Los
temas de El País .La respuesta de la sociedad al creciente
problema de marginación de miles de familias tiene dos caras
.Hay 494 instituciones y casi 15.000 personas trabajando en una
solución .Pero muchos ponen en duda si todo ese esfuerzo
resulta eficaz. El temor es que los que tratan de ayudar terminen
tropezando entre sí, si no existen políticas coordinadas
frente a la pobreza
Una
sola familia es atendida por más de diez programas
Ministerios,
organismos, iglesias y organizaciones privadas multiplican planes
para las familias carenciadas
Carmen
tiene 44 años y siete hijos. Vive con cuatro de ellos de
16, 12, 7 y 5 años en una precaria vivienda de chapa en un
asentamiento de Malvín Norte. En una casa cercana vive otra
hija, de 19, con su compañero y un hijo.
En
torno a ella y a sus hijos se fue montando una red de ayuda en la
que ya intervinieron doce organizaciones públicas y privadas.
Los
asistentes sociales y psicólogos de una organización
no gubernamental lograron que su hija de 16 años concurra
a la escuela en un centro nocturno para adultos del Codicen. También
consiguieron que sea atendida por un comedor gestionado por una
iglesia metodista.
Los
tres más chicos van a una escuela muy cerca de su casa donde
además le dan el desayuno. Como ese colegio no cuenta con
servicio de comedor, al mediodía van a otra escuela pública
para almorzar. A la hora de la merienda vuelven a la primera y,
de noche, cenan en su casa porque el Inda (Instituto Nacional de
Alimentación) les acerca, cada mes, una canasta básica.
El
Banco de Previsión Social le concedió a Carmen una
asignación familiar especial, dos policlínicas del
Ministerio de Salud Pública atienden la salud de la madre
y de los niños y realiza el seguimiento de la situación
familiar con sus asistentes sociales.
La
Intendencia de Montevideo le proporcionó las partidas de
nacimiento de sus hijos, con las que el Ministerio del Interior
les pudo otorgar la cédula de identidad que les reclamaban
las escuelas.
Una
iglesia metodista de la zona y una parroquia católica se
ocupan también de los menores, al principio los alimentaron
y hoy los ayudan con un sistema de deberes vigilados.
Todo
ese engranaje comenzó a montarse a partir de que la organización
no gubernamental detectó a los niños en la calle cuando
mendigaban para sobrevivir. Hoy los pequeños siguen yendo
a la calle a pedir, aunque los asistentes sociales afirman que sólo
algunos días a la semana y por pocas horas.
El
nombre de esta mujer es ficticio, pero la historia es real, y fue
relatada a El País por los técnicos de algunos de
los programas que la atienden. Es un ejemplo vivo de cómo
funcionan las políticas de ayuda social en el país.
Para los técnicos es un ejemplo exitoso de coordinación,
pero la multiplicación de servicios sociales similares en
decenas de organizaciones plantea la duda de si es una forma racional
de gastar los recursos.
UN
EJERCITO. Hace una semana El País publicó un informe
que buscaba describir el "perfil" de los niños
de la calle. Una encuesta mostró el escepticismo de la opinión
pública, que en un 80% dudaba de la efectividad de un programa
puntual destinado a solucionar el tema.
La
pregunta que quedó flotando era ¿cuánto hace
la sociedad para enfrentar los casos de marginación ?
El
esfuerzo no parece menor.
En
el Iname --organismo que se ha convertido en el gran gestor de las
políticas sociales-- trabajan 3.732 personas. Las organizaciones
no gubernamentales que se ocupan del tema nuclean a otras 11.000
que se dedican a combatir situaciones de marginalidad no de forma
esporádica o voluntaria, sino haciendo de ello su principal
ocupación.
Existen
494 instituciones que atienden problemas de infancia y 715 servicios
integran la red solidaria que se ocupan de 36.193 niños en
todo el país.
El
Instituto Nacional del Menor financia 222 de esos servicios, otros
353 dependen del Instituto Nacional de Alimentación y 229
están en la órbita de las distintas intendencias municipales.
El
Iname maneja un presupuesto de 88 millones de dólares al
año destinado a atender 44.000 niños en situación
de riesgo. De ellos, sólo 716 hacen famoso al organismo:
son los menores infractores.
En
la órbita de la Presidencia de la República el Programa
Integral de Infancia, Adolescencia y Familia en Riesgo, busca coordinar
los planes de acción. El Banco Interamericano de Desarrollo
aporta 50 millones de dólares para ello.
La
educación pública interviene también en el
tema con asistentes sociales en las escuelas y con un fuerte programa
de alimentación financiado por el impuesto de Primaria. Incluso
mantiene un espacio recreativo y alimentario en zonas carenciadas
durante el verano.
El
Ministerio de Salud lo hace mediante su red de policlínicas
en esas mismas zonas, las que cuentan también con el apoyo
de asistentes sociales.
Las
intendencias tienen sus propios programas, en algunos centros comunales
zonales de Montevideo trabajan asistentes sociales.
En
el plan CAIF, que gestiona el Iname, participan el Inda, el Ministerio
de Trabajo y las intendencias.
También
existe ayuda a través de los programas de regularización
de los asentamientos, con otro importante crédito internacional.
Aunque
los datos parecen abrumadores los resultados son poco conocidos
y, según especialistas, una constante de los planes sociales
es la ausencia de medición de su eficiencia.
La
percepción de la opinión pública difiere, también
en este punto, del panorama que informan los especialistas. El 83%
de los encuestados en un relevamiento de Consultora Datos cree que
las políticas sociales son poco (60%) o nada (23%) eficientes.
COORDINACION
DIFICIL. Asistentes sociales entrevistados dicen que no es tan malo
que una decena de instituciones actúe a la vez sobre una
familia en riesgo, pero admiten que muchas veces no hay coordinación
entre los técnicos y que pueden malgastarse esfuerzos.
"Una
institución sola no puede abordar la complejidad de estas
situaciones", dice Mariela Solari, asistente social. Agrega
que en varios barrios y a instancia de los técnicos que trabajan
allí y que pertenecen a diferentes organismos "se está
apostando a trabajar coordinado y teniendo claro los objetivos".
Según
la asistente social Patricia Hauser, algunas de las instituciones
embarcadas en el tema tienen claro entre sus cometidos la coordinación,
pero otras no. "Entonces para lograr la coordinación,
se depende de la buena voluntad o el tiempo del técnico que
atiende al niño, y muchas veces se sigue el caso pero no
hay nada formal que obligue a ello".
Los
técnicos admiten el riesgo de superponer esfuerzos. "Es
fundamental coordinar los recursos y complementarlos; coordinar
más sobre los objetivos que se quieren lograr. Con la superposición
de técnicos y de instituciones no se avanza".
También
hablan de una cultura de la "derivación" que conspira
contra la eficacia de los servicios sociales. "Un niño
llega con un problema a un organismo, se ve que lo debe atender
un psicólogo, un funcionario lo deriva a un especialista,
piensa que se va a hacer el trabajo y se desentiende".
Quienes
trabajan en las zonas marginadas no confían demasiado en
un cambio en la forma de realizar la tarea. "Si cambiaramos
la estrategia y nos propusiéramos crear nuevos centros para
atender niños de la calle con nuevas metodologías
de trabajo, seguramente, si no se trabaja en red, se van a saturar
y vamos a estar en lo mismo porque es como no reconocer lo que ya
se está haciendo de una manera integral. Si no se logra fortalecer
lo que ya existe en la escuela, en los centros de salud que son
lugares donde los niños van, es difícil agregar algo
más", sostiene Solari.
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