Publicada
el sábado 19 de enero en la suplemento QUE PASA
Todos
contra todos
Insultos,
piñazos y hasta homicidios. Es el pan de cada día
en el tránsito capitalino.
VIRGINIA
ARLINGTON
EN
PRINCIPIO, el fenómeno es propio de todas las grandes ciudades.
Un simple roce o una disputa por un lugar para estacionar, provoca
que gente que se considera muy normal comience a insultar a voz
en cuello, realice gestos obscenos y hasta se baje del auto empuñando
un arma de fuego. Pero Montevideo puede lucir, sin dudas, el dudoso
orgullo de ser una de las ciudades donde esta conducta se aprecia
con mayor frecuencia y virulencia.
Adictos
a bautizar las nuevas tendencias, los estadounidenses ya encontraron
una terminología para este fenómeno mundial: road
rage, ("furia de la ruta"). Considerando que en Estados
Unidos, la furia en cuestión provoca 1.500 muertes anuales,
algunos psiquiatras ya están pensando en incluir ese comportamiento
en la Clasificación Internacional de Enfermedades Mentales.
El
28 de noviembre la revista brasileña Veja propuso un ejercicio.
Si el lector contesta que sí a por lo menos dos de las siguientes
preguntas, sería aconsejable que fuera buscando ayuda porque
es un serio candidato a sufrir y a hacer sufrir este trastorno.
1)
¿Ya persiguió a otro auto en el tránsito después
de haber sido blanco de una agresión?
2)
¿Chocó a otro auto a propósito?
3)
¿Descendió de su coche para pelear en el medio de
la calle?
4)
¿Se considera capaz de realizar alguna de estas barbaridades?
Fuerza
Tomás
Si
en este momento Tomás Ruiz Díaz pudiera leer, contestaría
afirmativamente a la pregunta tres. Eso fue lo que lo condujo directamente
al CTI de Impasa, con perforaciones de bala en su intestino, en
la aorta y en las venas cava e ilíaca. Allí estuvo
un mes y medio. Hoy continúa internado y aun no se sabe si
le quedarán secuelas de la agresión que sufrió.
Según sus amigos, que lo visitan a diario, en las ocasiones
en que se ha referido al tema, el joven estudiante lamenta haber
salido de su auto para discutir por un problema de tránsito.
Todo
ocurrió el 14 de noviembre, en bulevar España y Joaquín
de Salterain. Allí, Elbio Caballero, un taxista de 64 años,
encerró al auto de Ruiz Díaz y ambos pararon su marcha
para discutir. El joven bajó de su vehículo y se acercó
a Caballero que, sorpresivamente, le apuntó con su revólver
y disparó tres veces. El agresor tenía antecedentes
penales y fue procesado por intento de homicidio.
Durante
las dos semanas siguientes, un mensaje apareció en las casillas
de correo electrónico de cientos de uruguayos. "Cuando
un joven de 24 años se debate entre la vida y la muerte o
la parálisis total, con tres balazos a quemarropa a manos
de un taxista con antecedentes penales, armado con un calibre 32,
¿usted qué va a hacer? ¿Pedir mampara contra
ellos? Hagamos la prueba. Déjelos un día para empezar
sin trabajar. No a la prepotencia de los taxistas. No a la rosca
tachera. El 28, miércoles 28, no tome taxis. Difúndalo".
La
huelga de usuarios, convocada por los amigos de Ruiz Dìaz,
no tuvo demasiado éxito, según declaró Oscar
Dourado, presidente del Centro de Propietarios de Automóviles
con Taxímetro. Pero, aunque rechazaron el paro, alguno taxistas
se solidarizaron con el herido y colocaron en sus coches una calcomanía
que dice: "Fuerza Tomás".
El
caso de Ruiz Díaz representa la última escala en la
variada gama de conductas violentas que exhiben los conductores
y peatones uruguayos. Así lo afirmó Rodolfo Vázquez,
médico accidentólogo y profesor del Departamento de
medicina preventiva y social de la Facultad de Medicina. "Aquí
el road rage es contínuo, el tránsito es caótico
y violento. Esto lo perciben mucho más quienes vienen de
afuera. Los expertos en tránsito que nos han visitado quedan
asombrados. Comentan que los montevideanos tienen una tendencia
a no ver lo que hay a su alrededor, se concentran sólo en
su vehículo. Recuerdo a un español que catalogó
a los conductores uruguayos como verdaderos autistas".
Las
seis íes
Hay
quienes aseguran que el tránsito constituye una de las vías
de escape a las frustraciones del hombre, sobre todo del uruguayo,
un ser que tolera con mansedumbre hacer largas colas para pagar
impuestos, esperar horas frente a un mostrador mientras la o el
funcionario de turno toma un tecito o comerse un churrasco tipo
suela de zapato cuando lo pidió bien jugoso y, encima, agradecerle
al mozo.
Ahora
bien, cuando se sube al auto, la revancha es feroz. "Hay personas
que tienen mucha inhibición en la vida cotidiana, yo lo veo
mucho en las colas", explicó Ileana Poloni, psicóloga
y directora del Centro de Estudio del Tránsito del Uruguay
(Cetu). "Cuando alguien se cuela, nadie dice nada, se aguanta
y que pase el que sigue. Eso es típico de los uruguayos.
Es el característico 'bueno, dejá, callate, no hagas
lío'. Entonces todas esas postergaciones se canalizan a través
del auto. Lo que el individuo no hizo ni dijo en su momento, lo
va a hacer en el tránsito".
Lo
que todos los especialistas señalan, es que cuando las personas
se ubican detrás del volante, asumen el tamaño y la
potencia del auto. Sería imposible manejar si no se adoptan
como propias las dimensiones del vehículo. Pero cuando el
proceso se exagera, comienzan los problemas. Sobre todo cuando el
contexto también es de creciente violencia y los ideales
de vida pasan por arriesgarse. "El auto funciona entonces como
una coraza protectora que brinda anonimato frente al otro, que es
vivido como un rival. Hay que pasarlo, ganarle en ese camino hacia
el éxito. Un éxito que debe ser ya. La publicidad
que dice: 'si no corrés perdés'. También el
riesgo es un ideal: 'el que no arriesga no gana'. Y precisamente
las normas del tránsito implican bajar la velocidad. Esas
dos tendencias están en constante contradicción",
apuntó la socióloga Mabela Ruiz Barbot. Su colega
Andrea Gamarra y el psicólogo Fernando Barrios coincidieron
con su análisis. Los tres integran el grupo Azares, que se
dedica a la práctica e investigación teórica
del tránsito.
Estas
conclusiones teóricas se pueden aplicar en todo el mundo,
pero más en Uruguay. En una investigación en curso,
realizada por Poloni con 60 conductores, se identificaron seis causas,
en orden de importancia, que provocan el caos reinante en las rutas
y calles nacionales: impericia, ignorancia, imprudencia, irresponsablidad,
inconciencia e intolerancia.
Varias
de estas seis íes aparecieron en el episodio que le tocó
vivir a Darío Fernández, de 46 años. El empresario,
cansado de los asaltos en su comercio, compró un arma que
viajaba siempre en su maletín.
Una
mañana manejaba por avenida Italia hacia el Centro y, cuando
llegó al cruce con bulevar Artigas, tuvo un altercado menor
con otro conductor. Fernández detuvo su coche y escuchó
los insultos a su madre que le dirigía el otro conductor.
Hizo un gesto de saludo con la mano y volvió a arrancar.
Cuando frenó en el siguiente semáforo, vio que el
hombre con el que había discutido frenaba detrás suyo
y corría hacia su auto.
Un
par de segundos después, el hombre estaba fuera de sí,
tirándole golpes de puño a Fernández a través
de la ventana del auto. "En un momento me apoyé en el
asiento de al lado y vi el maletín. Agarré aquella
automática gigante y pensé 'a vos mismo te voy a dar
un susto'. Cuando le apunté con el revólver, la cara
del tipo se transformó. Empezó a recular y terminó
arrodillado y llorando. Cuando me quise acordar estaba todo el tránsito
parado, la gente rodeándonos con cara de terror y yo con
el arma en la mano. Subí al auto y fui directo a una armería
a venderla. Nunca más. Es un peligro, si el tipo reaccionaba
mal y me tiraba una piña más, en este momento yo estaría
preso por homicidio".
Lo
pasado, pisado
Montevideo
ya no es la ciudad de ritmo pueblerino que supo ser. Según
un relevamiento del Ministerio de Transporte y Obras Públicas,
en 1999 había 415.596 autos en Uruguay, una cifra que no
deja de crecer. La mayoría de los vehículos se concentra
en la capital. Montevideo es también recorrida por 1.452
unidades de transporte colectivo que llevan y traen 400.000 personas
a diario. Un 56% de los peatones montevideanos considera que los
automovilistas "casi nunca" respetan las reglas del tránsito
y un 55% de los conductores sostiene lo mismo de los peatones, de
acuerdo a un relevamiento de Consultora Datos.
Se
estima que mueren dos uruguayos por día debido a accidentes
de tránsito y un cálculo realizado por la Comisión
Nacional de Prevención y Control de Accidentes de Tránsito
reveló que en 1999 Uruguay perdió 927 millones de
dólares como consecuencia de estos accidentes, por concepto
de pérdida de producción de los fallecidos, costos
médicos, ausentimo laboral, discapacidades físicas
y pérdidas materiales.
De
acuerdo con datos suministrados por el accidentólogo Rodolfo
Vázquez, la tasa de fallecidos en el tránsito por
millón de habitantes se sitúa en Uruguay en 200, mientras
que en España es de 140, en Brasil 136, en Chile 120 y en
Gran Bretaña 80.
Mientras
tanto, la Policía Caminera se empeña en detener esta
epidemia elaborando un decálogo del buen conductor, porque
el 90% de los accidentes son provocados por fallas humanas y el
40% por conductores alcoholizados.
El
panorama entonces, no es de lo mejor. Felipe Martín, director
de Tránsito y Transporte de la Intendencia de Montevideo,
reflexionó acerca de estos fenómenos. "La violencia
aparece en todos lados. Hoy se ha devaluado el valor del respeto,
el valor de la vida, y eso es dramático porque eso es un
fenómeno de involución cultural, tenemos que trabajar
sobre eso".
Un
peatón enfurecido
Generalmente
las tintas se cargan sobre los conductores, pero los peatones también
hacen lo suyo a la hora de contribuir a la inseguridad vial. Cruzan
a mitad de cuadra o con luz roja y, en las cebras, cruzan a paso
lento y con gesto desafiante. Fue un peatón el que provocó
una tragedia en Las Piedras el 26 de octubre.
Ese
mediodía, Daniel Yamblián, de 30 años, almorzó
con su familia. Su padre debía marcharse de inmediato para
realizar el usual reparto de productos porcinos. Como su camioneta
estaba averiada, le pidió el auto a su hijo. "Le dije
que fuera tranquilo, que no se preocupara. Al rato bajé y
lo ví tirado en la puerta de casa. Estaba muerto".
Yamblián
padre había arrancado el auto y un peatón se le cruzó
imprevistamente. Aparentemente --las versiones en estos casos son
generalmente confusas-- el auto llegó a tocarlo. El peatón
se puso furioso y comenzó a insultar y golpear a Yamblián.
Un cuidacoches de la zona intercedió y corrió igual
suerte. Luego, el agresor se detuvo y fue a pagar unas cuentas.
Pero al salir se encontró nuevamente con Yamblián
y comenzó a pegarle otra vez.
Yamblián
no soportó este segundo embate y murió de un infarto.
"Mi
madre me dijo, llorando, 'le pegaron a tu padre'. Bajé pensando
que había sido solo un golpe, pero cuando llegué ya
estaba muerto. No sé a cuánto tiempo sentenciaron
al hombre, me encantaría que estuviera lo más posible
adentro, pero la vida de mi padre no me la va a devolver nadie.
Tenía 60 años".
La
ola verde
Yamblián
no fue el único muerto por una discusión banal en
el tránsito montevideano. Muchos recuerdan todavía
el asesinato de Luis Alberto Medina, funcionario de Autoparque.
Lo mató Abel Balero, un estanciero de Cerro Largo, de 59
años, al que le habían encepado el auto.
Balero
estacionó en el Centro y su ticket se venció y cuando
volvió a su auto se encontró con que le habían
colocado el cepo. Después de intentar sobornar a Medina,
sacó una Magnum y le disparó dos balazos. Cuando lo
detuvieron, Balero explicó que estaba estresado.
En
su momento, Ricardo Bernal, subjefe de Policía, declaró
en El País: "Todos debemos rechazar a los conductores
que tratan de adelantar sea como sea, de garronear, de circular
por cualquier parte, de hostigar a quienes circulan correctamente
insultándolos o haciéndoles señas con los dedos.
Creemos que hay que terminar con ellos porque son los principales
causantes de tanta tragedia. Hay que modificar, cambiar la cultura,
la mentalidad que existe a la hora de lanzarse a la calle o a la
carretera (...) Se trata de un panorama preocupante, nefasto, crítico.
El automóvil es un arma mortal y el acelerador es el principal
disparador".
Claro
que no todo se debe endilgar a los peatones y conductores, hay otros
factores que inciden en esta saga de furia. Por ejemplo, en Montevideo
no hay olas verdes, los semáforos no estan coordinados.
En
pleno siglo XXI, la Intedencia de Montevideo con sus 9.500 funcionarios
y su presupuesto anual de casi 280 millones de dólares no
ha logrado sincronizar adecuadamente los semáforos. Y eso
eleva mucho la temperatura en la calles.
"Aquí
no hay coordinación ninguna en la red de semáforos",
dijo Vázquez. "Hay que detenerse en todas las cuadras
y eso provoca que se maneje al acecho permanentemente, aumentando
la violencia".
"Creo
que la intendencia no ha asumido hasta ahora que una de sus tareas
es facilitarle la tarea a los conductores", coincidió
el politólogo Daniel Buquet en una de sus intervenciones
en el programa En Perspectiva, de radio El Espectador. "Todavía
existe en Montevideo una mentalidad parroquial donde el automovilista
es el malo de la película y cuanto más lo molestemos
o lo estorbemos en su circulación mejor porque así
evitamos accidentes. Entonces pongamos cebras en lugares absurdos,
pongamos semáforos que no están coordinados...".
Tránsito
loco
Enrique
Navas, director de la Policía Caminera, está acostumbrado
a interactuar con el público uruguayo y sostiene que es transgresor
por naturaleza, que el desapego a las normas es absoluto. "El
uruguayo respeta las normas solamente cuando hay una autoridad que
lo constriñe. Cada vez se ven más riñas en
la calle, verdaderas trifulcas por incidentes triviales que no ameritaban
confrontaciones de esa naturaleza".
El
funcionario añadió que a la natural transgresión
autóctona, se agrega la falta de exigencia a la hora de expedir
las licencias de conducir y, como si eso fuera poco, la falta de
uniformidad en las ordenanzas de los 19 departamentos. "Parecemos
un régimen federal, cada intendencia tiene su normativa".
A la
hora de aplicar las multas, las situaciones de violencia contra
los funcionarios son cosa de todos los días. "Les tiran
las licencias de conducir por la cara o los amenazan. Generalmente
comienzan citando sus influencias, todos son amigos de alguna autoridad
pública y, además de insultar, terminan diciendo 'usted
tendrá noticias mías' o 'cuide su trabajo'".
Para
comenzar a superar la exagerada violencia que reina en las calles,
los expertos reclaman un código general del tránsito
(que está en proceso), mejor señalización,
elevar el nivel de exigencia para obtener la licencia de conducir,
coordinar los semáforos y prohibir la circulación
de vehículos en determinadas zonas saturadas como la Ciudad
Vieja. "No puede ser que en las mismas calles donde hace un
siglo se prohibió galopar porque eran demasiado estrechas,
hoy circulen miles de autos y ómnibus", señaló
Carlos Tabasso, presidente del Instituto de Formación Vial.
Vázquez
reclamó "empezar por adoptar medidas sencillas como
modificar el horario de carga y descarga de camiones en el centro
de Montevideo. No puede hacerse al mediodía. En toda ciudad
civilizada se hace entre la medianoche y las seis de la mañana".
Pero
para los entendidos, el principal problema es la falta de educación,
tanto de peatones como de conductores. Todos los consultados reclamaron
la inclusión de la educación vial en el sistema de
enseñanza.
Vazquez
afirmó que "uno nota en Uruguay una falta de altruismo
y de caballerosidad en el tránsito que no se ve en otros
lados. Es un tema de mala educación, somos malos ciudadanos.
Y eso se revierte educando".
Por
su parte, Tabasso sostuvo que "aquí nadie aprende a
ser peatón o conductor. Es como con la educación sexual,
se piensa que alguna vez va a aprender. Pero en este caso, a veces
no se llega porque se muere antes en algún accidente".
O sea
que cuanto antes comience la enseñanza del respeto a las
normas, mejor. Sobre todo si se toma en cuenta a Leon James, profesor
de psicología en la Universidad de Hawai e investigador de
la "furia de la ruta". El profesional sostiene que ese
enojo exacerbado se aprende durante la infancia, cuando los niños
entran al auto y ven que sus padres mutan en seres monstruosos que
gritan públicamente los insultos más celosamente prohibidos
en el hogar. "Una vez que entran al auto, los niños
se dan cuenta que de repente las reglas han cambiado: está
bien enojarse, contrariarse, descontrolarse, usar malas palabras
que generalmente no están permitidas. Cuando sacan su propia
licencia de conducir han asimilado años de 'furia de ruta'"
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