Publicada en Línea del Fuego el jueves 26 de setiembre

EL AGRO SIN CREDITO | El MGAP apuesta a los fondos de inversión para asociar capitales de riesgo a la producción

"Que le pidan a otro, porque el Estado ya no tiene qué prestar"

Gonzalo González | Ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca - "El Uruguay que emergerá de esta crisis no será el mismo en el que nos habíamos acostumbrado a vivir. No es fácil dejar ir a ‘la Suiza de América’. Pero, aunque sea duro, hay que entender que ‘la Suiza de América’ no existe más"

ALVARO J. AMORETTI | ALVARO GIZ

El ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Gonzalo González, se mostró convencido de que “el Uruguay que emergerá de la crisis no será el mismo en el que nos habíamos acostumbrado a vivir”, instó a “dejar ir” al país al que “no le gustaba cambiar” y dijo que los uruguayos deben entender que “ya no hay nada para siempre” y que el Estado “que todo lo podía, ya no tiene recursos para asistir a nadie”.

“No es fácil dejar ir a ‘la Suiza de América’ o a un país que nos llevaba a decir que ‘como el Uruguay no hay’. ¿Y saben por qué? Porque no es fácil renunciar a un país en el que nos acostumbramos a vivir muy bien. Pero aunque sea duro, hay que entender que ‘la Suiza de América’ no existe más”, dijo González durante una entrevista de noventa minutos que concedió a El País.

El ministro se mostró confiado en que el sector agropecuario será “el motor” que sacará al país adelante, pero advirtió que el Estado carece de fondos para dar créditos a los productores. “¿Están pensando en pedirle créditos al Estado? Bueno, que le pidan a otro, porque el Estado ya no tiene con qué prestar”, sostuvo el jerarca, quien admitió que el gobierno ajusta los detalles de un proyecto de ley para que inversores privados puedan asociarse con emprendimientos agropecuarios de la misma forma que ya lo hacen en materia forestal.

“Las estimaciones hablan de mil millones de dólares debajo de los colchones. ¿Usted sabe lo que puede significar una parte de ese dinero para el sector agropecuario? Sería el combustible que ese motor necesita para sacar adelante el país. Y vale la pena intentarlo. Porque si no lo hacemos, si no cambiamos, el país va a ver su futuro comprometido”, dijo el secretario de Estado.

Lo que sigue es un resumen de la entrevista que González le concedió a El País.

—Después de cuatro años de recesión y de nueve meses de fuertes turbulencias financieras, es difícil encontrar un uruguayo que no manifieste sus dudas acerca de si el país podrá finalmente superar esta coyuntura y salir adelante. Desde el gobierno se afirma que el camino será duro, pero que la luz al final del túnel existe y que el sector agropecuario está llamado a transformarse en la locomotora de esa salida. ¿Usted comparte el pronóstico?

—Yo tengo mucha fe de que vamos a salir. Hemos pasado por cosas muy duras y hay otros tragos amargos que seguramente deberemos superar en el futuro, pero yo estoy convencido de que vamos a salir. Y como estoy convencido de eso, también lo estoy de que el Uruguay que emergerá de esta crisis no será el mismo en el que nos habíamos acostumbrado a vivir.

—¿En qué sentido?

—En el sentido de que el mundo ha cambiado. Y lo que hemos pasado y estamos pasando nos tiene que hacer entender que, para adaptarse a ese mundo, el Uruguay también debe cambiar. Que hay un Uruguay al que hay que dejar ir, porque no ganamos nada deteniéndonos a lamentar que aquel país ya no sea posible.

—¿Cuál es el Uruguay al que hay que dejar ir?

—Por lo pronto a aquel Uruguay que creía que podía vivir con total independencia de lo que pasaba en el resto del mundo, que cerraba sus fronteras y sus puertas a todo lo que no fuera autóctono. Hay que dejar ir al Uruguay al que no le gustaba cambiar.

—¿Y no hay todavía muchos uruguayos que, en el sector agropecuario y en otras áreas, se resisten a los cambios?

—Sí. A los uruguayos no nos gustan los cambios. El tema es que si queremos tener posibilidades vamos a tener que acostumbrarnos a vivir cambiando. Y vamos a tener que entenderlo, porque no hay opción. Y vamos a tener que preguntarnos, de una buena vez, si la forma en que hasta ahora nos hemos organizado debe seguir existiendo, o si es necesario cambiar muchas cosas.

—¿Los uruguayos lo entienden?

—No lo sé. Desde mi cartera he trabajado para impulsar algo tan necesario como la trazabilidad en el ganado. ¿Porque soy un caprichoso? No. Lo hago porque es la forma de trabajar para poder ganar los mercados del futuro. Y cuando uno vende, hay que mirar lo que pide el que compra. Sin embargo, hay gente que se resiste a eso con todo tipo de argumentos, que respeto pero que no comparto.

—¿Qué le dicen?

—Y... me dicen que no pueden dejar de marcar el ganado, que siempre lo hicieron así. Y yo los escucho a ellos, y los entiendo, pero del otro lado tengo a las fábricas que piden que los cueros no sean estropeados con una marca a fuego. Pero hay gente que no lo entiende y que me dice que ellos se criaron marcando el ganado a fuego y que lo quieren seguir haciendo. Y yo les pregunto, ¿quién dispuso que el ganado se marca a fuego? ¿Fue Dios? No, fuimos los uruguayos, pero en otra época. Ahora los tiempos han cambiado, los mercados han cambiado y tenemos que adaptarnos a esos cambios. Y tenemos que acostumbrarnos a pensar así, y a comprender que nada de lo que hagamos, de ahora en más, será para siempre. Ya no hay nada para siempre. Ni en la producción, ni en la enseñanza, ni en nada.

—¿Cree que va a ser fácil que los uruguayos se adapten a esos cambios?

—No. No es fácil dejar ir a “la Suiza de América” o a un país que nos llevaba a decir que “como el Uruguay no hay”. ¿Y saben por qué? Porque no es fácil renunciar a un país en el que nos acostumbramos a vivir muy bien. Pero aunque sea duro, hay que entender que “la Suiza de América” no existe más. El Estado, que todo lo podía, ya no tiene recursos para asistir a nadie. Y la gente se va a ir dando cuenta que esa red ya no existe. Pero va a ser un proceso lento. No es fácil entender que no hay dinero cuando siempre lo hubo para todo.

—¿Y cómo se imagina ese camino?

—Como un camino duro, lleno de incertidumbres y en el que la gente va a tener que probar y, si le erra, va a tener que levantarse y volver a empezar.

—No parece un camino agradable...

—... porque no lo va a ser. El problema es que nos cuesta medir la magnitud de lo que nos ha pasado. Los países que viven una guerra, o un terremoto, o un maremoto, tienen ciudadanos que con sólo mirar a su alrededor comprenden lo que ha pasado. Pero acá salimos a la calle y todo parece igual. Y por eso nos cuesta tanto entender lo que nos pasó. Pero los efectos fueron devastadores. Tanto como si hubiéramos vivido una guerra.

—Pero el gobierno no parece haber privilegiado ese discurso a la hora de transmitir a los uruguayos su percepción respecto de la crisis por la que atraviesa el país. Por el contrario, desde comienzos del año pasado se viene anunciando una recuperación económica que no llega. ¿No hubiera sido mejor decirle a la gente, desde un principio, lo grave que era la situación por la que se atravesaba?

—Bueno, era un camino que tenía su riesgo, porque si uno le decía a la gente que se venía una catástrofe, puede sembrar un pánico que de repente después no puede controlar. Pero admito que tal vez pudimos comunicar mejor lo que estaba pasando. Y reconozco que hay gente que todavía no entendió lo que sucedió, porque de lo contrario no se entiende que haya personas que le sigan pidiendo al Estado lo que el Estado ya no le puede dar a nadie.

—El gobierno dice que el país saldrá de la mano del sector exportador y, en especial, del agro. Pero los productores advierten que sin créditos no podrán aprovechar las ventajas competitivas del nuevo marco cambiario. Y cuando piden créditos, miran hacia ese Estado que ya no tiene dinero para prestar. ¿Qué tienen que hacer esos productores? ¿Mirar para otro lado?

—Y bueno, de eso hablo yo cuando digo que en este país hay cosas que van a tener que cambiar. ¿Están pensando en pedirle créditos al Estado? Bueno, que le pidan a otro, porque el Estado ya no tiene con qué prestar.

—¿Y eso qué quiere decir? ¿Que el Estado va a dejar a los productores librados a su suerte y a la voluntad del sector privado para darles créditos?

—No.

—¿Y entonces?

—El Estado está trabajando, en primer lugar, para conseguir nuevos mercados para que esos productores coloquen su producción. Y en segundo lugar, estamos armando algo para que quien necesita recursos frescos para producir, los tenga.

—¿Están armando algo como qué?

—¿Ustedes nunca se preguntaron por qué en Uruguay no hay círculos de producción que se asocien a la actividad agropecuaria? ¿Por qué los hay para comprar una casa o un auto, y no hay para comprar ganado o para invertir en una cosecha?

—¿Ustedes están pensando en generar las condiciones para que eso suceda?

—Lo estamos haciendo. Queremos que sea posible asociar capitales de riesgo a los procesos de producción. Y nos va la vida en que eso sea posible. Porque el campo necesita recursos para crecer y porque los bancos no dan crédito. Y tenemos que trasladar a la producción agropecuaria lo que pasó con la forestación, convenciendo a la gente de que se trata de un negocio seguro y rentable, y de que no necesita tener un gran capital para invertir en él, porque puede comprar una cuota-parte de un fondo general.

—¿Es una idea que se va a plasmar en un proyecto concreto?

—Sí. Estamos trabajando duro con el Ministerio de Economía y con los diferentes sectores políticos, porque esto requiere de una ley. Pero estamos avanzando.

—¿Para cuándo pueden esperar los productores novedades concretas al respecto?

—Antes de fin de año tenemos que tener esta herramienta en funcionamiento. No hay tiempo para perder. Porque hay gente que va a tener mercados y no va a tener capital para producir. Y gente que tiene campo, pero no tiene dinero para comprar animales o sembrar. Eso hay que solucionarlo con creatividad. Para eso trabaja el gobierno y, le confieso, también los privados que están armando sus propios proyectos. Pero a todo eso hay que darle un marco legal, en el que estamos trabajando.

—¿Y usted cree que en estos momentos de incertidumbre, en que la gente ha sacado sus dineros de los bancos, habrá interés en invertir en la producción agropecuaria?

—Las estimaciones hablan de mil millones de dólares debajo de los colchones. ¿Usted sabe lo que puede significar una parte de ese dinero para el sector agropecuario? Sería el combustible que ese motor necesita para sacar adelante el país. Y vale la pena intentarlo. Porque si no lo hacemos, si no cambiamos, el país va a ver su futuro comprometido.

Calzoncillos con remiendos, pero que “no están sucios”

Quizá los uruguayos nunca advirtieron con tanta claridad el peso que el campo tiene en la economía nacional como cuando usted, con rostro demacrado, les anunció públicamente a ellos y al mundo que el virus de la aftosa había entrado al país y realizó una primera estimación del daño que la enfermedad provocaría a todos los sectores. ¿Fue el momento más duro que le tocó enfrentar en estos dos años y medio de gestión?

—Sí. Fue uno de esos momentos que a uno lo marcan a fuego.

—En aquel momento hubo quienes, aunque más no fuera en voz baja, criticaron al gobierno en general, y a usted y a sus técnicos en particular, por no haber tomado a tiempo las medidas que impidieran que el virus ingresara al país. Con la distancia que da el tiempo, ¿pudo haberse evitado el brote de aftosa?

—¿Saben lo que pasa? Que los técnicos y yo creíamos que Argentina iba a hacer un control más eficiente que el que efectivamente hizo. Y que incluso cuando todos nos decían que en Argentina había aftosa, valía la pena no vacunar para seguir manteniendo el status de país libre de aftosa sin vacunación. Era una opción que había que tomar en aquel momento. Después, con las cartas sobre la mesa, uno puede opinar diferente. Pero había que tomar la decisión en aquel momento. Y se decidió esperar, y no vacunar.

—¿No se hubiera podido evitar el ingreso del virus aumentando fuertemente los controles?

—¿Y ustedes se piensan que Uruguay podía interrumpir la libre circulación de los argentinos que querían entrar al país? ¿Y ustedes se creen que, aunque se hubiera podido hacer eso, el virus no habría entrado igual cuando sabemos que viaja sobre el agua con mucha más comodidad que sobre terreno seco? Capaz que debimos haberle declarado la guerra a Argentina (se ríe). No sé qué más pudimos hacer y no hicimos para que no entrara. Pero entró.

—Y después que el virus entró, ¿se hizo todo lo que se pudo para que la enfermedad no se propagara por todo el territorio?

—De repente no, pero hay que contar toda la historia. No se ha dicho, pero la gente tiene derecho a saber que acá hubo personas que no denunciaron a tiempo. Y eso es grave.

—¿Antes de que se detectara el primer foco de Artigas, en octubre de 2000?

—No, antes de que se expandiera el virus.

—¿Usted está diciendo que antes de que se denunciaran los focos de Soriano de abril de 2001 hubo productores que detectaron aftosa en sus animales, no alertaron a las autoridades y siguieron movilizando ganado?

—Exactamente. Y después, cuando supimos que el virus había entrado y se expandía, tuvimos problemas para entrar en muchos establecimientos a hacer lo que teníamos que hacer.

—¿Problemas para sacrificar animales, aplicando el denominado “rifle sanitario”?

—Sí. Hubo gente que se paró frente a sus establecimientos y no nos dejó entrar a trabajar.

—¿Y eso afectó la estrategia que los técnicos del Ministerio habían trazado para detener o al menos focalizar el virus?

—No tenga dudas. Eso limitó mucho nuestro accionar. Y eso hay que decirlo, para que no vuelva a pasar. Y ojo, que creo que también hubo gran carencia de nuestra parte.

—¿En qué sentido?

—En el de no comunicar adecuadamente la gravedad de lo que estaba pasando, para que se entendiera la urgencia de lo que había que hacer.

—Si los productores que no denunciaron a tiempo los brotes de aftosa en sus campos lo hubiera hecho, y si nadie le hubiera cerrado el paso a los técnicos del gobierno para sacrificar animales, ¿cree que el virus podría haber sido controlado?

—Es probable que sí. Y también es probable que si Argentina hubiera hecho desde un principio lo que tenía que haber hecho, nada de lo que pasó hubiera pasado.

—¿Se quedó dolido con la forma en que Argentina procedió respecto de Uruguay en este tema?

—Sí, no lo niego. Porque Argentina debió haber vacunado en serio, y no como lo hizo. Debió haber vacunado desde el río Uruguay hacia dentro de su territorio, pero no lo hizo. Y nosotros les decíamos: “ustedes tienen aftosa”. Y nos decían que no. Lo denunciábamos, y nos decían que no tenían aftosa. Y si estoy molesto con Argentina, es porque en este tema Argentina nos mintió. Mintieron las autoridades argentinas, pero también nos mintieron los ganaderos argentinos. Y es una mentira que nos ha costado ya más de 500 millones de dólares. Porque los uruguayos tienen que tener claro que la aftosa es un “regalo” que le debemos enteramente a Argentina.

—¿Por qué cree que las autoridades y los ganaderos argentinos ocultaron que tenían aftosa hasta que fue demasiado tarde?

—No me corresponde a mí andar atribuyendo intenciones. Lo que sí digo es que se comportaron pésimamente con el Uruguay y con todo el mundo. Porque no sólo mintieron, sino que cuando les hicimos ver que estaban mintiendo, lo negaron una y mil veces.

—¿Tuvo oportunidad, en algún foro internacional, de encontrarse nuevamente con algunos de aquellos funcionarios argentinos que le negaban la existencia de focos de aftosa en ese país?

—No, nunca más los volví a ver. No soy una persona que crea que las cosas se arreglan en el terreno de lo personal. Pero bueno, a veces a uno le sale el indio de adentro.

—Argentina, ¿es un hermano que en el tema de la aftosa nos jugó una mala pasada?

—No. Fue una jugada espantosa. Porque hay cosas que no se hacen. Y si no miren al Uruguay, que no bien detectó el problema se lo anunció al mundo, y fue este Ministerio y este ministro el que prohibió los certificados para la exportación.

—Hubo quienes, por ejemplo, dijeron que el gobierno se había “apresurado” a informarle al mundo del hecho de que la aftosa había entrado al país.

—(silencio)

—Cuando tuvieron la confirmación de que la aftosa había entrado a Uruguay, ¿hubo voces que le recomendaron específicamente al gobierno demorar el anuncio o faltar a la verdad?

—Y... sí. Hubo alguno que hasta nos criticó por decir la verdad. Y eso también tiene que saberlo la gente.

—Cuando la aftosa no pudo ser controlada, surgieron voces reclamando su renuncia. Y desde entonces su gestión ha sido puesta muchas veces en tela de juicio, ya sea por parte de la Federación Rural, por agrupaciones de productores que demandan una solución al fuerte endeudamiento por el que atraviesa el sector o por sectores políticos que mantienen diferencias con la forma en que usted conduce el Ministerio. Y usted llegó al gabinete como técnico, pero sin el respaldo de un partido o un sector político, lo que suele dificultar las cosas. ¿Alguna vez, en todo este tiempo de tormenta, pensó en abandonar el barco y presentar su dimisión?

—Pensarlo, lo he pensado mil veces. Porque uno se termina preguntando si está haciendo lo que tiene que hacer. Y porque además yo no estoy “abulonado” a este sillón. Basta que el Presidente me lo pida, para que yo renuncie inmediatamente. Pero lo que sucede es que cada vez que pongo todo en la balanza, concluyo en que el balance es positivo. No soy tonto, y hubiera preferido que no tuviéramos aftosa ni sequía. Lo que siento es que si algo salió mal, no es porque hayamos estado omisos en nuestras funciones. Por eso me he quedado.

—No debe ser fácil, de todos modos, en medio de esa tempestad estar hablando en la Rural del Prado y que un productor la emprenda a gritos contra uno.

—No, no lo es. Este es un cargo que tiene muchos sinsabores. ¿Pero saben qué es lo que más me duele? La cantidad de gente que habla sin saber. Y de esos ha habido muchos.

—¿Políticos?

—Algunos políticos y otros que no lo son.

—¿Eso le duele?

—Duele porque vivimos en un país libre, donde todos pueden decir lo que piensan, pero algunos aprovechan esa libertad para sacar su “ventajita”. Eso es lo que me duele.

—¿Alguna vez llegó a poner su cargo a disposición del Presidente?

—¿Pero ustedes qué se creen? ¿Se piensan que yo soy tan insensible como para no facilitar todos los mecanismos necesarios para mejorar las cosas? Lo hice mil veces.

—¿Y qué respuesta encontró en el Presidente?

—Me dijo: “mire, amigo, el día que piense que usted se tiene que ir yo voy a ser el que se lo va a decir. Así que por ahora siga donde está”.

—Hay quienes dicen que, por no provenir del sistema político, usted ha pagado un costo demasiado alto...

—(silencio)

—... y algunos ponen como ejemplo de ese costo el hecho de que se haya hecho público que usted mantiene una deuda con el Banco República y que su expediente haya seguido su curso, sin que nadie haya levantado un dedo para impedirlo. ¿Usted siente que ha pagado ese costo?

—Lo que yo siento es que he pagado un costo que no lo deseo a ningún uruguayo, que pasa por la pérdida de la intimidad. Porque yo, como ustedes o como cualquiera, tengo derecho a que se me respeten cosas que forman parte de mi vida, y que no estoy dispuesto a compartirlas con nadie.

—¿Se refiere al hecho de que mantenga una deuda con el Banco República?

—Sí. Yo he tenido la desgracia de que un semanario sacara una referencia a mi persona en ese sentido. Y fue algo malévolo, que por algún lado salió. Porque el Banco República tiene 20 mil deudores. ¿Por qué sale mi nombre cuando yo no he estafado a nadie, cuando yo no he embromado a nadie y cuando yo no he hecho ningún trámite distinto del que hace cualquier uruguayo en el pago de sus deudas?

—¿Y por qué cree que esa información salió a luz? ¿Para perjudicarlo?

—No sé. Lo que sé es que soy una persona que se jacta de pagar siempre sus deudas, a la que sin que hubiera nada mal habido, la pusieron un día en la cartelera.

—¿Siente que le pasaron una factura?

—Tal vez, pero ese es el Uruguay del que yo resiento. Porque acá todos saben por qué los productores agropecuarios se endeudaron. Y el que sabe que debo, sabe también que ya presenté una propuesta al banco para hacer mis pagos. Lo que no hay derecho es a que alguien utilice esa información, que forma parte de la relación que yo tengo con un banco y que debería estar amparada por el secreto bancario, para llevarla a un semanario con la finalidad de que eso tome estado público. Porque yo siento que un día me pusieron en calzoncillos en 18 de Julio. ¿Y saben algo? Mis calzoncillos tienen remiendos, pero no están sucios. ¿Entienden lo que les digo? No están sucios.

Las buenas noticias que vienen desde el agro

—¿Qué buenas noticias deben esperar los uruguayos que provengan del sector agropecuario?

—Yo no quiero pasarme de optimista, pero hay datos objetivos. La cosecha de invierno ha superado las expectativas. Son 120 mil hectáreas de trigo y 100 mil hectáreas de cebada, que le van a permitir al país exportar más de lo que se pensaba, y movilizar un importante sector de la economía. A eso hay que sumarle exportaciones de 80 millones de dólares o más de cultivos de verano. Además, a los arroceros le estamos buscando soluciones y los precios están mejorando. Y también han mejorado mucho los precios de la lana.

—¿Y la carne?

—Estamos haciendo todo lo que tenemos que hacer para que se nos abran los mercados de Estados Unidos, Canadá y México.

—¿Van a abrir?

—Sí. Demorarán un poco más o un poco menos, pero van a abrir.

—¿Cuándo?

—Creo que en octubre tendríamos que estar recibiendo alguna buena noticia.

—¿Van a abrir los tres mercados juntos?

—No. Por lo que se nos ha dicho, primero abrirá Canadá, luego Estados Unidos y finalmente México.

—¿Y qué va a significar la reapertura de esos mercados? ¿Más empleo en la industria frigorífica?

—Eso significa la industria frigorífica trabajando a pleno, lo que va a permitir a las plantas reincorporar a todo el personal que tengan en seguro de paro. Significa vender más y mejor precio, y movilizar el negocio de la intermediación ganadera, los fletes y todos los sectores que se mueven en torno a la exportación de carne. Y ahí trabaja mucha gente. Y el campo lo va a sentir.

La difícil receta para vender más

—Durante años se dijo que el Uruguay tenía que apostar fuertemente al turismo, a los servicios, al software. Hoy se dice que el agro será la palanca de reactivación del país. ¿Fue un error haber dejado de apostar al agro?

—Yo no sé si el país o el poder político se olvidaron del agro. Lo que sé es que hay muy pocos países en el mundo, creo que uno solo, que viven solamente de la actividad agropecuaria. Porque desde la Segunda Guerra Mundial hay países que decidieron no volver a pasar hambre. Y esos países subsidian su producción y ponen trabas para que nosotros entremos con nuestra producción. Por eso es importante que podamos ofrecer todos los productos. Porque cuando más ofrecemos, más posibilidades tenemos de vender. Hay que arrancar con el agro, pero después hay que ponerle valor agregado a lo que producimos, porque así generamos más empleo y podemos vender mejor.

“Vamos a encontrar problemas”

—¿Cómo cree que afectará al sector agropecuario la eventual liquidación de uno o más de los bancos actualmente suspendidos?

—Va a afectar, porque algunos de esos bancos tienen una fortísima presencia en el sector agropecuario. Uno espera que todos puedan reabrir, pero si eso no sucede vamos a encontrar problemas serios.

—Con las cartas a la vista, ¿hubiera sido mejor liberar antes el tipo de cambio para que el campo ganara antes la competitividad de la que ahora disfruta?

—Y... a las pruebas me remito. Hoy, con un dólar más alto, la producción uruguaya ha ganado competitividad. Pero entiendo que los uruguayos, en general, estén extrañando aquella estabilidad que durante varios años se tuvo.