|
EL PINTOR URUGUAYO GUILLERMO FERNANDEZ EXPONE EN EL CENTRO DEL MINISTERIO
DE EDUCACION Y CULTURA
Sabiduría
magistral
El creador exhibe su
discreta maestría en una importante muestra que es casi retrospectiva
JORGE
ABBONDANZA
Refugiado en la tenacidad
de su perfil bajo, Guillermo Fernández ha sacrificado una
parte de la notoriedad que suele acompañar a las figuras
de primera línea del medio artístico: cabe decir que
es el menos famoso de los maestros consagrados. Su discreción
figura como escudo de una inteligencia que no sólo se refleja
en el comportamiento personal o en la relación con oleadas
de alumnos, sino también en la charla casual: hombre naturalmente
tímido pero con un fondo de locuaz virtuosismo que en su
caso se disfruta y se agradece, Fernández resulta luminoso
cuando opina sobre los lenguajes visuales, sobre la tradición
cultural, sobre la formación de jóvenes talentos,
sobre el prójimo y el mundo. Armado de un vocabulario pródigo
y un razonamiento certero, entrega así una capacidad que
ha ido desarrollándose junto a la maestría creadora.
Conviene visitar detenidamente
lo que él mismo califica de "casi retrospectiva" en la sala
del MEC sobre la calle San José, porque en esa muestra que
sigue habilitada hasta el jueves 29 ha agrupado un conjunto de obras
de técnica variada (trabajos en madera, tintas chinas, óleos
y acrílicos) que cubren un largo período, desde los
años 50 hasta ayer mismo. La selección incluye retratos
de mucha celebridad criolla --Acevedo Díaz, Marosa Di Giorgio,
Paco Espínola, Delmira Agustini, Horacio Quiroga-- pero sobre
todo ilustra la formidable soltura con que Fernández maneja
la pluma o el pincel para obtener un libre tratamiento de cada figura,
en el que no está ausente un humor flotante, una ojeada crítica
ni un empuje caricaturesco que redobla la agudeza con que observa
a cada modelo, hasta dar la sensación de que está
viendo ciertos rasgos profundos por transparencia.
La misma sensibilidad
recorre sus obras abstractas de los años 70 y 80, abriendo
paso a un severísimo rigor cuando se trata de las estructuras
constructivas, como el gran mural que ocupó hasta hace poco
una de las paredes interiores del restaurante Morini. La mirada
de Fernánez nunca es espectacular sino que parece envuelta
por un manto de sobriedad y un aire de reserva que nunca le impiden
ser afilado y penetrante, dotado de las mismas cualidades que caracterizan
el ejercicio de su buen humor verbal o su reacción ante los
vuelcos de la realidad. Todo ello demuestra que la atención
del contemplador ante su obra debe ser cuidadosa y demorada, porque
no obtendrá un impacto instantáneo sino la seducción
gradual que proviene de todo trabajo creador presidido por una mano
sutil y una maestría casi secreta.
|