DOS
DIAS ANTES DE SU MUERTE JULIO C. DA ROSA SE PRESTO A UN LARGO REPORTAJE
QUE TUVO COMO ESCENARIO LA CASA DE RAUL ITURRIA
La última entrevista
* El domingo hubo que
llamar a Sección Fotografía y aclarar un cambio operativo:
condolencias mediante se registró un escritorio vacío
Raúl Iturria
ocupa su transitoria y muy a medias vacaciones políticas
con una agitada agenda artística. Le gusta la pintura; es
un afinado entendido en literatura nacional con énfasis en
el área llamada nativista, lo que incluye desde la poesía
criolla que hasta los payadores; rastrea las librerías de
viejo y las ferias en busca de material histórico; es un
anfitrión generoso que mezcla amigos con gente de la cultura;
y está empeñado en registrar la memoria colectiva
de un país que insiste en mirarse al espejo de sus pequeñas
diferencias. Me tocó compartir la mesa en lo de Iturria más
de una vez con Julio C. da Rosa. La concertación para una
entrevista estaba como cantada. De una manera o de otra los almuerzos
terminaban siendo una especie de reportaje. Cansado de esos simulacros
Iturria propició uno en serio: concertado especialmente,
con mucho tiempo en el medio y la ausencia de cualquier otro comensal
fuera de los dos invitados, entrevistado y entrevistador, y el dueño
de casa. El encuentro insumió casi seis horas y fue completado
con una llamada telefónica esa misma noche del propio escritor.
En ese momento se le recordó a da Rosa que el fotógrafo
iba a pasar el lunes por su casa para documentarlo en su despacho.
La foto no pudo ser y registró el escritorio vacío,
tal cual lo había dejado su ocupante. Julio C. da Rosa murió
en ese fin de semana, intempestivamente, por un ataque cardíaco,
a los dos días de la mentada entrevista. La noticia ocupó
espacio abundante en los medios de prensa en donde mucha gente descubrió
que además de consagrado escritor y ex hombre público
Julio C. da Rosa era también grado 33, el máximo,
dentro de la Logia Masónica. El repentino, y lamentado, deceso
de da Rosa convirtió en última entrevista el casual
encuentro en lo de Raúl Iturria.
--¿Cuándo
Usted llega a la literatura quiénes son las referencias que
le resultan viables?
--"Acevedo Díaz,
Javier de Viana, Francisco Espínola, Morosoli. Después
viene Porta así, como ahora están De Mattos y Delgado
Aparaín. Son parámetros que han actuado normalmente
como admiración natural y además con mucha pasión.
Fíjese que yo soy un hombre radicalmente paisano, campesino.
Me crié en un medio de cuyas canteras aún sigo extrayendo
mi material de trabajo".
--"No se puede escribir
sobre otras cosas que las vividas?
--"O las que se sienten
como vividas. Alguien decía que a menudo intentamos escribir
sobre nuestro futuro y terminamos siempre escribiendo sobre nuestro
pasado. Y es verdad. Aunque no se trate de referencias autobiográficas.
Nunca la cosa es tan personal".
--¿Se puede
escapar a la tipología?
--"Ah, yo creo que no.
No en la que los otros lo colocan a uno, sino en la que uno está
parado. Yo nací en el medio del Uruguay campesino".
--Explique un poco
el término porque al uruguayo de ahora le puede resultar
algo literario.
--"Yo nací en
los fondos de los campos de mi país. Me formé hasta
la adolescencia en un establecimiento rural que mis padres tenían
en la 4ta. sección de Treinta y Tres. En los fondos de los
campos, reitero. En medio de la soledad. Y del silencio, ese gran
bien que los campesinos perdemos al llegar a la ciudad. Pero mi
padre que había sido un pobre campesino salido del segundo
año de escuela rural se convirtió en un gran lector.
Cuando no trabajaba, estaba siempre con un mate y con un libro en
la mano.
En mi casa se formó
un ámbito donde la lectura era una constante. ¿Y qué
podía leer un paisano en su época? Las cosas que obviamente
le interesaban y le hablaban de su mundo: Acevedo Díaz, Javier
de Viana, Montiel Ballesteros, Fernán Silva Valdez. Con esa
formación individual me vine a la ciudad y desde la ciudad
no he hecho nada más que vivir manejando vivencias de cuando
vivía en el campo".
VIDA CELULAR
--Da Rosa, ¿Cómo
estaba constituía su familia?
--"Mi padre, mi madre
y ocho hermanos. Mi padre era un estanciero. Tenía una semi--estancia.
Hoy sería una estancia grande. No lo era en aquellos años:
casi 1600 cuadras pobladas de vacas, ovejas, chivos, chanchos y
gallinas. Vivíamos de eso".
--Da Rosa suena a
norteño.
--"Mi bisabuelo, Cristino
da Rosa, era portugués. Mi abuelo era brasileño pero
se radicó muy pronto en el Uruguay. Mi padre era hija de
otro portugués, Caétano".
--¿Caétano
o Caetano?
--"Caétano. Somos
Caétano, con tilde. Un día estuve en Banda Oriental
con el historiador Gerardo Caetano, le hablé de mi segundo
apellido y la posibilidad de un parentesco. Y él me preguntó
cómo se escribía. Cuando le hablé del acento
me descartó el parentesco. Usted es de los Caétano
ricos, me dijo sonriente. Y era verdad. Mi madre era rica mismo".
--Los campos venían
por parte de su madre.
--"Ahí había
una combinación. Mi madre recibió mil cuadras y mi
padre compró 600. Así se formó la estancia".
--Usted es otra de
las leyendas treintaytresinas, ¿pero específicamente
de qué parte? No es del Olimar por cierto.
--"Vivíamos a
dos leguas de la ciudad de Los Cuervos, casi en los límites
con Cerro Largo. Los campos daban al arroyo Fraile Muerto, que era
la divisoria departamental. Cuando yo cuento cosas de cuando era
chico, el mundo ha cambiado tanto que la gente no me las cree. Para
comunicarse con la ciudad de Treinta y Tres había que caminar
cuatro leguas hasta la comisaría más próxima,
someterse a la ceremonia de la manivela con sus tiempos y las esperas
para que la voz saliera más clara. Entre una cosa y otra
hablar por teléfono insumía un día entero".
--¿Usted nació
en el campo o en la ciudad?
--"Nací en la
estancia de mis abuelos paternos, aunque la estancia en realidad
sería del bisabuelo Cristino, hermano de Pulpicia da Rosa
que es la madre de todos los Saravia".
--¿Cómo
salió colorado proviniendo de ese apellido?
--Porque usted elige
la vertiente más notoria. Pero en esa familia había
blancos y colorados. No se olvide que estaba el General Basilicio
Saravia, el Comandante de la División 33 de la Guerra del
4 y que era hermano de Aparicio".
--¿Existían
elementos diferenciadores en las familias provenientes de la extracción
portuguesa? Las que venían de la otra frontera, la argentina,
no parecían distinguirse tanto.
--"Había muchos
y estaban en todos lados, de las comidas hasta ciertos hábitos.
Pero nada influía tanto como el lenguaje. Había una
gran influencia del portugués en esa zona que va de Artigas
hasta Cerro Largo y se filtra hasta Treinta y Tres. El peso del
idioma es tan grande que aún hoy me manejo con una cantidad
de léxico fronterizo y cuando escribo tengo que cuidarme
para no caer en eso y si caigo lo aclaro expresamente".
--Menos Rocha, que
parece ser todo lo contrario, la contaminación idiomática
abarca toda la frontera noreste.
--"Claro porque en Rocha
pesa mucho...".
--La situación
geográfica.
--"Claro, el agua. La
Laguna Merín ayuda a lavar el idioma. La frontera terrestre
es una provocación, un cambio."
--¿Cómo
estaba situado usted dentro de la familia?
--"Era el hermano mayor,
de ahí la cantidad de resabios y de responsabilidades que
debí asumir. Eramos seis cuando estábamos afuera.
Pero nacieron dos hermanos más cuando la familia se estableció
en la ciudad".
LARES PETREOS
--¿Cómo
era la casa donde usted vivía afuera?
--"Un día lo
voy a llevar a conocerla. Está invitado. Lo tenemos que entusiasmar
a Iturria (que en ese momento no está presente, inmerso en
sus obligaciones de anfitrión). Yo cada dos meses regreso
a Treinta y Tres. No puedo faltar más tiempo. Es como si
me faltara el aire. La casa en que yo nací está intacta.
Tengo la suerte que siga en manos de una Saravia, parienta nuestra,
y por lo tanto tengo el acceso abierto. La casa está igual,
con algunos aditamentos y lógicamente con la modernidades
exigidas, pero igual. Yo me doy el lujo de dormir en mi viejo dormitorio".
--Usted habla de
la incorporación de modernidad. ¿Cómo era vivir
en el campo cuando para hablar por teléfono había
que perderse un día entero entre ida y vuelta a la comisaría?
--Acuérdese que
yo nací en el Veinte. Lo que obliga a remontarnos a principios
del siglo pasado. La casa era piedra y el piso de portland. Luego
mi padre la reconstruyó con ladrillos. Pero la piedra era
el elemento común. Menudeaban los techos de zinc y desde
luego no existía el saneamiento. ¿Sabe dónde
estaba el cuarto de baño de los varones? En el tartagal.
Ahora suena duro, anti-higiénico, pero así se vivía
en el medio del campo y le aclaro que nadie hubiera cambiado las
maravillas de una vida al aire libre por esas cosas del confort".
--¿Por qué
se cambiaban?
--"La mayor parte de
las veces por circunstancias de la vida. En nuestro caso fue la
educación. Cuando yo terminé el último tercero
me tuve que ir. Y cuando llegó el momento de mis hermanos
menores se concretó el éxodo".
--¿En qué
iban a la escuela?
--Quedaba a una legua.
Iba a caballo y cuando se me sumaron hermanos lo hacíamos
en un carro de pértigo".
--¿Se acuerda
del nombre de sus maestras?
--"¡Cómo
no! En aquellos tiempos yo estaba perdidamente enamorado de mis
maestras. A los otros muchachos les pasaba igual. Estábamos
acostumbrados a los códigos muy rudos de la vida rural. Y
de pronto llegaban esas mujeres jóvenes, muy blanquitas,
todas perfumadas y vestidas con aquellas túnicas albas y
duras de almidón. No se podía resistir tamaña
seducción".
--Se las acuerda
en la imagen, ¿pero también las recuerda la identificación?
--"Más bien.
La primera era una prima hermana que había hecho el último
año en la escuela urbana. Ella nos introdujo en los rudimentos
de la lectura y la escritura. Yo entré en la escuela oficial
en segundo año. Ramona-Gita-Fernández era la maestra.
Tiene más de noventa años y vive todavía. Fue
una mujer adelantada para su época. Después fue secretaria
y fundadora del Instituto Normal. Era toda una personalidad y un
ser emancipado. La próxima maestra que tuve fue María
Ester Correa, La Uva, prima hermana de Serafín J. García.
Cayó en aquellos pedregales acompañada de una negra
y de una gurisa media loca que habían criado en el Asilo".
--Como quien dice
se sale de sus recuerdos para entrar en un de sus cuentos.
--"Digamos que seguimos
sacando material de la misma cantera".
--¿Se acuerda
del resto?
--"Me acuerdo. La primera
maestra de tercer año fue Dominga Sánchez Castro,
que pudo haber sido una gran escritora. Nos introdujo en el mundo
de la literatura, nos recitaba, leía biografías. Después
vino un gran maestro, Santos Píriz y yo seguí en la
serie de los terceros en donde uno aumentaba los conocimientos pero
sin abandonar la escuela".
--Entonces no eran
frecuentes los maestros varones.
--"Para nada. Su llegada
produjo un impacto: joven, buen mozo, citadino. Supongo que lo habrán
visto como el mismo diablo. La mayor parte de los padres retiraron
a sus hijas de las clases. Así como Ud. lo oye". "Medidas
Prontas de Seguridad", dice Iturria que oye lateralmente la entrevista
y mete la cuña de su humor permanente.
--"El ablande corrió
por cuenta de mi padre", anota Da Rosa. Este pobre hombre, hijo
de una familia entrañable de Treinta y Tres se hizo amigo
de mi padre y gozó de su amparo. Entre su posición
económica, su bonhomía y sus veleidades intelectuales
da Rosa era una especie de caudillo de la zona. La amistad con mi
padre le ayudó a ahuyentarle el fruto a azufre que le encontraban
los paisanos desconfiados a Santos Píriz quien se hizo finalmente
mi amigo y fue mi preparador para el examen de ingreso, cuando yo
a los 13 años me tuve que ir a la ciudad para seguir con
los estudios".
ETAPA INTERMEDIA
--¿Dónde
se hospedó en Treinta y Tres?
--"Primero en la casa
de una hermana de padre, Elcira, Chicha, da Rosa. Después
en la casa de otra pariente, la madre de Gita Fernández.
Seguí ahí hasta que me agarré una difteria
brutal. Mis hermanos menores también se enfermaron pero yo
logré el récord. Fui el campeón de la difteria
negra. Terminamos internados en el Hospital y mi padre alquiló
una casa para que estuviéramos todos juntos".
--¿Se adaptó
fácil al ambiente pueblerino?
--"Me costó muchísimo.
Y eso que tuve la ventaja de poder escuchar diariamente a Gardel.
La traslación, el cambio, me pesó siempre. Y se repitió
cuando me tuve que ir a Montevideo. En determinado momento le dije
a papá que quería volver al campo. "A trabajar de
peón rural", me dijo escuetamente y me pinchó las
nostalgias".
--Ustedes eran seis
en el campo y terminaron ocho en la ciudad. ¿Su padre siguió
el trillo de los hijos que se fueron a estudiar?
--Mi padre marchó
para la ciudad detrás de los hijos y perdió todo en
el camino. Era a su manera un personaje en el campo, apoyado en
su ventaja de ser un estanciero rodeado de establecimientos menores
y sensibilizado por su manera de ser y seguramente por lo que leía.
Era un benefactor. Prestaba lecheras, bueyes, caballos, faenaba
carne para los pobres y les cobraba tarde mal y nunca. Se fundió
sólo con el propósito de hacer estudiar a sus hijos.
El mismo vivía cismando con eso. Vendió, hizo inversiones
equivocadas y a lo último vivía de una miserable pensión.
--¿Había
sacado cuentas en algún momento?
--"Cuando se termina
tan mal, seguro. En términos culturales cuando pasó
la raya le quedaron dos hijas escribanas, una maestra y este pobre
escritor. Pero esos son cálculos tan equivocados como los
que se hacen con el signo contrario del dinero habido. Supongo que
habrá puesto en los platillos los afectos. Quiero creerlo".
--¿Dónde
vivieron en Montevideo?
--"Primero en la calle
Abayubá, y después que mis hermanos pasaron a Preparatorios
nos trasladamos a Maldonado y Yaro, en una casa que terminó
siendo barata porque al lado funcionaba una casa non sancta como
le decían antes. Y que al principio fue un duro golpe sicológico
pero después fue apenas un dato más del vecindario,
sin molestar a nadie". "Y con presumibles descuentos para los vecinos",
anota implacablemente Iturria. pero el comentario resuena junto
a una pregunta mía sobre los orígenes literarios que
lo saca de un golpe a da Rosa de la realidad y lo inserta en su
anhelado mundo de ficción.
--"Empecé a escribir
a los 14 años", dice el autor de "Cuesta Arriba" (1952) su
primer libro. Estaba muy "romantizado" y advertí enseguida
que tenía que encontrar otro camino. Cuando leí "Los
albañiles de los Tapes" me di cuenta que lo había
encontrado. Le escribí una carta a Morosoli muy grandilocuente
donde lo trataba de Gran Maestro. Me contestó enseguida.
Me llamó amigo da Rosa y me dijo que dejara lo de maestro
porque si no nos íbamos a entender. Tenía razón,
él, desde luego. Y nos terminamos entendiendo.
--"Cuesta Arriba"
su primer libro, su vinculación con Asir, su amistad con
Paco Espínola y con Morosoli, su colaboración con
Marcha, su afiliación a una literatura nativista que parecía
retroceder y a la que Usted le inyectó nuevos bríos
y su aplastante triunfo en la literatura infantil que lo convierte
en uno de los dos lectores más populares del Uruguay alfabetizado,
todo no está contabilizado. ¿Cuándo piensa usted
que empieza a adquirir peso artístico?
--"Le puedo decir cuando
empieza a perfilarse. "Creo que "Hombre-flauta" dio una medida de
mis condiciones literarias, para llamarlas de algún modo.
La historia de Ansín, ese pobre hombre con problemas mentales
pero dotado para la música logró transmitir una experiencia
humana valiosa y recrear la atmósfera de la época
de las retretas pueblerinas. Ahí empezaron a tomarse en cuenta".
--Y fuera de su caudillaje
como autor de historias seguidas con fervor por el público
infantil, ¿en dónde instauraría su otro momento
de despegue?
--"Seguramente en "Juan
de los Desamparados" que marchó para un concurso que Life
organizó en torno a la literatura latinoamericana".
--Me acuerdo. Que
ganó el argentino Denevi, tuvo a Martínez Moreno en
un destacado segundo puesto y a Onetti en una Mención con
"El infierno tan temido".
--"Yo no figuré
en las distinciones pero "Juan de los Desamparados" supo abrirse
camino solo y cimentó mi condición de escritor".
--Mucho alimento
espiritual y gratificación compartida, ¿pero mientras
tanto ¿cómo se ganaba la vida?
--Primero como Secretario
rentando, ese era el nombre, del Colegio José Pedro Varela.
Después me vinculé con Fernández Artuccio y
terminé trabajando para una radio que entonces se llamaba
El Aguila y terminó siendo CX 32 de Montevideo. Terminé
distanciado de Fernández Artuccio pero tuvo la hombría
de recomendarme para entrar en Andebu. Ingresé en ese organismo
en el 48 como gerente y seguí allí hasta el 62, cuando
fui elegido Diputado por Treinta y Tres".
--A partir de ahí
se convierte en una figura pública.
--"Espero que lo diga
en un buen sentido. En una buena, como le dicen ahora".
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