Jaque
a un presidente: desacato militar y pregolpe de Febrero
Presionado
por las Fuerzas Armadas y abandonado por el pueblo y las fuerzas
políticas, Bordaberry se apoyó en los militares de
derecha y aceptó sus demandas en Boiso Lanza.
César
di Candia
Entre
el 4 de diciembre de 2002 y el 11 de enero del año siguiente,
esta sección dedicó cinco entregas consecutivas a
analizar todo el proceso político que culminó con
el quiebre institucional del 9 de febrero de 1973. Para un cabal
cumplimiento de su tarea, el autor intentó entrevistar a
quien fuera el principal protagonista de los hechos, el Presidente
de la República Juan María Bordaberry pensando que
éste podría dar una versión de primera mano
sobre varios puntos aún confusos de los episodios mencionados,
que en su momento configuraron un punto de inflexión fundamental
en la historia política contemporánea. No lo logró
porque el señor Bordaberry, educada pero obstinadamente,
se negó a hacer declaraciones, aduciendo que ya lo había
dicho todo y prefería mantenerse en el bajo perfil cultivado
desde que los militares lo despojaron de su cargo. Se ofreció
en cambio para facilitar algunos folletos y documentos que llevaban
su firma, los cuales fueron entregados y en parte reproducidos.
Durante su trabajo y en varias oportunidades, al referirse a hechos
particularmente oscuros de aquel período, este periodista
expresó su frustación ya que de haber conseguido hacer
hablar a Bordaberry, muchas circunstancias todavía confusas,
hubieran podido ser aclaradas. Sin embargo, una vez publicado el
último capítulo, tuvo lugar un hecho inesperado. El
autor recibió una llamada del propio Bordaberry, quien luego
de manifestarle que se había equivocado al imaginar un posible
sesgo político en las notas, se ponía a disposición.
La extensa comunicación telefónica le reveló
al cronista otro Bordaberry diferente de aquel de los tiempos de
los radicalismos y las intemperancias. Pese a saber que las formas
de ver el país de ambos eran opuestas e inconciliables, el
ex presidente se mostró amable en el trato y generoso en
el diálogo. No fue sorpresa entonces que al cabo de éste,
quedara pendiente y prometida, una conversación en su casa,
cuando se cumplieran los treinta años del golpe de Estado
de junio de 1973. Tampoco esta charla resultó fácil
porque llegado el momento, Bordaberry adujo con razón, que
el periodista y escritor Miguel Angel Campodónico estaba
terminando una biografía suya y que no quería que
en la prensa escrita salieran anticipadamente cosas que se había
comprometido a revelar al autor del libro. Los dos pretendientes
a las declaraciones del presidente electo en 1971, pactaron entonces
que una vez publicado aquél, quedaría libre la posibilidad
de una entrevista personal. Sobre la base de ésta, de un
largo y excelente reportaje hecho por Alfonso Lessa en el diario
El Observador en 1992, de otro no menos extenso y sustancioso aparecido
en la revista mensual argentina Panorama Católico Internacional
fechado en noviembre del año pasado que no tuvo circulación
en nuestro país, de otros documentos que llevan la firma
de Bordaberry y de los propios sucesos acaecidos entre febrero y
junio de 1973, han sido confeccionadas estas notas que complementan
las publicadas hace seis meses.
Las brujas andaban
insomnes en los primeros días de febrero de 1973. En esos
días, la sala Verdi estaba dando una obra de Strindberg dirigida
por Laura Escalante y protagonizada por Adela Gleijer y Sergio Otermin
cuyo título era No hay que jugar con fuego. En el diario
El País por su parte, entreverados con los nerviosos títulos
que informaban acerca de la desobediencia militar a la designación
del general Antonio Francese para ocupar el Ministerio de Defensa
Nacional, había un reportaje al astrólogo Horangel
en el cual éste le vaticinaba al Uruguay dos peligros inminentes:
la llegada rápida de años duros y la instalación
de un gobierno cívico-militar para mediados del año
1976. Probablemente el Presidente Juan María Bordaberry tenía
otras cosas de qué preocuparse y ni siquiera se enteró
de estas extrañas premoniciones, a su regreso de la zona
militar de Boiso Lanza, luego que las Fuerzas Armadas le impusieran
sus condiciones a través de un memorándum. En realidad,
se había quedado solo. El 9 de febrero, cuando los grupos
militares habían pasado por alto su condición de Comandante
en Jefe impuesta por la Constitución, casi nadie acudió
a respaldarlo. Apenas un puñado de dirigentes lo rodearon
en tan dramáticos momentos. En las fotos del balcón
presidencial se puede distinguir solamente a dos ministros que habían
renunciado en ocasión de la prisión del doctor Jorge
Batlle: Julio María Sanguinetti y Francisco Forteza, y a
un senador en ejercicio, Eduardo Paz Aguirre. El pueblo al que había
convocado, se redujo a un par de cientos de personas. El Parlamento
ni siquiera levantó su receso veraniego para enfrentar a
la crisis institucional más grave en treinta y cinco años.
Al día siguiente se agravó la insurrección
de la Marina, parte de la cual seguía fiel a la Constitución,
el 11 de febrero renunció el Contralmirante Zorrilla y las
FAU elevaron al presidente el memorándum antes citado, el
12 Bordaberry respondió con otro y el día inmediato
tuvo lugar el famoso acuerdo de Boiso Lanza. Este pacto no escrito
que cambió la vida política nacional, ocurrió
un martes 13. Ese día, las brujas culminando su aquelarre
veraniego, estaban más alborotadas que nunca.
Aunque en aquellos
años muy pocas personas se percataron de la gravedad de la
situación, es innegable que la inmensa mayoría de
la mal llamada "clase política" dejó a Bordaberry
a la deriva frente a las presiones militares. Es cierto que éste
no se sentía político, tenía mala relación
con los hombres públicos y en el fondo despreciaba tanto
como desconfiaba de la actividad que estos desarrollaban, lo cual
había traído como consecuencia que sus problemas fueran
observados con indiferencia. No se lo decían, pero no era
difícil adivinar ciertos razonamientos: "nos dejaste
de lado, nos destrataste, ahora arreglate solo. Nosotros no te vamos
a sacar las castañas del fuego". En efecto sus pares
de la actividad política no solamente no lo auxiliaron sino
que procuraron en varias oportunidades sacárselo de encima
porque lo consideraban un factor irritativo. Nunca fue desmentida
la versión que afirmaba que en las semanas previas a la crisis
de febrero, el líder de la mayoría nacionalista Wilson
Ferreira Aldunate le había sugerido que dejara el cargo pidiéndole
en una entrevista: "renunciá, dejanos a nosotros, vos
no sos político". Probablemente esta versión
es exagerada o falsa, pero parecería confirmarla el planteo
que el propio Wilson le hizo a las Fuerzas Armadas por intermedio
del general Ventura Rodríguez y a la Marina mediante los
oficios del Contralmirante Zorrilla, para que Bordaberry fuera sustituido
y se convocara a nuevas elecciones en setiembre por el sistema de
ballotage. Se asegura además que algunos altos dirigentes
colorados entre los que no estaba el presidente saliente Jorge Pacheco
Areco, le habrían solicitado que diera un paso al costado
y dejara en su lugar al vicepresidente Jorge Sapelli. En la entrevista
citada en el preámbulo del periodista Alfonso Lessa, Bordaberry
ratifica estas versiones.
"-Cuál
fue su impresión cuando hicieron el llamado a la Paza Independencia
y cómo interpreta que acudiera tan poca gente?
-No solo hice
esa convocatoria sino que hice un llamado público a la cordura
de los mandos para que no siguieran adelante. Pero aquí ya
flaqueaba mi fe democrática (subrayado de cuenta de quien
transcribe).
-¿El
objetivo del llamado cuál era?
-Defender las
instituciones, llamar al pueblo y a los partidos. Tuvo poca receptividad,
en realidad, ninguna.
-¿Y usted
por qué cree que tuvo esa respuesta?
-Porque el desprestigio
de la política me había alcanzado a mí mismo.
El pueblo uruguayo no se inmutaba porque los mandos desconocieran
una orden del Poder Ejecutivo ni se inmutaba por las tribulaciones
de sus gobernantes. Al contrario, yo puedo decir que el pueblo uruguayo
participaba de la crítica militar a la situación política.
Yo honestamente consideraba que era intangible el orden democrático
y que las Fuerzas Armadas habían dado un paso que lo desconocía
al desacatar una orden del Poder Ejecutivo. Algunos políticos
de mi partido consideraron conveniente mi renuncia y me lo hicieron
saber así; hubo otros que se arrimaron a los mandos buscando
profundizar la crisis para provocar un nuevo llamado a elecciones,
lo que fue enfáticamente rechazado. (Subrayado de quien transcribe).
(...) No se cerraron filas junto al presidente ni contra el desacato
de una orden legalmente dada. Por mi parte intuía ya que
había valores más trascendentes en juego que los de
la formalidad de las instituciones democráticas. (Subrayado
de quien transcribe).
En realidad
a Juan María Bordaberry nunca le había interesado
mayormente la vida política. Pese a que su padre había
sido senador colorado primero del batllismo, luego del riverismo
la actividad más conocida de quien acababa de ser electo
Presidente de la República era la gremial. En tales funciones,
había actuado como integrante de la Liga Federal de Acción
Ruralista. Su primer cargo político recién lo obtuvo
en 1962, cuando integró una lista al senado bajo el lema
Partido Nacional, luego que Benito Nardone, que se había
formado al lado de su padre, formalizara una alianza electoral con
Luis Alberto de Herrera. Al fallecer Nardone dos años más
tarde, Bordaberry renunció también a aquel cargo.
Sin embargo esos antecedentes bastaron para que en 1969 asumiera
su segundo posicionamiento público: el Ministerio de Ganadería
ofrecido por el Presidente Jorge Pacheco Areco. Ya muy endurecida
la situación social Pacheco le ofreció sorpresivamente,
lo que sería a la postre su tercer y último cargo
político: la candidatura a la Presidencia. "La política
nunca me atrajo como carrera" confesó al mensuario
argentino Panorama Católico "pero me resultó
imposible rechazar el ejercicio de algún cargo cuando se
presentó como una obligación de servicio a la Patria.
(...) La Providencia tiene sus designios que no debemos ni podemos
escrutar". Católico riguroso y militante, Bordaberry
asumió entonces la Primera Magistratura del país convencido
de haber llegado allí como consecuencia de una decisión
de la Divina Providencia, una concepción que en el entorno
político general no compartían ni sus seguidores ni
sus adversarios. En realidad había sido votado sólo
por el 22% de la ciudadanía lo que no le auguraba un gobierno
fácil. A partir del propio acto electoral, tenazmente cuestionado,
tuvo que afrontar casi un año de durísimos problemas
sociales y políticos, que lo llevaron hasta a disponer la
prisión de su correligionario y antiguo compañero
del Liceo Alemán Jorge Batlle y debió remar contra
la corriente ante un vendabal de críticas y hechos violentos
llevados a cabo por radicales de ambos extremos que incluyeron atentados,
secuestros, listas de condenados a muerte, fugas de la cárcel,
y asesinatos. Hubo un día, el dramáticamente famoso
14 de abril de 1972 en el que los ultimados en las calles sumaron
doce. Tres días después, ocho militantes comunistas
fueron abatidos frente a una seccional partidaria y quedó
gravemente herido un oficial que falleció tiempo después.
Muy jaqueado por varios lados, con serias crisis de autoridad, haciendo
equilibrios y con muy poco apoyo político y popular apenas
sus votantes y la fracción menor del Partido Nacional
en febrero del año siguiente un sorprendido Bordaberry comprobó
que todavía podía tener otros enemigos: el Ejército,
la Aviación y parte de la Marina. Cuando designó como
Ministro de Defensa al general Antonio Francese, las Fuerzas Armadas
lo desobedecieron abiertamente. Luego de varios días de negociaciones
en medio de las cuales casi se enfrentan a los tiros las dos fracciones
rivales de la Marina (ver Historias coleccionables de diciembre
de 2002 a enero de 2003) todo quedó aparentemente solucionado
en el llamado Acuerdo de Boiso Lanza. Mediante éste las tres
Armas impusieron sus pretensiones: medidas legales que consideraban
impostergables, traslados diplomáticos y hasta un nuevo órgano
asesor que fue denominado Cosena. A excepción del entusiasmo
del diario comunista El Popular toda la prensa miró con recelo
lo que acababa de ocurrir. Un titular de este diario a todo el ancho
de su página impar, decía encabezando un editorial
laudatorio de los hechos: "¡Patriotas civiles y militares,
adelante!" Aunque no se dijera públicamente, todos sabían
que el el desacato configuraba la antesala de un Golpe de Estado
que no demoraría mucho en llegar. Algunos incluso, interpretando
los voluntarismos de los primeros comunicados militares, hasta pensaron
acoplarse a él, trepando al furgón de cola.
En todas sus
declaraciones posteriores a estos sucesos, que fueron en realidad
muy pocas, el ex Presidente Bordaberry siempre justificó
la posición asumida en Boiso Lanza por el abandono a que
se vio sometido por pueblo y partidos y a su miedo de que algún
sector de las Fuerzas Armadas, seducido por la corriente de opinión
gestada alrededor del Presidente de Perú general Velazco
Alvarado, propiciara un acercamiento al comunismo. Cuando vio que
otro sector más derechizante configuraba una mayoría,
se puso a su frente. "En febrero la comodidad me decía:
renunciá y que otro se haga cargo de este lío"
declaró en una entrevista publicada por Alfonso Lessa
en su libro Estado de Guerra "Pero mi conciencia no me
dejó hacerlo porque yo veía ese riesgo. A mí
me parecía que había que ponerse al frente del proceso
que se venía para tratar de encauzarlo". Más
allá de ese razonamiento circunstancial, según el
cual él estaba destinado a ser el adalid del antimarxismo
uruguayo, Bordaberry debe haber reflexionado otra justificación
para sus actos, madurada en los escasos momentos de reposo que le
dejaron aquellas horas. De acuerdo a lo ocurrido, los partidos políticos
y los gremios y hasta el propio pueblo también eran responsables
del quiebre institucional de febrero. Todo se había llevado
a cabo ante su indiferencia y eso significaba una aceptación
de los hechos. No se habían levantado voces airadas ni se
habían producido movilizaciones. Quienes vivieron aquellas
horas deben recordar que a todos nos parecía que se estaba
concretando en todos los niveles un acuerdo silencioso y generalizado
para observar las cosas desde lejos, como si nada hubiera pasado.
Se tenía la sensación que todas las fuerzas vivas
trataban de esconder la cabeza para evitar males mayores.
De inmediato
fueron instrumentadas las disposiciones acordadas en Boiso Lanza.
El Consejo de Seguridad Nacional (Cosena) quedó integrado
por los más altos jefes militares más el doctor Walter
Ravenna, designado Ministro de Defensa, el coronel Néstor
Bolentini a quien se le otorgó la cartera de Interior y los
ministros Moisés Cohen (Economía y Finanzas) y Juan
Carlos Blanco (Relaciones Exteriores). Se dispuso la cesantía
de los embajadores en Francia y Perú doctor Glauco Segovia
y general César Borba y del ministro consejero en Madrid
Alejandro Gari. Bordaberry reclamó por su parte que fueran
respetados los plazos electorales y que no se tomaran represalias
contra los integrantes de la Marina que habían permanecido
fieles a la legalidad. Ambas cosas le fueron aceptadas formalmente
pero ninguna de las dos fue cumplida en los hechos. El día
14, el líder nacionalista Wilson Ferreira Aldunate hizo una
exposición radial en la cual analizó con extrema dureza
lo ocurrido, se refirió al fraude electoral, fustigó
a la minoría de su partido y a los militares y volvió
a insistir con una consulta popular. "Esto de hoy, esto de
ayer, esto de la semana pasada, no es sino la consecuencia inexorable
de las semillas que se fueron arrojando a la tierra. Cinco o seis
años de progresiva pérdida de la conciencia de la
legalidad, burla reiterada de la Constitucion y de la Ley, de las
magistraturas de origen popular, juego político menor sustituyendo
a los objetivos nacionales auténticos. (...) Fraude electoral
directo o indirecto para imponer la candidatura de un ciudadano
sin vocación política y sin posibilidad de comunicación
masiva con las multitudes. (...) Las fuerzas militares que hoy imponen
sus condiciones programáticas al Presidente de la República
(...) infieren un grave daño al país, no están
habilitadas constitucionalmente para gobernar la República,
pero tampoco están capacitadas para hacerlo. (...) No nos
sirven los salvadores autodesignados, cualquiera que pudiera ser
la honradez de su intención. Consúltese al pueblo
de la República y estese a lo que él decida. No hay,
no puede haber otro camino, a pesar de que muchos hoy lo anden olvidando".
Mucho más
cauteloso y todavía con un atisbo de esperanza, el Presidente
del Frente Amplio general Líber Seregni, habló el
día 17 ante los representantes de las bases del interior
y Montevideo. Luego de volver a pedir la renuncia de Bordaberry
expresó: "Vivimos un momento de básica inestabilidad.
Estamos en un momento de transición. Hay signos positivos
y negativos. La evolución puede ser finalmente desastrosa
o llegar a buen puerto". Miradas las cosas hoy, encontrar signos
positivos en un acto de autoritarismo militar violando la Constitución
y pensar que perdido ya el presidente el manejo del timón
se podría llegar a buen puerto, demuestra o inocencia política
o una estrategia meditada. No puede llamar la atención. En
aquel momento todos jugaban un partido aparte. Unos procurando que
asumiera el Vicepresidente para controlar la situación por
su intermedio, otros buscando una nueva elección con ballotage
cuyo ganador era más que seguro y otros apostando a grupos
militares de izquierda. En las semanas inmediatas, todo se acalararía
definitivamente.
Segunda
parte
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