PASCAL LAMY | El comisario europeo de Comercio comenta las relaciones entre la Unión Europea y el Mercosur

Cómo dar sentido a la globalización

El regionalismo es también una oportunidad para los países del Sur que se adentran decididamente en esta vía.

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Pascal Lamy.

Europa construye su futuro basándose en su historia. ¿Cómo no evocar el conflicto tan actual entre globalización y soberanía, que no superaremos si no es con una concepción moderna y realista de la construcción europea?

La reflexión que propongo parte de una idea fundamental muy sencilla: la verdadera razón de ser de la Europa actual es darnos dimensión y potencia para pesar en la organización del mundo. En los próximos dos o tres decenios, la UE dispone de una oportunidad única para hacer valer todo su peso en la implantación de un orden económico internacional en que se tengan en cuenta sus intereses y sus valores. Hoy, Europa está en paridad económica con los Estados Unidos. Mañana habrá aumentado la pujanza de otros agentes del Sur y su integración en la economía mundial, con unas reglas y unas instituciones que nos convengan, debe ser una de nuestras preocupaciones constantes. Ni la ampliación ni la profundización, ambos componentes muy importantes de nuestro peso internacional, deben distraernos de esta ambición que representa para Europa una prioridad vital.

Permítanme que intente aclarar esta idea conjugando tres preocupaciones ya antiguas con tres fechas de actualidad.

La prosperidad y la paz del mundo dependen de las respuestas que demos a tres desafíos: la convergencia Norte-Sur, el medio ambiente y la articulación entre regionalismo y multilateralismo.

Tres fechas merecen nuestra atención: el fin de semana del 21 y 22 de julio, con el semiéxito de Génova y el modesto pero inesperado éxito de Bonn, la Conferencia Ministerial de la OMC en Doha en noviembre y la Cumbre Europa-Latinoamérica de Madrid en mayo de 2002 .

Analicemos los tres desafíos:

1) La convergencia Norte-Sur.

La mundialización, aunque moleste a los optimistas inveterados, no desemboca en la integración del Sur. Es cierto, ha dado lugar a la aparición de los nuevos países industrializados en el sudeste asiático, mostrando así que existe una vía de salida del subdesarrollo. Pero no ha sido suficiente para conseguir crecimiento estable y desarrollo sostenible en Latinoamérica, donde perduran grandes divergencias entre países; ni para desatar modernización a un ritmo significativo en el Mediterráneo meridional; y probablemente ha contribuido a la marginalización del Africa subsahariana.

La mundialización, a pesar de su importancia, no es más que un elemento del éxito o el fracaso del desarrollo. Lo que pesa en la balanza, en definitiva, es la calidad de las políticas internas, es decir, la capacidad institucional y la voluntad políticas de aplicarlas aceptando simultáneamente el cambio social que acompaña al crecimiento y que exige el desarrollo. La clave del desarrollo está en la capacidad y la voluntad de interaccionar con la globalización, es decir, de aprovechar la apertura de los mercados y el acceso a la inversión y la tecnología de los países más avanzados.

2) El medio ambiente planetario

El desafio es doble: el efecto de invernadero y la biodiversidad, estrechamente ligados en regiones tropicales como la selva amazónica, activo ambiental estratégico de los países firmantes del Tratado del Amazonas y del mundo. Economizar energías fósiles es imperativo a largo plazo, a la vez que una necesidad estratégica a un plazo mucho más corto: el Protocolo de Kioto no solamente retrasa la amenaza del recalentamiento del planeta, sino que también reduce las tensiones entre las economías occidentales y China y la India por el acceso a los recursos petroleros. En este sentido, el rechazo a Kioto era la puerta abierta a una confrontación Norte-Sur. Y un riesgo que la UE no podía permitirse. Nuestra relación de interdependencia con el Sur nos lo prohíbe. Y, además, una respuesta seguritaria, fruto de una superioridad estratégica indiscutida, tampoco está a nuestro alcance: debemos velar para no convertirnos en rehenes de una carrera del petróleo que no hayamos podido controlar.

3) ¡Y el regionalismo!

Para la UE, la integración europea es una promesa de estabilidad, prosperidad y poder, promesa mantenida desde hace más de medio siglo y que tenemos intención de extender a los países candidatos para que sea la de todo un continente por fin unificado. La integración comunitaria responde en efecto al dilema de Europa: demasiado grande para formar un Estado unificado y demasiado pequeña para estar dividida.

El regionalismo es también una oportunidad para los países del Sur que se adentran decididamente en esta vía. Recordemos el ejemplo de Mercosur: la industrialización de esta región, clave de un desarrollo más estable y más equitativo, y más sostenible ambientalmente, recibiría un fortísimo empujón con una verdadera unión aduanera, o un mercado común integrado. Las desviaciones del modelo de industrialización por sustitución de las importaciones, que tiene algunos méritos pero sólo en condiciones muy estrictas, se corregirían por fin en Latinoamérica por obra de las dimensiones del mercado regional y, aún más, de las reglas de la competencia que deben necesariamente complementar todo intento de integración para que todos sus beneficios virtuales sean efectivos. Con la celebración de un Acuerdo de Asociación con Mercosur, la UE ha manifestado su fe en las virtudes de este planteamiento.

Al entablar con Mercosur una negociación comercial de gran envergadura, y más precisamente presentando el 5 de julio pasado en Montevideo una oferta arancelaria precisa, la UE ha asumido el riesgo de responder a las expectativas de sus socios. Esta oferta obliga a Mercosur a superar sus conflictos y diferencias para poder devolver a la UE una contraoferta común, la cual consolidará la cohesión de la unión aduanera que está preparando. El apoyo a la integración de Mercosur --no sé si hace falta decirlo-- es un ejemplo magistral de la contribución que puede hacer la UE al desarrollo de Latinoamérica y al surgimiento de un nuevo pilar en un mundo multilateral y multipolar.

Cuanto más consigue el regionalismo entre vecinos y "pares en desarrollo" de tipo UE y Mercosur una difusión equilibrada entre los participantes de los beneficios de la integración, tanto menos estoy seguro de que la integración de un continente entero en una economía potente y muy avanzada, en la que encarnaría el polo dominante, no desemboque en la formación de un bloque comercial caracterizado internamente por una fuerte cristalización de los desequilibrios entre los países avanzados y los países en desarrollo. La convergencia Norte-Sur, de la que sabemos algo en Europa, no es el resultado automático de una zona de libre comercio; precisa el complemento de políticas estructurales y una firme solidaridad financiera Norte-Sur.

Por mi parte, temería que el mundo se organizase en grandes placas tectónicas comerciales dominadas cada vez por grandes países industrializados. Me daría miedo que estas placas no acabasen chocando unas con otras. No creo que el multilateralismo por sí solo pueda contener el riesgo de un enfrentamiento comercial entre bloques y de las posibles tensiones políticas y estratégicas subsiguientes.

¡Regionalismos (¡en plural!) sí! Pero en un marco multilateral robusto basado en el derecho internacional y no en relaciones de fuerzas.

Las tres fechas que he mencionado son ocasiones de progresar en la vía de un orden económico mundial internacional más equitativo y del desarrollo sostenible del mundo.

1) ¡El contraste entre la Cumbre del G7 en Génova y la Conferencia de Bonn sobre el protocolo de Kioto, el fin de semana del 21 y 22 de julio, es ejemplar y revelador! Por un lado, en torno a los Estados Unidos, el club de los países ricos, al que se percibe como un poder ilegítimo por el abismo entre la pretensión de que se le deje pilotear la economía mundial y su poca capacidad de contribuir efectivamente al desarrollo sostenible del planeta.

Por el otro, una asamblea de 170 Estados, del Norte y del Sur, del Este y del Oeste, todos juntos, que, a consecuencia de una iniciativa obstinada de la UE, consigue un acuerdo, modesto pero concreto, que compromete efectivamente al mundo en el proceso de control del efecto invernadero.

2) La cita de Doha el próximo noviembre

Tras el fracaso de Seattle, para no arriesgarse a perder la credibilidad, a la OMC no le queda más alternativa que conseguir lanzar una Nueva Ronda.

La UE está de nuevo aquí en primera línea desempeñando su papel de nexo de unión en el Norte y el Sur y trabajando con determinación, para que esta Nueva Ronda sea la de la integración de los países en desarrollo en la economía mundial. Es la razón de que prefiramos un orden del día amplio que aborde, naturalmente, una nueva etapa de la liberalización de las transacciones y las inversiones, y también la articulación del libre comercio con reglas multilaterales sobre medio ambiente, salud, protección del consumidor y derechos de los trabajadores, de diversidad cultural y de afirmación de las misiones de servicio público universal.

3) El encuentro de Madrid en mayo de 2002 entre Europa y Latinoamérica.

Este encuentro cobra un nuevo relieve tras la Cumbre de las Américas de Quebec del pasado abril, especialmente por el proyecto relanzado en ella de una gran zona de libre comercio entre los Estados Unidos y los países latinoamericanos.

El encuentro de Madrid será indudablemente para la presidencia española una ocasión legítima de orgullo por el papel que desempeña en el acercamiento entre Latinoamérica y la UE. Pero esta cumbre es un asunto de Europa entera, igual que de todos los países de Latinoamérica.

La comunidad de valores e intereses que comparten los dos continentes da a Europa la suerte de contar en el hemisferio sur con socios con un potencial de desarrollo considerable, de ahí el interés inmediato para nuestros exportadores e inversores, y con los que una alianza es indispensable para construir este sistema multilateral y multipolar que tanto interesa a Europa.

Nosotros vivimos la relación entre la UE y Latinoamérica no como la persistencia de un antiguo orden hegemónico que hoy pertenece a la historia en lo que respecta a Europa, sino como una asociación entre iguales articulada en torno a unos valores comunes y una misma concepción de la organización y la gobernabilidad globales.