CADA DIA DESAPARECEN MAS BOLICHES DE LAS ESQUINAS DE MONTEVIDEO. ESO CAMBIA EL PAISAJE Y TAMBIEN UNA FORMA DE VIVIR

Aguantando el mostrador

* HAY QUIENES SIGUEN TRAZANDO UNA APOLOGIA DEL MOSTRADOR Y LAS COPAS. OTROS CASI SE BURLAN Y DICEN QUE ALLI LO QUE MENOS SE APRENDE ES FILOSOFIA. TODOS, CONFIESAN SU ARCON DE RECUERDOS.

Como hace tiempo desaparecieron las cantinas, con aquellos italianos que tocaban el acordeón piano-piano y sólo son recordados por mayores de Setenta, los boliches con guitarrero ocasional también resultan historia. Quedan sin embargo algunos ejemplos de lo que fue el boliche tradicional de Montevideo. No están a la vuelta de la esquina pero en casi todos los barrios asoman vestigios de lo que un día resultó un modo de vida, en general machista, con la tristeza de una mueca de vieja comparsa y los perfumes que ahuecan el alma, tal cual canta Jaime Roos en Las luces del estadio. Este tema, con letra de Raúl Castro, nació en la cantina de un club, pero de todos modos refleja lo que para muchos supuso una gran cantidad de horas de bohemia: el boliche, esa entidad que tan bien pintó al óleo Denry Torres, con o sin billar.

La letra de Castro arranca diciendo: "Todos hemos pasado/ alguna alborada/por la puerta del bar/donde para la vida/donde a la medianoche/reviven fantasmas/y el poeta a su musa da la bienvenida". Pero claro, ésta es una de las varias letras que, sobre todo con raíz tanguera, plasmaron rincones y aventuras o sentimientos de boliche, nunca sin un dejo de melancolía y, a veces, con franca dureza, por ejemplo en el célebre Cafetín escrito por Discépolo, donde se plantea la tragedia que pudo promover el boliche cuando fue tomado como única o última meta: "Sobre tus mesas que nunca preguntan/lloré una tarde el primer desengaño,/nací a las penas,/bebí mis años/ y me entregué sin luchar".

MODERNIDAD. Mientras la ciudad emerge como un jeroglífico, fragmentada en sus propuestas, con bares que abren de día y pubs que funcionan de noche, con cafés que se modernizan con demasiada luz y otros que optan por las velas o la onda ciber que incluye computadoras, el boliche se sostiene apenas, cada vez más distanciado de la definición lunfarda que lo tipificó ayer como lugar de copas y naipes. Hasta lo que se toma refleja nuevos hábitos. La recorrida para esta nota reunió múltiples testimonios acerca del predominio del whisky como bebida más requerida. Eso ocurre así aun en recintos que sostienen un rincón dedicado a los yuyos. Por ejemplo el Apolo 11, de Rousseau y Sanguinetti. Hace más de tres décadas que allí se impuso la oferta de grappas y cañas con nuez, vainilla, carqueja, marcela, guaco y otras mil variedades. Pero aquella moda de "criollismo exótico" que tuvo su auge, parece limitada a pocos. Según Fernando Normani, el encargado más joven e hijo del inspirador, su padre, que hoy sólo trabaja un par de horas a la mañana y otro par a la noche, en el Apolo 11 las mayores ventas van justamente por el lado de las medidas de whisky, mientras que el mayor dique se lo dan con su propia uvita, competidora real del famoso licor de uva que también dio fama a Fun Fun. El boliche en cuestión ganó muchas anécdotas, pero quizás una de las más fuertes tiene que ver con la música popular. En una pared, un cuadro inmortaliza la "parada" de Jaime Roos, cuando tenía más pelo y quizás menos mañas, pero cuando ya despuntaba con su genio. Esa foto detonó un episodio que Fernando Normani sintetiza en alta voz. En una noche oscura, al parecer una barra del Villa Española llegó a la esquina de la Unión con un invitado de lujo, el Canario Luna. Querían todos tomar cerveza, pero qué pena. El dueño de la gran tercia uruguaya vio la foto de su ex amigo y promotor, y decidió de inmediato marcharse explicando su razón en simples palabras, algo así: "con esa foto, no puedo quedarme". Cosas de boliche que acaso un día se resuelvan en otro boliche. El fotógrafo de Maracaná y el capitán de Maracaná (Alfredo Testoni y Obdulio Varela) también estuvieron distanciados unas cuantas décadas, hasta que llegó de nuevo el abrazo fraterno.

DONDE PARA LA VIDA. Raúl Castro, "Tinta Brava", escribió la letra de Las luces del Estadio para el programa televisivo Los Tres, en su ciclo para Canal 5. Por ahí comienza el cuestionario al autor y responsable de la murga Falta y Resto.

--¿Cómo nació la canción?

--Yo tenía una canción más o menos escrita, dedicada a lo que le pasaba a la murga en la cantina del Club Tabaré. Cuando la cancha era abierta, desde la cantina se veían los partidos de basquetbol y el Carnaval. Y también se veían los reflejos de la luz del estadio Centenario en días de partido o cuando las prendían por otros motivos. De aquel lado, daba la sensación de que amanecía, era maravilloso. Cuando nos quedábamos tomando copas, muchas veces, para impedir que se fuera la noche, frente a ese desengaño que llega con la salida del sol y que te dice que se termina la noche de compartir tantas anécdotas con amigos, siempre algunos gritaban: '¡No, aguanten, che, que son las luces del estadio!'.

--La canción sintetiza muchas cosas del boliche y no falta el toque pesimista, cosa que parece inevitable al retratar esos personajes nocturnos.

--Lo que pasa es que la noche es un engaño para el bolichero. Porque no podés vivir toda la vida charlando con los amigos o riendo entre copas. Hay que salir a pelearla al otro día. Eso es nostalgioso e inherente al alma humana: en la mayor de las alegrías reside la más profunda de las tristezas. Bueno, está Garrick ahí, y todos los tigres que hablaron de eso.

--Por fuera de lo que dijiste en la canción acerca de los boliches, ¿qué agregarías?

--Diría: Bar El Aguila, el boliche donde paraba mi padre.

--¿En qué barrio?

--En la calle Miguel Barreiro y 26 de Marzo.

--¿Y vos pegabas la ñata contra el vidrio?

--Parado atrás de mi padre, en la mesa de truco, aprendí a jugar. Así, por sobre el hombro de mi viejo; él tenía una sociedad que se llamaba Los Once Amigos. Se iban de garufa, a acampar o hacer asados, y a veces llevaban a los botijas. Para nosotros era una fiesta, ¡estaba de más, chau! Y todo eso era una cofradía que se armaba en el boliche.

--Está la frase famosa: "Fulanito tiene boliche". ¿Se aprende algo en el boliche o es puro cuento?

--En todos lados se aprende si uno sabe escuchar. El boliche es el momento de compartir, de hablar y oír sin tener un interés creado. En un trabajo, por la jefatura de unos y la dependencia de otros, es más difícil. En cambio, en el boliche cualquiera puede hablar, hacerse escuchar y ser un filósofo barato. Y lo barato, no tiene por qué ser malo. Cuando se entrelazan las vidas de los amigos, se ve cuál responde y cuál se va al mazo. Por ese lado sí, creo que es escuela. Tampoco voy a endiosar el hecho de tomar alcohol sin ton ni son. Eso es una pavada, obvio. Pero el motivo de tomar una copa es como el mate, un rito. Lo demás es patológico.

--El boliche fue lugar que alimentó mitos lindos, pero también muchos desencuentros pesados.

--En El Bar El Aguila vi la primera pelea entre dos hombres grandes, en la calle. Se agarraron a piñas y nadie los separaba. Me asusté mucho. Y sí, es así. Pero lo que tiene de bueno es que, cuando te metés a tomar una en serio con otra persona con la cual estás "cruzado", si el cruce no es de raíz, capaz que las cosas se arreglan.

--La gente joven no frecuenta los boliches que van quedando, o por lo menos ya no es una costumbre aquello de "parar" en un boliche siempre a la misma hora.

--Sí, uno pasaba por la puerta y veía quién había llegado, y no corrían más de tres días sin entrar. Ahora, Falta y Resto de algún modo es la prosecusión de la muchachada del boliche, porque ensayamos en una cantina con cancha de bochas o de basquetbol. Termina el "primer tiempo" y uno se va a acodar al mostrador, a tomar un refresco o una cosita más fuerte. Gracias a la Falta yo revivo durante un tiempo del año esa historia bolichera del Uruguay, pero la mayoría de la muchachada joven no sigue esa forma de unión, que además era intergeneracional. En la canción del Letrista digo: "que el letrista no se olvide de escuchar al veterano". Y bueno, uno de los lugares donde el joven tiene oportunidad de escuchar al veterano es el boliche, discutiendo de fútbol, bromeando o enterándose de que alguien necesita algo. El boliche es una tradición que hemos ido dejando perder, para mí: lamentablemente. Pero, no sé, el pueblo es sabio, sabe lo que hace.

--¿Una canción?

--El tango de Tito Cabano: "Un boliche como tantos/una mesa como hay muchas..." ¡Espectacular!

UNO DE TRES. Roberto Jones, uno de los actores del programa Los Tres también se define como "un bolichero total".

--¿Hubo un boliche que inspirara al actor de aquel programa televisivo?

--El Vasquito fue el boliche de mi juventud, yo estudiaba en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Era un boliche-boliche, de grappa con limón, típico de la bohemia. Pasaban los artistas, los músicos y el propio público. Después estaba el Tupi de la calle Colonia, o el Libertad, que daba a la Plaza y la calle San José. Estaba abierto las 24 horas. Cuando cerraba El Vasquito, nos íbamos para ahí, donde esperábamos la crítica de Rodríguez Monegal en El País.

--¿No se piantaron muchas vidas en el boliche?

--Sí, claro. Pero el boliche era una expresión democrática. La noche y la bohemia son democráticas. Durante el día todos encarnamos los personajes; en la noche desaparecen los roles y aparecen las personas. Vale tanto el intelectual, como el mozo, la prostituta o el lustrabotas. El boliche era típicamente uruguayo. Cuando estábamos en Buenos Aires, nos íbamos al boliche Montevideo (en Corrientes y Montevideo), porque había grappa italiana.

--Allá predominaba el cafetín o la taberna.

--Sí, tipo el Tortoni, que era el Sorocabana nuestro, y que no se podía considerar boliche, si bien se hacían tertulias y nos encontrábamos de noche los artistas y los intelectuales. Por esa época no podías separar un ensayo de teatro respecto a los boliches. Todos los grandes proyectos de teatro que hice salieron de boliches. Y conservo esa costumbre. Cuando tengo que hablar con algún director o un actor, nos encontramos en boliches, aunque ahora no tienen nada que ver. Para mí el recuerdo de aquellos de ayer es entrañable.

--¿Y qué recuerdo hay de Los Tres?

--Maravilloso. Se basaba en la obra de Alberto Paredes para teatro: Tres Tristes Tangos, que transcurría en una azotea y un boliche. En Canal 10 se dieron 48 capítulos, que dirigió Roberto Mastra. Después, el programa pasó a Canal 5, con la dirección de Denevi. El boliche en Canal 10 estaba sublimado, eran tres sillas, una mesa y el estudio alrededor, vacío. Todo el texto era improvisado, teníamos temas dados por Paredes, pero nada más. Al salir, seguía el boliche, pero en el Saeta. Otro boliche fenomenal es el que está frente a Canal 12, tiene mucha historia. La pérdida de los boliches es una de las pérdidas de identidad nacional graves.

--¿Dónde arrancó el contacto con el boliche. ¿De chiquilín lo mirabas de afuera?

--Arranca en el barrio; aunque vivía en el Prado, había en Millán y Reyes un boliche que ya me gustaba, el Alcántara.

--Sin ser Las luces del estadio, ¿qué canción mencionarías como representativa de la amistad de esquina?

-- Un boliche como tantos, y otro tango que descubrí después que el programa había terminado, y que nos hubiera venido bien: Tres amigos (Tres amigos siempre fuimos en aquella juventud. Era el trío más mentado que pudo haber caminado por esas calles del sur.../ de Enrique Cadícamo).

CONTRA EL MITO. Si de boliches hay que hablar, no puede omitirse un clásico: El Resorte. Julio César Castro, JUCECA o Don Verídico, es quien responde. El boliche está en su obra considerado con humor, ironía, parodia y afecto.

--¿Qué se puede decir de El Resorte?

--Es un boliche medio fantasmal, porque no tiene una ubicación geográfica permanente. Yo nunca supe bien si está en la orilla de un pueblo, en el medio del campo, o en el pueblo mismo. Es un boliche sin bolichero, pero con un elenco estable, de personajes que se aburren bastante cuando están solos, pero siempre ven la magia de afuera. Eso me hace acordar a una película: Bagdad Café, donde aparece el forastero con la fantasía y la gente entonces se reaviva. En el boliche El Resorte pasa un poco eso también. La gente está allí, tomando su copita, jugando con el culo del vaso arriba del mostrador, mientras se ve al gato desperezándose, hasta que aparece el desconocido, alguien que puede traer novedades, y que es por sí una curiosidad. Están los tipos que en el boliche encuentran solidaridad y consejos para solucionar sus problemas. Son soluciones disparatadas, eso sí. Lo que tiene El Resorte en relación con el boliche que nosotros conocemos y queremos, es eso: el espíritu solidario y la broma. El boliche es igualador. En el mostrador, la copa y la copa valen lo mismo. Esa cuestión democrática del boliche montevideano es un valor. En esos boliches que nos han encantado, seguramente había un bolichero que tenía una corriente de afinidad en la charla con los clientes. La caja registradora del tipo que controla al mozo y nada más no es simpática. Pero tenemos al otro bolichero, el que pasa para este lado del mostrador y se sienta en la misma mesa que los parroquianos, y sabe lo que toman. Yo paraba en el viejo Outes. Ahí tenía copa propia, un vasito precioso que había conseguido.

--El Outes de Mercedes y Yaguarón.

--Sí, fue una época. Las cosas no se repiten.

--Hay parroquianos solitarios como el de su cuento La mujer de cal, y hay otros que siempre están en barra. ¿Usted cómo vivió el boliche?

--Pude disfrutar del boliche de las dos maneras, solito, tranquilo, sentado en un rincón, mirando por una ventana, o en el mostrador, al pie de la vaca, como decíamos, en barra, o con un amigo, o con dos o tres.

--¿Se aprende filosofía en el boliche?

--Creo que en el boliche no se aprende un carajo. Se aprende en los libros, estudiando o trabajando. Lo otro es un viejo cuento que nos gusta a nosotros, pa'justificar nuestra permanencia en el boliche. Generalmente, el boliche es embrutecedor. Hay tipos que se pasan horas fumando y tomando caña, tratando de solucionar el mundo, o pajaroneando. Pero no creo que puedan aprender filosofía. Por ahí, a las cuatro de la tarde, tomando un café, se aprende algo, pero a las 2 de la mañana, tomando grappa, no se aprende nada. Yo rompo ese mito de las noches maravillosas. Se puede pasar un momento fantástico de cantarola, con la Retirada de Los Asaltantes. Pero nada más.

--La posibilidad de tener un poco de tiempo para perder en el boliche, ¿no le ha servido para sacar a luz algunos proyectos?

--Hago eso a las 4 de la tarde, pero no en un boliche, y menos en la madrugada, donde se imagina y se fantasea, pero no se concreta nada. Al otro día, uno ni se acuerda.

--Por lo que dice, la desaparición de aquellos boliches no supone para usted una pesadumbre.

--No, para nada. Vi la película en los años Sesenta y Setenta, pero ahora los boliches ya no me agregan nada ni yo tengo nada para agregar a los boliches. Han ido desapareciendo, como muchos amigos también. Entonces, no sé, se puede nostalgiar, pero no es casualidad que cierren los boliches. La gente se queda tomando mate en la casa, en general, aunque hay algunos que se reúnen todavía en cantinas, para jugar al truco. Pero yo nunca supe jugar al truco, así que...

--¿JUCECA no sabe jugar al truco?

--Nunca supe. Intenté aprender. Varios amigos quisieron enseñarme, pero nunca pude. Cuando la barra se ponía a jugar al truco, yo me tenía que ir porque ni sabía de qué se reían los amigos.

POR LOS BARRIOS. A manera de breve recorrida es posible agregar que un boliche donde aún se ve jugar al truco, no sólo a hombres sino a mujeres entusiastas, está en la esquina de Canelones y Blanes. Salvo copas, allí no venden ni un litro de agua mineral. Para barras que se quieren refugiar entre fotos antiguas y más pergaminos, pero con la prolijidad de un escenario casi armado para cámaras de TV, muchos recomiendan La Giraldita de Pocitos. Y si la cuestión es armar ruedas y mandar vueltas con buena medida y alta economía, entre más se destaca al Monteverde de Rivera y Arenal Grande. Los mayores que hurgan por el pesito y los empleados municipales que andan a las corridas y nutriendo la costumbre del medio y medio, la caña o la grappa, enfilan en cambio hacia el Médanos de la calle Uruguay. Contra los 20 pesos de un whisky importado, allí se consigue la copa con limón o similares por 6 pesos, 2 menos que en bares céntricos. En la lista de menciones de esta nota faltan muchos nombres, por supuesto, pero entre las omisiones imposibles está el Mincho de la calle Yí, último eslabón entre lo que fue el Soracabana o es el Café Brasileño en la Ciudad Vieja, los bares estandarizados y la brutal cantidad de propuestas de diverso corte, desde la nocturna Bastilla de la calle Guayabos hasta el Dos Mundos de la peatonal Sarandí o El Ciudadano, espacios --estos últimos-- multifuncionales, con agendas para el teatro o la música en vivo. De aquí en adelante, cada lector continuará estas líneas a su gusto. Como escribió José Sienra y Carranza, después de todo el café o boliche "viene a ser el complemento del periódico".