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Lula:
una gran incógnita
FABIO
GIAMBIAGI DESDE RIO DE JANEIRO
La
victoria de Luis Inacio "Lula" da Silva es todo un marco
para la política brasileña, en varios sentidos. En
primer lugar, el hecho de que un ex-obrero metalúrgico ascienda
al comando del principal país de América del Sur es
relevante en sí, por ser un ejemplo paradigmático
de ascensión social poco común en la región.
En segundo lugar, representa la asunción del poder por parte
de un grupo político estrechamente asociado a las ideas de
izquierda y a la crítica a la globalización en la
forma en que se dio en los años noventa, a tal punto que
el Forum Social de Porto Alegre surgió exactamente en una
capital gobernada por el Partido de los Trabajadores (PT) al que
pertenece el futuro presidente brasileño. Finalmente, cierra
de cierta forma un ciclo político, ya que tras la redemocratización
de 1985 Brasil nunca llegó a tener exactamente una transición
de poder muy nítida.
En
efecto, tras la salida de los militares, la Presidencia de la República
quedó en manos de José Sarney, quien había
sido hasta poco antes el presidente del partido que apoyaba a los
militares. Luego Fernando Collor tuvo como base de apoyo en el Congreso
al Partido del Frente Liberal (PFL) que era justamente el baluarte
político de Sarney. Itamar Franco sucedió a Collor
por haber sido su vice-presidente y Fernando Henrique Cardoso fue
apoyado por Itamar Franco. O sea que por primera vez desde 1964,
cuando el gobierno civil fue depuesto por los militares, tendremos
un cambio de gobierno en el cual habrá realmente una gran
renovación en los nombres que compongan la plana mayor del
Poder Ejecutivo.
La
gran incógnita es qué representará un gobierno
Lula. Hay aquí dos interpretaciones antagónicas y
diversos matices intermedios. La primera interpretación es
positiva y señala el paralelo existente entre el intento
de "aggiornamento" de la nueva izquierda brasileña
y la progresiva conversión a la economía de mercado
por la cual pasaron a lo largo del tiempo los partidos socialdemócratas
europeos que llegaron al poder en la post-guerra. De acuerdo con
esa visión, Lula podría llegar a convertirse en el
"Tony Blair brasileño", sorprendiendo favorablemente
a los mercados con medidas tendientes a ajustar la economía
y prepararla para un ciclo de crecimiento moderado con inflación
baja.
La
interpretación opuesta es la que, considerando la coalición
formada por Lula con el Partido Liberal (PL), establece un paralelo
con la experiencia argentina de 1999, cuando se formó una
alianza política claramente eficaz para oponerse a los peronistas,
pero incapaz de establecer un proyecto alternativo de gobierno.
El resultado fue una enorme frustración, dificultades crecientes
para entenderse dentro de la coalición y una crisis dramática
de gobernabilidad.
La
prudencia recomienda, sin embargo, alejarse de esas visiones extremas.
En primer lugar, Lula no es Tony Blair. No hubo en el PT un proceso
de puja interna con un grupo haciendo la crítica pública
de las posiciones que el partido había asumido históricamente.
Aunque Lula representa a los moderados del partido, su victoria
dentro de la interna partidaria no tuvo nada que ver con los procesos
que llevaron a la derrota de los marxistas ante Felipe González
en el PSOE español o de la ultraizquierda ante Tony Blair
en el laborismo británico.
Por
otro lado, Brasil del 2003 no es la Argentina del 1999 y la situación
macroeconómica, si bien es delicada, deja al gobierno con
un mayor margen de maniobra que los escasos grados de libertad que
en su momento dispuso De la Rúa ante los rigores de la convertibilidad.
Aunque
habrá aspectos de ambos escenarios extremos intentos
de modernización de una parte del PT y roces internos que
pueden llegar a ser bastante fuertes el escenario con el cual
trabajan hoy la mayoría de los analistas en Brasil es uno
intermedio, que combine una visión pro-mercado de parte de
la futura conducción económica interesada en
conservar la estabilidad y evitar un desborde de las cuentas públicas
con los problemas asociados a las dificultades de satisfacer a las
demandas generadas por el proceso electoral. En ese sentido, Lula
tendrá dificultades para cumplir con algunas de sus promesas,
como por ejemplo la de duplicar el poder adquisitivo del salario
mínimo en un plazo de cuatro años, cosa que implicaría
aumentar drásticamente el gasto con jubilaciones y pensiones,
ya que 70% de los jubilados y pensionistas ganan un salario mínimo,
que es el piso impuesto por la Constitución. Uno de los desenlaces
posibles de ese tipo de contradicciones entre los límites
impuestos por la realidad y las presiones sociales, es que la inflación
aumente, lo cual podría llegar a ser preocupante si el gobierno
tolerase la reindexación de la economía.
El
nuevo gobierno, de cualquier forma, actuará condicionado
por dos elementos de la realidad. En primer lugar, hay un acuerdo
con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que le permitirá
al país retirar U$S 24.000 millones en el 2003, a cambio
de la reafirmación del acuerdo por las futuras autoridades,
acuerdo éste que implica compromisos en materia fiscal y
de inflación. Y, en segundo lugar, el PT y el PL sumados
base de la coalición vencedora no llegan a alcanzar
el 25% del Congreso, ante lo cual estarán naturalmente obligados
a ampliar la coalición de gobierno con otros partidos, repitiendo
el esquema de "parlamentarismo parcial" que existe en
la práctica en Brasil en función de la fragmentación
de su cuadro partidario.
En
resumidas cuentas, el cuadro que se vive hoy en Brasil es de expectativa.
Cuando Lula ganó las elecciones, el mentor de su estrategia
de "marketing" político, Duda Mendonça,
pronunció una frase emblemática, cuando dijo que "la
esperanza venció al miedo. La mayoría de los analistas
hoy tiende a alejarse de esas dos visiones extremas, considerando
que Lula no confirmará los temores que muchos tenían
antes de su elección, pero que no podrá satisfacer
en su plenitud las demandas de una sociedad ávida de justicia
social y que no podrá superar en un mandato problemas que
se vienen acumulando hace 500 años.
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