El
sistema educativo no se lleva bien con el aprendizaje del idioma
Tan
hilustrados como balientes
Muchos
estudiantes uruguayos salen de la escuela y del liceo sin saber
escribir. Muchas maestras y profesores no corrigen los errores de
ortografía y sintaxis.
Andrea
Tutté
Juana
Schweizer, maestra especializada en dificultades de aprendizaje,
miró extrañada el cuaderno escolar de su nieto. Décadas
de experiencia se estrellaron contra el texto trabajosamente escrito
a lápiz: aquello era verdaderamente indescifrable. Las frases
estaban mal construidas, las faltas de ortografía eran muchas
y graves. Pero lo que provocó su asombro no fue el previsible
traspié de un niño que recién estaba aprendiendo
a escribir, sino el comentario estampado por su maestra al pie de
la hoja: ¡Qué precioso!.
Algo
parecido le pasó a Virginia Figari, madre de un niño
que está en tercero de escuela.
Figari
fue a la primera reunión de padres a pedirle a la maestra
que corrigiera los errores de ortografía de su hijo. No fue
la única que planteó la cuestión: muchos
habíamos escuchado decir que ahora se está optando
por no corregir las faltas, y estábamos preocupados. Mi hijo
escribe con unas cuantas faltas y tengo miedo de que si no se las
corrigen ahora, las arrastre toda la vida.
Eso
es lo que parece estar sucediendo con muchos estudiantes, ya que
quienes dan clases en liceos e incluso en universidades se asombran
de la pavorosa cantidad de faltas y las grandes dificultades de
redacción de sus alumnos. Incluso hay algunos maestros y
profesores cuya misión es justamente enseñar
a escribir correctamente que tienen errores de ortografía.
Algo
tiene que estar fallando si los estudiantes atraviesan de un extremo
a otro el sistema educativo dejando haches por el camino, cambiando
zetas por eses y confundiendo la be con la uve.
No
es sólo una cuestión de formas: la mala ortografía
es el síntoma más visible de un problema más
amplio, una dificultad para el manejo del idioma que abarca también
la sintaxis y la estructuración del texto y compromete seriamente
su capacidad de comunicarse.
Una
evaluación realizada en 1999 entre alumnos de tercer año
liceal de todo el país reveló que el 21% es absolutamente
incapaz de expresar un mensaje coherente por escrito.
Uno
de cada diez
La
mala ortografía es un fenómeno endémico de
nuestra cultura, con sus repercusiones obvias en la comunicación
escrita, tanto desde el punto de vista de la comprensión
del lenguaje por parte del destinatario, como también de
la imagen negativa que proyecta quien escribe con errores ortográficos
y las sanciones sociales que ello connota, afirma un estudio
realizado por la Administración Nacional de Educación
Pública (ANEP).
En
sexto año de escuela, el 45,6% de los alumnos comete más
de un error de ortografía cada diez palabras. Apenas dos
de cada 100 escriben sin faltas; en el extremo opuesto hay un 10,6%
que comete más de 20 errores cada 100 palabras. Es decir
que si alguno de estos últimos redactara una oración
de apenas cinco palabras, seguramente una de ellas estaría
mal escrita.
Estas
cifras corresponden a una evaluación realizada por la Unidad
de Medición de Resultados Educativos de la ANEP en 1996.
(No hay cifras más recientes: en 1999 se realizó una
nueva medición, pero los resultados aún no fueron
procesados). La evaluación constató que el 92,4% de
los escolares de sexto año omite los tildes, el 37,3% no
pone las haches y el 70% sustituye letras por otras con sonidos
similares. Aser, bacaciones, gerra,
yegó y écsito son algunos
de los ejemplos citados por quienes corrigieron las pruebas.
En
los textos escritos por los alumnos de sexto año aparecieron
frases como: este alimento es muy valanciado que contiene
muchas verduras, empese a gritar y mis padres se asustaron
y salieron corriendo a ber o los Estados Unidos propone
peliar contra los marcianos.
Otra
equivocación, cuya frecuencia debería considerarse
como un alerta, ya que puede comprometer el significado, consiste
en unir dos palabras o separar una (por ejemplo, ala
en vez de a la o con migo en lugar de conmigo).
El 35,3% de los evaluados cometió un error de este tipo.
Por ejemplo: Dimos vuelta cuando vimos derrepente comenzó
a llover....
Otra
prueba realizada entre alumnos de tercer año liceal constató
que casi la mitad comete más de un error cada diez palabras.
La
consigna planteada a estos liceales era completar una historia que
comenzaba así: El mar encrespado hamacaba el barco.
Isac (sic) contemplaba el horizonte y recordaba aquel día
en que su mamá....
El
modo en que uno de los evaluados continuó el relato ejemplifica
los problemas de redacción que tienen los liceales uruguayos:
le dijo nunca te ballas de mi lado mientras seas chico yo
te quiero mucho y no lo soportaría dijo su mamá a
Isac le contesto si mamá nunca me ire de tu lado yo tambien
te quiero mucho tanto que si no fuera por que tengo que ir a la
Escuela no te dejaría sola nunca mamá nunca. Bueno
hijo ahora be a jugar con tus hermanos no me los ballas a dejar
solo o que se ballan a ir para la calle o algun lado y tu no te
ballas a juntar con alguien extraño si mamá contestó
Isac.
Este
texto que escribi es para todos los niños, alumnos, compañeros,
etc. que le hagan caso a su mamá que no le desovedescan que
aprovechen que la tienen asi como yo o cualquier otro que la quieran
y la cuiden.
Otros
alumnos incluyeron en sus respuestas frases como un marinero
lo encontro y lo había allado o vino con él
y se centó frente al mar.
En
segundo ciclo liceal no se han hecho pruebas de este tipo. Pero
los estudiantes tienen tantos problemas para escribir correctamente
que un flamante proyecto de reforma curricular del bachillerato
propone incorporar un profesor de idioma español que ayude
a los estudiantes a redactar trabajos para las distintas asignaturas
y actúe en forma coordinada con los demás docentes
para orientar esfuerzos a fin de mejorar la comunicación
oral y la producción de textos.
Según
el presidente del Consejo de Educación Secundaria, Jorge
Carbonell, la propuesta responde a una preocupación
por el tema del lenguaje. Hemos detectado fuertes carencias en el
plano de la ortografía y la sintaxis y pensamos que los estudiantes
necesitan un apoyo más extendido en esas áreas.
Mayor
tolerancia
Afirmar
que hoy se cometen más faltas de ortografía que hace
dos o tres décadas es imposible, ya que no hay datos estadísticos
de aquellos tiempos. Pero para muchos especialistas, no hace falta
tener números a la vista para constatarlo.
Evidentemente
se observa que hay defectos en el uso de la lengua, no sólo
en materia ortográfica sino también de sintaxis,
afirmó Carlos Jones, profesor de idioma español y
secretario de la Academia Nacional de Letras. En muchos casos,
esto también se advierte en la expresión oral: los
fenómenos del dequeísmo, el queísmo,
el mal empleo de los pronombres relativos y de los tiempos verbales
son algunos ejemplos. Como en todo fenómeno acumulativo,
es imposible determinar el momento exacto en que las cosas comenzaron
a empeorar, pero a lo largo del tiempo las diferencias se hacen
notorias.
Todos
coinciden en que no hay una única causa para este fenómeno.
Los factores más unánimemente citados son la pérdida
de hábitos de lectura, la transición de una cultura
basada en lo escrito a otra en que predomina la imagen y el menor
tiempo consagrado al estudio, que hoy compite con una variedad de
actividades y entretenimientos mucho mayor que hace dos o tres décadas.
Algunos
de los consultados señalaron también que la universalización
de la enseñanza, si bien no es una de las causas del fenómeno,
contribuye a hacerlo más visible.
Antes
no se sabía si ciertas personas escribían bien o mal
porque sencillamente no llegaban a la educación secundaria
o terciaria, afirmó Luis Garibaldi, maestro y coautor
de los textos que se utilizan en las escuelas. Los profesores
de Secundaria se quejan de que los niños salen de la escuela
con unas faltas terribles. Los profesores de la Universidad se quejan
de que salen del liceo con faltas. Pero habría que tener
en cuenta que los liceos y las facultades están recibiendo
muchos más alumnos que antes, y muchos de ellos provienen
de sectores sociales y culturales que no han tenido un contacto
tan fluido con la palabra escrita.
Pero
también existen muchas voces calificadas que señalan
que, además de estos factores, hay una mayor indulgencia
en el sistema educativo para con el mal uso del idioma.
Debería
ponerse más énfasis en la corrección de la
ortografía en todas las materias, no sólo en idioma
español o literatura; en algunos casos no se le pone ni atención,
afirmó Carbonell.
La
verdad es que los alumnos escriben con una enormidad de faltas de
ortografía y sin embargo todos salvan los exámenes
de literatura, filosofía, historia..., había
declarado el presidente de Secundaria a Qué Pasa en febrero
del 2001, al publicarse una nota sobre las dificultades de los liceales
para aprobar los exámenes de matemática. Pero
hay cosas que hay que analizar con más profundidad todavía.
Porque ¿cómo es posible que en tests que se hacen
en muchas facultades surja que hay enormes dificultades de comprensión
lectora? Quiere decir que más que flexibilizar, se han bajado
los niveles más de lo que corresponde.
La
historiadora Ana Ribeiro, docente del Instituto de Profesores Artigas
y la Universidad Católica, tiene una opinión similar.
Hay una errónea política de comprensión
del error, esperando que el error se vaya subsanando, cosa que no
ocurre: se va arrastrando sin corregirse, afirmó. El
problema es gravísimo, gigantesco. Llegan a enseñanza
terciaria alumnos que hacen que me pregunte cómo pudieron
egresar del liceo con esas faltas.
También
hay profesores de Secundaria que se preguntan cómo es que
sus alumnos pudieron terminar la escuela. La consejera de Primaria,
Gladys Pérez de Coirolo, tuvo ocasión de constatarlo
directamente cuando dio clases de historia en un cuarto de liceo
y descubrió que casi la mitad del grupo era incapaz de leer
y escribir correctamente.
Para
Pérez, una de las causas de este problema es que ha
habido una corriente didáctica en nuestro país que
restaba importancia a la corrección de la sintaxis y de las
faltas. Y hoy estamos recogiendo las consecuencias.
Nueva
didáctica
Muchos
adultos uruguayos recuerdan las marcas en rojo con las que sus maestras
corregían las palabras mal escritas. Los mayores recuerdan
incluso las planas en las que repetían hasta el cansancio,
correctamente escrita, la palabra en la que se habían equivocado.
Ya no se enseña así.
Las
habilidades de lectura y escritura se adquieren mediante un proceso
más complejo que la simple copia y repetición,
afirmó Garibaldi. Según el maestro, el niño
aprende a leer en dos etapas: primero traslada el lenguaje oral
al papel, y en una segunda instancia descubre que el lenguaje escrito
tiene reglas propias: que algunas palabras se escriben con uve y
otras con be, que no es lo mismo ni que ñ.
Según
Garibaldi, lo que las nuevas corrientes didácticas
plantean es que en esa primera etapa el niño escriba y lea
mucho, sin hacer tanto énfasis en la corrección ortográfica,
aunque esto no significa que la ortografía no se trabaje:
los maestros manejan carteles con abecedarios, listas de palabras
y otros materiales. En primero y segundo año, la ortografía
no es lo más importante.
Se
supone que en esa primera etapa en la que el niño recién
empieza a escribir, enfrentarse con los constantes errores puede
ser frustrante y hasta contraproducente, llevándolo a escribir
menos para no equivocarse. Pero la teoría no dice que el
maestro deba dejar sin corregir las faltas en tercero, cuarto, quinto
o sexto año, o en el liceo y hasta en la universidad, como
a veces sucede.
Lo
que ha pasado es que no siempre son bien interpretadas estas nuevas
corrientes, y se trasladan las practicas de los primeros niveles
hacia los superiores, dijo Garibaldi. A veces estas
tendencias han tenido efectos no deseados, en algunos casos por
desconocimiento y también porque todavía estamos en
un período de transición para adoptar una nueva didáctica
más compleja. El método anterior era más seguro,
más mecánico, pero a largo plazo no daba los mejores
resultados.
Pero,
más allá de la opinión de Garibaldi, tal parece
que los nuevos métodos están dejando mucho
que desear y los mejores resultados no están
a la vista.
María
Pintos, una lectora de El País remitió una carta publicada
el 27 de octubre:
Me
asombra ver que las maestras no corrigen las faltas. Mi hijo tiene
11 años, está en sexto y tiene muchas faltas. Este
año por fin la maestra comenzó a corregirlas. Pero
mi sorpresa es mayúscula cuando descubro que sólo
sabe corregir los tildes, no corrige B por V ni J por G, y mucho
menos sintaxis. El desastre es tal que corrigió A SER por
HACER. Pero yo no le puedo decir a mi hijo que su maestra se equivocó,
porque me da lástima.
¿Corregir
o no?
La
metodología didáctica que dice privilegiar la expresión
del niño por sobre la corrección de las faltas comenzó
a implementarse tras el fin de la dictadura, aunque no fue adoptada
por todos los docentes.
Había
maestros que ya tenían cierto oficio y mostraron resistencias,
afirmó Zulma Fassola, directora de Formación y Perfeccionamiento
Docente de la ANEP. Fue una suerte, porque esa resistencia
provocó una mayor reflexión.
Juana
Schweizer, la maestra especializada en dificultades de aprendizaje,
recuerda haber tenido grandes discusiones con un inspector que le
reclamaba que aplicase el nuevo método. Nos decían
vamos a dejar que el chico se exprese libremente, a no corregir
la ortografía porque si no lo vamos a estar limitando,
y pasamos de una ortografía basada en las reglas, en la repetición,
a una especie de libertinaje ortográfico-gramatical.
Schweizer,
que actualmente dirige junto a cuatro colegas la Escuela del Lenguaje,
un centro especializado en dificultades de aprendizaje relacionadas
con el idioma, cree que la política de no corregir no ha
dado buenos resultados.
Muchas
veces ha visto a liceales que estudian en los apuntes fotocopiados
llenos de errores de ortografía y sintaxis. A veces
incluso en alguna fotocopia de algún docente hay errores.
Para
Schweizer, las teorías no se interpretaron correctamente.
El chico tiene que escribir libremente, pero hay que darle pautas
para la sintaxis, la ortografía... Es cierto que si se exagera
con la corrección el niño va a reaccionar escribiendo
menos para no equivocarse, pero se puede corregir sin agredir y
enseñarle que de los errores se aprende. Lo que no se puede
hacer es ponerle precioso a algo que no se entiende.
Hay que ir a una posición intermedia.
Fassola,
directora de Formación y Perfeccionamiento Docente de la
ANEP, afirmó que este término medio ya se está
alcanzando, y que se intenta que los futuros docentes enseñen
el idioma de una forma más activa, pero sin volver
al viejo método de la repetición de palabras. Ese
paradigma según el cual no había que corregir las
faltas hoy está revertido.
Sin
embargo, los testimonios de muchos padres demuestran que hay escuelas
y liceos donde se siguen sin corregir las faltas y los errores gramaticales.
Quizás, como se señala en voz baja en diversos ámbitos
educativos, porque algunos docentes no saben cómo hacerlo.
Hablando
mío
Desde
1998, todos los aspirantes a iniciar una carrera docente deben rendir
una prueba de lenguaje en la que se evalúa su ortografía,
gramática, sintaxis y comprensión lectora. Los interesados
pueden incluso acceder a cursos de apoyo para preparar este examen,
que es eliminatorio: los que reprueban no pueden iniciar la carrera.
Desde
entonces el porcentaje de aprobación se ha mantenido en torno
al 90%, salvo en el 2000, cuando cayó a 68%, sin que los
responsables sepan explicar por qué.
De
los que aprueban, algunos lo hacen con reparos, y por
eso son sujetos a una supervisión especial a lo largo de
la carrera.
Sin
embargo, todo este esfuerzo ha dado menos resultado del que
esperábamos, lamentó Fassola, que ha corregido
presentaciones a concursos de maestros recibidos que cometen errores
de ortografía. No son la mayoría, dijo, pero
es una señal de alerta.
El
fenómeno parece ser parte de una sociedad cada vez más
acostumbrada al maltrato del idioma. Es una mezcla de desconocimiento
y despreocupación, opinó el profesor Jones.
Carbonell
cree que el asunto merece una urgente atención. La
verdad es que los uruguayos estamos hablando y escribiendo cada
vez peor, y soportando con más tolerancia errores graves,
admitió. A mí me sorprenden algunos errores
que aparecen en avisos publicitarios, como ese que dice cada
vez más cerca suyo y no más cerca de usted.
Si seguimos así vamos a terminar diciendo que están
hablando mío, en vez de decir que hablan de mí.
Sexto
año reforzado
Tras
constatar que muchos estudiantes llegan al liceo sin haber aprendido
a leer y escribir correctamente, la consejera de Primaria Gladys
Pérez de Coirolo propuso implementar un programa de doble
horario focalizado en sexto año de escuela para tratar
de subsanar esas carencias.
El
proyecto, elaborado conjuntamente con maestros e inspectores, consiste
en que aquellos alumnos con dificultades asistan a la escuela en
un segundo turno para ser atendidos por otro docente, un psicólogo
y un asistente social, a fin de cubrir los baches que pueda
haber en su formación anterior y mejorar su socialización
para que pueda desenvolverse mejor en el liceo, evitando la deserción.
El
proyecto comenzó a aplicarse como experiencia piloto en el
2001: de las 35 escuelas interesadas fueron seleccionadas 15, distribuidas
en el litoral, el centro del país y la capital. Según
Pérez, en su primer año el programa se aplicó
con resultados muy exitosos y despertó grandes expectativas:
los padres y los maestros comenzaron a requerir que se ampliara.
Sin embargo, debido a la necesidad de abatir costos, la experiencia
quedó este año restringida a cinco escuelas: una en
Salto, otra en Paysandú, otra en Florida y dos en Montevideo
(en Santa Catalina y Piedras Blancas).
Así
llegamos a tercero
El 21,4% de los estudiantes de tercer año liceal no puede
redactar un texto ni siquiera parcialmente coherente, el 25% no
domina los signos de puntuación y el 40% no logra estructurar
correctamente lo que escribe, según un estudio realizado
en 1999 por el Programa de Educación Media y Formación
Docente (MEsyFOD) de la ANEP.
La
prueba consistía en escribir un texto de más de 30
palabras. El 62,7% de los evaluados no alcanzó la calificación
mínima establecida (siete puntos sobre 14), y apenas el 3%
alcanzó el nivel de excelencia (más de
11 puntos sobre 14). Esto significa que sólo tres de
cada 24 alumnos fueron capaces de escribir correctamente un texto,
concluyeron los autores de la evaluación.
En
ortografía, el desempeño de los estudiantes fue calificado
como incorrecto en el 9,6% de los casos, parcialmente
correcto en el 32,7% y correcto en el 57,7% (se
consideraban correctos todos los textos con menos de
una falta cada diez palabras). Es decir que, en comparación,
los evaluados se desempeñaron mejor en ortografía
que en lo que respecta a los signos de puntuación (sólo
el 9,2% los manejó correctamente) o a la capacidad de escribir
un texto plenamente coherente, objetivo que sólo el 11,9%
de los evaluados alcanzó.
Aguinis
dispara sobre educación de avanzada
El
atroz encanto de ser uruguayos
El
escritor y pensador argentino, Marcos Aguinis, reflexiona en su
último libro El atroz encanto de ser argentino, publicado
por editorial Planetaacerca de las causas profundas de la
actual crisis de su país.
Aguinis
se detiene en diversos aspectos de la realidad argentina. Y, en
muchos casos, sus agudas reflexiones se ajustan a la perfección
con lo que ocurre en Uruguay. Tal es el caso del capítulo
que dedica a analizar el deterioro del sistema educativo argentino.
Allí, entre otras variables, analiza el nefasto efecto del
auge de las teorías que suponen que los alumnos no deben
ser corregidos por sus maestros.
Dice
Aguinis:
En
las últimas décadas se expandieron, además,
tendencias o modas cáusticas como, por ejemplo, el desprecio
al contenido de la enseñanza. La transmisión del conocimiento
que se hacía con la guía del docente y el respaldo
del libro, ese amigo amado e infaltable pasó a las
sombras. Se proclamó que la enseñanza debía
estar centrada en el niño (frase bella pero ambigua).
En los hechos condujo a que en muchos casos fuesen los mismos alumnos
quienes decidían lo que se debía aprender, aunque
sólo estuviesen interesados en series de televisión.
Una
cosa es reconocer que el niño es sujeto de derecho y que
a menudo fue maltratado por ser niño y por ser pobre, y otra
muy distinta es sostener que la educación pasa por el aprendizaje
que los niños realizan por sí mismos. Este viraje
pretendía corregir errores y pecados, pero no trajo beneficios
a la educación. Si los niños se enseñan solos,
¿para qué los docentes? Pierden valor y hasta se consideran
superfluos.
También
se afirmó que, más importante que aprender matemáticas,
lengua, física y biología, era reconocer los sentimientos.
En lugar de absorber las experiencias sedimentadas por el hombre
durante siglos, se debían vivir las propias experiencias.
Si los maestros sabían algo que los alumnos ignoraban, mejor
lo callaban, porque los estudiantes llegarían a descubrirlo
por su dinámica autónoma. Y estarán libres
de conocimientos caducos, parásitos o inservibles. En algunos
establecimientos de vanguardia hasta se evitaba el término
maestro, reemplazado por el de facilitador.
Se
quería superar el viejo autoritarismo docente que existió
y existe, con su corte de arbitrariedades, injusticias y grotesco,
pasando al otro extremo, en el que ni siquiera se distinguen las
jerarquías. Era preciso que el maestro no fuese superior
al alumno, para que no afectara el desarrollo de la autoestima estudiantil.
No había un supuesto saber por parte de unos y una supuesta
ignorancia por parte de otros. No. La igualdad (mal entendida) debía
mantenerse a ultranza.
Por
cierto que esta metodología calzaba como un guante en los
alumnos con deficiencias escolares. No tenían que demostrar
sus progresos en ninguna materia. La evaluación no se centraba
en los logros académicos, sino en la socialización,
la solidaridad y una presunta seguridad interior
expresada por el desparpajo. Carol Innerst calificó al sistema
de locura metodológica.
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