Publicada
el lunes 4 de marzo en el suplemento ECONOMIA & MERCADO
DESIGUALDAD
SOCIAL | LA SOCIEDAD NO ADVIERTE EL "HUEVO DE LA SERPIENTE"
QUE SE ESTA ANIDANDO EN SU SENO
Heridas
inocultables en el tejido social uruguayo generan bombas de tiempo
Uruguay
convive mal con el cambio pues tiende a disimular sus transformaciones
sociales, ya que le cuesta asumir los conflictos.
El
historiador y analista político Gerardo Caetano, director
del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de la República, dialogó
con ECONOMIA & MERCADO sobre los efectos de la recesión
económica en el escenario social de Uruguay. El entrevistado
mostró su preocupación porque la actual coyuntura
tiende a agravar fenómenos como la infantilización
de la pobreza y la consolidación de bolsones de pobreza muy
dura, que se instalan dentro de un marco estructural con vulnerabilidades
económicas y sociales muy visibles. Para prevenir cualquier
estallido social, la mejor opción es la anticipación
porque las tendencias no tienen que ser entendidas como destino.
Sí lo son cuando los gobiernos y la ciudadanía se
vuelven miopes e inoperantes para contrarrestarlas, dijo Caetano.
--¿Cómo
ha evolucionado el escenario social de Uruguay luego de tres años
de recesión económica?
--Sin
duda que esta coyuntura recesiva lo ha afectado. Han crecido nuestras
vulnerabilidades y la inestabilidad de nuestros socios más
cercanos, junto a muchos otros fenómenos como el brote aftósico,
ha impactado negativamente sobre nuestra sociedad. De todos modos,
cabe señalar que no basta el crecimiento económico
para generar una mejora del escenario social. Hay múltiples
ejemplos y muy cercanos de países cuyas economías
crecieron sin que mejoraran sus niveles de igualdad social. Sin
embargo, a poco que se profundiza en el análisis de esta
coyuntura de recesión, el mismo nos ayuda a visualizar algunos
problemas más estructurales en la sociedad uruguaya. En ese
sentido, cabe advertir que no es hacia fines de 1998, cuando comienza
a insinuarse la caída de la actividad económica, sino
desde bastante tiempo atrás que nuestra sociedad presenta
problemas estructurales ya instalados, con una hondura mayor de
lo que se cree y una potencialidad de conflictividad elevada.
--¿Cuáles
son esos problemas estructurales?
--Se
ha hablado, por ejemplo, que Uruguay se está alejando de
la vieja matriz de igualdad de oportunidades que lo había
caracterizado como una "sociedad hiperintegrada". Tenemos
un avance de segmentación, fragmentación y desacoplamiento
de las poblaciones que pertenecen al quintil más rico con
respecto a aquellas del quintil más pobre, con el agravante
de que más de la mitad de todos los niños uruguayos
entre cero y cinco años de edad están en este último
quintil y apenas un 4% en el primero. Junto a esta marcada infantilización
de la pobreza, que resulta escandalosa y que hipoteca el futuro,
se han verificado avances preocupantes de la segmentación
en los ámbitos de la educación, la salud y hasta en
los espacios de radicación territorial de los distintos estratos
sociales. Como han revelado estudios recientes, desarrollados por
investigadores probadamente rigurosos, aproximadamente la mitad
de los niños entre cero y cinco años y el 40% entre
seis y trece años viven por debajo del umbral de pobreza.
Los
trabajos del IPES de la UCUDAL, por ejemplo, revelan que a esta
infantilización aguda de la pobreza se le suman fenómenos
también graves como la consolidación de bolsones de
pobreza dura y marginal, sobre los que las políticas sociales
pueden hacer menos y desde donde existe una menor capacidad de respuesta
a coyunturas favorables. De ese modo, la igualdad de oportunidades
se quiebra desde la base. La evolución de muchos de estos
fenómenos no depende sólo de lo que hagan o no los
gobiernos de turno. Ante problemas estructurales de esta envergadura,
el éxito o el fracaso en contrarrestar estas tendencias es
un problema que debe ser asumido por la sociedad en su conjunto.
Y debemos advertir que de lo que estamos hablando es del futuro,
de que estas tendencias no se transformen en destino.
--¿Qué
otras transformaciones sociales con signo negativo se advierten?
--La
precarización del mercado laboral, la inestabilidad creciente
de los marcos familiares y el distanciamiento creciente entre las
personas pertenecientes a estratos sociales diferentes afectan antes
que nada a los más pobres. Es cada vez más visible
que en los barrios montevideanos no interactúan personas
de distintos estratos sociales. Esa interacción tampoco se
produce en aquellos ámbitos tradicionales de integración
social como era la escuela, que se está homogeneizando en
cuanto a su nivel socioeconómico al igual que el barrio.
Los jóvenes y adolescentes también son afectados prioritariamente
por estos fenómenos sociales. Un reciente estudio del MESyFOD
revela que entre los doce y los veintisiete años un 50% de
los jóvenes abandona el sistema educativo, mientras que más
del 10% de ese mismo segmento etario no solo no estudia sino que
tampoco trabaja.
Estos
altísimos niveles de deserción escolar (de los más
altos de América Latina) y los problemas crecientes de inserción
laboral se vuelven más graves frente a las transformaciones
contemporáneas de la economía global. Como se sabe,
esta tiende cada vez más a generar disparidades de empleo
e ingresos para los trabajadores menos calificados. Podríamos
agregar fenómenos como la significación del embarazo
precoz en los hogares más pobres, el agravamiento severo
del desempleo liso y llano entre los más jóvenes o
la situación de los trabajadores desalentados que ya no buscan
más empleo, pero todo eso consolidaría la perspectiva
señalada anteriormente: más allá de la recesión
y de sus efectos muy negativos respecto a una sociedad que había
mejorado claramente sus tendencias y escenarios luego de la dictadura,
la agenda social que tenemos frente a nosotros no se resuelve solo
con crecimiento, exige políticas sociales proactivas y específicas.
El fin de la recesión es prioritario pero no suficiente frente
a tamaños problemas.
Problemas
estructurales
--¿No
había Uruguay reducido el índice de pobreza en la
década de los noventa según datos de la CEPAL?
--Así
es y también resulta indispensable señalarlo y destacarlo.
Después de la debacle social con que termina la dictadura,
del ajuste recesivo de 1983-84 y de una pauperización muy
grave de la población, hubo una mejora fuerte de la economía
al retornar los gobiernos democráticos que supieron combinar
crecimiento económico con abatimiento de la pobreza. Este
indudable éxito volvió a hacer del Uruguay el país
más igualitario de América Latina (claro que esta
era de las regiones que presentaba mayor inequidad social en el
planeta). Sin embargo, estas tendencias favorables comienzan a detenerse
hacia mediados de los años noventa, como lo indican, por
ejemplo, los muy buenos estudios de Kaztman y Filgueira, entre otros.
Las razones son varias: se llega a un núcleo duro de la población
pobre con zonas de marginalidad muy fuerte sobre el cual es muy
difícil operar con eficacia aun desde políticas sociales
orientadas; el propio desarrollo económico destruye o precariza
empleos no calificados, lo que afecta a los sectores menos educados
que tienden a ser los más pobres. La sociedad toda, no sólo
un gobierno o el Estado, comienzan a encontrarse con problemas sociales
más difíciles de resolver, con una pobreza más
difícil de abatir. Aunque siguen mejorando indicadores fundamentales
como la mortalidad infantil, la cobertura educativa de los preescolares
(instrumento fundamental para generar igualdad en una sociedad como
la uruguaya), muchos de esos fenómenos más estructurales
que veníamos mencionando se consolidan y en algunos casos,
como el de la infantilización de la pobreza, se profundizan.
Luego
vino la recesión económica iniciada en 1999 y, gradualmente
y por distintas vías, se afectó el conjunto del escenario
social. Podríamos ingresar en el debate instalado en el país
desde hace ya años respecto a las formas de medición
de la pobreza y sus resultados diversos. Se trata de una discusión
relevante que hay que dar con rigor y sin intereses políticos
menores. Pero yo quiero ir más allá: el recorrido
histórico de la evolución de los indicadores sociales
en el Uruguay desde el fin de la dictadura hasta acá nos
revela que hay problemas estructurales que trascienden las coyunturas
y la acción de los gobiernos, que se profundizan pero que
no nacen con la recesión económica, y cuya gravedad
exige sin demora políticas de Estado y, sobre todo, políticas
de sociedad. Y con ese sentido de urgencia que al país le
cuesta tanto.
Señales
de alerta
--¿Qué
señales de alerta se pueden percibir en el medio social?
--En
otras oportunidades hemos señalado que Uruguay convive mal
con el cambio pues tiende a disimular sus transformaciones, ya que
le cuesta asumir los conflictos que anidan en ellas. Muchas de las
señales que hemos anotado, pese a que han sido advertidas
por numerosos y calificados investigadores, terminan siendo "invisibilizadas"
por la sociedad. Esto ocurre, entre otras cosas, porque quienes
emiten estas señales, que son los más pobres y los
más jóvenes, no constituyen los sectores con voz más
amplificada ni los más activos en efectuar reclamos públicamente.
Además, hay un viejo imaginario social uruguayo que vincula
la pobreza con el tema de la tercera edad, pero que se olvida de
la principal deuda que tenemos como sociedad que, vuelvo a repetir,
es con el futuro, es con los niños y los adolescentes.
Las
señales de alerta se refuerzan cuando vemos que las acciones
estatales se debilitan en su eficacia ante estos fenómenos
que se han vuelto estructurales. Todo esto nos puede plantear el
horizonte de una sociedad que en pocos años no podamos reconocer.
Como cada sociedad define moralmente sus límites de tolerancia
frente a los fenómenos de desigualdad social, muchas veces
me sobrecoge que esos límites parezcan haberse vuelto extremadamente
laxos en Uruguay. Nuestra sociedad no parece advertir este "huevo
de la serpiente" que se está anidando en su seno. Incluso
parece haber perdido el sentido de la urgencia y la indispensable
rebeldía ante una realidad social que en pocos años
va a detonar.
--¿Qué
factores determinan que estos fenómenos sociales sean hoy
más peligrosos?
--La
coyuntura de recesión que tiende a agravar todos estos fenómenos
se instala dentro de un marco estructural con vulnerabilidades económicas
y sociales muy visibles. El viejo tejido social uruguayo presenta
heridas inocultables, con lo cual se están generando bombas
de tiempo muy graves. Pero reitero que politizar estos asuntos resultaría
mezquino y contraproducente. Ningún gobierno por sí,
sea del signo que sea, solucionará en solitario estos temas.
Sí es responsabilidad intransferible de todo gobierno instalar
estos temas en el centro de la agenda pública, darles la
prioridad que les corresponde, convocar a todos los actores y promover
una sensibilidad social especial para precisar el foco de la acción
pública --y no solo estatal-- contra la pobreza.
Sin
vacuna contra estallido social
--¿De
qué forma estallarían esas bombas de tiempo que Ud.
menciona?
--Es
necesario aclarar, en primer término, que ninguna sociedad
por mejor tradición de paz y de democracia que tenga está
vacunada contra un estallido social. Esta aclaración es muy
importante para Uruguay que siempre ha tenido una vocación
"isleña", es decir sentirse ajeno a los dramas
que históricamente han afectado a los países de la
región. Si bien éramos diferentes de las sociedades
brasileña y argentina, no estuvimos vacunados contra un golpe
de Estado. Realmente, me duele mucho la lectura provinciana y bastante
mezquina de muchos uruguayos respecto al drama argentino.
En
segundo lugar, la política es sobre todo anticipación.
Lo que fracasó en Argentina, entre otras cosas, fue la política
porque no anticipó el verdadero riesgo. Se miraba sólo
el aumento de los puntos básicos del riesgo país y
se era indiferente y omiso frente al crecimiento explosivo de la
marginación y la pobreza. Se miraban sólo las señales
del sistema financiero internacional --que por cierto hay que mirar
y atender-- pero se olvidaban que había verdadero riesgo
país dentro de fronteras. Hemos visto datos sociales muy
preocupantes, cuyas proyecciones de pobreza y pauperización
nos estremecen. Entonces, desde la mejor tradición de la
política uruguaya, debemos anticiparnos, sobre todo cuando
tenemos bombas de tiempo instaladas estructuralmente en nuestra
sociedad, que no dependen sólo de la acción de un
gobierno y que necesitan muchos años de acción conjunta
para ser revertidas.
Tercero,
este es un momento muy delicado, hay que ser cauto con las palabras,
hay que evitar los alarmismos pero también los silencios
que cada vez más suenan a indiferencia o a la vieja "política
del avestruz". La expresión "estallido social"
tiene connotaciones muy graves y puede anidar muchas significaciones
hasta contradictorias. No todas las sociedades "estallan"
de la misma manera. A veces en nuestro país parecería
que algunos desearan un cataclismo social o una hiperinflación
como preámbulo necesario para cambiar a la sociedad de acuerdo
a sus ideas. Esos extremistas, que se encuentran tanto en la derecha
como en la izquierda, que desde proyectos antagónicos coinciden
sin embargo en ese lema absurdo de que "cuanto peor mejor",
son a mi juicio profundamente irresponsables. Como ciudadano no
quiero nada parecido a un estallido social o a un episodio de hiperinflación
para nuestro país. Porque las sociedades que viven estos
fenómenos destructivos, donde la violencia disuelve el tejido
social y la convivencia se carga de riesgo y de desconfianza, nunca
más vuelven a ser iguales, cuesta mucho reconstruir en ellas
--como vemos en el caso argentino-- pautas generales auténticamente
democráticas y solidarias.
Por
ello, para prevenir cualquier fenómeno de ese tipo, la mejor
opción --repito-- es la anticipación. Las tendencias
no tienen que ser entendidas como destino. Sí lo son cuando
los gobiernos y la ciudadanía se vuelven miopes e inoperantes
para contrarrestarlas.
--¿Puede
Uruguay permanecer ajeno a lo que está ocurriendo en los
países de la región en materia de demandas sociales?
--Acá
todavía no tenemos nada similar al Movimiento de los Sin
Tierra de Brasil ni a los "piqueteros" argentinos. Nuestros
sindicatos son totalmente diferentes a los de Argentina. Nuestra
sociedad reacciona de una manera distinta. Los partidos y el Estado
todavía mantienen, pese a la crítica creciente de
la ciudadanía, elementos de arraigo y continentación
que canalizan las demandas. Es también importante decir que
nuestra sociedad tiene distintas alternativas políticas y
que todavía protesta por la vía electoral. La sociedad
uruguaya no tiene tanta energía ni tanta violencia como la
argentina. Pero ninguna sociedad está vacunada de una vez
y para siempre contra estos procesos, sobre todo cuando el origen
de ellos tiene que ver con fenómenos planetarios que también
nos impactan, mal que le pese a nuestra inveterada vocación
isleña. Lejos de las pontificaciones y de las advertencias
de dedo levantado que solo irritan, los uruguayos necesitamos sacudir
nuestras distintas "modorras", somos demasiado autocomplacientes
cuando nos miramos al espejo. Seguimos siendo la sociedad más
igualitaria en América Latina, pero me pregunto cuánto
tiempo más lo seremos si no logramos desarrollar medidas
eficaces y urgentes para contrarrestar estos fenómenos de
desintegración que hieren nuestro tejido social.
Sindicatos
y organizaciones empresariales
--¿Cómo
evalúa la situación de los sindicatos en la coyuntura
recesiva actual?
--Cuando
existe un movimiento sindical como en Uruguay con una central única
que representa poco más del 12% de la PEA, pero en cuyas
filas más del 60% son funcionarios públicos, entonces
este actor tiene evidentemente problemas de representación
en la masa de trabajadores. En realidad, cada vez le cuesta más
reclutar a los jóvenes y a los trabajadores del sector privado
porque en muchas empresas afiliarse a un sindicato equivale hoy
a firmar el despido. A todo esto se suma una sociedad donde la desocupación
ha adquirido niveles inéditos al existir medio millón
de personas con problemas de empleo, con lo cual se ha transformado
la relación del trabajador con su trabajo. Ya no se puede
pensar en un trabajador de una única empresa, con un único
oficio, etc. En un marco laboral crecientemente flexibilizado, el
terror del desempleo ha generado que el trabajador tenga cada vez
menor protección. Eso genera vulnerabilidades y transformaciones
muy grandes.
--¿Cuál
debería ser el rol del movimiento sindical uruguayo como
resultado de las nuevas condiciones en el mercado laboral?
--En
estas circunstancias, el movimiento sindical tendría que
modificar su operativa, pero es visible que le cuesta enormemente
cambiar. Tiene un muy importante debate de renovación instalado
en su interior, pero en donde los sectores renovadores lamentablemente
no han ganado. Cuando uno cruza la acción de los sindicatos
más duros y ortodoxos con el mayor o menor éxito de
las reivindicaciones propias de los trabajadores, se encuentra que
les ha ido peor a quienes tienen ese tipo de dirigencia gremial.
Hoy el movimiento sindical debe pensar mucho en la opinión
pública cuando aplica sus medidas de lucha e incorporar una
visión moderna y verdaderamente progresista, lo que equivale
a dejar atrás definitivamente esquemas "dinosáuricos"
que son, además, atajos para el desastre, porque alimentan
al grupo militante, pero terminan desprotegiendo a la mayoría
de los trabajadores. Y señalo esto también como trabajador,
como un ciudadano convencido que toda democracia requiere sindicatos
fuertes, modernos y autónomos.
--¿Se
han modernizado más los empresarios que el movimiento obrero?
--Creo
que no. Ante la actual crisis los sectores empresariales tampoco
se han acompasado a las exigencias de la hora. Cuando tenemos un
Estado que ya no puede ser el gran inversor o el "capitalista
sustituto" como lo fue históricamente en el país,
hay que crear condiciones para tener una masa de empresarios que
pueda invertir en clave productiva y no meramente especulativa.
Para ello tienen que haber condiciones políticas que aseguren
reglas de juego claras, en donde el mejor negocio para un empresario
sea crear empleo e invertir en la producción antes que recurrir
a la importación o al sistema financiero. Sin embargo, ello
no sólo requiere políticas públicas sino también
una actitud empresarial más consistente y emprendedora.
--¿Cómo
pueden interpretarse los duros pronunciamientos de algunas organizaciones
rurales?
--El
sector agropecuario atraviesa transformaciones muy radicales. Si
hoy se observa la acción de las gremiales agropecuarias y
se las proyecta históricamente, aparecen fenómenos
absolutamente inéditos. Las declaraciones de los principales
dirigentes de sus gremiales históricas son especialmente
significativas en este aspecto. Se trata de un sector profundamente
endeudado y muy heterogéneo en sus desempeños y en
sus niveles de eficiencia. Hay muchos productores agropecuarios
grandes, medianos y pequeños que hicieron sus "deberes"
de manera ejemplar pero que, sin embargo, han sido castigados por
los contextos internacionales, pero también por políticas
públicas que no los apoyaron ni los defendieron suficientemente.
Allí sin duda hay una inversión social que cuidar,
tan o más relevante que otras opciones que suelen ser priorizadas.
No deben caricaturizarse los reclamos radicales del sector agropecuario.
Nada bueno sale de la "antipolítica"
--¿Es
contagioso el descreimiento en los dirigentes y partidos políticos
que existe en Argentina?
--Cuando
se habla de contagio no puedo sino pensar en el factor Argentina.
Miles de uruguayos siguen día a día el drama argentino
a través de la pantalla de la televisión, con las
imágenes estremecedoras de los saqueos, de la impotencia
ciudadanas frente a la estafa del "corralito", de la violencia
institucionalizada. Allí hay un factor preocupante, que se
profundiza ante la imagen de un sistema político corrupto
y deslegitimado, sin alternativas, sin garantías, que alimenta
una "reacción antipolítica" que crece a
niveles insospechados. Yo no creo en la "antipolítica".
Me parece que nada bueno sale de allí. Y el ejemplo argentino
nos brinda una lección en esa dirección. En Uruguay
tenemos antipolítica con grados mucho menores que en Argentina
y otros países de América Latina. La antipolítica
es una tentación terrible. Es como la tentación populista.
Es como la tentación autoritaria. Es como la tentación
del shock ultraliberal o como la tentación del "hombre
providencial", ya sea el ministro de economía con superpoderes
o el presidente que brinda el atajo al Primer Mundo. Todas esas
tentaciones que son negadoras de la política terminan con
balances sociales y económicos desastrosos.
Creo
que esa es una de las grandes lecciones que los uruguayos debemos
aprender de la crisis argentina. Hoy uno ve que Argentina es una
sociedad sin Estado. Una sociedad en situación preanárquica,
como lo ha dicho el propio presidente Duhalde, en donde se gobierna
"al grito" y no se puede persuadir a una ciudadanía
que con justicia se siente una y otra vez estafada. Es el resultado
de un sistema político que perdió absolutamente su
credibilidad por corrupción, por ineficiencia, por hegemonismo
y por una práctica constante de destruir al adversario.
--¿Tiene
credibilidad el sistema político uruguayo?
--A
pesar de todas las carencias que tiene el sistema político
uruguayo, allí todavía tenemos un activo a cuidar
y potenciar. Los partidos políticos son actores absolutamente
indispensables para llevar adelante las políticas sociales
y las reformas económicas que el país no puede postergar
en función de las exigencias del nuevo contexto regional
y mundial. Pero también entre nosotros la antipolítica
está impregnando a la sociedad, incluso a los propios políticos
que están empezando a hacer "política contra
la política". En esa dirección se pueden obtener
réditos pequeños en el corto plazo, pero a la larga
no se acumula. También entre los intelectuales está
de moda criticar a la política, al Estado, a los políticos,
a los partidos. Es mucho más difícil hoy reivindicar
el espacio de la política que negarlo, también para
el intelectual que tiene que mirar al largo plazo basándose
en sus convicciones y en la rigurosidad de su investigación.
Y lo digo sabiendo que estos dichos hoy no dan rédito. Da
mucho más rédito hablar contra los políticos,
contra los partidos, contra el Estado. Sin embargo, no creo en los
oportunismos político-partidarios que no me competen, pero
mucho menos en los oportunismos intelectuales que sí me competen.
Así como cayó el comunismo también ha caído
la "teocracia del mercado"
--¿Se
puede satisfacer la demanda colectiva de equidad social cuando el
Estado está obligado a efectuar una fuerte contracción
del gasto público?
--Es
una pregunta indispensable y que llama a la responsabilidad. No
es hora para dogmatismos ni para demagogias. Sí para posturas
pragmáticas, que sean rigurosas pero que a la vez no le tengan
temor a las políticas activas y anticíclicas. En un
momento de necesario abatimiento del déficit fiscal por supuesto
que hay más restricciones, razón de más para
plantear radicalmente la discusión de la relación
del Estado con la sociedad y hacer transparentes los problemas.
Ha llegado la hora de discutir en serio el costo país, las
tarifas y los salarios públicos, los privilegios estatales,
las asignaciones del gasto público, pero también el
tema de la reactivación de la producción y del empleo
y el de la inversión. Con recursos acotados, el tema de las
prioridades en el gasto y en la inversión se vuelven más
significativo, sobre todo en un país con los paupérrimos
niveles de inversión privada que ostenta hoy el Uruguay.
--¿Qué
rol juega hoy el Estado en esta materia?
--No
se trata, por supuesto, de la vuelta de un Estado irresponsable,
aunque es precisamente ante los ciclos adversos que un Estado responsable
y moderado debe invertir. Sin embargo, terminó la política
estadocéntrica, hay que esperar menos del Estado, lo que
por cierto no significa no esperar nada. Las políticas públicas
deben estimular la confianza necesaria para que los agentes privados
se animen a invertir, a crear y mantener empleo, sobre todo en un
contexto tan adverso. No todo puede ser ajuste pues como señal
eso estimula el repliegue inversor tanto como la irresponsablidad
en el gasto. Pero también en momentos de abatimiento del
gasto estatal se vuelve más imperativo el Estado garante
y regulador.
--¿Qué
importancia le asigna a la función reguladora del Estado?
--Muchos
asociaron los enfoques desreguladores como equivalentes a vacíos
procedimentales y organizativos. Hoy sabemos los costos de un Estado
ineficiente en el control: cuando se le pedía a la sociedad
toda que se ajustara una vez más el cinturón, ese
mismo Estado con restricciones para gastar debió poner U$S
33 millones para preservar la estabilidad del sistema financiero
uruguayo ante la estafa de unos delincuentes de cuello blanco. Y
anotemos que, como también lo revela el drama argentino,
la inestabilidad del sistema financiero es de las peores cosas que
le podría pasar al país en estos momentos y que es
de responsabilidad asumirlo si no se tienen otras alternativas.
Por eso mismo, el nuevo Estado que hay que construir requiere también
de fuertes inversiones de reingeniería institucional y política
para que estas cosas no pasen. Por otra parte, en estos contextos
restrictivos es cuando se debe utilizar el bisturí en donde
el Estado despilfarra. Si existen irracionalidades en el gasto público,
como ha informado la Presidencia, en áreas tan sensibles
como los salarios de la Administración o la salud pública,
es este el momento para obtener --sin oportunismos-- una legitimidad
ampliada para operar sobre ellas.
--¿No
se ha vuelto un diálogo entre sordos discutir el costo del
Estado?
--Esta
coyuntura crítica podría ser paradójicamente
un momento propicio para negociar un nuevo contrato social entre
el Estado y el ciudadano. En Uruguay hay una vieja matriz de Estado
que no se puede restaurar y que tampoco puede dar respuestas eficaces
a los problemas contemporáneos. Esto implica un proceso continuo
de reforma del Estado que debe ser negociado y no impuesto pero
que tampoco puede esperar más. Hoy sabemos que la reforma
del Estado --y el suicidio del Estado argentino lo confirma-- no
es sinónimo de privatización. Incluso, algunos ultraprivatizadores
de hace algunos años hoy comienzan a cambiar porque también
lo está haciendo el mundo. Así como cayó el
comunismo también ha caído la "teocracia del
mercado" y del "Estado mínimo", al estilo
del "thatcherismo" o del "reaganismo". Actualmente,
podemos asumir parámetros más pragmáticos para
discutir en serio estos temas, desde los cuales es posible encontrar
la idea de una renovación de pacto social inscripto en un
Estado menos inflado, que se repliega en algunas cosas para desplegarse
con más vigor en otras --por ejemplo, en las políticas
contra la pobreza estructural o en la promoción de políticas
activas de empleo--, que gaste e invierta mejor sin asfixiar con
sus costos e impuestos al ciudadano, que regule mejor donde tiene
que hacerlo y que sea más eficiente y eficaz. Dicho así
parece una simple reseña de buenas intenciones, pero si miramos
las discusiones del mundo, veremos que todas esas postulaciones
pueden materializarse en ejemplos bien concretos y específicos.
Si no nos ponemos a tono con esos niveles de discusión, seguiremos
con esta sordera provinciana.
--¿En
qué consistiría ese pacto social exactamente?
--Pienso
en acuerdos puntuales y específicos, que tengan la persuasividad
de consolidar iniciativas bien concretas y con apoyos amplios, y
que sean señales positivas de construcción política
reformista. Por eso viví con expectativa primero y con frustración
después el debate y la tramitación parlamentaria del
proyecto para la transformación de ANCAP hacia finales del
año pasado. El proyecto finalmente acordado, además
de configurar en sí mismo una buena solución, era
una señal estupenda en momentos especialmente difíciles.
Fue redactado por muy calificados parlamentarios de todos los partidos
políticos con espíritu moderno y negociador, sorteaba
por primera vez --más allá del ejemplo muy importante
de la "Comisión para la Paz"-- la línea
divisoria entre coalición gobernante y oposición de
izquierda, con ganancias evidentes para unos y otros. Puedo entender
la actitud del sindicato de ANCAP, en un contexto de tanto temor,
de tantas restricciones y desconfianzas. Me cuesta más entender
por qué Couriel, Astori y Rubio fueron desautorizados luego
de una negociación tan razonable.
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