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RECESION
I CINCO ESPECIALISTAS ANALIZAN LOS PERIODOS MAS CRITICOS DEL URUGUAY
MODERNO
Crisis
actual no es la más grave pero no hay consenso en señalar
la peor
Algunos
analistas consideran que la actividad económica sufrió
las peores caídas a fines del siglo XIX y en la primera mitad
del siglo XX
Al
completar el cuarto año consecutivo de contracción
del PBI y con perspectivas de continuar esta tendencia en 2003,
ECONOMIA & MERCADO entrevistó a cinco especialistas en
economía, historia económica y ciencia política
para evaluar si la gravedad de la recesión actual es mayor
o no a las peores crisis económicas que ha vivido el Uruguay
a partir de los años setenta del siglo XIX. Los entrevistados,
Cr. Juan Eduardo Azzini, ex ministro de Hacienda en 1959-62, Dr.
Luis Bértola, profesor del Programa de Historia Económica
y Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la UdelaR, Cr. Mario
Buchelli, ex director del Banco Central del Uruguay, Dr. Alvaro
Diez de Medina, ex embajador uruguayo en Estados Unidos, y el Mag.
Adolfo Garcé, docente e investigador del Instituto de Ciencia
Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la UdelaR,
coincidieron en que, por distintas razones, la crisis comenzada
en 1999 no es la peor que ha soportado nuestro país.
Azzini:
Todas las crisis son distintas y la actual no es la peor
Al
repasar las grandes crisis económicas del Uruguay moderno,
se destaca la de 1890 causada por la especulación bancaria
e inmobiliaria de Emilio Reus. Como consecuencia de esta crisis
se decretó el curso forzoso y la inconversión. Estas
medidas llevaron a la quiebra a más de un millar de empresas
grandes que, a su vez, arrastraron a otras más pequeñas,
provocando desempleo, reducción de sueldos y pasividades,
algunas huelgas, hambre y, lo que puede sorprendernos, emigración.
Las
consecuencias de la caída de la Bolsa de Nueva York en 1929
se sintieron en Uruguay luego de la euforia del Año del Centenario
y duraron hasta 1936. En esa época se adopta el contralor
de cambios administrado por el BROU y se registran tres hechos de
importancia: la caída del valor del peso uruguayo, la expansión
fiduciaria y crediticia y el desequilibrio de la balanza de pagos.
Los funcionarios públicos que eran unos 30.000 en 1930 aumentaron
a 58.000 en 1936. Esta crisis distorsionó los precios relativos,
hizo caer la demanda, crecer el desempleo y detener el plan de obras
públicas. Aquí dio comienzo el modelo económico
rígido hacia dentro. También se produjo una moratoria
de los pagos al exterior.
Por
lo general, se menciona poco la crisis que empieza en 1954 y llega
a su grado máximo en 1958. En ese período, comenzó
la política dirigista al regularse el comercio exterior y
adoptarse cambios múltiples, provocando la caída de
las exportaciones y una gran desocupación. Desde entonces
la inflación adquiere un carácter muy marcado en Uruguay.
La gravedad de la situación determinó que la UTE tuviera
que suspender sus pagos al exterior y, por consiguiente, se detuvo
la construcción de la represa hidroeléctrica de Baygorria
y otras obras públicas. El país arrastraba déficit
presupuestales de diez años y los funcionarios públicos
ya sumaban 170.000. En febrero de 1959, prácticamente no
había fondos para pagar el presupuesto nacional
La
crisis bancaria de 1965 fue consecuencia de la desarticulación
de la economía a partir de 1963, según consta en la
Memoria Anual del BROU de 1966. Se volvió al sistema de los
cambios múltiples, lo que produjo la retención de
los stocks de bienes exportables, especialmente la lana, para especular
con el precio del dólar. El tipo de cambio estaba sobrevaluado,
caían las reservas del BROU y había un fuerte endeudamiento
exterior e interior a corto plazo. En ese clima enrarecido de 1963-64
se inserta una crisis bancaria que estalla en 1965. A diferencia
de la situación actual, en donde está inmerso todo
el sistema financiero, aquella crisis consistió principalmente
en la quiebra del Banco Transatlántico, que arrastró
a varios bancos menores. Sin embargo, el sistema financiero siguió
operando.
El
quiebre de la "tablita" en 1982 es consecuencia de que
en 1977, al ser sustituido el ministro Végh Villegas, se
modificó el manejo económico y aparecieron los preanuncios
del tipo de cambio. Como se perdían reservas en cantidades
asombrosas, aumentaba el déficit fiscal y desaparecían
los flujos de capitales externos, en noviembre de 1982 el gobierno
militar dispuso la libre flotación de la moneda a pesar de
que hasta poco tiempo antes había aconsejado a la población
a endeudarse en dólares. Luego de una devaluación
superior al 100%, cayó el PBI, el empleo y el salario. El
Estado tuvo que efectuar una compra de carteras para evitar la caída
de varios bancos, mientras el endeudamiento externo había
pasado de U$S 1.000 millones en 1976 a U$S 4.000 millones en 1982.
La crisis se prolongó hasta 1984 próximo al retorno
del régimen democrático.
Todas
las crisis son distintas. Han pasado otras iguales o peores. Esta
es distinta por haberse roto la cadena de pagos, por la importancia
de los bancos "suspendidos" y porque los que continúan
operando retraen lógicamente sus créditos a la espera
de que mejore la situación. Además, se advierte un
fuerte cambio de valores y la pérdida de la esperanza de
la población. Aunque las soluciones pese a que muchas
de ellas no son aconsejables todavía están por
concretarse, es positiva la forma como se está trabajando
en conjunto a nivel político, sindical y empresarial. Parecería
que estamos viendo una pálida luz al final del túnel.
Bértola:
La peor crisis sigue siendo la del período 1930-33
Uruguay
ha tenido grandes crisis económicas con una frecuencia aproximada
de veinte años, que coincide con el comportamiento cíclico
de la economía argentina y, en parte, de la brasileña.
Si bien no creo en los ciclos económicos como una determinante
mecánica, aparentemente nuestra economía tiene ese
rasgo esencial que no lo ha podido cambiar. Mientras las economías
desarrolladas, que tenían un patrón de comportamiento
cíclico similar, han pasado a alternar períodos de
crecimiento rápido con otros de crecimiento más lento,
Uruguay mantiene desde el último cuarto del siglo XIX un
comportamiento económico de fuertes ondas expansivas y posteriores
caídas dramáticas. Eso es muy negativo porque se pierde
todo un proceso acumulativo de aprendizajes diversos.
Por
ejemplo, en la crisis de 1913-16, de la que no somos muy conscientes
porque se sigue pensando erróneamente que la Primera Guerra
Mundial favoreció a nuestra economía, el PBI cayó
un 23% y tardó quince años para retomar las cifras
de 1912. La caída más dramática del PBI fue
de 33% entre 1930 y 1933. Tuvieron que pasar diecisiete años
para que se recuperasen los niveles de fines de los años
veinte. Se produjo una nueva crisis en 1954-59, que fue distinta
a todas las demás porque el producto sólo cayó
3%, pero demoró veintiún años para sobrepasar
claramente las cifras del comienzo de ese período. En la
crisis de la "tablita" (1981-84), el PBI se desplomó
un 16% y transcurrieron once años antes de que se alcanzara
el nivel de 1980.
La
crisis actual, que aún no tocó fondo, es la peor de
nuestra historia en cuanto a su duración. Mientras que nunca
hubo más de tres o cuatro años de caída continuada
del PBI, esta recesión va a entrar en su quinto año
si se cumplen las previsiones oficiales. Es probable que se acumule
una caída de 20%-25% del PBI en el período 1999-2003.
A primera vista esta cifra es similar a la de la crisis de 1913
y no tan profunda como la de 1930, pero si corregimos por los años
en que no hay recuperación, la cifra se acrecienta. De acuerdo
con esa medida acumulada de PBI perdido con respecto al año
base, la recesión actual ya supera en términos de
gravedad a la de 1913 y le queda por derrotar a la de 1930 como
la peor crisis. Por supuesto, este resultado es relativo porque
las mediciones se realizan en base a reconstrucciones.
Una
de las características comunes a la mayoría de los
períodos críticos de la historia económica
de Uruguay es que hace eclosión una crisis financiera, como
la que estamos vivimos. Sin embargo, esta ha sido siempre la coronación
de un proceso de crisis de estructura productiva y de inserción
internacional porque producimos bienes primarios intensivos en recursos
naturales y dependemos de las oscilaciones de sus precios en el
mercado mundial. En 1890 al igual que en la actualidad, un período
de gran empuje exportador, auge especulativo inmobiliario y expansión
de la banca terminó en una depresión muy profunda
y en el reconocimiento de que el Estado tenía que tomar a
su cargo proyectos de inversión que los sectores empresariales
no estaban dispuestos a tomar.
La
crisis actual es básicamente productiva como también
lo fue la de la década de los cincuenta, que derivó
años más tarde en la quiebra del Banco Transatlántico.
En esa época, los grupos económicos que participaron
activamente en el proceso de sustitución de importaciones
estaban vinculados a importantes bancos de plaza. Cuando empezó
el estancamiento económico después de la Guerra de
Corea, que coincidió con un gran proceso inflacionario, la
actividad financiera era un intento de encontrar un nivel de actividad
ficticio para un sector real de la economía que estaba absolutamente
detenido. Fue una crisis financiera inscripta en una crisis productiva
cuando había pocas actividades rentables tal como ha sucedido
ahora en la articulación de los siglos XX y XXI.
En
esta nueva globalización hemos vuelto a repetir los mismos
errores de lo ocurrido durante más de cien años. "Desaprendimos"
la lección de cómo enfrentar los problemas que traían
aparejados los procesos de gran apertura internacional. Nos desprotegimos
totalmente y no emprendimos los necesarios cambios en la estructura
productiva en la última década, el Mercosur desaprovechó
una oportunidad y ahora estamos pagando las consecuencias.
Buchelli:
No se ideologizaron las salidas a la crisis
Al
mirar en perspectiva las mayores recesiones de nuestra historia,
se comprueba que no se ideologizaron las salidas sino que se trataron
los problemas según cada situación, recurriéndose
a las medidas consideradas más adecuadas. En las décadas
del cincuenta y sesenta del siglo XIX, la política económica
se adaptó a los requerimientos del momento cuando aumentaba
tanto la demanda externa de materias primas como el ingreso de capitales
extranjeros. En la Memoria que el Presidente Berro eleva a la Asamblea
General en 1861 se dice: "... los principios proteccionistas
sobre los que están basadas varias de sus disposiciones ni
son ya de su época ni pueden tener aplicación particularmente
en un país pastor y mercantil como el nuestro, rodeado de
mercados competidores y con una legislación liberal. La protección
entre nosotros nos ha dado resultados negativos...".
Sin
embargo, al sobrevenir la crisis de 1873, que afectó la actividad
económica interna y la balanza de pagos, la respuesta fue
modificar la tarifa aduanera en 1875. El Uruguay liberal dio la
espalda a la política antiproteccionista de Berro, gravándose
las importaciones de bienes de consumo y liberándose el ingreso
de materias primas.
La
crisis de 1890 es quizás la más grave del Uruguay
independiente. En 1887 los empresarios Reus y Casey fomentaron el
desarrollo de amplias actividades, especialmente en los servicios.
Se crearon trece bancos cuando antes sólo funcionaban cuatro.
Se expandió el crédito y aumentó la actividad
de la Bolsa, en donde se realizaban hasta tres o cuatro ruedas diarias.
La especulación y el afán de ganancias se trasladó
a la economía, salvo en el sector primario al reducirse las
ventas de carne por el cierre del mercado brasileño y la
escasa demanda de tasajo de parte de Cuba. Esa etapa expansiva terminó
en 1890 con la quiebra de bancos y bancarrotas de empresas intermediarias,
etc., produciéndose una caída muy fuerte en los niveles
de actividad. Como ocurre hoy día, la cadena de pagos había
desaparecido y el crédito no llegaba al campo. El mismo fenómeno
se daba en el sector urbano. El Uruguay liberal tuvo que dar oportunidad
otra vez a la acción estatal. En 1896 se creó el Banco
de la República (BROU) al llegarse a un acuerdo entre el
pensamiento liberal y la acción estatal. El capital se integró
por partes iguales entre el sector privado y el público,
manteniéndose la base del patrón oro.
En
los años siguientes el BROU realizó una actividad
eficiente, pero debió soportar otra de las graves crisis
del país entre 1912 y 1915, cuando el PBI cayó más
del 20%. La política expansiva del BROU llevó a que
el encaje en oro cayera por debajo del 40% de la emisión
en 1911. Se obtuvieron préstamos en el exterior, pero el
encaje continuó cayendo y a fines de 1913 apenas superaba
el 20% de la emisión. El 31 de julio de 1914 se abandonó
el patrón oro, que era el último estandarte del Uruguay
liberal. En realidad, los problemas del BROU estaban estrechamente
vinculados a una profunda crisis de la economía.
Los
acontecimientos ocurridos en Uruguay y América Latina en
los años veinte tienen algo en común con la crisis
de 1982-84. Los bancos de Estados Unidos prestaron con demasiada
liberalidad durante los primeros años de aquella década.
Uruguay recibió crédito y cobró préstamos
que había efectuado durante la Primera Guerra Mundial. Existía
una expansión crediticia y los niveles de actividad medidos
por el PBI eran elevados, pero el déficit de la balanza de
pagos se hizo notar en 1926-29 y el BROU se fue quedando sin reservas.
Las existencias de moneda extranjera calculadas en moneda nacional
eran de 1.1 millones de pesos en octubre de 1929 y de 655.000 pesos
en diciembre del mismo año. Cuando el crac de 1929 Uruguay
ya estaba en crisis. Se la enfrentó con medidas muy duras,
pero eficaces (contralor de importaciones, control del ingreso de
divisas, cambio múltiple, control del crédito, etc.),
que son criticadas en la perspectiva histórica.
La
crisis actual es muy severa, pero el país tiene reservas
morales y espirituales que, como en otras épocas, con sacrificio
le permitirán superar las dificultades. La salida de la crisis
no es tarea sólo de economistas, y menos de la ortodoxia
revestida de verdadera ciencia, pero "facilonga". Se necesita
el pensamiento y el esfuerzo de todos. La ética no es una
intrusa. Más aún constituye un ingrediente fundamental
en la solución.
Diez
de Medina: Esta crisis podría volverse la peor de todas
Es
muy difícil comparar períodos críticos de la
economía, entre otras razones porque los juicios, como en
este caso, se formulan desde lo profundo de uno de ellos. La sola
consideración de lo que una crisis significa en términos
de destrucción de riqueza y cierre de oportunidades para
quienes viven ese momento, basta para evidenciar lo difícil
que es establecer comparaciones válidas.
Se
pueden, sin embargo, destacar algunos aspectos comunes de estas
inflexiones de la economía uruguaya.
Primero,
la severa dependencia que las mismas tienen de factores externos.
La crisis de 1868 fue, inocultablemente, una consecuencia del Viernes
Negro de 1866, cuando dio quiebra una importante casa bancaria de
Inglaterra, la de 1890 replicó la crisis argentina, la de
1930 fue un coletazo del crac de 1929, y la actual se inscribe en
el efecto acumulado del llamado "efecto tequila", la crisis
rusa, asiática y, nuevamente, argentina. En todos estos casos,
la contracción de las economías condicionantes se
vio acompañada por el cierre de mercados para nuestra producción,
o la severa caída en el precio de los mismos.
Segundo,
estas naturales determinantes de escala de la economía uruguaya
en todas estas crisis afectaron a la sociedad en un contexto de
severo endeudamiento. La emisión sin control de billetes
por parte de la banca nacional a mediados del siglo XIX fue una
práctica perniciosa, siempre alimentada por un Estado en
guerra y dispendioso. No en vano la liquidación del Banco
Mauá en 1869 se vio acompañado del infelizmente negociado
Empréstito de 1871 o la liquidación del Banco Nacional
en 1890 se hizo sobre la falsa idea de que un nuevo empréstito
era posible. El país actuó, invariablemente, frente
a la crisis guiado por el comportamiento de un mal padre de familia.
Tercero,
las condicionantes de escala y el perfil de endeudamiento crónico
jamás despertaron en las élites la necesidad de un
proyecto complementario (o anti-cíclico), como no fuera la
poco sofisticada sustitución de importaciones o la siempre
expeditiva distribución socialmente orientada del gasto público;
incluso este comportamiento se mostró impotente para enfrentar
una crisis como la que, en 1920, golpeara al país con el
fin de la Primera Guerra Mundial. La consecuencia de esta verdadera
"prisión de la escala" de nuestra economía,
es que las crisis tuvieron, en la mayor parte de los casos, componentes
de aguda especulación, como fue el caso de la caída
del Banco Nacional en 1890, o de los bancos Regional en 1964, Transatlántico
en 1965 y, en cierta medida, Montevideo/TCB en 2002.
La
actual crisis, finalmente, encuentra al país enfrentado a
los mismos problemas y, quizás, soluciones ya que el
"Nuevo Banco Comercial" se parece demasiado al intento
de Alcides Montero de reflotar el Banco Nacional pero también
a un contexto más adverso, en el que la apertura de las economías
y el caleidoscópico sistema financiero internacional hace
cada vez más difícil esconder las ineficiencias de
escala. Tal vez eso explique el hecho de que llevemos más
de cuatro años de recesión, y que nuestros índices
de desempleo se aproximen al trágico 25% de Estados Unidos
durante la Gran Depresión. Si la actual no fuera la más
grave de nuestras crisis, nuestra obcecada persistencia en el curso
trazado bien podría lograr el milagro de que termine por
serlo.
Garcé:
Los políticos son hoy más maduros, pero no lo suficiente
Desde
el punto de vista económico, es decir, tomando como indicador
la caída acumulada del PBI per capita, la crisis actual (1999-2002)
es la peor en, por lo menos, siete décadas. Es mucho más
grave que la de la "tablita" (1981-1984) y que la de mediados
de la década de los cincuenta (1954-1959), y probablemente
menos severa que las dos primeras crisis importantes registradas
durante el siglo XX (1912-1915 y 1930-1933).
Un
panorama un poco más alentador de la recesión actual
aparece cuando se incorpora al análisis la dimensión
política. En la coyuntura actual los distintos partidos han
actuado con mayor madurez que durante los años previos al
golpe de 1973. El contraste con los tiempos de la presidencia de
Jorge Pacheco es muy revelador porque, grosso modo, teníamos
los mismos actores en los mismos roles: el Partido Colorado en el
gobierno, la izquierda en la oposición y el Partido Nacional
en el centro. Afortunadamente, a diferencia de la era pachequista,
del lado del gobierno no hay atisbos de autoritarismo. Un buen ejemplo
del tacto con el que esta administración ha enfrentado los
conflictos sociales más agudos es la combinación de
serenidad y firmeza del ministro del Interior durante los motines
en las cárceles. También se constata un claro aprendizaje
en la izquierda: en el Encuentro Progresista/Frente Amplio no sólo
no se verifican actitudes antisistémicas sino que predomina
la idea de que el enrarecimiento del clima social favorece al statu
quo. El Partido Nacional, por su parte, al menos hasta la ruptura
de la coalición, había demostrado comprender claramente
la gravedad de la situación. Desde luego, el alejamiento
de los ministros nacionalistas abre un signo de interrogación
respecto a los grados efectivos de "gobernabilidad" que
los blancos habrán de ofrecer de ahora en adelante. En suma,
cuando incorporamos al análisis el desempeño de los
principales actores políticos y lo comparamos con la coyuntura
anterior al golpe de Estado de 1973, verificamos un notorio aprendizaje.
El sistema político funciona mejor: tenemos actores políticos
más maduros y responsables que entonces.
Sin
embargo, aunque el desempeño de los actores políticos
es sensiblemente mejor que el registrado a fines de los años
sesenta, sigue estando por debajo de las necesidades. Un ejemplo
claro es la crisis del sistema financiero del primer semestre del
2002. Aquí el sistema político no fue capaz de visualizar
a tiempo que sin un fuerte "blindaje" político,
es decir, sin una gran coalición de partidos que incluyera
a la oposición, no podría detenerse a tiempo la corrida
bancaria. Obviamente, no era posible detener la hemorragia cuando
el principal partido de oposición y por lo menos la mitad
del Partido Nacional cuestionaban públicamente la idoneidad
técnica del ministro de Economía. Si en marzo o abril
el gobierno y la oposición hubieran sido capaces de entenderse
(sobre la base de la sustitución del Cr. Bensión por
un ministro que contara con el aval de todos los blancos y de los
encuentristas), quizás el resultado habría sido distinto.
A diferencia
de los años sesenta, en el Uruguay de hoy existen niveles
relativamente bajos de enfrentamiento político: blancos y
colorados cooperan más entre sí; la izquierda realiza
una oposición más sensata y leal. Todo esto es positivo,
pero no alcanza. La insólita gravedad de la situación
exige mayores niveles de diálogo entre todos los partidos,
y entre estos y la sociedad. Tenemos todavía más de
dos años por delante hasta que se termine el mandato de este
gobierno. Una buena manera de evitar que sean años perdidos
es aprovechar el año 2003 para analizar a fondo, sin exclusiones
políticas ni ideológicas, algunos de los temas que
requieren grandes acuerdos nacionales. Entre ellos cabe mencionar
los siguientes: emergencia social (pobreza, desempleo, emigración),
reactivación productiva, endeudamiento (externo e interno),
inserción comercial, sistema tributario, administración
pública, etc. Hasta ahora el diálogo entre los líderes
políticos brilló por su ausencia. Esperemos que durante
el año 2003 los principales actores políticos logren
construir instancias de diálogo nacional. Sospecho que aquellos
que no sintonicen con la demanda de unidad y diálogo que
viene de la ciudadanía serán penalizados por el electorado
en 2004.
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