HAY QUIENES DESCONFIAN DE LA POTENCIALIDAD DEL ARTE DE FILMAR EN URUGUAY. OTROS AFIRMAN QUE ES VIABLE Y CADA VEZ MEJOR

Luces y penumbras del cine uruguayo

Difusores y directores dan su opinión acerca de la posibilidad de una industria fílmica cuando no se superan problemas de distribución, y aunque se obtengan premios.

Durante el lustro 1996-2001, se produjo un notable incremento en los estrenos de largometrajes de ficción hechos en Uruguay, con la aparición en las carteleras cinematográficas locales de 26 títulos. Antes, concretamente en la década 1983-1993, como ha escrito ya el crítico Pablo Ferré, no se había filmado ni estrenado "ningún largo argumental propio". La culminación del referido incremento se dio el año pasado, con el estreno de cinco largometrajes: En la puta vida, Maldita cocaína, 25 Watts, Los desconocidos y Navidad caribeña.

En el 2002, por su parte, se estrenó Estrella del sur, de Luis Nieto y está previsto el lanzamiento de Corazón de fuego (nombre definitivo para lo que antes fue El último tren, dirigida por Diego Arsuaga) y también de Mala racha, un film de Daniela Speranza que une tres historias cortas. Otros proyectos cinematográficos que se avecinan son: La señal, dirigida por Alvaro Buela, y Tokio boogie, de Pablo Casacuberta.

La resonancia obtenida por algunos de los films estrenados, sea entre la crítica (nacional o internacional) o entre el público, permite abrir una esperanza para que las producciones de largometrajes no sigan apareciendo con intermitencias. Entre los ejemplos más salientes hay que citar dos títulos. En la puta vida, con más de 140.000 espectadores (la más vista de todas las películas uruguayas), y 25 Watts, que obtuvo importantes premios internacionales y fue calificada por la crítica, casi de forma unánime, como la mejor película realizada en la historia del cine uruguayo. Dentro de la producción audiovisual uruguaya, conviene señalar que a menudo se trata de historias narradas en formatos distintos del convencional, 35 mm.

En el caso de la exhibición comercial, no tener un largometraje en soporte fílmico imposibilita su exhibición para intentar una recuperación de los fondos. En festivales cinematográficos, dificulta directamente la presentación ante los respectivos jurados, lo que excluye a realizadores y productores uruguayos no sólo de la oportunidad de dar a conocer sus trabajos, sino también de establecer una red de contactos con productoras, inversionistas y exhibidores para futuros acuerdos y contratos.

Más allá de esa puntualización, la dificultad de hacer cine en Uruguay radica principalmente en los altos costos que conlleva dicha actividad. La existencia de un organismo como el Fona (Fondo Nacional del Audiovisual), que llama anualmente a un concurso de guiones y otorga a los dos primeros premios la suma de U$S 80.000, ha sido decisiva para que muchos se lancen a filmar. Para Guillermo Casanova, quien actualmente se encuentra dirigiendo su primer largometraje El viaje hacia el mar, el dinero del Fona tiene ese valor: "En realidad, esa suma no alcanza para realizar una película, pero sí para iniciar un proyecto".

El productor y editor de 25 Watts, Fernando Epstein, opina de la misma manera: "El dinero otorgado por el Fona está pensado para un proyecto a filmarse en video, que es un soporte mucho más barato que 35 mm, pero con ese premio es mucho más probable conseguir co-productores que inviertan".

En este contexto, hay que consignar la existencia del Instituto Nacional del Audiovisual (INA, organismo estatal que --por ejemplo-- apoyó a 25 Watts con la casi irrisoria suma de U$S 750 por su guión).

Ibermedia --en tanto-- es un fondo más destacable. Distintos organismos gubernamentales de los países iberoamericanos aportan dinero a él para que sea repartido entre los proyectos que resultan seleccionados en los concursos que el propio fondo realiza. Por el momento, se han otorgado préstamos que suman U$S 750.000 para distintas producciones.

Hasta hace dos años, también existía el Fondo Capital de la Intendencia Municipal de Montevideo, que si bien no apoyaba al cine de forma exclusiva, otorgó por ejemplo U$S 15.000 para la realización de 25 Watts. Por razones presupuestales de la comuna, ese aporte se suspendió.

CAPITALES Y BANDERAS. Como decía Epstein, asociarse a inversionistas u organismos extranjeros es cada vez más común, dada las escasas posibilidades de financiar una película exclusivamente con capitales uruguayos. Así ocurrió en el caso de En la puta vida, Corazón de fuego (filmada el año pasado en Tacuarembó), o El viaje hacia el mar. Y así ocurrirá también con Tokio Boogie. En todos los filmes participaron capitales y técnicos o actores argentinos, españoles, belgas y mexicanos.

En este punto surge una nueva discusión: ¿Qué queda de Uruguay cuando capitales extranjeros hacen valer, con todo derecho, su cuota de poder? El caso de En la puta vida es elocuente: cerca de la mitad del film transcurre en Barcelona y los protagonistas son argentinos. Los actores uruguayos, y Montevideo, aparecen en papeles secundarios.

En ese sentido, 25 Watts funciona casi como la cara opuesta al exitoso film dirigido por Beatriz Flores Silva. Hecho enteramente en Uruguay, el resultado es una de las mejores y más acabadas experiencias en el retrato de una parte de la sociedad y la cultura uruguaya urbano--juvenil. La película de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll no sólo logra demostrar que es posible hacer cine con bajo presupuesto y un equipo íntegramente uruguayo, sino también que ese cine tiene posibilidades de ser reconocido por sus valores estéticos, más allá de lo bien que nos representa.

De esto son testigos los numerosos premios que 25 Watts ha obtenido en diversos festivales cinematográficos internacionales como el de Rotterdam (MovieZone Award y VPRO Tiger Award), La Habana (Mejor Opera Prima del Festival de Nuevo Cine Latinoamericano), España (Mejor Largometraje del Festival Cinema Independent de Barcelona) y Argentina (Premio Fipresci y Mejor Actuación Masculina en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires), entre otros.

CONTRAPUNTO INDUSTRIAL. A pesar de los éxitos palpables, para los directamente involucrados, la idea de realizar cine a puro pulmón puede sostenerse por tiempo limitado. Todos los integrantes del equipo técnico de 25 Watts trabajaron gratis, con la incierta promesa de pago solo en caso de que el film generara dividendos en el futuro. Y de esa manera, francamente, no se asegura la continuidad del cine uruguayo. Así es imposible asentar las bases de los que algunos llamarían "industria cinematográfica", aunque ese término despierte sospechas.

Para Casanova, por ejemplo, hablar de industria del cine en Uruguay no tiene sentido. En primer lugar, porque no existe: "¿Vamos a intentar desarrollar una industria, en la que se produzcan películas 'comerciales' y 'de autor'? Creo que eso es un absurdo. Los que lo quieran hacer, allá ellos. A mí me parece que dadas las enormes dificultades económicas para rodar una película acá, no tiene sentido hacer films como para sustentar una industria que no existe. Entonces, ¿para qué hacer una película? Para decir algo. Sobre uno mismo, sobre el país en el que vive, sobre muchas cosas".

Sobre el mismo asunto opina Juan Pablo Rebella: "No hay suficiente gente en Uruguay. Tomemos el caso de la película de Beatriz Flores Silva. La fueron a ver 140.000 personas, una cifra récord para una producción nacional. Pero 'En la puta vida' costó cerca de un millón y medio de dólares. Para recuperar la inversión, tendría que haberla visto más o menos la misma cantidad de gente que dólares invertidos y eso es casi imposible que ocurra. Lo que existe acá es una industria del audiovisual, pero publicitaria, lo que da la oportunidad de usar su infraestructura tecnológica para hacer películas. De todas formas me parece positivo que se siga haciendo largometrajes acá. Además, encuentro que las cosas se hacen cada vez un poco mejor y si bien no creo que lleguemos a tener una industria cinematográfica, tampoco me parece interesante plantear la discusión en esos términos".

DISTRIBUCION DIFICIL. Para asegurar la existencia de algo que pueda llamarse "cine uruguayo", con o sin co-producción, hecho a pulmón o no, bueno o malo, no sólo se puede hablar de la realización en sí misma. Queda claro que las producciones que aspiren a la profesionalidad --esto es, no sólo presentar un producto técnicamente impecable sino también pagar a todos los involucrados en ese proceso-- no alcanza con el mercado interno. Hay que pensar en las posibilidades que cada película pueda tener fuera de él.

La distribución y exhibición de las películas juega un papel fundamental para la consolidación de este fenómeno. Para el director de Cinemateca, Manuel Martínez Carril, hay que asegurarse espacios en esa parte del proceso cinematográfico, para afirmar el impulso creativo que se ha dado en los últimos años.

Dice Martínez Carril:

"El problema no es la producción, o sea reunir los fondos necesarios para realizar la película. El problema es que esas inversiones no se recuperan. Sin circuitos de distribución y exhibición, es imposible dejar sentadas bases sólidas para que el cine uruguayo se desarrolle. Y yo me pregunto si esto es el comienzo de un proceso que beneficia al cine nacional o, por el contrario, el fin. Si luego de hecha, no tengo un lugar para exhibir la película, ¿de qué me sirvió conseguir la financiación y luego realizarla? El problema es que la gran mayoría de espacios para la exhibición está bajo control de grandes empresas que tienen otros intereses en mente que la consolidación de cinematografías de países pequeños como el nuestro y que imponen sus condiciones a los propietarios de las salas. Supongamos que hay una gran avidez por ver la última película de Russell Crowe. Para que el propietario de la sala pueda acceder a una copia, también tiene que exhibir cinco o siete películas estadounidenses. El éxito de la película de Crowe es lo que sustenta a esas otras, porque siete de cada diez películas hechas en Hollywood son deficitarias".

A raíz de esa problemática, muchos reclaman protección de los estados para asegurar un espacio al que los films hechos en sus países encuentren la posibilidad de llegar al público. "El caso de Francia es el más notable", dice Martínez Carril. "Ahí, el gobierno decretó la obligación de exhibir cierta cantidad de películas francesas indefectiblemente. Hoy Francia es el país europeo donde la población consume el mayor porcentaje de cine nacional".

LEYES LENTAS. En Uruguay, un país que cuenta con gobernantes que, al menos hasta ahora, han desarrollado una suerte de alergia hacia todo lo que lleve la palabra proteccionismo o arancel adjunto, una ley de dichas características brilla por su ausencia. Y mientras sigue sin aprobación un proyecto de ley de cine, la legislación tampoco es vista como fundamental por todos los que se mueven en el propio quehacer audiovisual.

Al respecto, el director de la Escuela de Cine del Uruguay, Sergio Miranda, afirma:

"No me descansaría en supuestas leyes que quizás salgan o no algún día. Creo que son necesarias y que hay que pelear a fondo para que existan, pero no creo que la solución venga por el lado de seguir creando más organismos, proyectos de ley que se discuten eternamente, institutos o cargos. Lo que sí hay que mejorar son las condiciones para que se pueda trabajar y que cada producción no sea una gestión iniciada de cero, sobre todo a nivel de los organismos públicos. Me refiero concretamente a que existan formas de apoyo establecidas y definitivas por parte de la Aduana, Ute, Antel, DGI. Un largometraje mueve mucho dinero y da trabajo a cientos de personas. No puede admitirse respuestas del tipo: 'se trata solo de una película', como ha ocurrido docenas de veces por parte de los organismos del estado".

Otra vía para la exhibición de los productos audiovisuales hechos en Uruguay sería la televisión, pero todavía no se ha logrado establecer una relación que permita llegar a acuerdos para que los films nacionales se exhiban en la pantalla chica.

En medio del incierto y a veces desalentador panorama, los realizadores y productores uruguayos siguen de todas formas apostando a las imágenes y a la construcción de una identidad desde las pantallas, sean grandes o chicas.