Niños ocupados . Las actividades extras son cada vez más numerosas y exigentes. Se consideran armas para el futuro, pero pueden resultar estresantes si no se controlan.

El stress lleva pantalones cortos

Los padres buscan alejarlos de la tele. Ellos dividen su tiempo entre la escuela, los deportes y un sin fin de tareas.

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AGUSTINA. Tiene 11 años y no para. Juega tenis y hockey, practica danza, aprende guitarra y todavía tiene tiempo para asistir a clases de religión

CARINA NOVARESE

Camila Giménez, de 11 años, se levanta todos los días a las siete de la mañana, porque le gusta llegar poco antes de las ocho al colegio. Ya a esa hora organiza su día y le comunica a su madre lo que le espera: el lunes sale a las tres de la escuela, pero tiene que acordarse de llevar el bolso para la natación. A las cinco ballet, hasta las siete. El martes hockey después de la escuela y taller de cerámica Los miércoles los tiene libres después de las cuatro pero a las seis se encuentra con sus amigas de la clase de religión. Los jueves clase de religión a las ocho en la parroquia y los viernes ballet de nuevo, después del taller de computación que eligió en el colegio.

"Los fines de semana no tengo apuro. Nos levantamos como a las nueve y a veces vamos a andar en bici con mamá, papá y mi hermano menor. Después vamos a lo de mi abuela y de tarde vienen amigas a casa o voy a dormir a lo de alguna, aunque a mamá mucho no le gusta. El domingo organizo todo para la semana", cuenta Camila, con la misma dedicación que invierte en cada una de las actividades de su vida. Su madre dice que aunque al principio le preocupó, ahora ya se acostumbró. "Ella es así y si bien yo soy exigente y la impulso a que haga estas cosas, la verdad es que en este caso ella es la que me pidió para hacer las actividades que hace", relató Carmen.

AGENDADOS. Los niños agendados, una situación que se repite en los últimos tiempos, plantean certezas y dudas. El delicado equilibrio que suponen las actividades extracurriculares son, para muchos padres, motivo de preocupación. Otros consideran que la vida moderna y las tentaciones que ella supone --incluyendo a la tele y la computadora-- deben enfrentarse con agenda completa. Doble escolaridad, idiomas, música, computación y a no olvidarse del espíritu, con diversos talleres de arte.

Para la educadora Zózima González, maestra especializada en preescolares y actual directora del instituto Jean Piaget, "la tendencia forma parte de un tiempo histórico social. Tiene que ver con aspiraciones culturales y con problemáticas que tienen los padres. El padre necesita seguridad en relación a su hijo, niño y sobre todo adolescente, que se le va de las manos. Y muchas veces considera, por su propia vida personal --los padres suelen ser personas muy agendadas que deben registrar todo-- que su hijo tiene que hacer lo mismo".

El peligro, considera González, es que se termine en una desvalorización del tiempo libre. "El tiempo de jugar y de pensar es favorecedor para la creatividad, para el despliegue de las necesidades emocionales y afectivas". Entre los factores negativos también se cuenta el exceso de exigencia en estas actividades, que determinan el cansancio y a veces hasta le rebeldía de los más chicos, y sobre todo la competencia encarnizada que cada vez más se instala en todos los aspectos de la vida.

"Cuando el joven se siente muy embretado a horarios a cumplir, sufre una presión ante la cual muchas veces no puede responder positivamente. Empieza a faltar, o se desmotiva y genera un bajo rendimiento", evalúa González.

Por otra parte, las actividades extracurriculares suelen ser importantes instancias de socialización, sobre todo para niños y jóvenes tímidos.

Para muchos padres el dilema se plantea en términos sencillos pero no por ello resulta fácil de resolver: ¿es mejor que el niño esté agendado o libre?. Para González y para la psicóloga infantil Aurora Isasmendi, la respuesta también parece sencilla pero difícil de ejecutar: "es bueno que esté atendido en sus demandas personales". Y como en la mayoría de los casos, en esto no se puede hablar de una regla general.

NADA DE OCIO. María Isabel Varela, madre de tres y directora del colegio Saint George's, no tiene dudas cuando expone su filosofía: "para mí el ocio en los niños es nocivo, salvo que sea acompañado por una madre o una abuela, algo muy difícil hoy en día".

Fiel a sus criterios, practica con sus hijos lo que sus padres aplicaron con ella y sus cinco hermanos: actividades al por mayor. En su caso el interés viene de ambos lados. Gabriel, que ahora tiene 23 años, Sebastián, de 15 y Agustina, de 11, son los que a lo largo de su vida han pedido para practicar tenis, danza, aprender idiomas o música. Los menores asisten a colegio doble horario, pero las horas escolares no impiden que el resto del día sea un trajín de idas y venidas a la clase de uno u otro. Su madre confiesa que le "enferma ver a los chicos tirados mirando televisión" y cree que su dinamismo e inquisición deben ser aprovechados.

María Isabel aún recuerda sus días de escuela, seguidos por las clases de piano (los lunes), la natación (los martes), el francés (los miércoles) y alguna otra actividad como la cerámica.

Ahora es su hija la que le pide para hacer "de todo", relata. Dos veces por semana se queda más horas en la escuela para practicar más deportes. Otras dos veces por semana va a clases de tenis y el resto de los días los divide entre clases de religión, de guitarra y de danza.

Como en el colegio aprende inglés, Agustina también estudió francés durante un tiempo. Y como en la familia se valora el aprendizaje de varios idiomas, el mayor llegó a asistir a clases de chino durante cuatro años, porque así lo pidió.

A pesar de la profusa agenda y de las complicaciones que suponen los frecuentes traslados, madre e hijos se confiesan conformes. María Isabel dice que la mayoría de las actividades fueron pedidas por sus hijos pero reconoce que tanto el tenis como los idiomas son sugerencia de ella y su marido. Hasta ahora no han demostrado cansancio ni descuidaron los estudios. También es consciente de que si sus hijos pidieran para dejar alguna actividad, los escucharía. "El niño cuando está exhausto te lo va a decir".

Y aunque cree que todas las actividades son enriquecedoras, también reconoce que suponen un desembolso económico importante para la familia. "Significan un gasto de transporte, de tiempo, de dinero. Hay que tener ganas y hay que estar convencido", concluye. Y cuando analiza las posibles consecuencias negativas, las desecha: "nadar hay que saber nadar, qué querés que te diga. Y una expresión artística siempre es enriquecedora. Y si sabés escribir bien a máquina mal no te va a hacer".

COMPETENCIA. En tiempos en que es usual que ambos padres trabajen todo el día, las actividades extracurriculares también pueden resultar la solución para quienes quieren que sus hijos estén supervisados, no pierdan el tiempo y, sobre todo, no se dejen consumir por la televisión. González considera que "para los padres suele ser más fácil generar esas rutinas tan cargadas en los niños en edad escolar, porque ellos son más dóciles y porque hay una necesidad real de que el niño esté cuidado y atendido. El adolescente en cambio, a partir de los 12 o 13 años, comienza a imponer su voz y demanda. Si el padre no lo escucha encuentra sus propios mecanismos de llamarle la atención; o por el abandono del estudio o porque con cualquier excusa no asiste a las clases de esa actividad extra que se le marcó".

Las actividades extras, además, suelen ser concebidas por los padres como una preparación necesaria para un futuro mercado laboral cada vez más exigente y competitivo. Aunque el deseo es racional y acertado, opina González, el peligro en este caso es que si "el joven no lo vive bien, con agrado y disfrute, le adelantemos el peso del trabajo que los adultos sobrellevamos porque hay una necesidad impostergable".

Si bien los "extras" siempre existieron, ahora son otros los niveles de exigencia. "Antes eran complementos o pasatiempos. Ahora hay otras expectativas y todo es más competitivo. Cuando aparece la competencia y no solo en el proceso individual, sino con el otro, ahí estas decisiones puede ser muy peligrosas porque exponemos al niño a muchos frentes de batalla", consideró González.

El equilibrio justo o las soluciones para las posibles consecuencias negativas de la multitarea dependen de los hijos y de los padres. Como regla general, González e Isasmendi concuerdan en que lo fundamental es escuchar a los más chicos.

Los padres también deben diferenciar claramente entre sus expectativas y las de su hijo, señalan las expertas. "Muchos padres sueñan con tener hijos estrellas del deporte y hacia esa área se dirige la exigencia de la familia. Pero después aparece el fracaso escolar. En estos casos la familia debe definir cuál es la prioridad y ahí es cuando realmente se juega el rol del padre; a veces el padre por comodidad cede ante las demandas del hijo y eso no es bueno. El hijo necesita de la tutoría del padre", considera González.

Por otra parte, los padres también deben estar atentos a las reales demandas de los hijos. En estos casos, lo mejor es pedirles que argumenten por qué quieren desarrollar la actividad pedida.

Para Isasmendi, la alternativa se plantea en los mismos términos: "estas actividades son buenas y necesarias, pero hay que ser cuidadoso. No debemos apartarnos de los centros de interés y del desarrollo evolutivo de cada niño, para ofrecerle lo adecuado a su edad. ¿Cuál es la educación apropiada para el desarrollo de nuestro hijo? Aquella que se ajuste a sus necesidades físicas, sociales, emocionales y cognitivas. Y también a las características sociales y laborales familiares".

A la consulta de la psicóloga suelen llegar niños sobrepasados por las actividades que se les asignan. Entre los efectos negativos se cuentan las reacciones de estrés, traducidas en jaquecas o en dolores de estómago, así como problemas de conducta e insomnio.

Respetar las etapas de los niños

* "Ahora los jóvenes viven en un mundo que cambia a un ritmo acelerado y se caracteriza por presiones sociales que los empujan a crecer con demasiada rapidez", escribió el psicólogo Joan Isemberg. "Se los presiona para que se adapten a patrones familiares cambiantes, para que inicien su vida académica a edades más tempranas, para que participen y compitan en deportes y destrezas especializadas. Más aún se les presiona para que enfrenten información para adultos, antes que hayan dominado los problemas de la propia niñez. Estas presiones imponen mayores responsabilidades y estrés en los niños, al mismo tiempo que redefinen la esencia misma de la niñez".

Para la psicóloga infantil Aurora Isasmendi, en tanto, cuando se habla de niños y actividades no debe olvidarse la red de contextos en las que cada uno se mueve. Por eso considera que es imposible que la familia, si bien es la principal formadora del niño, sea tan perfecta como para cubrir todas las necesidades.

ETAPAS. "El niño debe partir de la casa a buscar otros apoyos", dice la profesional, pero debe considerarse la etapa del desarrollo en la que se encuentra. Desde que nace hasta los años preescolares, las metas esenciales son el logro de la confianza, de la autonomía y de la iniciativa. "Para tener confianza la cercanía y la sensibilidad de los padres es fundamental, por lo tanto, cuidado con alejarlos a muy temprana edad. En el caso de la iniciativa, el niño descubre que hay cosas posibles y otras cosas también posibles pero vedadas y necesita de sus padres para marcarlas".

Ya en la primaria domina el sentido de laboriosidad; en esta etapa se puede contraponer en algún momento laboriosidad con dudas o temores y hasta sentimientos de fracaso y frustración, porque los niños quieren todo a la vez. "Los padres deben vigilar ya que no se puede hacer todo a la vez, porque sus hijos no tienen capacidad o energía suficiente para tener éxito en todas las situaciones".

"Lo que yo me pregunto es hasta qué punto estamos respetando los ritmos evolutivos y las motivaciones de cada niño y hasta qué punto les permitimos disfrutar su infancia. ¿No estaremos desarraigándolos demasiado pronto de la familia? ¿No estaremos limitando su felicidad lúdica?", plantea Isasmendi.

Si bien considera que las actividades extracurriculares son buenas y sueles ser enriquecedoras, la psicóloga también cree que previo a su elección los padres deben intervenir fuertemente. "Desearíamos que cada padre pensara con la cabeza y obrara con el corazón y que realmente pudiera captar qué es lo que complace a su hijo y qué es lo que lo esfuerza".