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Julio
María Sanguinetti | "El País" de Madrid
Izquierdas
y derechas latinoamericanas
En
política nada hay más peligroso que los simplismos.
Pero todos los días los sufrimos y por eso mismo hay quienes
interpretaron el triunfo de Uribe en Colombia como una simple victoria
de la derecha, y ahora el de Lula da Silva en Brasil, como un clamoroso
desvío hacia la izquierda.
Los
temas son más complejos. Empezando por Colombia, advirtamos
que Uribe defendió una línea firme en la lucha contra
la guerrilla, pero no por ello representa un derechismo reaccionario
o algo así. Por el contrario, es un hombre formado en el
histórico Partido Liberal, ha sido un gobernante sensible
a la temática social y en los primeros meses de gobierno
ha mostrado ya la capacidad para administrar su voluntad de afirmación
del Estado con ponderación y equilibrio.
Del
mismo modo, no identifiquemos a Sánchez de Lozada en Bolivia
con una simple derecha neoliberal, cuando siendo como ha sido
siempre un liberal económico clásico, sus años
de ministro y de presidente lo han definido como un hombre de gran
cultura, sólida formación de gobierno y, por lo mismo,
hecho a los matices de la vida política.
Más
complejo es lo de Ecuador, y allí con lo que nos encontramos
es con un debilitamiento de los partidos, peligroso como siempre,
y un auge populista, que proyecta a un militar y a un empresario
para la segunda vuelta, dejando en el camino a las figuras de mayor
tradición, como el ex presidente Rodrigo Borja. ¿Qué
surgirá de estos candidatos? No está muy definido.
Lo único claro hoy es que sus actitudes son rupturistas de
la tradición partidista y que sus definiciones de principio
permanecen aún confusas.
Cruzando
de acera, nos encontramos con Lula en Brasil. Primero eligió
un vicepresidente liberal, multimillonario, dueño de una
enorme empresa y vinculado a las iglesias evangelistas. Luego apoyó
al presidente Cardoso en su acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
Más tarde sostuvo la histórica continuidad de Brasil
y reconoció logros hasta del Gobierno militar, por su consolidación
de la burguesía industrial brasileña, que a su vez
habilitó la formación de un sindicalismo también
nacional, del que es hijo el PT. Finalmente, y esto fue fundamental,
logró el apoyo de las figuras más emblemáticas
de la derecha y el centro político, los ex presidentes Sarney
e Itamar Franco y el viejo caudillo bahiano Antonio Carlos Magalhaes,
quien ha sobrevivido a todos los avatares de la azarosa vida política
brasileña en los últimos cuarenta años. Tanto
es un triunfo personal de Lula y no del PT que éste no gana
ninguna gobernación importante, perdiendo incluso la que
tenía, Río Grande del Sur, que era su gran base de
operaciones hasta el presente.
Lula
ha caminado hacia el centro, pero sobre todo se ha alejado claramente
de los radicalismos de otrora, tendiendo puentes hacia sectores
que hace muy poco tiempo hubiera sido impensable que le apoyaran.
De
todo esto resulta que no envuelve a la América Latina ninguna
ola ideológica hacia un lado o hacia el otro. De lo que sí
adolece es de una situación económica recesiva, con
crisis en algunas áreas como la del Río de la Plata,
una fatiga de los ajustes macroeconómicos y un debilitamiento
de los partidos políticos que se ha hecho explosiva en países
como Venezuela o Argentina. Para enfrentar este cuadro tan difícil
es que reaparece el viejo dilema: democracia responsable o populismo
demagógico. Y éstos sí que son dos campos bien
distintos.
La
democracia responsable puede ser de tono socialdemócrata
con Lagos en Chile o Fernando Henrique Cardoso en Brasil, como puede
ser de entonación más liberal con Uribe en Colombia
o Sánchez de Lozada en Bolivia, pero no deja de ser un capítulo
de lo que alguien ha llamado la "república de centro".
Aquí juega la mayor inclinación de unos hacia la libertad
y el orden, frente a otros más preocupados de los indicadores
sociales, pero todos actuando dentro de parámetros generales
en que nadie discute la necesidad del equilibrio macroeconómico,
las ventajas de una economía relativamente abierta y el imperativo
de un Estado en constante reforma.
El
debate entonces no es izquierda o derecha, entendidas como términos
europeos. Es el enfrentamiento de aquella visión responsable
del Estado con el populismo, ese eterno fantasma latinoamericano
que reaparece en cuanto algunos nubarrones pueblan el horizonte.
Por esencia demagógico, apela al aplauso popular en nombre
de causas legítimas, pero cuyo sustento y viabilidad no se
examinan. Todo transita a golpes de voluntad, a invocaciones a la
sensibilidad, incluso a "efectos especiales" que los modernos
multimedios proveen para construir imágenes de figuras televisivas.
Así fue que nacieron las hiperinflaciones y así fue
que se incubaron enfrentamientos como el que divide en dos mitades
pasionales a Venezuela. A veces se comenzó por regalar prebendas
a los sindicatos y a veces por cacerolear para "que se vayan
todos..." Así emergieron de la nada los Fujimori o los
Collor de Melo. El resultado siempre fue, más tarde o más
temprano, la inestabilidad económica y política.
La
preocupación, entonces, no debiera estar en quienes representan
partidos, con opciones matizadas hacia derecha o izquierda, sino
a la inversa en aquellos que no se representan más
que a sí mismos aunque invocan a las masas desde la televisión
y les prometen Gobiernos fuertes y mágicos, con tierra a
disposición para los campesinos y empleo sin restricciones
para los urbanos. Luego de la ola democratizadora de los ochenta
y el reformismo económico de los noventa han vuelto tiempos
difíciles. La esperanza es que haya lugar para la razón
y estos vientos no se transformen en tempestades.
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