Julio de Brun | Presidente del Banco Central del Uruguay

"Hay que esperar 60 días para saber si pasó lo peor"

"Trabajábamos sobre la hipótesis de que la gente demoraría entre diez y veinte años para hacerse de sus depósitos en dólares. (...) Pero no podíamos salir a decirle a la gente lo que pensábamos que iba a pasar, porque sabíamos que si lo hacíamos le íbamos a generar a la gente un pánico que, quizás, era innecesario"

ALVARO J. AMORETTI | ALVARO GIZ

El presidente del Banco Central del Uruguay, el economista Julio De Brun, admitió que a poco de asumir el nuevo equipo económico de gobierno comenzó a prepararse "para lo peor" y a ajustar un paquete de medidas que incluía la reprogramación de los depósitos en plazos fijos y cajas de ahorro de los bancos oficiales por un período de entre diez y veinte años, así como la liquidación inmediata de los cuatro bancos suspendidos, y reconoció que en aquellos días de feriado bancario él y el ministro de Economía y Finanzas, Alejandro Atchugarry, trataron de comunicar "lo menos posible" a la opinión pública la verdadera situación por la que atravesaba el país para no generar "un pánico que, quizás, era innecesario".

"¿Qué opciones teníamos? ¿Decíamos lo que estábamos esperando que pasara en la peor de las opciones, que era sobre la que estábamos trabajando, o nos limitábamos a comunicar que estábamos esperando el resultado de una negociación?", se preguntó el titular de la autoridad monetaria.

En una entrevista concedida a El País, De Brun dijo que tras el levantamiento del feriado bancario el gobierno se había preparado para "una corrida mucho mayor" y que "fue un alivio que no se produjera", pero advirtió que los próximos sesenta días serán clave para saber si "pasó lo peor" y si el país es capaz de "estabilizar" sus reservas internacionales.

El que sigue es un resumen del diálogo que El País mantuvo con De Brun en la sala de reuniones contigua a su despacho en el Banco Central.

--En medio de una situación tan fuertemente crítica como la que atravesaba el país y en especial el sistema financiero a finales de julio, había dos formas de convencer a alguien como usted de aceptar un puesto como este. La más común pasa por pintarle al candidato un escenario menos dramático del que encontrará al asumir el cargo. La otra, por ceñirse a la cruda realidad y advertirle al elegido que la gravedad de la hora no deja espacio para otra respuesta que no sea la afirmativa. ¿A cuál de los dos métodos recurrieron para disuadirle?

--(se ríe) Yo diría que al segundo.

--¿Quién le trasladó el ofrecimiento?

--Fue Alejandro (Atchugarry). El ya había aceptado el cargo de ministro de Economía, en una actitud patriótica y de gran compromiso con el gobierno y con el país, y vino a verme para pedirme que lo ayudara.

--Y usted no le pudo decir que no.

--Y... cuando en una situación como aquella uno ve a una persona que asume un desafío tan grande y que lo hace con la convicción con la que lo hacía Alejandro, resulta muy difícil decirle que no. Y dije que sí.

--¿Con qué se encontró al asumir?

--Con que las cosas eran mucho más difíciles de lo que uno había imaginado.

--¿En qué sentido?

--En el sentido de que ya no había tiempo. Yo asumí pensando que iba a tener por lo menos un par de meses para enderezar el rumbo de la nave. Y a los dos minutos comprendí que no había tiempo para nada. Fíjense que al día siguiente de asumir me informan que el programa que el país tenía con el Fondo Monetario Internacional se había caído y que había que empezar a trabajar en uno nuevo. Y eso significaba que los desembolsos comprometidos, de los que dependíamos para seguir adelante, no llegarían hasta que no hubiera un nuevo programa.

--¿Cuál fue la primera reacción del nuevo equipo económico?

--Prepararnos para lo peor, porque sin un programa con el Fondo Monetario Internacional había que empezar de cero y avanzar en una negociación que uno no sabía cómo podía terminar.

--¿El feriado bancario fue un intento del nuevo equipo económico de ganar tiempo para prepararse para lo peor?

--Bueno, en la medida que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional se dilataba, pensamos que lo más prudente era entrar en un feriado bancario para prepararnos para la eventualidad de no recibir asistencia internacional. Porque si no había acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, y si no lo había por un buen tiempo como uno podía suponer en ese momento, lo razonable era pensar que por un largo período no contaríamos con recursos externos que nos permitieran enfrentar la crisis.

--¿Y qué significaba, en ese momento, "prepararnos para lo peor"? ¿Que sin un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional el país ingresaba en una fase terminal similar a la que, desde finales del año pasado, sacude a Argentina?

--Sí, aunque la idea era tratar de diferenciarnos de la situación argentina tanto como fuera posible, en especial en cuanto al derecho de propiedad.

--Pero, en ese escenario con el que el gobierno trabajó hasta que pudo cerrar un acuerdo con los organismos internacionales, ¿qué sucedía con los depósitos?

--El escenario con el que trabajábamos suponía la reprogramación no sólo de los depósitos a plazo fijo de los bancos oficiales, sino también de las cajas de ahorro.

--¿Una reprogramación a plazos mayores que los que ahora rigen para los plazos fijos?

--Mucho mayores.

--¿Qué tanto?

--Trabajábamos sobre la hipótesis de que la gente demoraría entre diez y veinte años para hacerse de sus depósitos en dólares. Y para no pesificar forzadamente, como hizo Argentina, estábamos pensando en algún instrumento que permitiera pasar los depósitos a pesos y ofrecer un mecanismo indexatorio para quien quisiera hacerse de su dinero en un plazo un poco más corto.

--¿Y las cuentas corrientes?

--El nivel de reservas que teníamos al momento de entrar en el feriado bancario era el mínimo indispensable para respaldar los depósitos en cuenta corriente que tenía el Banco República y cumplir con los compromisos internacionales más próximos. Habíamos llegado al límite.

--¿Qué pasaba en ese escenario con los bancos suspendidos?

--Los íbamos a tener que cerrar inmediatamente, sin posibilidad alguna de intentar una recapitalización o una reapertura posterior, porque sencillamente no había un dólar para devolverle a nadie.

--No debe haber sido un momento fácil.

--No lo fue.

--¿Qué sintió?

--Al principio, una gran rebeldía. Después la sensación de que uno tiene que asumir su responsabilidad y trabajar para que los costos sociales fueran los más bajos posibles. Y en eso estábamos cuando llegó el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que nos permitió pasar a trabajar en un escenario mucho mejor, porque sólo se reprogramaban los plazos fijos de la banca oficial y a un plazo ciertamente inferior al de las hipótesis originales, y había recursos para devolver cuentas corrientes y cajas de ahorro de los bancos oficiales y de las instituciones suspendidas. Era muy diferente.

--Durante esa negociación, ¿exigió en algún momento el Fondo Monetario Internacional al gobierno uruguayo la implementación de un "corralito" similar al argentino?

--No hablaban de "corralito", pero sí de "securitización" del Banco República y del Banco Hipotecario.

--¿Y eso qué hubiera representado para los ahorristas que tenían sus depósitos en esos bancos?

--Que se irían cobrando de la recuperación de las carteras de esos bancos. Si uno busca analogías con Argentina, lo que proponía el Fondo Monetario Internacional era más parecido a un "Plan Bonex" que a un "corralito".

--Llama la atención que, aunque el gobierno se estaba "preparando para lo peor", el equipo económico nunca transmitió a la opinión pública lo cerca que el país estaba de ingresar en una crisis lo suficientemente terminal como para comprometer la actividad económica por los próximos diez o veinte años. ¿Por qué le ocultaron a la población la verdadera magnitud de lo que se avecinaba?

--La verdad es que tratamos de comunicar lo menos posible lo que estaba sucediendo. Soy perfectamente consciente de que, como equipo económico, tuvimos un fuerte distanciamiento de la opinión pública en nuestros primeros días de gestión. Y las pocas veces que salimos, fue para decir poco. Apenas si dijimos que estábamos esperando.

--En algún momento dio la impresión de que no hablaban porque, en realidad, no tenían nada para decir.

--Y era una impresión correcta. ¿Qué opciones teníamos? ¿Decíamos lo que estábamos esperando que pasara en la peor de las opciones, que era sobre la que estábamos trabajando, o nos limitábamos a comunicar que estábamos esperando el resultado de una negociación? Y bueno, no sé si pudimos resolver bien las cosas desde el punto de vista de la comunicación. Pero no podíamos salir a decirle a la gente lo que pensábamos que iba a pasar, porque sabíamos que si lo hacíamos le íbamos a generar a la gente un pánico que, quizás, era innecesario.

--Cuando pusieron fin al feriado bancario y reabrieron las puertas de las instituciones que no estaban suspendidas, ¿les sorprendió el comportamiento de los ahorristas?

--Sí. Para ser sincero, nos habíamos preparado para una corrida mucho mayor. Y fue un alivio que no se produjera. También fue reconfortante el comportamiento de la gente, porque aunque veía indisponible sus ahorros reaccionó con una corrección que no dejó lugar a incidentes. Más allá de lo atípico de la situación, todo transcurrió con normalidad. Y pienso que ese es uno de los valores fundamentales que tenemos que rescatar de esta coyuntura tan difícil.

--¿Esperaba el equipo económico una actitud más agresiva de parte de los ahorristas a los que se le reprogramaban los depósitos?

--Entraba dentro de nuestros cálculos el hecho de que eso pudiera ocurrir. Por lo pronto, sabíamos que iba a haber gente molesta y enojada. La clave pasaba por hacerle entender a esa gente que habíamos hecho lo mejor que estaba en nuestras manos. Y yo creo que la gente lo entendió. Al menos los primeros datos que tenemos es que, lentamente, la corrida se ha desacelerado y que incluso se ha registrado un leve aumento en los activos de reservas en los últimos días.

--¿Pasó lo peor?

--Todavía es prematuro decirlo, porque los próximos sesenta días serán decisivos.

--¿Por qué?

--Porque para saber si pasó lo peor hay que esperar sesenta días. En sesenta días llegará el primer desembolso del Fondo Monetario Internacional que no forma parte de este Fondo de Estabilidad del Sistema Financiero. Y es clave que podamos seguir manejando el nivel de reservas con que contamos de modo de seguir cumpliendo con nuestros compromisos sin inconvenientes.

--Y si el país y su sistema financiero atraviesan esa fase crítica, ¿qué sigue?

--Si pasamos esa fase, algunas cosas podrán comenzar a cambiar. Por lo pronto, empezarán a llegar desembolsos de organismos internacionales. Además, entraremos en la época del año en la que el Banco Central puede salir a comprar dólares en el mercado, porque son los meses en los que existe más demanda de pesos en plaza. Y con ese panorama, no es aventurado pensar que la situación de las reservas debería comenzar a componerse, al menos en parte, sobre finales de este año.

--¿A qué niveles?

--Hay una meta comprometida con el Fondo Monetario Internacional. Y esa es nuestra opción mínima. Pero la verdad es que el sistema se ha vuelto tan dinámico que es imposible prever si nuestro modelo de hoy tendrá validez dentro de tres meses. Lo que está claro es que, después de analizar lo que suceda en los próximos sesenta días, vamos a estar en condiciones de sentarnos a confeccionar un nuevo programa macroeconómico, seguramente de más largo plazo.

--Después de esos sesenta días, ¿puede pensarse en una reformulación de algunos de los términos de las metas comprometidas con el Fondo Monetario Internacional?

--Sí, sobre la base del nuevo programa macroeconómico vamos a estar en condiciones de revisar algunas metas. Después de todo, el programa que acabamos de suscribir en un ejercicio realizado sobre la base de las hipótesis más pesimistas que en cada uno de los campos pudimos imaginar.

--¿Y por qué se optó por hacerlo de esa forma?

--Porque en el momento en que se confeccionó este programa, eran más las dudas que los técnicos del Fondo Monetario Internacional tenían respecto de Uruguay que las certezas. Y entonces optaron, en cada caso, por el desarrollo más pesimista que a esas alturas se podía trazar.

--¿Las proyecciones del gobierno uruguayo son más optimistas que las del Fondo Monetario Internacional?

--Son un poco más optimistas.

El peor momento para flotar

--¿Fue sano, a la luz de lo que sucedió luego, haber publicado en la web del Banco Central la información diaria del estado de los activos de reserva? ¿El goteo persistente no terminó por alentar más la corrida de depósitos?

--Creo que es sano hacerlo, aunque seguramente no fue lo más adecuado hacerlo en medio de una corrida bancaria. Pero bueno, probablemente tampoco haya sido bueno comenzar a flotar el tipo de cambio en medio de una situación como la que vivía el país. Pero lo hecho, hecho está.

--¿Consideran la posibilidad de desandar esos dos caminos?

--La información de las reservas, después que se dio, hay que seguirla dando. Uno siempre recuerda aquella vieja práctica de los ingleses durante la Segunda Guerra Mundial, que dieron durante mucho tiempo las malas noticias, por lo que cuando comenzaron a dar buenas noticias la gente les creía.

--¿Y la libre flotación del dólar?

--Y... hoy estamos un poco atados por las circunstancias. En esta situación, sólo podríamos aspirar a reconstituir una media banda, con piso pero sin techo, porque con el actual nivel de reservas no estamos en condiciones de vender divisas para mantener una determinada cotización.

--¿Qué están esperando que pase con el dólar de acá a fin de año?

--No deberíamos llegar a fin de año con un tipo de cambio muy distinto del actual, fundamentalmente si logramos estabilizar la situación en el frente fiscal. Lo que tenemos claro es que no queremos que se produzcan bajas abruptas del dólar. Y que en cada oportunidad en que suceda, como ya ha pasado, vamos a intervenir comprando dólares para mantener un equilibrio.