El gasto
social
Rosario Patrón
En lo que va del año
ya hemos tenido alguna buena noticia del exterior. La reducción
de las tasas de interés en Estados Unidos tendrá para
nosotros un efecto beneficioso. Las tasas internacionales de interés
y las tasas domésticas se adecuarán a dicha baja.
Ello abaratará los pagos por endeudamiento externo y el crédito
doméstico dando mayores posibilidades de crecimiento productivo
tanto en nuestro país como en los vecinos, por lo que es
posible que dejemos atrás paulatinamente algunas de las dificultades
de los últimos dos años.
En materia de empleo
y salario real los últimos datos mostraron una situación
de deterioro que tiene consecuencias económicas importantes
pero también efectos sociales indeseados en varios planos,
por lo que una reversión en breve de variables externas determinantes
viene a ser como regalo de Noche de Reyes.
A pesar de los avatares
recientes vale la pena destacar que la estructura de soporte social
en nuestro país es considerablemente más densa que
la de otros países que han sufrido iguales o parecidos inconvenientes
en los últimos tiempos, lo que matiza los efectos polarizantes
de las situaciones vividas y atenúa las tendencias de fractura
social que la mala situación económica propicia. Por
lo menos por ahora. En el futuro la definición de prioridades
claras en materia social parece más necesaria que nunca.
Algunos
indicadores
La CEPAL, organismo
que produce informes muy completos sobre los resultados del estilo
mundial prevaleciente de desarrollo en las economías latinoamericanas,
es una fuente de información útil para efectuar comparaciones.
Su reporte sobre Equidad, Desarrollo y Ciudadanía (Notas
de la CEPAL, mayo de 2000) muestra diversos indicadores sociales
de 17 países latinoamericanos para el bienio 1990-91 y 1996-97.
Las crisis financieras que se produjeron a partir de mediados de
1998 han enlentecido los progresos que la región estuvo realizando
luego de superar la crisis de deuda de los años ochenta.
No obstante, el período analizado es importante porque muestra
los niveles y la tendencia en estas variables y, también,
la importancia que cada sociedad atribuye a lo social a través
de los recursos que asigna.
Uruguay se muestra,
por lejos, como el país con menor proporción de hogares
bajo la línea de pobreza y con la distribución del
ingreso más equitativa.
Su gasto social, compuesto
por los gastos en educación, salud, seguridad social y vivienda
y asistencia social, como porcentaje del PBI, es extremadamente
elevado en comparación con este conjunto de economías
de América Latina. Para el bienio mencionado más reciente,
representa un 22.5% del PBI en comparación con una media
de 12.4%. Los países con un ratio más cercano al nuestro
son Panamá con un 21.9% y Costa Rica con un 20.8%. Además
de ser el más alto, el gasto social uruguayo fue uno de los
que más se incrementó entre ambos períodos.
Con la excepción de algunos países como Bolivia que
lo duplicó pero partía de niveles muy bajos, son Uruguay,
Costa Rica y Panamá los que más adelantaron en el
período.
Sorprendentemente, un
país como Chile, con gobiernos de centro izquierda durante
los últimos quince años, no sólo tenía
niveles inferiores de gasto que Uruguay a principios de los noventa,
sino que no lo ha incrementado en forma sustancial en el lapso considerado.
Todos los países
analizados --con la excepción de Venezuela y Honduras-- han
aumentado el gasto social entre principios y finales de los noventa.
Lo característico
de nuestro país, sin embargo, es la cuantía de los
recursos que se destinan a la seguridad social y el crecimiento
que han tenido y siguen teniendo estos gastos. La proporción
del PBI que representa la seguridad social en Uruguay es el triple
del promedio de todos los países de la muestra. Las razones
de esto son bien conocidas. La composición etaria de la población
y la legislación vigente contribuyen a ello. Aún con
el nuevo régimen de pasividades que se diseñó
con los objetivos de hacer más justo al sistema y posibilitar
su financiamiento, la carga que ello representa para la sociedad
tiene su contracara en la imposibilidad de aumentar otros gastos
sociales que son cruciales para el desarrollo futuro del país.
Si se considera el gasto
social excluída la seguridad social, Uruguay asignaba en
1990-91 un 6.3% del PBI a fines sociales mientras que Costa Rica
asignaba 13.8% y Panamá el 12.8%. En 1996-97, Uruguay tenía
un gasto de 7.2% mientras que Costa Rica tenía un 15.3% y
Panamá un 15.3%.
El gasto en salud, vivienda
y asistencia social en nuestro país se incrementó
entre principios y fines de los noventa al mismo ritmo que el promedio
de los países de la muestra. Sin embargo, en materia de niveles,
ellos son menos de la mitad de lo que emplean Panamá y Costa
Rica para tales fines, son similares a los que registra Chile y
están por debajo de lo que gastan Argentina y Brasil.
Lo más preocupante
de este panorama comparativo es, no obstante, la inversión
en educación.
Lamentablemente, el
gasto social en educación en Uruguay es considerablemente
menor que en buena parte de los países analizados y menor
que el promedio de todos ellos. En este caso los gastos mayores
como porcentaje del PBI se registran en Bolivia (5.9%), Costa Rica
(5.8%), Panamá (5.5%) en tanto que Uruguay tiene solo un
3%, similar al de Chile (3.3%). A la vez, el avance entre el comienzo
de los noventa y el último período de medición
ha sido en Uruguay apenas de un 0.3% del PBI mientras que el promedio
aumento 0.8% y algunos de los países aumentaron su gasto
social en educación más de lo que aumentaron su gasto
social total.
Tanto en niveles como
en crecimiento del gasto social, entonces, mientras que Uruguay
ha privilegiado a la generación de sus mayores, otros países
han privilegiado a sus jóvenes.
Esto tiene consecuencias
importantes para el futuro desarrollo del país. No solamente
la educación es uno de los mecanismos para igualar oportunidades
sociales sino que es el centro mismo de generación de capital
productivo que se requiere para obtener altas tasas de crecimiento.
Tanto en uno como en
otro aspecto Uruguay necesita una inversión mayor si es que
ha de mantener en el futuro el lugar privilegiado que hoy ocupa
en el contexto latinoamericano en materia de niveles menores de
pobreza y mejor distribución del ingreso.
Lo posible
y lo necesario
No hay duda que la posibilidad
de realizar mayores gastos en educación está ligada
a la capacidad de crecer sostenidamente. Las opciones ya realizadas
en materia de asignación de recursos a distintos destinos
y, en particular a la seguridad social no pueden ser revertidas
en el corto y mediano plazo. Por eso, en lo inmediato, es fundamental
la eficiencia y eficacia con que se utilizan los fondos asignados
a la educación. Formas nuevas de organización, descentralización,
desburocratización y competencia deberían ser bienvenidas
para optimizar los resultados en términos de calidad y cantidad
de servicios brindados. Algunos episodios que han ocupado últimamente
mucha prensa muestran que seguramente podríamos introducir
cierto grado de flexibilidad y originalidad en nuestra forma de
defender la educación para todos, es decir la pública,
rescatando sus valores tradicionales encarnándolos en estructuras
modernas y funcionales a la sociedad de hoy.
En segundo lugar, es
imperativo que el país siga realizando reformas estructurales
que impulsen el crecimiento productivo y, por lo tanto, la creación
de recursos adicionales. Solamente en una economía que crece
se pueden dar mayores inversiones sociales con efecto no inflacionario
y duradero. La generación de empleo, además, es lo
que permite a las familias satisfacer sus necesidades básicas
y, consecuentemente, estar en condiciones mejores de ejercer con
mayor efectividad su rol de educadores primarios y tener mayores
posibilidades y libertad para mantener a sus hijos en el sistema
educativo formal por más tiempo.
En tercer lugar, la
sociedad tendría que dejar de lado una tradicional tendencia
a a apoyar indiscriminadamente cualquier causa más o menos
solidaria y explícitamente definir que la prioridad está
en la educación. Solo así podrá existir una
política sistemática donde parte del aumento del ingreso
nacional se direccione sin discusión a programas de capacitación,
a la educación formal básica y universitaria y al
apoyo a la infrastructura familiar mínima que permita a los
jóvenes valorar y aprovechar la instrucción recibida.
De la inversión
social del pasado es que obtuvimos la cohesión e integración
comunitaria que nos destaca a nivel internacional; la inversión
social que realicemos de hoy en más, y la estructura que
ella tenga definirán las características que como
sociedad tendremos en el futuro.
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