Amalia
Nieto | ARTISTA PLASTICA
Una pintora venerable
La legendaria artista
acaba de inaugurar una muestra en la que expone obras de todas sus
épocas
GUSTAVO
LABORDE
Aunque catálogos
y libros de referencia sostienen que Amalia Nieto tiene 91 años,
ella revela sin coqueteos que el pasado 3 de agosto cumplió
los 94. Esta alumna dilecta de Joaquín Torres García
y viuda de Felisberto Hernández, acaba de inaugurar una exposición
en el Museo de Arte Contemporáneo de El País (18 de
julio 965). Los visitantes que se acerquen hasta allí podrán
admirar esta muestra representativa de una trayectoria tan larga
como singular dentro de la pintura uruguaya. Pese a haber sido una
militante de la primera hora del constructivismo que propugnaba
Torres García, la revolución pictórica uruguaya
más importante del siglo, Amalia Nieto supo encontrar un
lenguaje propio que cultiva desde hace siete décadas.
Esta mujer nacida en
la primera década del siglo pasado continúa viviendo
en su apartamento de Pocitos. Dotada de una buena memoria y una
envidiable lucidez, habló bajito durante más de una
hora, pero fue firme para solicitar que no se le tomaran fotos hasta
después de terminada la entrevista y difícil de convencer
para que dejara al periodista usar su grabador. A lo largo de toda
la sesión mostró un gran sentido del humor coronando
alguna de sus respuestas con una simpática sonrisa que iluminaba
la placidez de un rostro famoso por su belleza. Pero no se privó
de retar al fotógrafo --al que miró fijamente con
sus hermosos ojos celestes-- cuando éste le robó una
foto antes de lo acordado.
--En la exposición
del Museo de Arte Contemporáneo se pueden ver obras suyas
de diversos momentos. ¿Es una retrospectiva?
--Es casi una retrospectiva,
porque hay obras mías de distintos períodos. Hay naturalezas
muertas y cosas que hice en París. También hay obras
que salieron de cartas que yo le ilustré a Felisberto Hernández,
que luego las recorté y que fueron expuestas en la Alianza
Francesa.
--Pese a que ya tenía
cierta trayectoria e incluso había estudiado en París,
usted se integra muy joven al Taller Torres García.
--Sí, él
llegó a Uruguay en 1934 y en 1935 abrió sus clases.
Yo era muy joven y estaba recién llegada de Europa porque
había tenido una beca en París, donde estudié
con André Lothe y en la Grande Chaumiere. Cuando vine me
encontré que había llegado Torres García. Para
mí fue una salvación, porque había un gran
contraste entre lo que yo había visto allá y lo que
encontré en Uruguay a mi retorno.
--¿Cómo
era Joaquín Torres García enseñando?
--Y al principio, como
todos, estábamos un poco desconcertados. El tenía
una manera impositiva de dar clases, era muy exigente, aunque tenía
un aspecto de gran bondad. Hacíamos mucho trabajo de
dictado, nos leía
temas, nos sugería cosas. No era un conjunto muy numeroso
de gente, pero había algunos artistas ya consagrados, como
el mismo Cúneo, que pasaron por ahí. Era desconcertante,
pero nos fuimos haciendo a esa nueva modalidad.
--¿A usted le gustaba
la obra artística de Torres García?
--Sí, claro.
Lo que hacía él me gustaba. Yo antes de entrar en
el taller ya tenía noticias de Torres, pero no lo conocía
mucho. Recuerdo que estando yo en París nos encontramos.
Incluso allá hubo una exposición en la que él
participaba, pero yo no la llegue a ver. Aquel era un momento importante
para él, fue cuando estuvo en Estados Unidos y después
se vino para acá.
--Usted militaba en
la vanguardia artística de aquella época. ¿Cómo
ve esos años ahora?
--No hemos cambiado
mucho; hay artistas nacionales que están en eso, están
en la no figuración.
--¿Considera que
su obra se enmarca en el constructivismo que impulsaba Torres García?.
--Bueno, yo tuve un
período en el que lo seguía muy de cerca, en todos
sus principios. El ya había publicado muchos libros, ya había
escrito un volumen muy grande que se llamaba Constructivismo universal.
Yo frecuentaba mucho su casa, le llevaba trabajos. El vivía
en un ambiente muy austero, pero se trabajaba muy bien con él,
con dedicación. Yo me hice muy amiga de su casa, en especial
de sus hijos Augusto y Horacio.
--En 1941 usted se desvincula
del Taller Torres. ¿Ya no le interesaba el constructivismo?
--El cambió y
cambiamos todos. Esa experiencia me vino muy bien, sobre todo luego
de lo que había vivido en Europa. Después tuve una
búsqueda más personal, con distintos períodos.
Pero siempre tenía la idea de retornar a Torres, de no abandonarlo
porque sus enseñanzas me sirvieron siempre de guía.
--Pero usted tiene obras
que se apartan mucho de los preceptos del constructivismo, tanto
en su paleta como en los temas.
--Sí, depende
de los períodos; en algunos casos usé colores más
sombríos, en otros más brillantes. Yo seguí
trabajando e intenté apartarme de Torres, aunque en realidad
siempre estuve unida a él. Yo me resistí en buena
medida a esa influencia, pero me di cuenta que era una cosa que
no podía negarla más, era algo que ya estaba incorporado
a mi.
--¿Los que participaron
del Taller Torres llegaron a imaginar en aquellos años la
influencia tan importante que llegarían a tener?
--Hubo que luchar mucho,
yo tuve que acompañarlo mucho a Torres en esa primera época.
La gente se oponía, no lo aceptaba. Yo tenía una casa
en Duvimioso Terra y Colonia --que luego la demolieron y ahí
construyeron un banco-- que tenía una sala muy grande. Ahí
le hice varias exposiciones a Torres. Y a muchos no le gustaba su
obra, había gente que se reía. Fue muy difícil
de imponer. Recuerdo que cuando le hice un homenaje fui a ver a
Vaz Ferreira, que en ese momento era el director del Paraninfo,
y le pedí el salón para realizarlo. Le dije: "Le voy
a pedir dos cosas. Una es el salón para el homenaje". Y ahí
me acuerdo que Vaz Ferreira, con aquel tono serio que tenía
me dijo: "Está concedido". Y le dije: "La segunda es su adhesión".
Y el me respondió: "No está concedida". El, la verdad,
estaba un poco en contra de Torres. Era demasiado vanguardista para
él. Y así y todo se hizo el homenaje.
--¿Le interesan
artistas de generaciones anteriores, como los planistas, por ejemplo?
--Tuve muy poco contacto
con ese período, pero había gente que seguía
esa modalidad.
--En un país
donde las mujeres no tienen una gran presencia en la pintura usted
y Petrona Viera se destacan especialmente.
--Ah sí, yo la
conocí a ella y le tenía mucha simpatía, pero
éramos de distintas generaciones. Pero hay otras pintoras
buenas, como Evangelina Muñoz; era una gran pintora, pero
después no apareció más. También estaba
Lola Lecur, pero era un poco decorativa ella. Bueno, de ahora me
interesa Virginia Patrone, me gusta mucho lo que hace.
--Muchos artistas plásticos
nacionales considerados de vanguardia buscan otros lenguajes y cada
vez menos se interesan por la pintura ya que la consideran una forma
si no muerta, al menos anacrónica. ¿Qué piensa
usted?
--No sé. Pensarán
que no ha evolucionado. Cambios siempre hay, tiene que haber. No
sé si ahora hay alguna persona muy revolucionaria, no estoy
muy enterada.
--¿Siempre se sintió
atraída por la vanguardia?
--Sí, siempre
encontré una salida por ahí. Estaba en contra del
arte antiguo, del Renacimiento. Es decir, me interesaba conocerlo,
pero no seguirlo. Me interesó siempre la naturaleza muerta,
y he hecho algunos retratos, pero no muchos. Al principio me interesaban
los colores más bien bajos, aunque después tuve una
etapa más luminosa. En cuanto a las composiciones siempre
estuve guiada por lo que le gustaba a Torres, es decir, composiciones
con objetos de uso corriente, comunes.
--¿Hay artistas
de ahora que le interesen?
--Bueno, hay pintores
que hace tiempo que son grandes, como por ejemplo Cúneo.
A mí me gustaba mucho lo que hacía él, siempre
fue muy libre, muy audaz. También me gusta García
Reyno y Vicente Martín, tengo un cuadro de él.
--Además de pintar
usted se dedicó a la docencia
--Bueno, tuve que trabajar
mucho porque tenía una hija. Tuve un cargo en el Museo Circulante,
por ejemplo. Era un museo que iba por distintos colegios, era muy
interesante. Después tuve una beca que ahora no hay más
y que era muy buena. Eso me permitió estar mucho en París.
Ahí pinté las calles de París. Pero también
viajé a otros lados, estuve en Inglaterra.
--¿Cuando mira
en perspectiva toda su obra ¿se siente satisfecha?
--Hay de todo, hay cosas
que ya no volvería a hacer. Los paisajes me gustan más,
sobre todo ese período de Europa, los de París en
especial, los de Italia. Eso me parece que tiene interés.
--¿Ha vendido mucho?
--Bueno, como todos
los artistas no he vendido mucho. Me hubiera gustado vender más.
Me hubiera gustado ser rica. Todavía alguno aparece que quiere
comprar algo, porque tengo una persona que se ocupa de eso en Buenos
Aires y me ha ayudado mucho.
--¿Usted actualmente
sigue yendo a su taller a pintar?
--Sigo trabajando, pero
con ciertas dificultades porque estoy pasando por un momento en
que no me encuentro bien de salud. Tengo 94 años y ya no
es lo mismo. Por eso digo: sigo tratando de pintar. Sigo más
o menos en lo mismo. Yo soy abstracta, hace ya como 10 años
que no hago nada figurativo. Yo sigo yendo a mi taller a pintar,
pero el tiempo no me ha ayudado, ha sido malísimo. Y tengo
algunas dificultades para moverme, estoy pasando por un momento
medio calamitoso (risas).
Del
maestro con cariño
* Amalia Nieto nació
el 3 de agosto de 1907 (un error varias veces repetido la da nacida
en 1910) en Montevideo. Si bien ya había participado del
Círculo de Bellas Artes y en 1927, alentada por su padres
había viajado a Francia para estudiar pintura e incluso,
en 1932, había conocido a Pedro Figari en su estudio de París,
fue su encuentro con Torres García, en Montevideo y en 1934,
el que influyó para siempre en su pintura. Cuando se revisa
la extensa vida de Amalia Nieto sorprende el temprano y permanente
compromiso con su vocación, en lo que sin duda influyó
su tesón y su talento. Pero también hay que destacar
el caracter pionero de esta mujer que debió conquistar la
libertad que la sociedad de la época negaba a las mujeres
que sentían que tenían que hacer lo que su sensibilidad
y su inteligencia les dictaba.
En una conferencia dictada
en 1941 Torres García recordó cómo había
conocido a esa pintora de la que ya decía que se podía
esperar mucho de ella. "A los pocos días de hallarme de nuevo
en Montevideo, después de tantos años de ausencia
--no sé si fui invitado o lo pedí yo-- fui a visitar
una institución que era una escuela y un taller de arte.
Y al contemplar las obras de pintura que decoraban sus muros, tuvieron
que interesarme, sobre todo lo que entonces vi allí, unos
delicadísimos paisajes que no sólo mostraban otra
luz, sino también otra sensibilidad. Eran paisajes de Amalia
Nieto pintados en París, de un fino ambiente que yo bien
conocía y por esto quise saber de quién eran, y se
me dijo... Cuento esto, no sólo para mostrar como conocí
a Amalia Nieto sino más aún, de cómo se me
impuso entre otras obras. Allí había un delicado espíritu
y por eso un delicado pintor...".
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