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Gloria Salbarrey
La guerra fría ha quedado tan atrás que las críticas al bloque socialista inmersas en las obras de ficción despiertan poca polémica. Es así que Uwe Tellkamp (Dresde, 1968) recibió el Deutscher Buchpreis 2008 por su novela La Torre ubicada en los años finales de la República Democrática Alemana (RDA), el país parapetado detrás del muro de Berlín. Aquella realidad de ladrillos fue la metáfora espectacular de una Alemania con lacras en materia de derechos humanos y fracasos económicos, en contraste con el "milagro" de la reconstrucción ocurrido en Alemania occidental.
el realismo crítico. Alrededor del estudiante Christian, de su padre Richard Hoffman, académico y cirujano traumatólogo, y de su tío Meno Rohde, zoólogo, escritor y editor, el libro pinta un amplio círculo de parientes, colegas y habitantes de La Torre, un barrio burgués de Dresde habitado por médicos artistas cuyo día a día es una crítica feroz y contundente del comunismo prosoviético.
En los centros de estudio, salud y cultura donde se desempeñan los tres protagonistas, se vislumbran problemas sociales a modo de telón de fondo, y a veces como sustancia misma de la acción. Pero en las fiestas y las rutinas de las mansiones "con nombres de cuentos de hadas y ensueño" se desarrollan episodios entretenidos, risueños y conmovedores que atan los hilos diseminados antes.
En el desayuno del invernadero en la Casa de los Mil Ojos cobran vida temas como las viviendas colectivizadas, la escasez de artículos esenciales o lujosos, el adoctrinamiento y la intromisión estatal en la intimidad, todo lo cual redunda en la falta de libertades individuales.
En aquella casa ruinosa, que para los compañeros de clase de Christian es un increíble privilegio, Meno y varias familias comparten un único baño, el lavadero donde se congela la ropa enjabonada, las antigüedades, las goteras, el frío atroz y otros placeres pequeños y cómplices. También está el contrabando de allá (Occidente), las largas colas, el soborno o el trueque desproporcionado y ridículo (las cadenas para un auto en la nieve a cambio de carnes selectas; la boquilla de un clarinete por las cuerdas para un violoncello).
Mientras los vecinos festejan la oda al pan, improvisada por Meno a modo de burla paródica del saludo comunista emitido por la radio, llegan inquilinos nuevos recibidos por protestas indignadas. A pesar de su cercanía con los dirigentes (la nomenclatura), los recién llegados no son espías -como los instalados meses después- pero despiertan el temor de que alguien haya oído, esté oyendo o llegue a oír cosas comprometedoras.
Ese miedo recurrente es más expresivo que las opiniones, las protestas, los discursos e incluso los chistes políticos. Es más efectivo que las tediosas y confusas intrigas del hospital y los salones literarios, con las desdibujadas figuras de médicos, burócratas, autores y censores.
novela de formación. Christian es el alter ego del autor. Después del internado en que ha cultivado la vocación artística y científica mediante un plan autodidacta sobrehumano, debe pasar una evaluación para que se le admita en el servicio militar como estudiante de Medicina, profesión que Uwe Tellkamp culminó y ejerció antes de convertirse en escritor a tiempo completo.
La formación del joven gira en torno a la máxima repetida en su casa, pero poco practicada: "Un hombre sabio y prudente va con la cabeza baja, casi invisible como el polvo".
Durante la primera etapa educativa, que Tellkamp titula "Provincia pedagógica" en honor a la comunidad dedicada al juego de las artes y el intelecto, imaginada por Goethe y Hermann Hesse, Christian -que aspira a la fama y a la excelencia- es considerado soberbio y tiene problemas políticos con los profesores, hasta el punto de que sus padres le traen un actor para que lo entrene en el arte del disimulo.
Antes de la segunda etapa, el chico ya ha reaccionado con violencia y ha empezado a ver las hipocresías de los adultos, aunque no sabe que el servicio secreto chantajea a su padre valiéndose de la hija de un amor adúltero.
Christian llega al cuartel con un plan para "no embrutecerse" pero un rigor arbitrario y cruel lo despoja de su individualidad, de sus ropas, de sus libros, de la música. En sus pocas horas libres, escribe unas cartas, según él exageradas e irónicas, que en su casa no saben si creer, quizás por ser grotescas, entretenidas y dramáticas con mucho sabor a lo vivido. Luego de pasar por la cárcel y los campos de producción de carbón y lignito, ha aprendido a callarse y se cree adaptado, pero logra negarse a disparar contra una manifestación callejera, en circunstancias similares a las vividas por el novelista Tellkamp.
la ciudad y la biblioteca. Dresde, la Florencia del Elba, sede de las dinastías de Sajonia y su rico patrimonio, fue bombardeada de forma devastadora por los aliados poco antes de la caída de Hitler y ocupada por los soviéticos. El gobierno de la RDA apenas recuperó algunos edificios emblemáticos como la Opera Semper, prefiriendo la industrialización. Los Hoffman Rohde andan por esa ciudad legendaria, misteriosa y venida a menos, que es un personaje más, impulsados por "barcos de papel en los que habitaban fósiles lentamente envenenados por los recuerdos". En cada rincón surge la cita de un autor alemán, que en ocasiones entorpece la lectura con las necesarias notas al pie, sumándose a que en los 40 años de vida el país comunista creó nuevas empresas, productos y marcas con nombres propios desconocidos en Occidente.
El cruce entre la ciudad y la biblioteca está lleno de encantos y de páginas disparatadas, recortadas primero y barajadas después como un mazo de naipes, o siguiendo un instructivo dadaísta para hacer un poema.
Comprende experimentaciones trasnochadas horrorosas -además de oscuras- expresiones líricas y observaciones lúcidas, que se intercalan con el relato en tercera persona, construyendo la mirada de la aristocracia intelectual postergada por el comunismo, que todavía posee vestigios y privilegios del antiguo esplendor.
"La Obertura" es un fragmento descriptivo que hace de prólogo, pero se lee mejor consultando Google, una vez terminada la lectura de la obra. Meno habla de los relojes y el tiempo, uno de los temas que cuenta con más aciertos. Además nombra con metáforas herméticas distintas zonas de la ciudad, entre ellas el sector fabril que contamina el Elba y el aire. Muchas páginas después el narrador le hace contemplar "las viviendas para obreros" y agrega: "¿Qué vida -pensó Meno- cómo viven allí?". De ese mundo nada se sabe. Los dirigentes son monolíticamente mezquinos; en cambio algunos letrados (como el brillante y miserable Richard) son enternecedores en sus defectos y claudicaciones.
La novela ha dado algunos motivos para ser celebrada como obra maestra, y también para ser rechazada por ilegible. Entre el caos lleno de altibajos y las innovaciones inútiles se escapan páginas hermosas y sugerentes de un estilo híbrido y exuberante.
La Torre, de Uwe Tellkamp. Anagrama, 2011. Barcelona, 891 págs. Distribuye Gussi.