ENCUESTA | La mayoría cree que el tema surgió por interés de la enseñanza privada católica

Montevideanos dijeron no a revisión de laicidad

Un 64% está conforme como se aborda la laicidad, mientras que el 33% cree que es necesario rever su aplicación.

La mayoría de los montevideanos --un 64%-- sostiene que no es necesario rever el principio de laicidad en la educación pública, según revela una encuesta realizada por la Consultora Datos para El País.

La polémica sobre la necesidad de revisión o no de la aplicación de la laicidad en la enseñanza se planteó a raíz de las declaraciones del presidente Jorge Batlle en un discurso que brindó el día 7 de marzo en un encuentro de la Asociación Cristiana de Directores de Empresas.

Desde entonces el tema fue tratado por los distintos actores vinculados a la enseñanza donde se establecieron dos posiciones encontradas: una tendiente a rever el tratamiento del tema y a incorporar un nuevo lineamiento educativo, y otra que plantea mantener la forma en la que se aborda actualmente en la enseñanza.

El estudio ahondó sobre estas dos posiciones y reveló que un 64% de los montevideanos están conformes con la forma en la que se aborda el principio de laicidad actualmente y no consideran que sea necesario hacer ninguna revisión sobre el mismo. Por otra parte, un 33% de esa población aseguró que sí es necesario rever la aplicación del principio de laicidad en la enseñanza, mientras que sólo un 3% prefirió no responder.

Cuando los datos se analizaron conforme la simpatía política de los encuestados resultó que el 73% de los quienes se vinculan con el Encuentro Progresista manifestaron que no es necesario poner en cuestión el principio de laicidad, mientras que el 53% de los simpatizante del Partido Nacional y el 50% de los del Partido Colorado aseguraron que sí es necesario rever la aplicación de ese principio.

El 42% de los encuestados entendió que la principal razón que motivó la polémica sobre la revisión de la laicidad proviene de la Iglesia Católica, que tiene la intención de que el estado uruguayo subsidie la educación privada. Sin embargo un 38% de los consultados no compartió esa opinión y manifestó que el interés en discutir el principio de laicidad obedece a la necesidad que la sociedad posee de que se enseñen distintas religiones en la educación pública.

Por otra parte un 8% de la población señaló que la motivación de revisar la aplicación de la laicidad se fundaría en otros motivos que no supieron especificar.

POLEMICA. La ley de Educación que rige el funcionamiento de la enseñanza pública establece que: "La enseñanza y aprendizaje se realizará sin imposiciones ni restricciones que atenten contra la libertad de acceso a todas las fuentes de la cultura. Se garantizará plenamente la independencia de la conciencia moral y cívica del educando. La enseñanza pública será impartida dentro del más estricto marco de laicidad, deberá preservarse la libertad de los educandos ante cualquier forma de coacción moral o intelectual".

En el discurso que abrió la discusión, Batlle señaló que el laicismo "nos ha llevado a decir lo que el laicismo no quiere decir. Nos ha llevado a decir que como no podemos ser hinchas de Peñarol, Nacional, Wanderers ni Bella Vista, el fútbol no existe, entonces la bolilla fútbol no existe porque somos laicos. Grave error. Los valores morales, los valores éticos tienen que estar en la base de la enseñanza de los seres humanos".

Batlle apuntó que el hecho de que el laicismo no permita que se le inculque al alumno que sea de un cuadro de fútbol, "no quiere decir que no se hable de fútbol" y lo mismo ocurre con la religión, "que no se pueda inculcar un credo no implica que no se pueda hablar del fenómeno religioso en las aulas".

El mandatario señaló además que era hora de que se empezaran a formar en valores en los centros de enseñanza. "¿Quién nos dijo que el bien era bien y el mal era mal? ¿Quién nos lo enseño? En nuestra casa, nuestra mamá. ¿Y en la escuela quién nos lo enseño?", cuestionó Batlle.

"Eso que no nos enseñaban en la escuela, muchas veces es más importante que saber leer y escribir", agregó.

Estas declaraciones fueron retomadas en el ámbito de la enseñanza donde mientras el ministro de Educación y Cultura, Antonio Mercader, se manifestó como promotor de la revisión de la aplicación del principio de laicidad, la integrante del Consejo Directivo Central (Codicen), Carmen Tornaría, defendió la aplicación actual del concepto.

El tema también fue analizado por la coordinadora de la enseñanza, donde el presidente de Secundaria, Jorge Carbonell, aseguró que la revisión del concepto de laicidad y la educación en valores se realizan a diario en las aulas. El asunto desembocó además en otro plateo de parte del representante de los colegios católicos, Pedro Incio, quien manifestó ante la coordinadora la necesidad de que el Estado se haga cargo de la financiación de la enseñanza privada.

Valores, hechos y laicidad

EL debate en torno a la laicidad y la enseñanza de valores morales en el sistema educativo, que ya se sabe cómo se originó y qué contraposición de visiones ha traído de la mano, debe partir de la exposición objetiva de los hechos que todos los uruguayos tenemos a la vista. Karl Popper, que por algo fue una luminaria de la filosofía, sostenía que todo análisis de un problema debe partir del conocimiento de los hechos atinentes a la situación que se quiere comprender y corregir.

Es un hecho, como lo señaló el ministro Mercader en la Comisión Coordinadora de la Enseñanza, que nuestra juventud no cultiva el hábito de la lectura y que tiende a practicar la drogadicción y el alcoholismo. Es un hecho, asimismo, que las tres realidades no se manifiestan con igual intensidad ni como fenómenos absolutamente generalizados, sino como procesos tendenciales, con grados variables de difusión en los sectores jóvenes de nuestra población.

 

ES un hecho, más allá de las causas del fenómeno, que la aversión a la lectura, además de perjudicar el dominio del idioma en sus expresiones orales y escritas y dificultar la asimilación de los conocimientos en los niveles medios y altos de la enseñanza, impide a los educandos conocer el pensamiento de los seres superiores que, a lo largo de la historia, usaron la escritura para difundir sus enseñanzas morales.

Es un hecho, también, que el comercio de drogas es un fenómeno delictivo mundial, que no respeta fronteras y que recluta consumidores en los jóvenes incautos y carentes de experiencia y buena formación moral. Tan así es que, en nuestro país, la policía ha creado un cuerpo especializado en la represión de este tráfico y que, a nivel de la presidencia de la República, se creó por el gobierno anterior una comisión para estudiar y combatir el fenómeno, que presidía el Dr. Scavarelli.

 

ES un hecho, además, que el consumo inmoderado de alcohol --sin ser nuevo en la juventud-- se ha venido intensificando, al punto de que también lo practican las jovencitas en sus salidas nocturnas a bailes y boliches, y exhibiéndose ostentosamente. ¿Quién ignora el espectáculo muy poco grato de muchachos y muchachas que transitan las calles en estado poco recomendable, bebiendo cerveza o vino del pico de las botellas?

Es un hecho, por cierto, que estas tres realidades muy preocupantes, que van unidas al descaecimiento de los valores morales en parte de nuestra juventud, se deben en buena medida a los problemas de la familia. Su disolución por el acostumbrado divorcio o, peor aún, la inexistencia del matrimonio entre los procreadores de nuevas y desvalidas criaturas, junto al acceso generalizado, masivo, de las mujeres al mercado de trabajo, alejándolas de la crianza y educación directa de sus hijos, es causa innegable --aunque no la única-- del problema planteado frontalmente, según es su estilo, por el presidente Batlle.

Es un hecho, sin duda, que los atrapantes medios de comunicación audiovisuales, ante los que los niños pasan a diario largos ratos, aparte de su nivel promedio de chatura cultural e intelectual, difunden la práctica de la violencia, del sexo explícito e irresponsable --cuando no del libertinaje--, de la grosería, la mala educación, la procacidad, la obscenidad y la falta de respeto por la buena educación y las buenas costumbres, en programas de una ordinariez insoportable.

Naturalmente que estos dos hechos, que testimonian realidades negativas que todos conocemos y casi todos deploramos, no son responsabilidad de la enseñanza pública ni de la privada. Pero toca a ambas, en la medida en que el déficit formativo de los educandos es, por regla general, muy grande, contribuir a corregirlo --o por lo menos moderarlo--, de modo de suplir en cierto grado lo que muchas familias no hacen o no pueden hacer y de obrar de antídoto contra el penoso efecto deformante de dichos medios audiovisuales, los más de ellos extranjeros y, sobre todo, argentinos.

 

ACEPTAMOS como un hecho lo expresado por el Presidente del Codicen, Javier Bonilla, en el debate que se dio en la Coordinadora de la Enseñanza, quien afirmó que los programas educativos abundan en conceptos referidos a Dios, democracia, familia, ética, derechos humanos, paz, justicia y solidaridad. Así tiene que ser, por otra parte, pues el art. 71 de la Constitución dispone que "En todas las instituciones docentes se atenderá especialmente la formación del carácter moral y cívico de los alumnos". Añadió Bonilla que "además se estudian las civilizaciones y su religión, el surgimiento del cristianismo y su trascendencia, la cultura islámica por su particular aporte".

Pero, frente a esa realidad, aparece el reverso de la medalla, que también es un hecho. A saber, que los efectos prácticos de la existencia de esos programas y de su enseñanza no alcanzan a contrarrestar las consecuencias negativas de los factores anteriormente señalados. Es un fenómeno similar, con diferencias de grado, al del fracaso de la enseñanza de las matemáticas. Nadie duda de que éstas se enseñan y de que los programas buscan la excelencia en los resultados. Pero, como éstos son negativos, casi desoladores, la conclusión tiene que ser que falla la pedagogía o que los programas son exageradamente exigentes. "Mutatis mutandis", lo propio hay que concluir, razonablemente, respecto de la eficacia de lo que se enseña en materia de valores, de moral y de conocimiento --no de práctica-- de las religiones como fenómeno histórico, social y cultural. Ante ello, la reacción racional no es enojarse ni esgrimir apasionadamente la bandera de la laicidad, que nadie en verdad cuestiona como principio básico de nuestro sistema educativo, y de la enseñanza pública, que no está en el banquillo de los acusados.

 

NADIE debe abogar por el dogmatismo religioso ni por el dogmatismo antirreligioso o ateísmo. Se trata de otra cosa: de mejorar los resultados de la enseñanza de valores y de principios morales. En ese terreno, todos podemos y debemos entendernos.