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EVITA,
LA PREDESTINADA .El viernes 26 de julio se cumplió medio
siglo de la muerte de María Eva Duarte de Perón, una
mujer que marcó a fuego a la historia argentina
El
mito, cincuenta años después
Enferma
de cáncer al útero, la mujer más famosa de
la historia argentina murió en Buenos Aires
JORGE ABBONDANZA
Despertó
adoraciones y odios paralelos. Sin cargo oficial alguno, trabajó
durante años muchas horas por día para auxiliar a
los pobres, respaldada por el poder casi ilimitado del presidente
Juan Domingo Perón, con quien se había casado a fines
de 1945. Los documentales cinematográficos, los libros más
o menos biográficos, las obras de teatro, las películas
de ficción, un océano de notas periodísticas
y hasta una ópera, han perpetuado la memoria de esa mujer
tremolante y embanderada con el Justicialismo, en cuyo carácter
de sumaron un formidable carisma, la devoción ideológica
hacia el líder peronista, una idomable capacidad de trabajo,
una habilísima fiscalización de su propia imagen,
una visible aceptación del halago masivo y un perfil autoritario
que se acentuaría en la etapa final de su trayectoria. El
viernes 26 se cumplirán 50 años de su muerte.
Vestida
como un ícono con joyas y fastuosos trajes de Dior, sin borrar
casi nunca la sonrisa de su cara, Evita presidía ceremonias
de Estado y hasta viajó rumbosamente a Europa en nombre de
su marido, pero también se movía como una misionera
por barrios periféricos y provincias remotas, llevando una
ayuda que los suspicaces compararon con beneficencia proselitista
y los adictos calificaban en cambio como gran obra social. En su
despacho de la Secretaría de Trabajo y Previsión recibía
interminables colas de solicitantes, a todos los cuales entregaba
una disposición de ánimo que la convirtió en
el nuevo ángel de los desamparados, junto con partidas de
dinero y otras donaciones capaces de aliviar la dura vida de esa
gente. En la Argentina de los años 40 y 50 --el país
de la opulencia cerealera y ganadera, de la arrogante oligarquía
y de los golpes militares-- el peronismo y Evita impusieron una
política de corte popular que les aseguró para siempre
el bastión de los sindicatos, la veneración de una
clase obrera y el recuerdo casi religioso de sus seguidores.
El
reverso de esa moneda fue el recelo de la alta burguesía,
el rechazo de los mandos del Ejército hacia su figura de
mujer advenediza e impetuosa, la maledicencia o el repudio de sectores
de oposición, el chisme subterráneo que crecía
junto con la influencia y la aureola de quien era inicialmente llamada
Doña María Eva Duarte de Perón, para convertirse
luego en la perdurable abreviatura de Eva Perón o simplemente
Evita, un diminutivo que en el medio siglo siguiente a su muerte
daría la vuelta al mundo. Cuando la tarea pública
de esa personalidad culminó con el poderío de la Fundación
Eva Perón, cuando se intentó lanzarla a una frustrada
candidatura de vicepresidenta y cuando se consolidó su iniciativa
de imponer el voto femenino en la Argentina, la resistencia de un
vasto sector de opinión y los odios de sus enemigos se acentuaron,
pero también lo hizo la idealización casi santificadora
promovida por sus incondicionales. Con pocas figuras del siglo XX
ha ocurrido un fenómeno similar: su dilatada posteridad,
a 50 años de la muerte, lo demuestra.
Evita
había nacido en 1919 en Los Toldos, cerca de Junín.
Era hija natural de un hombre rico de la región y esa ingrata
condición familiar ("hijos de la infamia" llamaban
los códigos de la época a los niños concebidos
fuera del matrimonio) se sumó al desdén de la parentela
legítima del padre, cuyo apellido sin embargo terminaría
utilizando. Desde que llegó casi adolescente a Buenos Aires,
la muchacha emprendió una carrera como actriz secundaria
en elencos teatrales de tercer orden y de ahí pasó
a la radio, donde obtuvo apoyos para crecer profesionalmente hasta
conquistar cierto nombre como protagonista de una serie de biografías
dramatizadas sobre grandes mujeres de la historia. A esa altura
conoció al coronel Perón: el encuentro ocurrió
en el Luna Park en 1944, durante un festival de celebridades para
recaudar ayuda a las víctimas del terremoto de San Juan.
Una relación de amantazgo la ligó desde entonces al
ascendente militar (que era 25 años mayor que ella) permitiéndole
mejorar su carrera tanto en radio como en cine, pero dotándola
de una notoriedad desventajosa por el carácter furtivo de
su relación, que las formalidades matrimoniales de los mandos
del ejército no toleraban.
TRIUNFAL.
Cuando culminó triunfalmente el revuelo del 17 de octubre
de 1945 y cuando Perón se postuló a una presidencia
que ganaría a fines de ese año, la pareja se casó
y Evita se convirtió en la mujer legal de un primer mandatario
ya dueño del clamoroso favor popular. Las integrantes de
la Sociedad de Beneficencia no la aceptaron como presidenta de honor,
a pesar de que dicho cargo era entregado puntualmente a las esposas
de cada primer mandatario desde su designación. Ese rechazo
fue compartido por casi toda la clase alta argentina y por un sector
del medio artístico, testigo del irresistible ascenso de
Evita hacia las alturas. La respuesta de la primera dama fue al
comienzo tajante --Evita era una mujer de lengua muy suelta para
calificar o descalificar a sus rivales-- pero después se
volvería brutal, a medida que el régimen fue adquiriendo
un marco autoritario donde hubo mucha gente famosa impedida de trabajar,
que debió recluirse o exiliarse (Nini Marshall, Luis Sandrini,
Libertad Lamarque, Pedro Quartucci), mientras crecía la censura
y también la detención de opositores.
Nada
de eso empañó la glorificación de Evita, cuya
enfermedad cortó empero su vuelo con un deterioro veloz.
En mayo de 1952 llegó a figurar --sostenida ya por un arnés
para desfilar en auto descubierto, dada su debilidad física--en
la ceremonia de toma de mando de su reelecto cónyuge, pero
murió dos meses después a los 33 años, desencadenando
un duelo nacional reflejado en un velorio faraónico, con
colas interminables de quienes se acercaban al Concejo Deliberante
a contemplar su cadáver embalsamado. Luego su entierro fue
igualmente grandioso, con la cureña tirada por filas de militantes
de las Juventudes Peronistas en medio de una muchedumbre de millones.
Allí comenzó el truculento acto final para un cadáver
zarandeado, una memoria controversial y un régimen que sería
derrocado tres años después de la muerte de su abanderada.
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