EMIGRACION
| Postulantes se organizaron para montar guardia hasta que la representación
les extienda sus documentos
Unos
300 uruguayos acampan en la calle por su pasaporte italiano
La
mayoría deberá esperar una semana a la intemperie.
Formaron grupos de 18 personas que designaron delegados; piden que
se repartan números
CARINA
NOVARESE
Unos
300 uruguayos hacen cola frente al consulado italiano en Montevideo,
en espera de poder realizar diversos trámites que les permitan
completar su ciudadanía. La mayoría de ellos son hombres
jóvenes que intentan realizar el trámite de enrolamiento
para el servicio militar, esencial para que se les otorgue el pasaporte
que les permite viajar a Europa como ciudadanos comunitarios. Casi
todos, además, mantienen la vigilia día y noche desde
el viernes, porque ya decidieron emigrar en busca de mejores oportunidades
laborales.
Oficialmente
el consulado italiano informa por medio de una grabación
telefónica que los números para el trámite
de enrolamiento militar se reparten desde el lunes 16 a las ocho
horas, que sólo serán entregados los correspondientes
al día en cuestión (lunes, miércoles y viernes)
y que sólo podrán realizar el trámite quienes
ya posean la ciudadanía italiana. El trámite se había
suspendido en noviembre pasado, pero ya todos los interesados sabían
que se reabría ayer, lunes 16.
ESPERA.
Ahora los uruguayos que esperan, sentados en sillas de playa y hasta
apretujados en sus sacos de dormir, intentan llegar a un acuerdo
con el cónsul italiano para recibir los números a
la brevedad. A medida que transcurrían los días los
solicitantes se organizaron en varios grupos de 18 personas, cada
uno de los cuales tiene un delegado, e incluso escribieron una carta
al cónsul en la que le solicitan que reparta números
a los que ya están haciendo la cola, de manera de evitar
aglomeraciones e incomodidades en la vía pública.
Sentados,
tomando mate, con frazadas que apenas permiten ver sus ojos, esperan
que mañana haya una respuesta oficial para sus problemas.
Todos
los consultados por El País se mostraron decididos a seguir
montando guardia. La particular organización popular que
lograron les permite cierta libertad de movimiento: en tanto avisen
al resto de su grupo, los que esperan pueden ir y venir por pequeños
períodos de tiempo. Además, muchos organizaron sistemas
familiares de espera, en los que se turnan madres, padres e hijos,
e incluso primos y amigos.
Lo
peor es la noche, dicen todos. Sobre todo la madrugada del domingo
y también la del lunes, fueron complicadas por el frío.
Las horas no se pasaban más, explicó Daisy,
que hace cola desde el sábado por su marido y su hijo de
17 años. El italiano de la familia era el padre de su esposo;
ella no recuerda por qué vino a Uruguay, aunque sabe que
acá fue feliz.
Ayer
al mediodía los delegados de los grupos se reunieron en el
cantero central de Bulevar Artigas. El tema en discusión
era hasta qué punto valía la pena que todos los integrantes
de cada grupo permaneciera en la larga espera. La conclusión
general parecía ser que era necesaria la presencia masiva
como elemento de presión. El cónsul
nos tiene que ver a todos, dijo uno de los delegados.
Jacqueline
Almeida llegó hasta el edificio ubicado en Bulevar Artigas
y Luis de la Torre el sábado a las ocho de la mañana,
desde su barrio, Paso Molino. Según la organización
casera, le toca el último número del miércoles.
Los italianos eran sus suegros y ya tienen todos la ciudadanía;
una de sus hijas ya vive y trabaja en España y el resto de
la familia planea mudarse definitivamente a La Coruña. Podrán
hacerlo cuando el segundo hijo tenga hecho el enrolamiento, algo
así como una formalidad que deben cumplir los italianos antes
de los 47 años. Solo si viven en ese país entre los
17 y los 27 tienen que cumplir efectivamente con el servicio; luego
quedan simplemente como reservistas, en caso de guerra.
Es
algo así como jurar la bandera acá, dice entre
risas Daniel Baccino, un uruguayo-italiano de 27 años. Llegó
a la gran cola el sábado a las 17 horas y le tocó
número para el lunes 23; ahora festeja porque se enteró
que alguien desistió y pasó para el viernes anterior.
Ahora soy traidor con mi antiguo grupo, sigue bromeando
mientras sus compañeros lo aplauden.
El
padre de Daniel fue el que tramitó originalmente la ciudadanía
en 1989, aprovechando que su padre era italiano. Luego todos se
olvidaron del trámite y como nunca pensaron en irse no se
preocuparon por el tema del enrolamiento. Daniel ahora está
desempleado y no duda un segundo cuando se le pregunta si se irá:
apenas me salga esto me saco el pasaje, ya tengo la plata.
Ahora está desempleado, luego de trabajar varios años
en la Ericsson y en una estación de servicio. Quedó
afuera por reducción de personal. Dice que ya no busca trabajo.
Solo piensa en irse y lo hará a Palma de Mallorca, donde
tiene amigos que le ayudarán a conseguir trabajo. Dice que
hará lo que sea. Acá deja a su madre;
su hermana ya se fue a Estados Unidos.
A su
lado y también con el gorro calado hasta los ojos, Sebastián
espera sentado en una reposera. Tiene 23 años y sacó
la ciudadanía en abril, gracias a que su propio padre era
italiano. Ahora estudia y trabaja, pero igual se quiere ir: como
todo el mundo quiero prosperar y acá no puedo. Es probable
que sus hermanos sigan su camino. Para soportar desde el sábado
a la intemperie contó con la ayuda de amigos, que incluso
pasaron una noche ahí en su lugar.
En
la misma situación están desde el sábado los
hermanos Vicente y Marcelo Casella. Ambos tienen familias y están
decididos a irse, aunque tienen trabajo. Vicente dice que ya
me la veo venir y no quiero esperar a quedarme sin nada, sobre
todo ahora que espera a su segundo hijo.
Sebastián
Jabs se presenta como diputado (es decir delegado) y
tiene en sus manos la lista completa de las personas que esperan,
así como el turno que le toca a cada uno de ellos, hasta
fines de octubre. La primera persona que ayer logró hacer
el trámite fue también el encargado de darle al cónsul
la carta en la que los que esperan plantean el reparto de números
por adelantado.
En
cada uno de los grupos se repiten historias casi idénticas:
desempleados y gente con trabajo que tiene miedo de perderlo. Hoy
sabrán si antes de emigrar deben pasar una semana a la intemperie.
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