LA
"OPERACION URUGUAY UNO" Y SU DISCUTIDO LEGADO
El
futuro pasado
Hace
40 años hombres de todos los partidos se atrevieron a pensar
un Uruguay distinto. En medio de la crisis de hoy, algunos intentan
rescatar aquella experiencia.
ANDREA
TUTTÉ
HACE
CUATRO DÉCADAS, un grupo de académicos, funcionarios
públicos, técnicos nacionales y extranjeros y estudiantes
universitarios aunó esfuerzos para pensar en el futuro y
tratar de torcer el rumbo de un Uruguay en crisis.
Convocados
por el gobierno a integrar la Comisión de Inversiones y Desarrollo
Económico (CIDE), más de 300 hombres y mujeres de
distintas tendencias políticas, uruguayos e invitados de
otros países, trabajaron juntos durante años. Su primera
tarea fue diagnosticar un país que se conocía poco
y mal: el censo más reciente databa de 1908 y las cuentas
nacionales, necesarias para algo tan básico como saber si
crecía o no el Producto Bruto Interno, todavía no
se llevaban.
Pero
el objetivo de la CIDE iba mucho más allá. El decreto
de su creación, el 27 de enero de 1960, le encomendaba "formular
planes orgánicos de desarrollo económico, proyectar
y buscar su financiación interna y externa, coordinar toda
labor tendiente a aumentar la productividad nacional y vigilar la
puesta en práctica de los planes que se aprueben".
En
1965, la CIDE presentó su Plan Nacional de Desarrollo Económico
y Social, una monumental obra de seis volúmenes y 11 kilos
de peso. Pero si bien varias de sus propuestas llegaron a aplicarse
con el correr de los años, este plan nunca se implementó
en su totalidad y coordinadamente, como recomendaban sus autores.
Para muchos de ellos, esto supuso una profunda frustración.
La
crisis se profundizó, la convulsión política
y social opacó el espíritu de entendimiento que había
caracterizado a la CIDE, y la experiencia pasó a ser recordada
como un fracaso, una buena idea desperdiciada.
Con
la perspectiva que dan los 40 años transcurridos, sin embargo,
hay quienes han comenzado a rescatar los aspectos positivos de aquel
intento por pensar el país a largo plazo y entre todos. En
abril, el ex presidente Luis A. Lacalle propuso inspirarse en la
CIDE para crear un ámbito de discusión, "un remanso
al costado de nuestras disputas" para buscar acuerdos en temas
como "el sistema impositivo, la calidad de la educación
y las empresas públicas".
En
setiembre el ministro de Industria, Sergio Abreu, creó la
Comisión para el Desarrollo, la Inversión y la Competitividad
integrada por académicos y empresarios de distintos sectores
y tendencias.
Simultáneamente,
el politólogo Adolfo Garcé presentó un libro
que refuta la "leyenda negra" de la CIDE. El autor de
Ideas y competencia política en Uruguay. Revisando el "fracaso"
de la CIDE cree que esta "fue, mirada a la distancia, una experiencia
exitosa, fecunda para el país, que hoy ha ganado actualidad
por una nueva crisis de gravedad inusitada. Y es de gente razonable,
en tiempos difíciles, aprender de la experiencia".
A
planificar
En
1960, cuando se creó la CIDE, hacía ya varios años
que la economía uruguaya venía dando señales
de deterioro. La inflación --que llegó al 48,7% en
1959-- y el desempleo en aumento eran las manifestaciones más
visibles de un estancamiento productivo que se arrastraba desde
la primera mitad de la década del 50.
La
caída en los precios internacionales de las exportaciones
agropecuarias complicaba la situación aún más:
la producción del país no sólo no aumentaba
en volumen, sino que cada vez valía menos.
La
llegada del Partido Nacional al gobierno en 1959 --por primera vez
en casi un siglo-- no detuvo la crisis a pesar de los cambios en
la orientación económica, que intentó revertir
el intervencionismo batllista.
Hasta
entonces regía un sistema de cambios múltiples que
protegía a la industria: los exportadores agropecuarios debían
venderle sus dólares al Estado, a un precio mucho más
barato que el del mercado libre, y el Estado a su vez los vendía
más baratos aún a los industriales que importaban
insumos, para mantener artificialmente bajo el costo de las manufacturas.
Pero a fines de 1959, el nuevo ministro de Economía (entonces
de Hacienda), Juan Eduardo Azzini, liberó el tipo de cambio
oficial y el dólar trepó de 4 a 11 pesos.
En
su libro, Garcé señala como "una paradoja interesante"
que la CIDE fuese "un organismo planificador inventado por
Azzini, uno de los más conspicuos impulsores del giro hacia
el mercado de la economía uruguaya". Es que ambas cosas
no eran contradictorias en aquella época, en que la planificación
"indicativa" --por oposición a la "imperativa"
propia de los regímenes comunistas-- se aplicaba en varios
países europeos.
La
planificación recibía además el impulso adicional
de Estados Unidos, gobernado por John F. Kennedy, que había
creado la Alianza para el Progreso para apoyar a los países
latinoamericanos que elaborasen "programas nacionales de desarrollo
económico y social".
El
17 de agosto, representantes de todos los países de la OEA
menos Cuba suscribieron la Carta de Punta del Este, en la que adherían
a los postulados de la Alianza para el Progreso. El acuerdo incluía
la asistencia de técnicos de la OEA, el Banco Interamericano
de Desarrollo y la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (Cepal).
"Todos
dijeron: 'vamos a planificar': había una posición
favorable a la planificación porque era útil, tenía
el apoyo de Estados Unidos, había dinero para recibir en
préstamo", recordó el contador Mario Bucheli,
que como integrante de la CIDE viajó a Francia a aprender
las técnicas de planificación que se aplicaban allí
desde la posguerra. "Pero para que la planificación
funcione bien, es necesario que haya, además, voluntad de
aplicar los planes que se hacen".
Ambito
pluralista
Uruguay
fue el primer país latinoamericano que solicitó apoyo
técnico en la elaboración de su plan de desarrollo.
El proyecto, que los organismos internacionales llamaron "Operación
Uruguay Uno", comenzó en 1962. Ese año se amplió
la CIDE --que hasta entonces sólo estaba integrada por representantes
de distintos ministerios-- y se creó el secretariado técnico
de la CIDE, dirigido por Enrique Iglesias. En ese entonces, Iglesias
era docente de la Facultad de Ciencias Económicas e insistió
en incorporarse al proyecto como tal y no como funcionario del Ministerio
de Hacienda.
"Para
Iglesias, participar en la CIDE como universitario implicaba enviar
a todas las partes involucradas un mensaje muy importante: los planes
que se realizarían no iban a ser patrimonio del gobierno
sino del país", escribió Garcé.
Con
esto en mente, Iglesias generó un ámbito de trabajo
pluralista que reunió, por ejemplo, a un amplio espectro
de economistas: desde los más liberales como Alejandro Vegh
Villegas hasta izquierdistas como Alberto Couriel y Danilo Astori,
que eran estudiantes avanzados al momento de incorporarse a la CIDE.
En el grupo asesor del Sector Programación General participaron,
junto a empresarios, sindicalistas como José D'Elía
y Héctor Rodríguez.
Esto
no significó que la izquierda uruguaya apoyara unánimemente
el proyecto. El dirigente comunista Rodney Arismendi consideraba
la Alianza para el Progreso "una utopía decadente, un
vulgar sueño entreguista (...) una empresa de soborno para
las clases dominantes de América Latina". Y el socialista
Vivian Trías afirmó que la Alianza para el Progreso
"alienta el imperialismo de siempre".
Pero
esto no impidió que muchos universitarios que no adherían
a los partidos tradicionales se plegaran con entusiasmo a una iniciativa
que Iglesias dice que fue "joven, participativa y optimista".
Para
Celia Barbato, una economista que acababa de recibirse cuando Iglesias
la convocó a integrar la CIDE en 1962, "hubo mucha gente
muy lúcida, que vio esto como la oportunidad de hacer un
aporte al país. No hacía falta renunciar a ningún
principio ni a ninguna idea, había que ayudar", afirmó.
"Además, Kennedy era una figura bastante respetada intelectualmente,
y Estados Unidos iba a dar los préstamos pero le permitía
a los países decidir cómo usarlos. No era como hoy".
Una
de las primeras tareas de la CIDE fue tratar de subsanar lo más
rápido posible las graves carencias en materia de información
estadística. "La mecánica de trabajo era impresionante.
En mi casa decían que era la única oficina que trabajaba
el 1° de mayo", recordó Barbato. "Para armar
las cuentas nacionales había que calcular los insumos agropecuarios
desde cero, y eso implicó visitar a cada barraca, cada vendedor
de fertilizantes y semillas, uno por uno, para averiguar los datos
y pasárselos al Banco República".
También
se impuso como evidente la necesidad de realizar un censo, aunque
eso recién fue posible en 1963, y los datos se precisaban
antes. En la presentación del libro de Garcé, Iglesias
recordó que se pidió ayuda al entonces Instituto de
Demografía para elaborar "unas proyecciones que, por
milagro, tuvieron apenas una diferencia de 15.000 personas con el
censo que se hizo luego. Eso nos dio una gran credibilidad".
El
hoy presidente del Banco Interamericano de Desarrollo recordó
también que "había una gran movilización,
porque sentíamos que había que llegarle a la gente:
recorríamos todo el país y teníamos unas aburridísimas
sesiones que emitía Canal 5, horrorosas, que duraban dos
horas. Después de eso, la gente dormía bárbaro".
El
diagnóstico
La
primera etapa del trabajo de la CIDE se vio plasmada en el Estudio
Económico del Uruguay, publicado en 1963: un inventario de
problemas y "trabas estructurales" que había que
eliminar para retomar el camino del desarrollo.
Este
diagnóstico atribuyó el estancamiento en el agro a
que el atraso tecnológico y el latifundismo impedían
extraer todo el potencial de la tierra. La insuficiente producción,
combinada con los precios internacionales cada vez más bajos,
le reportaba al país cada vez menos divisas (como hoy, la
llegada de capitales externos era mínima y la obtención
de moneda fuerte dependía casi exclusivamente de las exportaciones).
Esto,
a su vez, provocaba un estancamiento de la industria, que dependía
de las divisas para importar insumos que no se producían
en el país. Además, esta dependencia aumentaba los
costos de la industria local y le restaba competitividad, impidiéndole
importar, por lo que quedaba confinada a un mercado interno que
por su pequeñez se saturaba rápidamente.
Estos
problemas se traducían en una caída del PBI per capita,
falta de ahorro e inversión, mayor endeudamiento --la deuda
externa entre 1958 y 1962 pasó de 221 a 433 millones de dólares--
y aumento del desempleo, que el Estado intentó contrarrestar
absorbiendo un alto porcentaje de trabajadores. Entre 1955 y 1961
el número de empleos público aumentó en 27.300,
la mitad de todos los empleos creados en ese período.
Pero
el síntoma más grave y más urgente de la crisis
era la inflación. La CIDE atribuyó sus causas a una
combinación de factores, entre ellos las devaluaciones y
las presiones de distintos grupos sociales (trabajadores, empresarios,
productores rurales) para mantener su nivel de ingresos, retroalimentando
un mecanismo perverso de alza de precios y salarios.
En
1964, un decreto del gobierno blanco electo en 1962 encomendó
a la CIDE un plan de desarrollo, que fue presentado finalmente en
1965 y debía aplicarse durante diez años, hasta 1974.
Se
trataba más bien de tres planes en uno: además del
plan global había uno para aplicar rápidamente, cuyo
objetivo era frenar la inflación a través de una "concertación
social" entre empresarios y trabajadores y otro para realizar
en tres años las reformas institucionales y estructurales
necesarias para instrumentar el resto.
Las
propuestas de la CIDE
"Si
algún mérito aspira a lograr este plan es el de haber
sido una primera tentativa integral de pensar al país en
su futuro económico y social como un todo y para responder
a las aspiraciones de su comunidad y considerando su potencial productivo",
señalaba el prólogo escrito por Iglesias al Plan Nacional
de Desarrollo Económico y Social.
A continuación,
Iglesias manifestaba "la convicción de que el país
sólo encontrará soluciones alrededor de su propio
esfuerzo y que para ello se requiere inesquivablemente la realización
de reformas fundamentales". Y prevenía: "si este
esfuerzo no se realizara, el país pondría en peligro
la conservación de sus actuales conquistas sociales, orgullo
de toda una generación".
El
proyecto no dejaba área sin tratar. Proponía reformas
de todo tipo: agraria, tributaria, administrativa, financiera, del
comercio exterior y de la seguridad social, aunque en este último
caso, más que un programa completo, se esbozaban algunas
ideas básicas para prevenir el colapso del sistema, como
aumentar la edad mínima jubilatoria o apostar a una combinación
de aportes previsionales y "ahorro propio" del trabajador.
Además,
se fijaban directivas en materia de política industrial,
educativa, turística, de vivienda, de salud, de transporte,
de agua y saneamiento...
Y aunque
no en todas las áreas se alcanzó la misma profundidad,
el grado de detallismo del plan resulta por momentos abrumador.
Por ejemplo, al ver la planilla de "principales metas físicas
de producción", donde se fijan objetivos en toneladas
de carne, lana, trigo o cemento, en cantidad de vagones de tren
o teléfonos instalados o en kilómetros de carreteras
pavimentadas --diferenciando entre pavimentos de calidad superior,
media o inferior.
En
líneas generales, el plan preveía un crecimiento anual
del 5,2% para eliminar el desempleo, ampliar la capacidad de consumo
y absorber el aumento de la población sin que se deteriorasen
los ingresos.
Este
crecimiento sólo podría alcanzarse con un gran incremento
de las exportaciones, para lo cual era crucial aumentar la producción
agropecuaria. En el caso de la industria debería aplicarse
un proteccionismo selectivo --especialmente a las industrias de
exportación--mediante créditos y exoneraciones tributarias,
pero sin "proteger de ninguna manera la ineficiencia".
Como
el plan dependía fuertemente del crecimiento del agro, la
reforma agraria era una pieza clave. Se proponía expropiar
los latifundios, fijar límites máximos de tenencia
y crear impuestos a la baja productividad y a la acumulación
de tierras. Así, se estimaba, los productores preferirían
ampliar su producción mediante la introducción de
nuevas tecnologías, en lugar de agrandar sus predios.
Años
después, ya como investigadores del Instituto de Economía,
Barbato y sus antiguos compañeros volvieron a examinar la
cuestión del estancamiento productivo en el agro y llegaron
a la conclusión de que había factores que incidían
más que la estructura de la propiedad: "nos dimos cuenta
de que el problema era otro; no había rentabilidad ni para
los latifundios ni para los predios de tamaño adecuado".
Esto significa que, de haberse aplicado, la reforma agraria de la
CIDE "habría tenido problemas para incentivar la adopción
de tecnología, como era su propósito, ya que era más
rentable comprar una hectárea más de tierra que invertir
en tecnificarse".
La
creación de una oficina de planeamiento en el Ministerio
de Ganadería y la aprobación de varias leyes de promoción
--de semillas, fertilizantes, forestación, etc.-- complementaban
el proyecto.
En
otras áreas, el Plan de Desarrollo proponía crear
el Banco Central y un banco de fomento, simplificar el régimen
tributario (en 1963 había más de 160 impuestos) y
fortalecer el impuesto a la renta que había creado Azzini.
Todo
esto, se decía, debería acompañarse por una
reforma de la administración pública. Se proponía
crear una oficina de planeamiento y crear la carrera de servicio
civil. Se aconsejaba crear un ministerio de transporte y comunicaciones
y otro de vivienda y urbanismo, direcciones de planeamiento territorial
y de turismo, un instituto de comercio exterior y una nueva empresa
pública, Antel.
A propósito
de los entes, el plan proponía "limitar las funciones
ejecutivas de los directores políticos" y renovar sólo
parcialmente los directorios a comienzo de cada nuevo mandato, "para
evitar los bruscos cambios de orientación".
Los
autores del proyecto señalaron que las reformas debían
ser "convergentes" y "simultáneas", y
advertía: "Su aplicación parcial o por partes
sólo podría conducir a debilitar su éxito o
a poner en peligro las reformas o los programas aisladamente encarados".
"Planificación
decorativa"
Pero
el plan fue aprovechado fragmentaria y desordenadamente. "Se
aplicaron algunas cosas, sí, es cierto, pero se perdió
la oportunidad de dar un golpe de timón en un momento fundamental
para el país", afirmó Azzini.
Algunos
de los aspectos más importantes no llegaron a aplicarse nunca,
como la reforma agraria, que no prosperó a pesar de los esfuerzos
de Wilson Ferreira, entonces ministro de Ganadería.
El
proyecto de reforma agraria fue remitido a la Cámara de Diputados
y nunca salió de allí. Barbato recuerda que, durante
1966, se le encomendó visitar la comisión encargada
de estudiarlo. "Todos los lunes, puntualmente, a las cinco
de la tarde, yo me iba para la comisión y me encontraba con
que sólo estaba su presidente, Aquiles Lanza. Tomábamos
un café, charlábamos... nunca vino nadie".
En
retrospectiva, los analistas creen que el proyecto de la CIDE no
fue aplicado en su conjunto debido a la falta de "voluntad
política" y la oposición de diversos grupos de
presión.
"El
plan, excesivamente tecnocrático, no señaló
mecanismos para neutralizar la acción de grupos de intereses
opuestos a las reformas que propugnaba", escribieron Carlos
Zubillaga y Romeo Pérez en 1983. "Lo cierto fue que
careció de la debida instrumentación, poniendo de
manifiesto el divorcio entre la planificación económica
y la voluntad política de efectivizarla".
Más
lapidario, el historiador británico Henry Finch sostiene
que "los partidos políticos no tenían ninguna
intención de poner en práctica el plan y sus reformas.
De haberlo hecho, hubiesen actuado en contra de los intereses de
las burocracias que constituían su clientela y también
del sector privado en general, especialmente del sector terrateniente
y del sistema comercial y financiero".
Para
Mario Bucheli, el problema fue que el proyecto era de todos y de
nadie al mismo tiempo: los colorados --que ganaron las elecciones
en 1966-- lo veían como el plan de los blancos, y los blancos
como el plan de la Universidad.
"En
su elaboración participaron técnicos de todas las
extracciones políticas, lo que me parece bien; pero en un
país democrático los que gobiernan son los partidos,
y son ellos los que tienen que elaborar sus planes, estar convencidos
y llevarlos a la práctica", afirmó Bucheli. "Porque
en algunos temas era difícil estar todos de acuerdo. En economía
¿cuál es el interés nacional? ¿El de
los industriales? ¿El de los exportadores? No es fácil".
De
todos modos, el de Uruguay no fue un caso aislado en América
Latina. Bucheli bromea al respecto: "En una época se
decía que había tres tipos de planificación:
la imperativa, que era la comunista, la indicativa, que era la europea,
y la decorativa, que era la de América Latina; se hicieron
planes muy lindos pero nadie los aplicó".
El
"espíritu"
Para
Garcé, "la CIDE se consideró un fracaso porque,
según la visión de los protagonistas, ese era el resultado
si no se hacía todo el plan".
"Pero
esa era una concepción exagerada de lo que realmente se podía
hacer. Lo normal en sociedades democráticas es que el trámite
político sea muy lento, complejo, negociado", sostiene
el politólogo. "Y es normal que entre lo que dicen los
técnicos y lo que deciden los políticos haya transformaciones
sustantivas, porque ellos van a examinar las propuestas desde el
ángulo de sus ideologías, de su cálculo político.
Los políticos hicieron eso, examinaron una a una las distintas
piezas del plan y las fueron incorporando, algunas de ellas en plazos
muy extensos. Entonces buena parte de los planificadores consideraron
que el plan había fracasado".
Garcé
señala que muchos de los aspectos del proyecto impregnaron
profundamente los programas de los partidos, aunque cada uno hizo
énfasis en el aspecto que le resultaba más atractivo:
Ferreira Aldunate, por ejemplo, se comprometió con la reforma
agraria, y la Lista 15 tomó la bandera de la reforma administrativa.
Muchas
de las propuestas de la CIDE se concretaron. La reforma constitucional
de 1967 --que volvió al régimen presidencialista tras
15 años de colegiado--creó el Banco Central, la Oficina
del Servicio Civil y la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, que
en cierta forma fue la institucionalización de la CIDE.
Si
bien no hubo reforma agraria, en 1967 se creó una versión
modificada del impuesto a la baja productividad y acumulación
de tierras y en 1968 se aprobaron cuatro de las siete leyes de promoción
agropecuaria promovidas por la CIDE.
Ese
año también se aprobó el Plan Nacional de Vivienda,
y en 1973 se hizo una ley de educación que incorporaba muchas
de las propuestas. A partir de 1966 se aprobaron varias de las leyes
propuestas para la industria, y en 1974 se aprobó la Ley
de Promoción Industrial destinada a la promoción selectiva
de la industria manufacturera de exportación.
Además,
"otro de los aprendizajes que deja la CIDE es que cuando un
tema está demasiado politizado la manera de despolitizarlo
es discutirlo en un ámbito técnico. Por ejemplo, Uruguay
precisaba un Banco Central pero esa era una propuesta indefendible
para los colorados, porque era una idea ruralista", explicó
Garcé. "¿Cuándo y cómo fue que
pudieron cambiar el discurso, y entonces el BCU se aprobó?
Cuando durante tres años la CIDE, en un ambiente técnico,
con expertos extranjeros, despolitizó la idea del Banco Central".
Pero
más allá de la adopción de sus propuestas,
lo que Garcé rescata --y también muchos de los protagonistas--
es el "espíritu" de la CIDE: "encontrarse,
charlar, aprender de la experiencia de otros países, que
mucha gente de distintos partidos se encuentre sin exclusiones,
aportar a la gente joven... ese es el espíritu de la CIDE",
afirmó el politólogo.
Para
Barbato, "lo que dejó la CIDE fue un país acostumbrado
a conocerse a sí mismo, logró hacer entender lo que
pasaba en Uruguay. Y el trabajo conjunto entre gente del gobierno
y la Universidad fue algo inédito, que ojalá se repitiera".
Iglesias
cree que eso es lo que hoy hace falta. "El diálogo sigue
siendo muy, muy significativo en este momento. El país atraviesa
una de las crisis más profundas de su historia: todo un desafío
a los políticos, a los líderes privados, a la sociedad
civil, al país todo", dijo durante la presentación
del libro de Garcé. "Nosotros podemos salir. Lo primero
que debemos tener es la conciencia de que el diálogo es un
gran instrumento para ello. Y si realmente en eso se concentrara
la lección que hace 40 años pusimos en la CIDE, creo
que habríamos hecho a la distancia una gran contribución".
*
CRONOLOGIA
El Uruguay de la CIDE
1958
30/11- El Partido Nacional gana las elecciones con una alianza entre
el Herrerismo y el Ruralismo de Benito Nardone.
Inflación
anual: 20%
Cotización
del dólar: 3,01 pesos
1959
1/3- Asume el tercer Consejo Nacional de Gobierno.
8/4-
Muere Luis Alberto de Herrera.
17/12-
Una reforma cambiaria y monetaria unifica el tipo de cambio, devalúa,
elimina subsidios e implanta la libre importación.
Inflación
anual: 49%.
Cotización
del dólar: 3,58 pesos.
1960
27/1- Decreto de creación de la CIDE.
Setiembre-
Primera carta de intención con el FMI.
Inflación
anual: 36%
Cotización
del dólar: 11,30
1961
17/8- Lanzamiento de la Alianza para el Progreso.
Inflación
anual: 10%.
Cotización
del dólar: 11,01 pesos.
1962
9/2- Uruguay acuerda con la OEA, el BID y la Cepal el envío
de técnicos extranjeros. Se crea el secretariado técnico
de la CIDE.
25/11-
La Unión Blanca Demócrata gana las elecciones.
Inflación
anual: 11%.
Cotización
del dólar: 10,98.
1963
1/3- Asume el cuarto Consejo Nacional de Gobierno.
Febrero-
Empresarios crean la Comisión Coordinadora del Desarrollo
Económico, como contrapartida privada a la CIDE.
Julio-
Primera misión refinanciadora de la deuda externa.
Octubre-
Un censo constata que Uruguay tiene 2.595.600 habitantes.
Inflación
anual: 44%.
Cotización
del dólar: 14,30 pesos.
1964
15/7- Muere Luis Batlle Berres
Inflación
anual: 35%.
Cotización
del dólar: 16,64 pesos.
1965
Abril- Quiebra el banco Transatlántico y se desata una crisis
bancaria que causa la bancarrota de otras 13 instituciones.
27/10-
La CIDE entrega el Plan Nacional de Desarrollo al gobierno.
Inflación
anual: 88%.
Cotización
del dólar: 30,76 pesos.
1966
27/11- Reforma constitucional para volver al presidencialismo; el
colorado Oscar Gestido gana las elecciones.
22/12-
Primer enfrentamiento armado entre la Policía y los tupamaros.
Inflación
anual: 49%.
Cotización
del dólar: 64,49 pesos.
1967
1/3- Oscar Gestido asume la presidencia.
16/5-
Comienza a funcionar el Banco Central.
6/11-
Fuerte devaluación: el dólar pasa de 99 a 200 pesos.
Octubre-
A raíz de la implantación de medidas prontas de seguridad
renuncian cuatro ministros.
6/12-
Muere Gestido. Jorge Pacheco Areco asume la presidencia.
12/12-
Decreto de disolución del Partido Socialista y otras agrupaciones
de izquierda. Clausura de los diarios Epoca y Sol
Inflación
anual:135,9%.
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