Crónica
de un viaje al país de Sadam Hussein
El
cielo sobre Bagdad
Amaro
Gómez-Pablos, periodista de CNN con base en el Reino Unido,
recibió el encargo de viajar a Irak. Este es el relato de
su experiencia.
Amaro
Gómez-Pablos, El Comercio de Lima, Grupo de Diarios América
A última
hora, en Londres, doy con una guía turística de Irak.
Es la única en toda la tienda. Las razones son obvias. El
vendedor me mira con el rabillo del ojo, incrédulo, pero
no me pregunta nada, haciendo gala de su discreción inglesa.
El libro es de reciente edición, tiene un par de buenos datos
culturales y muchas advertencias: es recomendable viajar ligero
y sin bolsillos muy pesados.
Guillermo
Galdos camarógrafo, editor, productor y avezado compañero
peruano de viaje se ríe. Llevamos miles de dólares
con nosotros y 12 maletas a cuestas; nos faltan manos para un teléfono
vía satélite, luces, trípode, editora portátil,
decenas de cintas, baterías y toda la parafernalia que asombraría
a quienes piensan que en televisión el equipaje es proporcional
a la brevedad de los informes. Por cierto, la gran suma de dinero
es imprescindible para la oficina de CNN en Bagdad, en una nación
donde Visa y American Express no son todavía
salvoconductos. Cuestión de tiempo, profetiza la Casa Blanca.
Su inquilino ha sido muy explícito en señalar el nuevo
objetivo de su política: un cambio de régimen en Irak.
Cigarrillos
y más cigarrillos. Tenemos la impresión de que algo
de nicotina podría asfaltar nuestro viaje, agilizando relaciones
desde el cruce de la frontera en adelante. Nuestro plan es manejar
de Amman (Jordania) a Bagdad. Son 12 horas en auto por una carretera
que se ha convertido en la tráquea de Irak. La imposición
de draconianas sanciones ha asfixiado el país desde 1991
a tal grado que la mayoría de la población respira
gracias a una ruta por la que se trafica de todo. Y contrariamente
a nuestras suposiciones, la divisa más apreciada no es el
cigarro. Antibióticos, nos dice Ahmed. Medicinas
es lo que te pide el soldado raso o el civil en aduanas en los puestos
de frontera. Ahmed lo sabe. Lleva ocho años organizando los
convoyes de CNN hacia Bagdad. Por cierto, citando a un famoso periodista
inglés, nuestra guía advierte que el camino es el
más peligroso sobre la faz de la Tierra... pero no aclara
por qué. Quizá se deba a que 12 aviones estadounidenses
y británicos acaban de bombardearlo mientras sobrevolaban
la llamada zona de exclusión aérea. Su misión
es lanzar explosivos a instalaciones militares. Pero claro, no todas
las bombas dan en el blanco en maniobras militares que después
de diez años se han hecho rutina y que según
cálculos iraquíes han cobrado la vida de más
de 1.400 personas, en su mayoría civiles. Son los llamados
daños colaterales, poco publicitados en la prensa occidental,
pero conocidos por Ahmed, quien con una sonrisa nos despide diciendo
que le sobran motivos para no acompañarnos.
En
la puerta de Irak
Llegamos
a la frontera de noche, al cruce de Trebil. El convoy de camiones
es incesante, como plaga de orugas. Los que se dirigen a Jordania
llevan petróleo y los que van en dirección opuesta
transportan comida y medicinas. Food for oil program
se llama en inglés el esquema de sanciones que impone Naciones
Unidas limitando a cuotas la exportación de crudo iraquí
y racionando también sus importaciones. Pero al tiempo
que la ONU castiga, muchos de sus personeros son oportunistas sin
vergüenza, me diría días después
un indignado diplomático con años de servicio en Bagdad.
Los funcionarios extranjeros reciben una bonificación de
3.000 dólares por venir a vivir acá y cobran otros
7.000 al mes, mientras atienden a una población que sufre
por las mismas sanciones que ellos imponen y que ahora gana un promedio
de cinco dólares mensuales. Cuarenta veces menos de lo que
percibía un profesional iraquí en 1985. Si no fuera
por el peligro de una invasión, Bagdad sería un edén
financiero para algunos. Tres de los más altos representantes
de la ONU, sin embargo, han renunciado.
Denis
Halliday fue el primero. Puso fin a 34 años de servicio en
el organismo internacional, donde culminó exitosamente como
asistente del secretario general y jefe del Programa Humanitario
de Irak. ¿Por qué se fue? Se me instruyó
para implementar una política que equivale a genocidio, que
ha derivado en la muerte de más de un millón de individuos.
Todos sabemos que el régimen no está pagando el precio
de las sanciones económicas. Meses más tarde
renunciaría su sucesor, Hans Von Sponeck, y después
lo haría la directora del Programa de Alimentos para Irak,
la alemana Jutta Burghardt. Mientras unos dan por cerrada su carrera,
nosotros apenas comenzábamos la nuestra: 11 días en
Mesopotamia.
A
mí la guerra me viene muy bien, me dice Ahmed, mientras
maneja su camioneta a 180 kilómetros por hora, explicando
cómo hizo más de 400 trayectos para CNN (y un monto
equivalente en miles de dólares) mientras la capital era
bombardeada en 1991. Es poco profesional decir que no. Además,
si no lo hago, pierdo los clientes, dice. Bagdad le encanta
porque no hay chicas con sida. El país se esmera en mantenerse
hermético a la enfermedad, exigiendo un examen de sangre
a todo visitante. Hay sólo 30 o quizá 40 casos
en todo el país y esos no durarán mucho, porque a
los que están infectados los queman sin darles un tiro de
gracia, dice Ahmed. Es una inmunología curiosa que
otros han aplicado al ámbito político para impedir
cualquier pandemia subversiva. Los iraquíes solían
matar a sus líderes. Hoy su presidente los mata a ellos.
Desde que el socialista partido Baaz llegó al poder en 1968,
unos tres millones de ciudadanos han sido ejecutados. Muchos otros
han escapado. Un 15% de la población vive en el exilio, lejos
del alcance de Sadam, pero siempre en su mira. Dos de sus yernos
están en esa lista. Pinochet es un activista de los
derechos humanos en comparación, me dice un periodista
francés alojado en nuestro lugar de destino, el hotel Al
Rasheed.
Enemigo
al suelo
Para
conciliar el sueño hay que pisotear el rostro de George Bush
padre. El único acceso al hotel en Bagdad tiene un mosaico
con su cara en el piso, el cual es ineludible. Se obliga a todos
a una suerte de bautismo político-peatonal antiestadounidense
al taconear el lema que reza: Criminal internacional.
Elocuente bienvenida al Medio Oriente. Reaparecen rencores históricos
tras el nuevo ultimátum de otro George Bush, el junior, presidente
que ha prometido terminar con la labor inconclusa de su familia:
el destronamiento de Sadam. Para varios resulta casi imposible vislumbrar
una salida política a la crisis, porque Estados Unidos ha
pedido la renuncia del mismo régimen con el que negocia.
¿Cómo
vamos a llegar a un entendimiento si la premisa estadounidense es
que nos marchemos del poder?, me comenta un miembro de la
Cancillería iraquí.
Es
poco probable que Sadam abandone sus ocho palacios después
de vivir en ellos 22 años. Difícil es que se acoja
a un exilio voluntario en Rusia o Argelia. Lo cierto es que ante
la inminencia de una nueva guerra, la población parece entrampada
entre un líder que no los representa y una superpotencia
que no los valora. Y lo saben. Pero lo suyo, a ratos, parece resignación
histórica, una suerte de entrega a la contingencia mientras
se encomiendan a Dios. ¿Habrá paz? In-shallah,
se escucha decir a gente encogida de hombros en las calles a sabiendas
de que su destino es forjado por otros. No son ciudadanos. Son súbditos.
Cuando se pregunta sobre algunas obras en construcción, la
respuesta es que se trata de un regalo de Sadam al pueblo: carreteras,
hospitales, viviendas o monumentos.
Visitas
nocturnas
Cámaras
detrás de los espejos. Micrófonos en las esquinas
de nuestra habitación. El embajador de Venezuela se muestra
muy discreto al llegar a nuestro hotel en Bagdad. Se nos explica
que el único lugar donde uno se puede sincerar es en el auto.
El off the record abunda en las naciones con miedo.
A eso
de las cuatro de la madrugada me despierta la presencia de un hombre
sentado en la otra cama de mi habitación, mirándome
en silencio. ¿Qué hace aquí?, le
pregunto con los ojos entrecerrados. Sorry, sorry, es
la respuesta en letanía mientras se marcha, una respuesta
que también escucharía Guillermo el camarógrafo
peruano con la presencia misteriosa de otro room service no
deseado. Es como la Unión Soviética en sus peores
años, acota un colega.
Mi
impresión es que el gobierno se perfila como un régimen
neoestalinista en el mundo árabe. No hay siberias ni gulags,
pero sí abunda el desierto, la paranoia, el poder absoluto
y la depreciación de la vida bajo un mantra político
de grandeza que obliga a miles de iraquíes a marchar al frente
para ensanchar las fronteras que su jefe quiera ampliar. Un millón
de muertos en la guerra Irán-Irak. Otros 100.000 tras la
invasión de Kuwait.
Hace
un año, en las trincheras al norte de Kabul, en plena guerra
de Afganistán, un oficial de la Alianza del Norte me comentó
algo que nunca olvidaré: La política exterior
de Estados Unidos genera muchos Frankenstein, monstruos que tarde
o temprano se transforman contra su creador. En ese entonces
la conversación giraba en torno de Osama bin Laden, acérrimo
enemigo, por secular, del ahora también demonizado presidente
de Irak, a quien la Casa Blanca consideró en otros años
como uno de sus aliados más preciados.
Pretender
casar ahora a Bin Laden con Sadam por ser árabes y antiestadounidenses
es tan absurdo ideológicamente como el matrimonio político
de Pinochet y Fidel por contrariar a Estados Unidos y ser ambos
latinoamericanos. La corriente del wahabismo musulmán que
postula Bin Laden está proscrita en Irak y quien la profese
arriesga la vida, del mismo modo que Sadam ha sido declarado un
apóstata por los fanáticos de Al-Qaeda.
No
obstante, el líder iraquí es un musulmán devoto.
En el Museo de Bagdad hay un Corán escrito con la sangre
que donó al ritmo de medio litro anual durante tres años.
Monstruo
a la medida
A propósito
de Frankenstein, Sadam es tan estadounidense como la creación
de la Coca-Cola y el Oldsmobile, según el periodista
estadounidense William Rivers Pitt. De hecho, el líder iraquí
fue instrumental a los intereses energéticos de la superpotencia
cuando en 1979 sobrevino un cambio dramático en la región:
la caída del sha de Irán y el consecuente auge del
fundamentalismo, con el ayatollah Khomeni a la cabeza. En ese entonces,
el dictador se convirtió en el muro de contención
elegido para evitar la propagación de fanatismos religiosos
y teocracias difíciles.
La
ironía es que el mismo secretario de Defensa que hoy condena
a Sadam, en 1983 lo elogiaba. En diciembre de ese mismo año,
Donald Rumsfeld viajó a Bagdad para ofrecerle imágenes
vía satélite, helicópteros de combate, misiles
y según nuevas revelaciones de la revista Newsweek
bacterias y protozoos para desarrollar armas bacteriológicas
en su guerra contra Irán. El posterior uso de esas armas
contra tropas iraníes y la poblacion kurda no suscitó
gran molestia en el gobierno del presidente Ronald Reagan.
Kasem,
nuestro chofer iraquí, fue veterano de esas batallas. Una
esquirla le voló una oreja que le tuvieron que recoser. Podría
haber escogido una carrera artística, pero no soy ningún
Van Gogh, bromea. En el resto del cuerpo recibió otras
dos balas. De no haber sido evacuado por camaradas de armas
habría quedado como un queso suizo, acotan sus amigos.
Desde entonces se ha retraído del mundo militar y se declara
discretamente mudo cuando la discusión se torna política.
Pero es nuestro guía clave. A Kasem le gustan las canciones
de Shakira que salen en la radio FM pop que dirige Uday, primogénito
de Sadam, y, como las melodías, conoce también los
caprichos del régimen, empezando por el muy orwelliano Ministerio
de Información sin cuya venia no podemos hacer nada.
La
oficina de CNN y todas las otras grandes agencias de prensa cohabitan
con sus censores al compartir el edificio. La paradoja es que también
debemos pagar sus honorarios, desembolsando 150 dólares diarios
para ser supervisados. ¡Tengo el recibo! Y aunque los funcionarios
no revisan nuestros guiones ni reportajes, sí nos asignan
los llamados minders, tutores de la prensa que nos acompañan
y dicen dónde apuntar las cámaras.
El
nuestro tiene el mismo apellido de su presidente. A Hussein le encanta
Sevilla, las chicas morochas y el flamenco, aprendió a hablar
el español en Andalucía y es algo suelto de cuerpo.
Tiene colegas que hablan inglés, ruso, chino, francés
e italiano. Perdonen todos los inconvenientes, pero es mi
trabajo, nos diría al final de nuestra estadía,
consciente de nuestros reparos con la burocracia, una invención
iraquí que se remonta a los milenarios pueblos que habitaron
Babilonia y que Sadam ha resucitado junto a otras tradiciones: dictar
leyes como Hammurabi y vivir como Nabucodonosor.
Productor
precavido, Guillermo siempre tuvo bajo la manga el Plan B. Por ejemplo,
llevar cerveza en el auto para suavizar los ánimos y los
muchos temores de funcionarios que sólo siguen órdenes.
Y si las cosas se ponen más pesadas, echar mano de las pastillas
para dormir. El plan más radical consistía en dejar
a nuestro minder en estado de cansancio catatónico
para que ni soñase con censurarnos. Pero lo cierto es que
nunca fue necesario. Al salir a las calles de la capital con micrófono
en mano, mi primera pregunta sería mi primera sorpresa.
El
sentir de la calle
¿Qué
siente usted frente a la inminencia de una nueva guerra?, interpelaba
en los bazares de Bagdad. La respuesta casi siempre me era devuelta
con otra pregunta en tono de exclamación: ¿¡¿Nueva
guerra?!?, fruncía el ceño una señora.
Después me aclararía el punto. Para nosotros
la guerra no puede ser nueva porque seguimos en la misma desde 1991.
Los europeos y estadounidenses tienen la impresión de que
terminó pero para nosotros el conflicto ha continuado. Ellos
no saben que esta misma ciudad ha sido bombardeada cuatro veces
desde 1991. Ignoran las sanciones que castigan nuestras vidas.
Una opinión que sorprendentemente comparten muchos iraquíes,
ya sean simpatizantes o adversarios de Sadam. Algo que Guillermo
y yo constataríamos a lo largo de todo nuestro viaje.
¿A
qué se debe la amenaza de más bombardeos? Nafot,
nafot, es la palabra que se balbucea en las calles. Significa
petróleo. La fuente de su riqueza es también el grifo
de sus desdichas. Para muchos el magma negro en el subsuelo iraquí
es la verdadera arma de destrucción masiva. Solo Rusia, Francia
y China todos ellos con asiento en el Consejo de Seguridad
de la ONU tienen contratos de explotación del recurso.
Las grandes compañías de petróleo estadounidenses
o británicas no tienen participación alguna en el
desarrollo de las segundas mayores reservas de crudo en el mundo.
¡Irak es el gran premio!, me dice un entusiasta
Lowell Feld, analista de mercados energéticos para el Departamento
de Energía de Estados Unidos y el encargado de elaborar sus
proyectos. Hay decenas de compañías salivando
por una cuota de su mercado una vez que las sanciones económicas
se acaben. Pero con Sadam en el poder no veo posible la participación
de empresas estadounidenses, añade.
En
Bagdad desconocen la Doctrina Martini, el apodo que ha recibido
la política de Bush en círculos ingleses por su afecto
a la guerra en cualquier momento, en cualquier lugar y de
cualquier modo. Y porque al igual que a James Bond, a Bush,
en materia de relaciones internacionales, le gusta shaken,
not stirred. Una filosofía que al ser aplicada a Irak
hay quienes temen pueda revolver las estructuras de todo el Medio
Oriente con impredecibles consecuencias.
País
partido en tres
El
afán de una invasión no es democrático,
concluye Jamil, un musulmán chiíta que como tal representa
a la vasta mayoría de los iraquíes que accedería
al poder si llegasen a haber elecciones abiertas en el país.
Constituyen cerca del 70% de la población. El problema para
Estados Unidos es que los chiítas tienen muy fuertes lazos
de unión con otro país en la lista del Eje del Mal:
Irán. Religión y petróleo es una mezcla demasiado
volátil para la superpotencia, la que históricamente
ha favorecido a la minoría sunita que representa Sadam, enemigo
de las repúblicas islámicas. Y el gobierno de Turquía,
cuyas bases militares serían utilizadas en un eventual ataque,
no tiene interés alguno en que los kurdos el tercer
grupo étnico de Irak pero también parte importante
de la población turca puedan autodeterminarse.
El temor de algunos observadores internacionales y de la gente local
es que el país termine desgajado en tres: con kurdos en el
norte, sunitas en el centro y chiítas al sur.
¿Tiene
Sadam armas de destrucción masiva? Lo más probable
es que sí, aunque tanto el servicio de inteligencia de Estados
Unidos como el de Gran Bretaña adolezcan de buena evidencia
incriminatoria, según el estadounidense Scott Ritter, quien
durante siete años realizó inspecciones para las Naciones
Unidas en Irak. El ex oficial de inteligencia militar fue expulsado
del país en 1998, pero asegura que durante su gestión,
entre un 90 y 95% de las armas fueron destruidas. El restante
no necesariamente constituye un riesgo, dice. El gas sarín
o tabún que puede haber sido escondido tiene una vida útil
de cinco años, por lo que ya no sirve. El ántrax germina
en tres años. Con ello Ritter descarta como retórica
política las más recientes acusaciones contra
el régimen iraquí y aunque se opone a una guerra,
es partidario de que vuelvan los inspectores.
Chernobyl
iraquí
Kasim
Ahmal es un profesional de las armas, pero al igual que Ritter,
el coronel iraquí no quiere más guerra.
Nos
ha llevado hasta la frontera con Kuwait para ver un cementerio de
tanques, allí donde murieron miles de sus camaradas atrapados
en corazas metálicas mientras explosivos de uranio empobrecido
penetraban el blindaje de sus vehículos. Aquellos cuerpos,
aquellos gritos, se han desvanecido en el desierto.
Hoy
sólo se ve un campo con grandes cáscaras de acero,
las trompas oxidadas de los tanques.
Guillermo
y yo nos ponemos las máscaras
Hemos
sido advertidos de que el lugar es radiactivo, el llamado Chernobyl
de Irak por los restos de uranio aún presentes, 11 años
más tarde. Un polvo que el aire y rebaños de ovejas
han transportado a comunidades, invadiendo a la población
civil en tiempos de paz con cáncer, partos prematuros, irreconocibles
deformaciones congénitas y esterilidad.
La
misma secuela de padecimientos que paradójicamente sufren
muchos veteranos estadounidenses y británicos que tuvieron
el infortunio de encontrarse a contraviento cuando impactaban sus
proyectiles.
He
entrevistado a varios en el pasado, y lo curioso es que en su agonía
compartida han forjado lazos de hermandad con quienes antes eran
sus adversarios. El dolor une.
En
la majestuosidad de la pétrea ciudad de Ur, Dhief se declara
resquebrajado. Es el cuidador de la vieja urbe de los sumerios,
a unas seis horas al sur de Bagdad, allí donde nacieron la
escritura, la astrología, la matemática, el profeta
Abraham, la división del reloj en unidades de 60, el concepto
del cero y de donde proviene, también, el Dios del Viejo
Testamento. Guillermo y yo estamos anonadados. Los avatares de la
política internacional nos han llevado a la cuna de nuestra
civilización, en plena Mesopotamia. Subimos por las escaleras
del zigurat, una enorme pirámide con un templo en su vértice.
Desde
esas alturas se ven, a lo lejos, algunas bases militares iraquíes,
una que otra batería antiaérea, piezas de artillería
dispersas en el desierto.
Estamos
en el corazón de la zona de exclusión aérea,
en zona de combate, bajo cielos patrullados por cazabombarderos
de Estados Unidos y Gran Bretaña, cuyo zumbido se escucha
casi a diario.
No
deja de ser una ironía histórica que aviones de las
potencias occidentales bombardeen las mismas tierras que forjaron
su cultura hace 6.000 años.
Guillermo
guarda silencio. Yo también. Dhief, en tanto, sólo
mira el cielo... al igual que 22 millones de iraquíes. ©
El
Cáncer hace estragos en La niñez iraquí
Samia
Nakhoul, Reuters
Si
el presidente George W. Bush cree que los iraquíes recibirán
con brazos abiertos a sus tropas, podría llevarse de una
desagradable sorpresa.
No
importa cuánto miedo tengan para decir lo que piensan bajo
el despiadado gobierno de Sadam Hussein, sus sentimientos de profundo
odio hacia Bush son muy claros. Ellos perciben a Estados Unidos
como el responsable principal de las sanciones que han destruido
a su economía y sus vidas, alguna vez prósperas, y
lo acusan de causar la muerte de unos 1,6 millones de niños
y de la desnutrición y enfermedades de muchos más.
Los
iraquíes están enfurecidos por las privaciones que
padecen y por la humillación de haber regresado a una era
pre-industrial.
Esos
sentimientos son más evidentes en el hospital pediátrico
Mansour, donde numerosos niños mueren de cáncer, que
los médicos atribuyen a efectos de la guerra del Golfo de
1991.
¡Mire!
Estos son los niños de Irak, dijo Nouhad Abdel-Amir,
apuntando a la sala de pacientes de cáncer, repleta de niños
frágiles sin cabello, muchos inconscientes, y recibiendo
suero.
Nohuad
abrazaba a un bebé de un año cuyo brazo había
sido amputado para detener el avance del cáncer, a falta
de una inyección que los médicos dicen está
prohibida por el comité de sanciones de la ONU, el cual alega
que tiene un uso doble, o sea que también puede ser usada
en la esfera militar.
Esto
es lo que los estadounidenses nos hicieron. Este es el efecto de
todas las bombas que nos lanzaron. Está apareciendo ahora.
Es culpa de Estados Unidos que nuestros niños estén
muriendo, dijo Najate Salem, cuyo hijo, Mohammed, de 5 años,
tiene cáncer de estómago.
Investigaciones
médicas internacionales han reportado un dramático
incremento en los casos de cáncer, deformidades genéticas
y anormalidades en los niños iraquíes nacidos después
de 1991, especialmente en el sur, donde tropas estadounidenses y
británicas dispararon municiones con uranio empobrecido,
al igual que las fuerzas iraquíes expulsadas de Kuwait.
La
guerra del Golfo es el único indicador para el aumento del
cáncer en Irak. La tasa de cáncer ha aumentado cinco
o siete veces más que antes de 1991, dijo Louai
Latif Kasha, director del hospital Mansour, con capacidad para 300
personas. El médico dijo que los bombardeos estadounidenses
a plantas potabilizadoras, y el colapso de los sistema de salud
e higiene, así como el embargo, que ha dificultado la importación
de medicinas, han conducido a un drástico aumento en los
casos de cáncer entre los iraquíes, fundamentalmente
los niños.
Además,
la contaminación de la radiación de bombas de uranio
empobrecido por sí misma causa cáncer a las tiroides
y leucemia, dijo Kasha, quien recibió entrenamiento
en Londres.
En
el hospital Mansour, padres desesperados velan por sus hijos y esperan
un milagro. Sin éste, muchos morirán porque las medicinas
necesarias no están disponibles.
El
programa de petróleo por alimentos de la ONU incluye suministros
de ayuda humanitaria para aliviar el impacto de 12 años de
sanciones pero estos no cubren la enorme demanda.
Muchos
padres, originalmente de pobres provincias en el sur, han vendido
bienes y muebles de sus hogares para comprar los caros medicamentos.
Vendimos todo lo que teníamos para conseguirle la medicinas.
No nos queda nada, excepto nuestros colchones y él está
muriendo, dijo Camila Mohammed, cuyo hijo Ali, de 6 años,
tiene cáncer de riñón.
Durmiendo
en colchones desnudos y sucios en habitaciones malolientes, los
niños, sin cabellos, con sus rostros amarillentos y ojos
tristes escuchan a sus padres desatar toda la ira contra Estados
Unidos. Ruego a Dios que golpee muy fuerte a Estados Unidos
porque un golpe de Dios es mucho más fuerte que el de un
ser humano. Quiero que ellos sufran como nosotros estamos sufriendo.
Ellos son la razón de nuestra miseria, dijo Kazema
Tshaloub, de 30 años.
Odien
o amen a Hussein, su ira estaba dirigida fundamentalmente contra
Washington. Muchos de ellos, provenientes de áreas que presenciaron
una insurrección contra Hussein tras la guerra del Golfo,
desconfían de las declaradas intenciones de Bush de poner
fin a los 23 años de gobierno de Hussein. Y recuerdan que
el padre de Bush, el ex presidente George Bush, alentó a
los chiítas en el sur y a los kurdos en el norte a rebelarse
contra Sadam tras la guerra del Golfo, pero hizo poco por ayudarlos.
Bush
aún quiere hacernos más daño, dijo otra
madre, Ghaziya Rasheed. ¿Qué más quiere?
¿Hay algo que no haya hecho? ¿Toda la destrucción,
las sanciones y enfermedades no son suficientes? ¿Qué
le hemos hecho? No le hemos hecho daño ni lo hemos atacado.
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