Julio María Sanguinetti | Presidente de la Republica (1985-1990/1995-2000)

El político que empuñó el pincel

El destacado dirigente político publicó una biografía de Pedro Figari, en la que rescata otros aspectos poco conocidos del pintor como la actividad desempeñada como abogado, legislador, reformador educativo y pensador

Gustavo Laborde

Julio María Sanguinetti acaba de publicar El doctor Figari. Bajo este título acaso sorpresivo, el ex presidente de la República emprende una exhaustiva biografía del genial pintor uruguayo. A lo largo de su crónica, Sanguinetti va descubriendo los diversos itinerarios de esta figura polifacética que han quedado sepultados por la enorme fama que cobró el último de ellos, el del pintor de negros y candombes.

Mucho antes de convertirse en un artista de vanguardia Figari transitó por diversas actividades. Fue abogado, defensor de oficio, legislador, figura clave en el gobierno batllista, reformador educativo, filósofo, escritor y, al final de su vida, pintor. A cada una de estas actividades Figari se consagró con fuerza y vigor, hasta obtener una especialización formidable en cada una de esas áreas.

Puesto bajo la luz de su minuciosa investigación, Sanguinetti hace brillar todas y cada una las facetas de esta gema de la cultura uruguaya, que no por capricho ha sido considerado un Da Vinci criollo. La historia que se cuenta en El doctor Figari está preñada de otras historias y no sólo revela la apasionada vida de un creador singular: también recrea una época fermental del Uruguay, cuya influencia aún modela el presente. Sobre este personaje que se apasionó por la política, el arte, la educación y el pensamiento, habló Sanguinetti. En definitiva, uno y otro tienen demasiados temas en común.

—¿Cómo se gestó la idea de escribir esta biografía de Figari?

—La idea nace hace muchísimos años. Estábamos en plena dictadura, cuando el Estado compra el archivo de Figari a su hijo Pedrito. Juan Pivel Devoto, que aún estaba de director del Museo Histórico, me dijo: "usted tiene que meterse en este tema, porque es hecho a su medida. Es un tema histórico, pero requiere de alguien que entienda de leyes, que le guste el arte y que tenga cierta formación en los temas de educación. Y los que saben de leyes no les gusta el arte o a la inversa, así que lo tiene que hacer usted". Bueno, fue ahí que me metí, y me pasé unos cuantos meses tomando apuntes y acumulando libretas de notas. Pero eso quedó allí, porque luego fui tomando otros compromisos. El proyecto no se reanudó hasta ahora, cuando Gerardo Caetano me vuelve a impulsar a tomar el tema. Pero ya desde otra óptica, porque en el interín habían salido trabajos importantes como los de Anastasía y Pereda. Yo lo enfoqué muy especialmente en el tema biográfico, en el tránsito histórico de la personalidad de Figari y en la historia de ese tiempo en el Río de la Plata a través del personaje. Por eso, intencionadamente le llamé El doctor Figari.

—El título sorprende, porque enfatiza una faceta poco conocida del pintor.

—Es que el doctor Figari le pesó mucho al pintor. El abogado del Banco República, el gran penalista que había hecho la campaña de la abolición de la pena de muerte, el diputado en varios períodos, el presidente de la Comisión de Auxilio que maneja las relaciones del gobierno con los revolucionarios de 1904 y el presidente del Ateneo aparece, casi a los 60 años, pintando esos ranchitos y negritos borroneados. Y la gente no lo entiende. El doctor hacía pensar que la edad lo estaba llevando a hacer una pintura extraña y poco digna de su condición de personaje. A la inversa, la celebridad posterior del pintor, le hizo un gran daño al doctor. Entonces, nadie o pocos se acuerdan de esos aspectos fundamentales. La vida de Figari es arquetípica de fin de siglo, del positivismo, del mundo de la ciencia, del optimismo industrial, del cambio. El libró batallas en cada una de esas áreas: en el terreno jurídico, en el de la legislación, en la educación. Esto quiere decir que hay en Figari una historia que tiene hoy un enorme interés y sabor. Pero además hay cosas que todavía nos desafían, en especial, el planteo educativo de Figari sigue siendo aún una fenomenal interrogante, porque Figari tenía una concepción muy distinta a la que ha predominado en estos países y que en cambio ha ido imponiéndose cada vez más tanto en Europa como en Estados Unidos. En Francia el politécnico es el 60% frente al 40% del liceo, y en Estados Unidos aún más. Esto quiere decir que el rumbo de Figari era vanguardista.

—El tema educativo fue cuestión central en el distanciamiento de Figari y Batlle y Ordóñez. ¿De qué lado se situaría usted?

—De los dos, como debe ser la labor de quien intenta historiar. El historiador siempre está con la amenaza constante de la patología del anacronismo, de juzgar los hechos del pasado desde la óptica de hoy. El tema es que ambos se aproximaron al fenómeno educativo desde ángulos diversos. Don Pepe se acerca desde el ideal democrático y, consciente de que la Universidad era para un pequeño grupo elitista al cual sólo accedía la gente de la clase económica alta, quiere diseminar liceos por el país para que también de las familias modestas pudiera ir gente hacia la Universidad. Pepe lo mira desde el ángulo democrático, y tiene razón. A la inversa, don Pedro lo mira desde el ángulo del desarrollo económico. Sostenía que una enseñanza pensada únicamente como vestíbulo para la Universidad, presuntamente humanística, pero que no formaba en nada, iba a generar, como lo dice con palabras muy chocantes, un proletariado intelectual de frustrados que no van a tener otro destino que un empleo público. Eso es muy duro, pero eso golpea hoy sobre nuestra realidad social. Ahí sigue habiendo un tema para pensar más allá de hábitos conformistas.

—Impresiona la vigencia de un debate que data de hace un siglo.

—Sobre todo el léxico. Si bien hay palabras que han cambiado —Figari hablaba de progreso, hoy hablaríamos de desarrollo— en definitiva estaríamos hablando de lo mismo. Pero hay otras palabras que usa y que insiste con ellas que son fundamentales. Seguro, Figari da una batalla en dos frentes. Por un lado en lo que sería una corriente teórica. En un sentido práctico y realista quería el desarrollo de una conciencia productora, que él llamaba industrial en un sentido amplio o artística en uno aún más amplio. Entonces él pelea con los teóricos y les dice que no están formando a nadie para nada. Por otro lado tiene una batalla con los industriales, que querían que la enseñanza técnica fuera simplemente una preparación de obreros para las fábricas. A ellos también les dice que no, que el país no puede permitir formar, simplemente, obreros rutinarios. Su tesis la resume en una fórmula magnífica que es que hay que formar individuos que trabajen pensando y piensen trabajando. Y el producto no tiene porque ser necesariamente un bien industrial: él está pensando en la industrialización de las materias primas nacionales tanto como en la de una escenografía, una cerámica o un mueble. El piensa que la educación tiene que ser un todo en el que estén confundidos el arte, la industria, la ciencia. El vive obsesionado con el tema del proletariado intelectual, siendo él mismo un intelectual muy fuerte como abogado, como filósofo, como creador.

—Abogado, filósofo, político, reformador educativo, pintor. Figari tiene una abrumadora diversidad de facetas. ¿Cómo se planteó el abordaje de todas ellas?

—La vida de Figari es de lucha constante. Es un agonista permanente. Todo lo que hace lo envuelve en una pasión a veces desmesurada. Eso lo lleva a sufrir mucho y a tener grandes decepciones, porque en la misma medida que pone tanta pasión y tanta ilusión, sufre grandes frustraciones. Pero en definitiva la vida de él es bastante secuencial: está el penalista, luego está el político, luego el penalista y político, está el filósofo en el medio —porque siempre fue un hombre de lecturas—, luego el reformador educativo y a raíz de esa decepción, nace el pintor. Pero además, Figari es un caso muy singular en la historia del arte, porque él llega a la creación desde la teoría. Normalmente los artistas han sido primero creadores y luego han desarrollado una teoría cuando su lucha con la creación les va generando la necesidad de teorizar. Pero el caso de Figari es distinto, porque él fue primero un teórico, y él desarrolla el concepto de arte regional antes de ser un pintor regional. Eso es muy interesante y de ahí viene su rápida adopción en Buenos Aires, donde es consagrado tempranamente. Cuando él llega estaba emergiendo el grupo Martín Fierro, que estaba intentando hacer en literatura lo mismo que él hacía en sus cuadros: superar el nativismo, superar el folklorismo, superar el Martín Fierro en el que gaucho habla en lenguaje gaucho y buscar una literatura de lenguaje universal y códigos modernos para plantear esos mismos temas. Por eso cuando ellos ven a Figari se dan cuenta de que él estaba haciendo en pintura lo que ellos buscaban. El no era el pintor naturalista que buscaba documentar nuestros gauchos o nuestros negros.

—Pese a su bagaje teórico, no era un académico en sentido estricto. En el libro usted sostiene que es innegable su trazo académico.

—El decía que era insuficiente, pero a mi juicio, como lo digo, no es insuficiente. Basta ver sus acuarelas y sus primeros óleos para darse cuenta que estaba a nivel de obtener una buena calificación en cualquier escuela. El tema está en que él pinta de modo muy libre. Lo notable es cómo llega a eso, porque es un hombre sin demasiadas preocupaciones formales. Así como teorizó el concepto del arte, no indagó demasiado en las formas, que es lo que más preocupa a los artistas. Hay que resaltar que también es muy entendido en París. Cuando llega, todos los pintores lo reconocen como un maestro. No hay ningún artista latinoamericano que tuviera las consagración que tiene él, especialmente entre los grandes críticos franceses como Vauxcelles, Pillement o Cassou. En ese momento Vauxcelles era el gran crítico de moda, acababa de bautizar a los fauvistas y a los cubistas.

—Vauxcelles inscribe a Figari en el fauvismo. ¿Comparte ese juicio?

—Figari es muy original. Aún hoy uno se pregunta de qué escuela es. Y no se sabe de qué escuela es. No es un impresionista propiamente. Se lo podría ubicar en esa definición cómoda de post impresionismo donde caben tipos tan distintos como Gaugin o Van Gogh. Es cierto, Figari va por allí, fauvista en cuanto al uso del color y post impresionista en cuanto a la forma. Pero Figari es Figari, es muy personal y nada cómodo de clasificar. Esto mismo se dijo en su tiempo y se dice hoy.

—Como corresponde, no fue comprendido en su tiempo por sus compatriotas.

—En Montevideo no se le comprendió. En Argentina sí. A través de Manuel Güiraldes, que es su verdadero mecenas, se vincula con un grupo intelectual muy importante y también con un círculo social muy poderoso, además en un momento de la Argentina donde había mucho dinero. Una época de Argentina en que hay una clase alta refinada que no sólo tenía dinero, sino buen gusto y cultura, algo que es bastante infrecuente, como lo señalé en el libro, en el contexto Latinoamericano.

—La pintura de Figari es de vanguardia y a la vez evocativa.

—Es la pintura de un antropólogo. Pero también él indaga mucho en sus personajes. Si uno mira sus dibujos, empezando por los del caso Almeida, se nota que indagaba mucho en los estados de ánimo de sus personajes, y de sí mismo, en los autorretratos. Y como él es un evolucionista muy profundo, un darwinista en el sentido amplio, aparece su pasión por la evolución humana. Hay muy pocos pintores a los que se les puede ocurrir pintar a hombres primitivos, a trogloditas, como él los llama. Pero él tiene ojo de antropólogo y por eso aparece el indio, y aparece el negro, imágenes arquetípicas de un tipo humano.

—También, desde su sistema de creencias, pinta rocas.

—Eso es parte de su filosofía y ahí se separa de los materialistas. Para él las mayores fuentes de energía no pueden ser materia inerte. ¿Cómo el carbón o el petróleo van a ser materia inerte si mueven ciudades enteras? Por eso, alguna gente ha visto una especie de panteísmo en esa suerte de homenaje a la naturaleza que realiza. Si bien es ateo, tiene un tinte vitalista.

Acción y reflexión

Si bien los primeros pasos de la investigación que desembocó en la edición de El doctor Figari datan de la década de 1970, Julio María Sanguinetti pasó estos dos últimos años redactando el libro.

Según el autor, la mayor dificultad que le presentó el trabajo no estuvo en el proceso de investigación, sino en la selección de datos. "Claro que leí mucho. Pero el problema con Figari es que sería bastante sencillo hacer un libro de 500 páginas donde se recogiera todo, pero no es tan fácil hacer uno de poco más de 300. Es que cuando uno elige, renuncia. Entonces siempre, en cada carta, hay algo interesante que queda afuera. Pero no hay más remedio. No soy un historiador, soy un periodista que escribe historia, que trata de hacer una crónica lo mejor documentada posible para mostrar una vida en toda su riqueza. Además, Figari es un caso curioso de alguien que está permanentemente en acción y en reflexión. Yo intenté mostrar esa dicotomía, el público dirá si lo logré", explica.

Cabe destacar que con este libro —que posee abundante material gráfico como reproducciones de cuadros, viñetas y fotos de época— inicia la colección Biografías de la casa editorial Aguilar, la cual está coordinada por Gerardo Caetano.