
no sólo al país sino a los partidos, a los que dividieron.
En adelante el Consejo Nacional de Gobierno tendría nueve
miembros: seis de la mayoría ganadora y tres de la minoría
perdedora. Pero esta última a su vez tenía dos de
la mayoría y uno de la minoría.
-Le voy a agregar
algo: en el primer Colegiado de 1951, elegido a dedo, también
hubo minoría: el doctor Eduardo Blanco Acevedo que era colorado
independiente. Fue el precio de su apoyo.
-No me acordaba.
El otro día Julio María Sanguinetti dijo que una de
las causas de la crisis del 73, fue el haber estado varios años
el país gobernado por un "areópago sin ninguna
autoridad". Se refería claro está, a los gobiernos
colegiados. Todo aquello me hizo empezar a descreer de la política.
La reforma del 51 corrompió absolutamente a la política
y desprestigió a los políticos. Los desprestigios
nunca son abstractos: siempre son frente a alguien. Y ese alguien
era el pueblo uruguayo. Y si a la desconfianza usted le agrega el
machacar de la izquierda sobre esos vicios morales, la explicación
de la decadencia de la actividad política es muy clara.
-Sin embargo
la actividad política siguió existiendo durante muchos
años más.
-Es que si no
decayó drásticamente, fue porque existía un
aparato político que funcionaba muy bien aunque sólo
para disputar las elecciones.
-Habría
que recordar también que con el régimen del tres y
dos, los partidos no tradicionales perdieron todo acceso a la Administración
Pública, ni a sus posiciones de dirección ni a las
otras. Sus miembros pasaron a ser ciudadanos de segunda.
-Pero pesaban.
Eran los que sacudían el país con paros y además
dominaban la enseñanza. Le admito sí, que estaban
privados del acceso a los cargos públicos.
-Usted ha contado
que ese deterioro del trabajo político también lo
percibió cuando trabajaba con Nardone.
-Eso lo percibí
cuando Nardone fue electo Consejero Nacional en el año 58.
El me puso en algunas comisiones honorarias: la Junta Nacional de
Carnes, la Junta de Lanas y otras que tenían que ver con
el agro. Ahí advertí todo lo que le he contado. Yo
estaba también en el Plan Agropecuario y en otros organismos
en los cuales había que tener contacto con los políticos.
Y entonces me di cuenta que todo tenía un objetivo ulterior
que era el electoral. Lo que importaba no era resolver los problemas
del país sino el rédito electoral de cualquier cosa
que hicieran. Cuando fui senador, luego del acuerdo de Nardone y
Herrera, pude ver trabajar al Parlamento desde adentro. El doctor
Echegoyen, la otra rueda del Eje por ausencia de Herrera, estaba
ya muy anciano. Era un hombre de una gran sabiduría y excepcional
capacidad de convicción, pero no tenía autoridad.
Cuando se reunía la bancada del Eje, él analizaba
punto por punto los problemas, pero no aportaba soluciones. No había
nadie que dijera "vamos a ir por este lado", porque no
había un líder. Insensiblemente muchos legisladores
herreristas y ruralistas se fueron volviendo hacia mí y de
esa manera tuve mucho contacto con la actividad puramente política.
Y le aclaro que tuve una excelente relación con Echegoyen.
-Al punto de
haberlo designado primer presidente del Consejo de Estado de la
dictadura.
-Me enseñó
mucho y también me divertí mucho con él, porque
era un hombre extraordinariamente ingenioso.
-¿Qué
le contó Nardone de sus disidencias con Herrera no bien ganaron
las elecciones del 58?
-No me contó
nada; las sé porque las viví. No tengo dudas que Herrera
hizo un acuerdo con Nardone nada más que para ganar las elecciones.
-¿Puede
explicarlo?
-Los dos grupos,
el ruralismo y el herrerismo aportaban tres hombres cada uno. Los
nuestros eran Benito Nardone, el escribano Faustino Harrison y el
doctor Pedro Zabalza, que en su origen eran blancos herreristas.
Pero estaban en el cupo ruralista y habían sido puestos por
Nardone.
-Los que aportaba
el Herrerismo ortodoxo eran el doctor Martín Echegoyen, Eduardo
Víctor Haedo y Justo Alonso. En la lista estaban los seis
alternados.
-Yo creo que
donde Herrera se equivocó fue en pensar que llegado el caso,
Harrison y Zabalza se iban a volcar al Herrerismo dejando solo a
Nardone. Herrera nunca creyó que se ganaría. La noche
de las elecciones del 58, los primeros cómputos daban triunfador
al Partido Nacional, pero dentro de él a la Unión
Blanca Democrática, es decir a la fracción rival del
Herrerismo. Juan José Gari y yo estábamos en el apartamentito
de Nardone, que en ese momento vivía en la calle Colla y
Julio María Sosa. Venían las noticias y la UBD arrollaba.
Gari estaba con una desilusión enorme. Me acuerdo que decía:
"esto es como calentar el agua para que otros tomen mate".
(se ríe). Y Nardone que era un hombre muy sereno lo tranquilizaba:
"espere Gari que todavía faltan los votos del interior".
Cuando empezaron a llegar los cómputos de las capitales del
interior, la UBD salió a la calle a festejar. "¿Ve
Nardone?" - decía Gari cada vez más entregado-
"Ya perdimos, no hay nada que hacer". Y Nardone le contestaba:
"vamos a ver qué pasa cuando empiecen a venir los votos
del campo. Esos son los que me interesan". A las dos de la
mañana llamó el doctor Luis Alberto de Herrera para
decirle a Nardone que fuera a la quinta. Llovía torrencialmente
y Nardone me pidió que lo llevara. Lo primero que vimos al
llegar fue a Haedo desplomado en un sillón con una expresión
en el rostro como diciendo "me equivoqué" o "me
jugué mal" que me parece que es lo más exacto
(se ríe). Tengo muy presente que el techo de la quinta se
llovía y había baldes por todos lados que recogían
las goteras. Subimos y Herrera, que estaba en la cama, le dio un
abrazo a Nardone mientras le decía: "¡compañero
hemos ganado! ¡Aunque se haya impuesto la UBD, lo importante
es haber derrotado al batllismo!" Y Nardone le respondía:
"¡no se preocupe doctor que vamos a ganar nosotros! ¡Faltan
los votos del campo!" Pero Herrera no lo creía posible.
"¡Usted es muy optimista!" - le decía- "Lo
bueno es que han ganado los blancos!" Un par de horas después,
se vio que Nardone tenía razón.
-Dos meses más
tarde ya estaban peleados.
-Es que yo creo
que Herrera pensó: "bueno, este hombre ya cumplió.
Nos ayudó a ganar nuestro objetivo".
-¿Usted
cree que Herrera pensó: "ya lo usamos"?
-Puede ser sí,
porque yo creo que Herrera era capaz de eso. A partir de ahí
empezaron algunas provocaciones, pero la que más le dolió
a Nardone fue que propusieran a Juan Eduardo Azzini para el Ministerio
de Hacienda. Pensó que debían haberlo consultado,
porque Nardone había llegado al Consejo de Gobierno defendiendo
los cambios económicos que ayudaron a la agropecuaria. Su
campaña la hizo contra lo que llamaba "la esclavitud
económica del campo en beneficio de la ciudad". Tenía
sus ideas muy claras y estuvo años exponiéndolas en
la radio. Lo único que pretendía era ser escuchado
en temas económicos. Pero Haedo- siempre dijeron que había
sido él- hizo proponer al contador Azzini quien no cabe duda
era un hombre muy capaz. Yo estoy seguro que si se hubiera hablado
con Nardone éste no habría tenido problemas, pero
se le pasó por arriba. Pienso que Herrera quiso pulsear para
ver hasta dónde llegaban las fuerzas de Nardone.
-Y éste
convocó a aquel famoso Cabildo Abierto de la explanada del
Municipio.
-Veo que lo
recuerda. Fue algo increíble. Empezó a llamar por
radio a los ruralistas y llegaron a Montevideo miles y miles de
personas que llenaron la explanada. Y en ese acto Nardone hizo hablar
a Harrison y a Zabalza. Ahí le mandó el mensaje sin
palabras a Herrera: "estos dos consejeros son míos,
no suyos". Quería decirle que no eran cinco y uno sino
tres y tres, que el mando tenía que ser compartido. Recuerdo
que yo estaba parado en Ejido y San José y se me acercó
un paisano grandote con un caballo tordillo y me pidió que
se lo tuviera. Se lo cuento para que los lectores tengan una idea
de lo que fue aquello. Estamos hablando del pleno centro de la ciudad,
no de las criollas del Prado. El animal estaba muy sudado y yo crucé
al bar de enfrente, traje unas jarras con agua, lo desensillé,
lo refresqué un poco, lo volví a ensillar y se lo
tuve hasta que el hombre volvió. Esa era la gente que rodeaba
a Nardone.
-Hubo otros
problemas entre Herrera y Nardone.
-Uno de ellos
fue por el nombramiento de Ministro del Interior. El mediador fue
el doctor Pedro Berro quien como buen mediador al final se quedó
con el ministerio (se ríe). También en esos meses
que separaron las elecciones de la asunción del poder, Nardone
recibió la visita de Azzini. Yo estuve delante y me acuerdo
que Azzini entró un poco intimidado pensando que Nardone
le diría algo duro, pero no fue así. Le preguntó
si estaba de acuerdo con los reclamos que estaba haciendo desde
años atrás por la radio y como Azzini le contestó
que sí, se acabó la discusión.
-Tampoco fue
tranquila la transmisión de mando.
-Es cierto.
Parece que había un alto oficial batllista que no quería
entregarle el gobierno a los blancos, a lo que Luis Batlle se negó
rotundamente porque era un demócrata sin dobleces. Yo lo
vi bajar las escaleras de Casa de Gobierno con una expresión
dolorosa pero digna. Lo que resultó llamativo fue que se
relevara a los generales de las cuatro regiones militares, al Inspector
General del Ejército y al Jefe del Estado Mayor en pleno
desfile.
-¿Herrera
y Nardone mantuvieron alguna relación personal luego de las
elecciones?
-Después
de la gira preelectoral, se vieron muy poco. Solo esa vez que ya
le conté.
-¿Y en
qué momento salió en El Debate aquella diatriba contra
Nardone calificándolo de "comadreja?
-Eso no salió
en El Debate. En ese momento actuaba en el Partido Nacional un grupo
llamado Intransigencia, que estaba encabezado por Ramón Viña.
Ellos fueron los que sacaron volantes que fueron profusamente repartidos.
En él se leía: "En el rancho de los blancos se
ha ganado una comadreja colorada. Chúmbele los perros".
-De acuerdo
a lo conversado, usted no parece tener buena opinión de Luis
Alberto de Herrera.
-Yo no tenía
opinión hasta que leí el libro de Haedo sobre Herrera
y ahí me formé una mala opinión. Reconozco
que fue un hombre honesto que murió pobre y solitario. Quienes
estaban alrededor de él, eran interesados que esperaban decir
que en sus brazos había exhalado el último suspiro
y que los había nombrado su heredero político.
-¿Puede
decirse que ideológicamente usted fue la eminencia gris de
Nardone?
-No. Nardone
no lo precisaba, era un hombre inteligente, intuitivo y culto. También
es cierto que hablaba toscamente
-Yo me acuerdo
que en la radio, al cardenal Spellman lo llamaba "el cardenal
esperma".
-Metía
eres innecesarias, como Gardel cuando canta. "Hoy un juramerto..."
Al día siguiente de asumir Nardone la Presidencia del Consejo,
llegó Eisenhower de visita y todo el mundo temblaba pensando
las barbaridades que le iría a decir. Incluso hubo una persona
que no nombro porque falleció, que después afirmaba
que él le había escrito el discurso a Nardone, que
fue magnífico. No es cierto porque yo le vi los originales
y hasta los leí con anterioridad. Tenía una letrita
chiquita cuyos renglones se caían al final y lo había
escrito en un block ordinario de papel de diario. Delante del Presidente
de Estados Unidos leyó el mismo block. Ni siquiera hizo pasar
el texto a máquina.
**
N.d.E: La segunda parte de esta entrevista nunca fue publicada.
A continuación citamos la aclaración que el periodista
César Di Candia realizó en su suplemento el sábado
2 de setiembre del 2003**
No
escapará a los lectores la ausencia de la anunciada segunda
parte de la entrevista a Juan María Bordaberry. El hecho
tiene su explicación. El reportaje, pactado para ser efectuado
en varias entregas, encontró un escollo que ni Bordaberry
ni el periodista pudieron prever: la citación a declarar
al ex presidente hecha por el Juez Vomero. Ubicado exactamente entre
la primera y la segunda entrega de estas notas, el procedimiento
judicial hizo que el principal protagonista del golpe de Estado
del 73, prefiriera que no salieran más declaraciones suyas
hasta tanto no fuera archivado el expediente. "No hay que echar
más leña al fuego" dijo
al autor de
estos trabajos luego de llamarlo por teléfono para comunicarle
su decisión. Aunque complicada desde el punto de sus consecuencias
periodísticas, su opción por la prudencia resulta
entendible. Debe ser la única vez en su vida que quien escribe
estas
líneas
ha estado de acuerdo con el pensamiento de Bordaberry. La promesa
de éste ha sido continuar conversando en mejores circunstancias.
Hasta tanto, las disculpas del caso.
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