El
corto, previsible y seguro camino que condujo al golpe de Estado
Ignorado por
los hombres de la política nacional, de espaldas a una masa
ciudadana que lo había votado pero ya no lo quería
y sólo apoyado por las Fuerzas Armadas, Bordaberry llegó
a junio de 1973.
César
di Candia
Se
equivocaron aquellos que en los agitados días de febrero
de 1973, mientras seguían de cerca la gravedad de los hechos
políticos, imaginaron que el Presidente Bordaberry se había
transformado en una hoja a la deriva en medio del incontenible vendabal
militar. Aquel hombre de quien se decía que carecía
de cintura política, supo maniobrar con extraordinaria habilidad
no sólo para hacerse fuerte en el sillón presidencial
sino para ponerse al frente de las Fuerzas Armadas que el 9 de febrero
lo habían humillado, desautorizándolo e imponiéndole
condiciones. Mucho más dado a la reflexión intimista
que a las improvisaciones, Bordaberry engañó a la
mayoría de sus colegas que lo consideraban un ignorante político
sin redención posible. En un reportaje hecho en Buenos Aires
por el periodista y escritor Omar Prego a Wilson Ferreira Aldunate
para el diario Excelsior de México en los días inmediatos
a la disolución de las cámaras, el líder opositor
de mayor peso en el país llegó a inferiorizar la capacidad
intelectual del Primer Mandatario, aunque también manifestó
su error por haber pensado que las Fuerzas Armadas podían
dominarlo.
"-¿Qué
representa desde el punto de vista político e institucional
el golpe de Juan María Bordaberry? ¿A qué intereses,
planes o ideas responde?
-Bueno, yo no
hablaría de ideologías ni de intereses. Este es un
golpe nacido en el alma de un hombre; un golpe que quizás
fue naciendo en el rencor de la soledad de febrero y en otros rencores
más intensos: el odio del mediocre contra todo lo que significaba
cultura o inteligencia. El odio del solo contra todo lo que ve rodeado
de fervor popular.
-Su respuesta
más que la de un político parece la de un psicoanalista.
-Lo que ocurre
es que esta es la explosión de la estupidez. Lo digo por
razones raciales. Yo soy vasco y Bordaberry también. El vasco
tiene un defecto- virtud: no hace nada a medias. Cuando es inteligente,
nace Unamuno. Y cuando sale burro, sale Bordaberry. (...) Esto es
el imperio de la irracionalidad. Bordaberry nunca supo distinguir
cuáles eran sus adversarios. Atacó ferozmente a quienes
querían negociar con él. (...) El ve comunistas debajo
de la cama. El mundo está dividido entre él y todos
los demás que son los comunistas.
-Incluído
el senador Ferreira Aldunate.
-Pero naturalmente...
Y todos los curas que no dicen la misa en latín. Todo eso
es comunismo. Pero en segundo lugar hay que interpretar febrero.
Nosotros mismos fuimos a veces víctimas del espejismo, del
error de creer que en febrero las Fuerzas Armadas derrotaron a Bordaberry.
Eso es inexacto. Primero porque en Boiso Lanza no estuvieron ni
las Fuerzas Armadas ni la Magistratura civil.
-¿Qué
ocurrió entonces?
-En Boiso Lanza
hubo mandos. Y enfrentándolos, alguien que no representaba
la magistratura civil porque ese alguien no sentía la causa
de la civilidad. No se consideraba ni siquiera integrante del sistema
político. Invocaba como título de honor su condición
de no político y su condición de no integrante de
su propio partido".
A treinta años
de los odios y las pasiones que despertaron los quiebres institucionales
comenzados y culminados en la primer mitad de 1973, parece claro
que durante esos primeros meses Bordaberry pudo sostener en la mano
los hilos del gobierno pese a tener a los militares sentados encima
de sus hombros aunque para eso haya tenido que pagar un precio doloroso
de sometimientos y de complacencias. Probablemente nunca imaginó
que tres años más tarde cuando los militares comprobaron
que sus proyectos políticos constituían un estorbo
sería sacado de su legítimo lugar, igual a lo que
él había hecho con el Parlamento Nacional. En esos
años nunca llegó a ser decididamente un títere
pero tampoco un gobernante libre. El aliento de los Comandantes
en Jefe se mantuvo constante dándole calor en la nuca. Si
se las ingenió para ponerse al frente del desacato constitucional
de febrero fue en cierta medida por su peso propio pero además
y fundamentalmente, porque los militares, limitados por sus diferencias
internas, no tenían a nadie confiable para otorgarle todo
el poder. Más adelante, cuando se cansaron de él,
le dieron las gracias por los servicios prestados.
En realidad,
el auge de la influencia militar fue la consecuencia de continuas
concesiones hechas por el poder político con el fin de que
le fueran otorgados medios para combatir la turbulencia tupamara.
La escalada comenzó en setiembre de 1971 siendo entonces
presidente Jorge Pacheco Areco. Luego de la fuga del Penal de Punta
Carretas de ciento seis integrantes del MLN y cinco presos comunes
(ver Historias Coleccionables 104 y 105 de junio de 2002) Pacheco
encargó a las Fuerzas Armadas la cooperación con la
Policía que se encontraba desbordada. Eso posibilitó
la creación de las Fuerzas Conjuntas un hecho que en un primer
momento pareció válido pero que luego trajo consigo
una peligrosa consecuencia no prevista: dio a los militares una
injerencia en los problemas de gobierno y un poder decisorio que
nunca habían tenido. Al año siguiente, después
de los terribles sucesos del 14 de abril, el Ejército pidió
al Parlamento que se declarara el Estado de Guerra Interno, un arbitrio
legal que posibilitaba los militares asumir los enfrentamientos
contra el MLN sin pasar por el control de las normas constitucionales.
Atemorizada por el cariz que estaban tomando las cosas (el día
anterior se habían producido doce muertes y hubo un herido
que falleció poco después) una mayoría legislativa
concedió al Ejército esa prerrogativa y desde entonces
éste y su Comandante en Jefe el Presidente de la República,
ejercieron sus funciones de combate directo pasando por encima de
decisiones políticas y requisitos jurídicos. A partir
de ese momento las Fuerzas Armadas adquirieron un papel de relevancia
en el ámbito nacional. Meses más tarde, el mismo año
en el que Bordaberry iniciaba su complejo mandato, quienes llevaban
el mayor peso en la lucha antisubversiva, presionaron para que fuera
dictada una disposición legal por la cual, los juicios contra
los sediciosos, fueran llevados a cabo por la justicia militar.
Esto significaba que la libertad y los bienes de las personas juzgadas
pasaban a depender de quienes eran en los hechos subalternos directos
de los mandos militares. El avance del poder militar era a esa altura
incontenible. El brigadier general Jorge Borad lo confirmó
en declaraciones formuladas al semanario Búsqueda en enero
de 1985.
"Hubo un
despertar de los militares sobre la realidad del país cuando
en setiembre de 1971 mediante un decreto se les encomienda la guerra
antisubversiva. Se empieza entonces a recoger información
y la información usted sabe que da poder. Conocimos muchas
cosas que desconocíamos y el conocimiento da poder. Las FFAA
como institución no tenían entonces vocación
totalitaria, ni creo que la tengan en 1985. (...) En 1973 cualquiera
podía quedarse con el poder, cualquier entidad que tuviera
cierta coherencia. He dicho a veces en son de broma que los rotarios,
los masones, la iglesia o la Secta Moon de haber sido más
decididos y coherentes que las FFAA podrían haber tomado
el poder. (...) Los comunicados 4 y 7 fueron fruto del fervor de
aquellos momentos iniciales. No fueron cosas realmente muy meditadas
y se unieron frases que se recogían de un lado y de otro.
(...) El comunicado 4 por ejemplo, fue escrito con la premura que
impone hacerlo entre las once de la mañana y el informativo
de la una". El brigadier Borad coincidía aunque probablemente
no lo sabía, con otra parte del reportaje a Wilson Ferreira
antes citado: "Los comunicados 4 y 7 son la sarta de pavadas
más pavas que yo he visto en mi vida. Son una ristra de lugares
comunes y claro, hay quienes coinciden con ellos ya que ¿cómo
no coincidir con los lugares comunes? En líneas generales,
coincide cualquiera".
Las primeras
irregularidades sumadas a la última, la militarización
de la justicia en el caso del juzgamiento de los sediciosos, que
constituyó una atrocidad jurídica, provocaron una
catarata de denuncias en el Parlamento por parte de los legisladores
del Frente Amplio, de Por la Patria e incluso de algunos representantes
colorados, las que fueron recogidas por todas las organizaciones
de derechos humanos del mundo. A esa altura muy pocos dudaban que
el paso inmediato en la escalada militar iba a ser la supresión
de ese organismo de neto origen representativo, algunos de cuyos
miembros hacían impunemente referencias a torturas y procedimientos
que contrariaban la moral y la dignidad humanas. Los hechos del
27 de junio de 1973 no fueron más que el final de un proceso
largamente esperado. Y los tres meses y fracción que mediaron
entre los autoritarismos de febrero y la disolución de las
cámaras, apenas un simple preámbulo de uno de los
períodos más dramáticos que le tocó
vivir al país en el siglo que pasó.
El propósito
de estas notas, no es el de exponer con precisión de catálogo
los actos de violencia y las actitudes políticas que precedieron
y para algunos justificaron el golpe de Estado. A treinta
años de ocurrido parece más lógico seguir recorriendo
los caminos ideológicos y aún filosóficos por
los que transitaron sus protagonistas. Entre el primer acto desembozado
de desobediencia de los militares en febrero, al pase a retiro obligado
de los legisladores electos por el voto ciudadano, se produjeron
hechos aislados que no hicieron más que aumentar las rispideces.
El primero lo provocó el propio Bordaberry al hablar en cadena
a mediados de febrero y dejar claramente establecido que se acababa
de instaurar el poder militar. "Las Fuerzas Armadas, que han
dado prueba reiterada de su gran espíritu, de una gran capacidad,
no podían quedar al margen de la vida nacional. Pero más
allá de nuevos actos de violencia y hasta otra fuga masiva
de una Unidad Militar, existieron dos o tres momentos de inflexión
que no escaparon a los analistas políticos y a los balconeadores
aficionados. Tratemos de seguirlos paso por paso. El 23 de marzo,
las Fuerzas Armadas emitieron un comunicado en el que atacaron sin
ningún ambage y utilizando un lenguaje casi de lucha abierta,
"a determinados sectores de privilegio que no quieren verse
desplazados de una situación que les deparó poder
y beneficios personales durante mucho tiempo". Y en el capítulo
de las definiciones, señalaron claramente la presencia de
actos de corrupción "en la Junta Departamental de Montevideo,
en el régimen jubilatorio, en el Banco de la República
y en los préstamos para vivienda de legisladores y funcionarios
del Poder Legislativo. Todo eso ante la insensibilidad del Senado
contra las denuncias del Tribunal de Cuentas". Era demasiado
grueso como para pasarlo por alto. Por primera vez, aquellos a quienes
la Constitución obligaba a guardar silencio, se atrevían
a opinar públicamente acerca de asuntos de gobierno. No era
difícil darse cuenta que se trataba de un tanteo para ver
hasta dónde se podía llegar. Diez días después,
el senador batllista Amílcar Vasconcellos lanzó un
libro titulado Febrero Amargo en el que historió el proceso
que culminó en Boiso Lanza con la creación de un organismo
de control militar ajeno a la Constitución. Esta publicación
provocó una gran irritación en las Fuerzas Armadas
algunas de cuyas jerarquías quisieron pedir su desafuero.
El 30 de marzo el senador Wilson Ferreira declaró al semanario
Marcha que el Presidente Bordaberry debía renunciar y que
si no lo hacía se le iniciaría juicio político.
Y en abril el Poder Ejecutivo, impulsado por el Ejército
planteó el punto de controversia que en definitiva precipitaría
la disolución de las cámaras: la ofensiva para desaforar
al senador Enrique Erro a quien, de acuerdo al libro editado posteriormente
por las Fuerzas Armadas La Subversión, once integrantes del
MLN por separado habrían señalado como vinculado al
movimiento terrorista. En efecto el día 27 el Poder Ejecutivo
remitió al Senado el petitorio de la Justicia Militar en
el cual se afirmaba "que existe semiplena prueba de la comisión
de graves delitos de lesa nación por el referido ciudadano".
De inmediato se formó una comisión que comenzó
a estudiar el caso y el 15 del mes siguiente el plenario del Senado
comenzó a debatirlo. Un día después, apenas
entabladas las primeras discusiones, el Poder Ejecutivo remitió
otro mensaje urgiendo al Senado su pronunciamiento "con la
finalidad de hacer cesar la situación de intranquilidad que
ha causado en la opinión nacional". Si molesto estaba
el más alto cuerpo legislativo por lo que consideraba una
intromisión en sus fueros, mucho más enojado se puso
con la exhortación del Ejecutivo para que se apurara cuando
hacía solamente algunas pocas horas que había empezado
a estudiar el tema. El senador de la minoría nacionalista
Mario Heber Usher expresó que veía en la nota insolencia
y cinismo y que por tal la rechazaba. "Viene a darnos la razón
agregó "a quienes pensamos que aquí
el motivo no es Erro sino que se desea terminar con la democracia
representativa en el país". El senador Wilson Ferreira
Aldunate líder de la mayoría blanca fue igualmente
duro: "No van a ser las insolencias de los sujetos accidentalmente
encaramados en el poder los que van a alterar el ritmo que el Senado
de la República quiera dar a su trabajo". Adujo que
el Poder Ejecutivo sin tener que hacer ninguna indagación
había recibido el expediente el 5 de abril y lo había
enviado el 25, mientras que toda la investigación de la comisión
había insumido diecisiete días, es decir tres menos
"y Bordaberry tiene ahora la impertinencia de incitarnos ahora
a que aceleremos el trámite". El doctor Amílcar
Vasconcellos, de la minoría colorada, luego de mencionar
que al igual que en un viejo cuento "la situación dentro
de su gravedad había experimentado un leve empeoramiento",
dijo que lo que estaba buscando era hacer aparecer al Senado como
responsable de la conmoción que se estaba viviendo. Carlos
Julio Pereyra, de Movimiento de Rocha aludió al "desborde
paulatino en que fueron incurriendo los mandos de las FFAA hasta
llegar a los sucesos de febrero y de qué forma fueron desplazando
el poder político" para luego agregar que "el Presidente
de la República era indigno de la Magistratura porque no
supo cumplir con las atribuciones y la dignidad que esa investidura
tiene". Y el senador del Frente Amplio Juan Pablo Terra vaticinó
días difíciles para la institucionalidad al expresar:
"No estoy dispuesto a entrar ni por acción ni por reacción
en el juego del señor Bordaberry. Creo que la experiencia
muestra cómo terminan las cosas".
La airada reacción
de varios integrantes del Senado ante la requisitoria del Presidente
de la República, ponía en evidencia que a menos de
un mes y medio del golpe de Estado, los ánimos estaban demasiado
caldeados como para llegar a un entendimiento. Los hechos de los
días inmediatos lo confirmaron. El 7 de mayo el diputado
Carlos M. Fleitas en nombre del sector pachequista Unión
Nacional Reeleccionista presentó en la cámara baja
una solicitud de juicio político al senador Enrique Erro,
un hecho que vino a confundir aún más las cosas ya
que una rama del Parlamento debía estudiar el desafuero del
legislador y la otra su juicio político. Ante esa anomalía,
los senadores Alembert Vaz y Walter Santoro, del sector wilsonista
presentaron una moción por la cual el Senado declinaba la
competencia en la consideración del desafuero de Erro "por
la incompatibilidad de que puedan substanciarse dos acciones que
son concurrentes en el mismo sentido". El Senado, se dijo en
ese momento, debía esperar el pronunciamiento de la Cámara
de Representantes. La resolución estaba amparada por el Derecho,
pero al Poder Ejecutivo y a las Fuerzas Armadas le sonó como
una burla. El pedido de juicio político formulado por el
partido que apoyaba al presidente en vez de robustecer las denuncias
había sido un error porque contribuía para que fueran
postergadas. Ese mismo 17 de mayo, un mes y diez días antes
de su clausura, el Senado aprobó por veinticinco votos en
veintiocho la moción nacionalista. "El inesperado y
para la enorme mayoría de la población ininteligible
cambio de procedimiento que según sus artífices conduciría
al mismo fin" editorializaría al respecto el libro
Subversión en 1980 "no era el mejor medio para
aliviar la tensión. Antes bien aparecía como un mero
artilugio dilatorio o una burla de la expectativa pública
totalmente apartado de la seriedad exigible a los órganos
políticos propio del ambiente de frivolidad en que durante
tanto tiempo habían estado actuando. Así se seguía
formando el clima que empujaría los hechos al desenlace del
mes siguiente". A principios de junio, el periodista Federico
Fasano largó a la venta con un absoluto sentido de la inoportunidad,
su libro Paren las rotativas que denunciaba los sucesivos cierres
de sus diarios y enjuiciaba duramente la situación imperante.
El libro fue requisado a las pocas horas de salir. Finalmente, el
21 de junio, cerrando un período ominoso durante el cual
lo único que nadie tenía seguro era el momento preciso
en que las Fuerzas Armadas asumirían el poder absoluto, la
Cámara de Diputados rechazó el planteamiento de juicio
político al senador Enrique Erro.
Exactamente
una semana después los generales Gregorio Alvarez y Queirolo,
representando a ambas posiciones ideológicas del Ejército,
entraban al Palacio Legislativo encabezando a las fuerzas que procederían
a su desalojo.
Tercera
parte
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