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El sábado 6 de julio falleció Ruben Castillo, conductor
televisivo, crítico y hombre de teatro, un hombre multifacético
que marcó a generaciones
"Silencio,
estamos en el aire"
Fueron
setenta y seis años intensamente vividos, aunque en los últimos
la salud quiso jugarle una mala pasada y marginarlo de toda actividad.
Pero pudieron más su férrea voluntad y el amor incondicional
de su compañera para que siguiera asistiendo a todos los
estrenos teatrales y aunque no pudiera comunicarse como antes,
sumando su voto equilibrado y justo a la elección de los
premios "Florencio" al teatro nacional, que él
mismo había contribuido a crear desde su sitial en la Asociación
de Críticos.
Es
que así fue Ruben Castillo Batello, nacido en Rivera, llegado
muy joven a Montevideo y cuyos restos se inhumaron el domingo 7
de julio en esta capital: emprendedor y fermental, creativo y coherente,
múltiple en sus intereses y siempre fiel a sus convicciones.
Justicieramente
la escena nacional tiene derecho a reclamar que fue uno de los suyos
más ilustres. No sólo porque ejerció la crítica
sin renuncios desde 1953 con su programa "Candilejas"
en Radio Sarandí, sino porque un año después
fundó con Eduardo Prous y Homero Zirollo el desparecido Teatro
Libre que fue un paladín de la época de oro del movimiento
independiente, desarrollando gran parte de su labor en los sotanos
del Palacio Salvo. Allí se destacó rápidamente
por la calidad de sus puestas en escena y por el rigor de la elección,
recordándose títulos como Esperando al zurdo de Clifford
Odets, La fuerza bruta de John Steinbeck, El pan de la locura de
Gorostiza, Una ardiente noche de verano de Ted Willis, El tintero
de Carlos Muniz, Los dueños de las llaves de Milan Kundera,
Una luna para el bastardo de Eugene O'Neill y La muerte de un viajante
en dos versiones diferentes separadas por once años, siendo
la última su canto del cisne para la dirección.
Sin
descuidar esa labor, que extendió a la pantalla chica con
varios teleteatros episódicos entre las décadas del
cincuenta y sesenta, su nombre es referencia imprescindible para
la difusión de la música nacional a través
de Radio Sarandí y de Canal 12 con su inolvidable "Discodromo
show", por el cual desfilaron cientos de artistas uruguayos,
muchos de los cuales tuvieron allí su plataforma de lanzamiento
hacia la consagración local e internacional.
Entendía
la radio en todo su potencial de comunicación y desde ella
se dio el lujo de crear "El Club del Libro" con Carlos
Maggi, Amanda Berenguer y José Pedro Díaz, editando
no sólo cincuenta volúmenes de narrativa sino los
famosos concursos de "Cuentos para oír", donde
también hicieron sus primeras armas muchos escritores notorios
de hoy. Pensó volver al teatro en 1978 dirigiendo una obra
de su admirado Maggi, pero se lo impidió la dictadura cívico
militar. Desde entonces volcó todos sus esfuerzos a la crónica
teatral y a la militancia activa en la gremial de los cronistas,
donde editó la revista "Escena crítica",
donde integró siempre el jurado del "Florencio"
y donde hasta ayer era Presidente Honorario Vitalicio.
También
expresó la vocación literaria con "Silencio,
estamos en el aire", una demostración de su amor por
el micrófono y con "Conversaciones con un director de
teatro", donde volcó su merecida devoción por
el brasileño Aderbal Freire Filho. Recibió premios
de Casa del Teatro, de los críticos de televisión
y de Ondas de España, ninguno de los cuales afectó
su sencillez y su concepto de que no había méritos
individuales sino colectivos en todo aquello que emprendió.
La música, el teatro y la radio de este país le deben
mucho de lo que son. G.A.R.
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