DEFICIT
FISCAL | TODOS LOS PARTIDOS POLITICOS TIENEN UNA GRAVE RESPONSABILIDAD
EN EL MAYOR GASTO PUBLICO
La
pérdida de reservas es incompatible con el actual régimen
cambiario
No
estamos muy lejos del momento en que el Banco Central del Uruguay
se vea compelido a modificar la política cambiaria.
Consultados
por ECONOMIA & MERCADO acerca de la situación económica
en el Río de la Plata, el Dr. Ramón Díaz, ex
presidente del BCU, y el Ec. Enrique Gagliardi, catedrático
de Macroeconomía de la Facultad de Ciencias Económicas
de la UdelaR y profesor de Macroeconomía de la Universidad
ORT, coincidieron en manifestar su preocupación por la pérdida
de reservas internacionales del BCU y lo que ello significa en la
posible evolución del tipo de cambio. Si esta tendencia se
mantuviese, debería pensarse en pasar a un sistema de flotación
sucia de la moneda o en acelerar la pauta devaluatoria, expresó
Gagliardi. A su vez, Ramón Díaz sostuvo que el gobierno
no se puede comprometer a mantener la actual política cambiaria
porque no sabe si va a disponer de reservas suficientes para hacerlo.
Ec.
Enrique Gagliardi
Lo
más polémico está en el frente cambiario
--En
1936 John Maynard Keynes señaló que era inútil
tratar de equilibrar el presupuesto de una nación en medio
de una depresión económica. ¿Continúa
vigente ese razonamiento?
--En
términos generales, el pensamiento de Keynes continúa
vigente en este aspecto. Sin embargo, a la hora de estructurar la
política macroeconómica en países como Argentina
o Uruguay, se deben tomar en cuenta seriamente elementos que no
se encontraban presentes en la realidad macroeconómica de
los países industrializados de la década de 1930.
Hay por lo menos cuatro diferencias importantes entre el mundo industrializado
para el cual pensó Keynes y la realidad latinoamericana.
En
primer lugar, la Gran Depresión de 1930 afectó a países
con un gran stock de capital y se caracterizó por un exceso
del ahorro sobre las oportunidades de inversión de esos países.
En
segundo término, el gasto del gobierno representaba una proporción
relativamente baja del PBI de esos países, y por consiguiente,
la presión fiscal era baja. Los países latinoamericanos
en general, y en particular Argentina y Uruguay, tienen falta de
ahorro, escasez de capital y un gasto público excesivo en
relación con su actual grado de desarrollo, que genera una
presión fiscal tan alta que termina haciendo crecer enormemente
al sector informal de las economías.
Una
tercera diferencia no menos importante es que Argentina y Uruguay
son economías muy abiertas al mundo y, en el caso de Argentina,
con un endeudamiento externo totalmente desproporcionado, mientras
que Keynes pensó esencialmente en términos de economías
grandes, bastante cerradas y no endeudadas con el exterior.
En
cuarto lugar, la historia económica de Argentina muestra
varios períodos de hiperinflación bastante cercanos
en el tiempo y Uruguay, si bien afortunadamente nunca experimentó
hiperinflación, se trata de un país de inflación
crónica muy alta entre fines de los años 1950 y fines
de la década pasada.
--¿No
es aplicable entonces el pensamiento de Keynes a la actual situación
de Argentina?
--Esas
cuatro diferencias que mencioné hacen mucho más complejo
el panorama macroeconómico actual de Argentina que el de
los países desarrollados durante la Gran Depresión,
puesto que en aquellas naciones había sólo un enemigo
poderoso para el bienestar social: el desempleo y la caída
de la producción. Pero no había amenaza alguna de
inflación extremadamente alta ni nada parecido. En cambio,
en Argentina hay un desempleo comparable al de esos países,
pero también es una nación mucho más pobre
en capital y, por consiguiente, con niveles de ingreso per cápita
más bajos y con una desconfianza crónica del público
respecto del signo monetario doméstico, que mantiene latente
la amenaza de la hiperinflación.
--¿Es
factible pensar en una hiperinflación en un país con
una tasa de desempleo tan elevada?
--Se
puede afirmar que Argentina sufre una Gran Depresión, con
altísimo desempleo, pero también con una amenaza de
hiperinflación por el caos monetario y cambiario y, además,
como si todo esto fuera poco, ha caído en default. Todos
estos problemas macroeconómicos juntos configuran un panorama
prácticamente inédito en la historia económica
universal, porque no se conoce ningún caso de hiperdesempleo
combinado con hiperinflación en ningún país
a lo largo de la historia. Eso es lo que puede llegar a suceder
en Argentina, debido a una combinación de problemas políticos
con errores de manejo de la política macroeconómica,
a los cuales me referiré más adelante.
Argentina
y el FMI
--En
el caso de Argentina, ¿es posible que se sigan reduciendo
drásticamente los gastos presupuestarios, como recomienda
el FMI, cuando su economía está semiparalizada y los
servicios públicos estatales están al borde del colapso?
--El
FMI siempre recomienda reducir los grandes déficits fiscales,
porque una de sus funciones básicas consiste en cuidar los
equilibrios del sector externo de las economías y los grandes
déficits fiscales son incompatibles con los equilibrios externos.
La óptica del FMI es diferente a la de Keynes, pero esto
no significa que alguno de los dos esté equivocado, sino
que sólo significa que el problema a resolver por Argentina
es todavía más complejo que el que consideró
Keynes en 1936. En rigor, hay dos objetivos en vez de uno: bajar
el desempleo y preservar el equilibrio del sector externo. También
existe un dilema de política económica. La política
fiscal expansiva puede servir para bajar el desempleo en el corto
plazo, pero es incompatible con el logro del equilibrio externo
cuando las economías registran déficit en la cuenta
corriente de sus balances de pagos, porque estos déficits
son la consecuencia de los déficits fiscales. Para explicarlo
en los términos más sencillos posibles, cuando un
país importa más de lo que exporta significa que sus
residentes están gastando por encima de sus ingresos. Este
exceso de gasto interno puede mantenerse mientras exista crédito
del resto del mundo que lo financie, pero forzosamente desaparece
cuando el resto del mundo deja de prestarle al país deficitario
y este va agotando sus reservas internacionales. Eso es lo que sucedió
en Argentina a lo largo del año pasado y el trasfondo que
terminó con el Plan de Convertibilidad, o sea, que derivó
en una gran devaluación de su moneda.
--Visto
todo ese panorama económico, ¿está en condiciones
el gobierno argentino de reducir el gasto público?
--En
cuanto al frente fiscal, la actual administración heredó
una situación financiera desastrosa, que no es su responsabilidad.
Por eso, el FMI le recomienda mejorarla reduciendo el gasto público.
En esta materia siempre hay que tomar en cuenta dos dimensiones:
la cantidad del gasto y la calidad del gasto. Aunque pueda ser cierto
que algunos servicios públicos están al borde del
colapso, no es menos cierto que en Argentina, y también en
Uruguay, buena parte del gasto público encubre graves ineficiencias.
Por consiguiente, depende de dónde se recorte y de cómo
se recorte. No es fácil hacerlo, pero si se recorta bien,
la economía y la sociedad no sólo no salen perjudicadas,
sino todo lo contrario.
Deterioro
fiscal
--En
Uruguay las cuentas fiscales de abril de 2002 indican que los ingresos
de la DGI cayeron más de 9% pese a que allí están
incluidos los incrementos tributarios del ajuste fiscal aprobado
a fines de febrero pasado. ¿No están esos resultados
dándole la razón a Keynes?
--Es
cierto que se produjo esa caída de la recaudación,
pero no es menos cierto que, por otro lado, el gasto subió
debido, en buena parte, a un presupuesto nacional aprobado en el
año 2000, que autorizó incrementos significativos
en los gastos de algunos organismos estatales. Si el enfoque keynesiano
ingenuo fuera acertado, la economía se tendría que
haber reactivado con el aumento del gasto público. Pero esto
no sólo no sucedió, sino que el excesivo gasto público
también es responsable parcialmente de las malas condiciones
de competitividad del sector externo.
El
deterioro fiscal reciente es el resultado de la combinación
de ambos elementos: menor recaudación y también mayor
gasto. En este punto tienen una grave responsabilidad todos los
partidos políticos uruguayos. Los que integran la actual
coalición gobernante por haber aprobado un presupuesto que
aumentaba el gasto público y los impuestos cuando ya se percibían
claros síntomas de empeoramiento de la situación financiera
del sector público y de dificultades en Argentina. Y el Encuentro
Progresista más aún, porque sistemáticamente
promueve aumentos de gastos todavía mayores que los que aprueba
el gobierno: nunca le resultan suficientes los aumentos de gastos
y siempre propone "programas de emergencia", cuya aplicación
no haría más que agravar una situación fiscal
y social de por sí muy grave.
--Entonces,
¿se cumplió o no la teoría keynesiana en el
caso del ajuste fiscal de febrero pasado?
--En
cuanto a si los resultados dan la razón a Keynes, entiendo
--como ya fundamenté anteriormente-- que el asunto no puede
plantearse en términos de si Keynes sí o Keynes no,
aunque reconozco que existe una polémica a nivel internacional,
en la cual prestigiosos economistas como Joseph Stiglitz o Jeffrey
Sachs, entre muchos otros, han adoptado posturas muy críticas
respecto de los programas de ajuste del FMI y han llegado a plantear
el asunto en esos términos. En mi opinión, Keynes
fue uno de los pocos genios que dio la ciencia económica
pero, obviamente, luego de casi setenta años de publicado
su principal libro, es mucho lo que se ha investigado y avanzado.
La teoría keynesiana es un componente ineludible de la macroeconomía
de corto plazo, pero no constituye todo lo que debe tomarse en cuenta
a la hora de diseñar la política económica,
ni siquiera en los países desarrollados; mucho menos en países
como Uruguay. La historia de América Latina muestra abundantes
ejemplos de políticas económicas populistas, muchas
de las cuales se han dado en llamar "keynesianas", en
el peor sentido que tiene esta palabra. Estas políticas generalmente
ponen el acento en las expansiones fiscales y en una redistribución
del ingreso ilusoria, que no es claro como se puede procesar y que
supuestamente solucionaría todos los problemas de la economía
y de la sociedad. Cuando realmente se han aplicado a fondo, han
conducido a la hiperinflación y a las crisis de balance de
pagos, sin mejorar ni el empleo ni la distribución del ingreso.
Dr.
Ramón Díaz
Hoy
nadie sabe cuántas reservas quedan
--En
1936 John Maynard Keynes señaló que era inútil
tratar de equilibrar el presupuesto de una nación en medio
de una depresión económica. ¿Continúa
vigente ese razonamiento?
--En
una época muy distinta a la actual, Keynes se refirió
a Inglaterra, que estaba en recesión al igual que Estados
Unidos y el mundo entero así como hoy está nuestro
país, pero que tenía una sola moneda, a la cual la
gente atesoraba. En aquel contexto, el peligro consistía
en que el déficit fiscal no produjera ningún efecto.
Se consideraba que el desequilibrio presupuestal era positivo porque
creaba más dinero que se ponía en manos del público.
Lo peor que podía ocurrir era que no se gastara ese dinero.
--¿Qué
efectos preveía Keynes en caso de un exceso de liquidez en
el mercado?
--Keynes
decía que si había más dinero, también
habría más inversión y también mayor
consumo. Por ejemplo, si el Banco de Inglaterra aumentaba la cantidad
de circulante en poder del público, suponía que el
precio de las letras iba a subir y la tasa de interés iba
a bajar. Esa era la regla entonces, pero no es cierto aquí
y ahora. Si hoy el gobierno uruguayo gasta más, seguramente
habrá un default. Ante esta posibilidad, los uruguayos no
sólo están huyendo de la moneda local sino también
de los dólares depositados en los bancos que se llevan a
los cofres, a los colchones, etc. Estas son actitudes totalmente
distintas a las que Keynes tuvo en cuenta. En efecto, durante la
Gran Depresión el público quería disponer de
dinero líquido en lugar de tener bonos o de consumir porque
los precios bajaban, en vez de subir. Era preferible gastar mañana
en lugar de hoy.
--¿No
temía Keynes un desborde inflacionario?
--Todo
lo que dijo Keynes no tiene nada que ver con la realidad actual.
En realidad, Keynes no vio la potencialidad de inflación
que su propia política toleraba porque nunca pensó
que iba a llegar a niveles elevados. Durante sus años posteriores
a 1936, que no fueron muchos ya que falleció en 1946, Keynes
criticó algunas medidas económicas del gobierno inglés
por ser demasiado expansivas. Más tarde la inflación
mundial registrada en la década de los setenta debilitó
de tal modo las teorías de Keynes, que fueron dejadas de
lado, luego de su absoluto predominio durante las tres décadas
anteriores. Por ejemplo, la curva de Philips --que indicaba que
cuanto más alta era la inflación, más empleo
se creaba-- terminó siendo lo contrario en la práctica.
A pesar de que Keynes llamó a su libro la Teoría General,
en realidad fue una teoría especial de la depresión
de los años treinta.
--En
Uruguay las cuentas fiscales de abril de 2002 indican que los ingresos
de la DGI cayeron más de 9% pese a que allí están
incluidos los incrementos tributarios del ajuste fiscal aprobado
a fines de febrero pasado. ¿No están esos resultados
dándole la razón a Keynes?
--Están
dando algunas señales, pero no está claro cuáles
son. Por ejemplo: la recaudación está cayendo más
rápido que el PBI. Una de las formas de interpretarlo es
que existe mayor evasión, es decir muchos contribuyentes
ya no pagan sus impuestos, suponiendo que se van a licuar todas
sus deudas con el Estado cuando se produzca una devaluación.
Esta gran incertidumbre con respecto a la futura evolución
del tipo de cambio, que es fácil detectar entre la gente,
genera un número cada vez mayor de morosos ante el fisco.
De lo contrario, la caída de la recaudación de impuestos
estaría en línea con el descenso del PBI.
Flotación
del peso
--Aparentemente
existe incertidumbre acerca de la evolución del tipo de cambio.
¿No cree que el gobierno pueda mantener el ritmo devaluatorio
de 2.4% mensual hasta fin de año?
--El
gobierno no se puede comprometer a mantener esa política
porque no sabe si va a disponer de reservas suficientes para hacerlo.
Las reservas se están yendo a una gran velocidad y un banco
central que carece de reservas no puede tener un tipo de cambio
fijo, ni siquiera una paridad deslizante como tenemos en Uruguay.
--¿Hasta
que nivel podrá el gobierno soportar la pérdida reservas
de modo que no se llegue a una crisis de balanza de pagos?
--Hoy
nadie sabe con exactitud --excepto el BCU, claro está--cuántas
reservas internacionales quedan, pero me temo que no estamos muy
lejos del momento en que el BCU se vea compelido a hacer flotar
el tipo de cambio, con lo cual le quitará a su cotización
la certidumbre que hoy tenemos con las bandas. Supongo que las autoridades
no habrán de esperar que no quede un dólar en el fondo
de la caja para tomar esa medida. Por lo tanto, el gobierno tendrá
que dejar flotar antes de que pase mucho tiempo, probablemente este
mismo año.
--¿Puede
esta situación de reducción del nivel de reservas
llevarnos a una situación a la que Uruguay vivió en
noviembre de 1982?
--Si
bien la situación actual es en algunos aspectos peor a la
de entonces, sobre todo por un endeudamiento mucho mayor, la administración
del Dr. Batlle está dando muestras de una comprensión
del problema que el gobierno militar no tuvo. En aquella época
se esperó que el FMI le dijera al ministro de economía
que no había ayuda para Uruguay si no se efectuaba un salto
importante en el tipo de cambio, ya que resultaba imposible mantener
el cronograma de minidevaluaciones diarias. Mientras que en 1982
se produjo una depreciación cercana al 300%, no creo que
hoy el peso tenga que depreciarse con parecida intensidad, sobre
todo si no se espera hasta el último momento.
--¿No
podría el reciente respaldo financiero de los organismos
multilaterales demorar la decisión de efectuar una mayor
devaluación del peso uruguayo?
--Ese
respaldo financiero nos da un respiro para tomar las medidas apremiantes,
particularmente la reducción en el tamaño del Estado.
Sería una tragedia si infundiese tranquilidad, en el sentido
de que se pensara que ya no se necesitan reformas drásticas.
Reducción
del gasto
--A
su juicio, ¿cuáles son las medidas que hay que tomar?
--El
gobierno uruguayo tendrá que tomar medidas realmente drásticas.
Más precisamente, medidas inusuales e inesperadas en materia
de gasto. Si carecen de estas características, no tendrán
el efecto sicológico que se necesita para que sean efectivas.
Si hubiese alguna manera de ahorrar dineros del Estado que no enojara
a nadie, el plan ya no serviría porque la reducción
del gasto tiene que ser de tal magnitud que sea muy visible, pese
a que las medidas sean políticamente costosas. Se tiene que
convencer a la gente que Uruguay está dispuesto a todo para
no caer en situación de insolvencia.
--¿En
qué caso el Estado uruguayo podría llegar a incumplir
con sus obligaciones?
--Si
gastara más o si se endeudara más, aunque esta última
alternativa es difícil porque ya nadie le presta a nuestro
país salvo los organismos multilaterales. En todo caso, cualquier
medida que difiera de la actual política de contención
del gasto producirá una actitud de mayor desconfianza de
los tenedores de moneda uruguaya, que los impulsará a tratar
de deshacerse de los pesos y comprar moneda extranjera y, sobre
todo, inhibirse de invertir en el país. Si se empezase a
gastar más, habría que imprimir para dar crédito
a través del Banco de la República, para hacer obras
públicas o para dar subsidios a los carenciados. Lo que se
va a conseguir es una situación de mayor descreimiento que
acelere la pérdida de confianza en el peso uruguayo. En síntesis,
si hubiese mayor gasto, no habría otra opción que
ir a una flotación de inmediato.
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