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Más
de 66.000 jóvenes entre 12 y 27 años no estudian ni trabajan
ni buscan empleo
El sistema educativo tiene hoy dificultades para integrar socialmente
a los jóvenes
El desarrollo de políticas
sociales que atienden la problemática de los jóvenes que
no estudian ni trabajan debe partir, según el sociólogo
Renato Opertti, de una conceptualización integrada socialmente
con la participación de tres agentes claves: familias, barrios
y centros educativos, mientras que el Dr. Pablo da Silveira opina que
sería un error convertir a la política educativa en una
nueva política social.
Una reciente investigación
llevada a cabo por la Unidad Ejecutora de los Programas de Educación
Media y Formación Docente (MESyFOD y UTU-BID) detectó que
hay una cifra superior a los 66.000 jóvenes entre 12 y 27 años
que no estudian ni trabajan ni buscan empleo en las localidades de 5.000
o más habitantes de Uruguay. Por tanto, sus componentes, que constituyen
el 11% de la población juvenil, se verán afectados en el
modo en que habrán de integrarse a la sociedad, debido a las desventajas
con las que tendrán que hacer frente a la estructura de oportunidades
de que disponen. Por ese motivo ECONOMIA & MERCADO entrevistó
al sociólogo Renato Opertti, coordinador general de dicho estudio
y director de MESyFOD, y al Dr. Pablo da Silveira, profesor de Filosofía
Política de la Universidad Católica del Uruguay y presidente
de la Fundación Escuelas Libres, quienes manifestaron sus puntos
de vista -la mayoría de ellos opuestos- ante las siguientes preguntas:
1. Los valores y conocimientos
que reciben los jóvenes en Uruguay parten de la escuela, de sus
familias y del barrio en que viven. ¿No resulta un esfuerzo inútil
continuar invirtiendo en centros educativos de barrios "ghettizados" y
con una mayoría de familias desintegradas? ¿No sería
más conveniente empezar por desarrollar políticas sociales
enfocadas en la familia y el barrio?
2. En Uruguay los niños
pobres generalmente concurren a escuelas pobres, donde son instruidos
por maestros con poca preparación o experiencia, mientras que los
niños de hogares de clase media alta concurren a mejores centros
educativos, que cuentan con maestros mejor preparados y mejor remunerados.
¿Cómo se hace para romper esos dos círculos que profundizan
la fragmentación social?
3. ¿Qué recursos
podría movilizar el Estado para promover políticas educativas
que favorezcan la integración social?
4. ¿Qué se podría
hacer para que los centros educativos integrasen a jóvenes de barrios
de distintas características socioeconómicas?
Soc. Renato
Opertti
Rol central
del Estado en la reforma social
1. El tema social con
sus complejidades, sutilezas y dinámicas no puede ser tratado de
forma atomizada. Uruguay ha tenido una larga tradición relativamente
exitosa de políticas sociales sectoriales, de las cuales la educación
y la salud han sido dos de sus pilares. Sin embargo, los fuertes cambios
en los contextos culturales, familiares y socioeconómicos del país
en los últimos veinticinco años han provocado la necesidad
de redefinir el modelo de políticas sociales, es decir si Uruguay
va a seguir trabajando sobre una suma de políticas sociales sectoriales
sin una visión de conjunto o si va a trabajar sobre un concepto
de política social más integrado, donde se den condiciones
para una intensa comunicación y coordinación conceptual
cooperativa entre diferentes sectores sociales (educación, salud,
trabajo, familia, vivienda, entre otros de relevancia). En ese marco,
el escenario de desarrollo de políticas sociales que atiende la
problemática de los jóvenes que no estudian ni trabajan
debe partir de una conceptualización integrada socialmente con
la participación de tres agentes claves: familias, barrios y centros
educativos.
Esa tríada debe formar
parte de la matriz básica de las políticas sociales que
se encaren para poder empezar a resolver estos problemas que hace treinta
años no los teníamos --o tenían otras características--
y que hoy están poniendo en cuestionamiento el modelo social sectorial
que ha sido históricamente el que primó en las políticas
sociales uruguayas. Hoy los caminos sectoriales individualizados y atomizados
no son una buena respuesta frente al problema que está planteado.
Ahí es donde la educación adquiere relevancia como parte
de ese esquema, y ya no más como un camino separado.
Si la sociedad uruguaya quiere
decididamente enfrentar los problemas de la desintegración social
en sus diferentes manifestaciones como, por ejemplo, en la segmentación
del territorio y en las disparidades de los resultados educativos, tenemos
que poner a la agenda social y a la económica en un rango similar
de visibilidad pública y legitimación. Uruguay tiene hoy
día una agenda económica orientada básicamente hacia
una reforma del Estado buscando mejorar la competitividad en el marco
de los procesos de regionalización y globalización, pero
es necesario acompasar esas reformas económicas con reformas sociales
de verdadera significación por dos razones. Primero, porque si
no hay una reforma social agendada por la sociedad y sus legítimos
representantes para resolver estos problemas, vamos a hipotecar el futuro
muy próximo. Segundo, porque las reformas económicas requieren
necesariamente sustentarse en reformas sociales y viceversa, ya que existe
una estrecha relación entre ambas. De esa voluntad de aunar una
agenda social, se juega gran parte del destino de Uruguay como sociedad
integrada.
2. La escuela pública
sigue siendo, aunque con dificultades, un espacio de convivencia de diferentes
grupos sociales; alertamos sí sobre el proceso de polarización
social que progresivamente la impregna. Los centros educativos localizados
en zonas económicamente deprimidas tienen que ser resignificados
en su condición. Debemos impulsar una estrategia socioeducativa
para atender las necesidades de niñas y niños y para lograr
que el sistema educativo sea un espacio vital para el desarrollo de ellos.
¿Tenemos una agenda social de la infancia, o de la adolescencia o
de los jóvenes? Si la sociedad se segmenta y se polariza, la educación
sufre sus efectos porque los centros educativos se vuelven más
homogéneos socialmente. Y todos sabemos que una de las claves de
la mejora del rendimiento escolar es lograr centros socialmente heterogéneos,
donde los que están mejor preparados ayudan en cierta medida a
los alumnos con menores niveles de formación. Pero la polarización
social no se puede evitar únicamente en la educación. Se
requiere de una estrategia de política territorial, donde los espacios
de barrio vuelvan a tener esa saludable integración de intereses
sociales para lograr justamente que la escuela sea lo más heterogénea
posible.
Reconocemos que hay un proceso
de selectividad perversa en el sistema educativo. Es cierto que los que
están mejor preparados eligen en general los mejores lugares, pero
es una responsabilidad del propio sistema cambiar sus prácticas.
Estamos ante el dilema de qué es más importante: las necesidades
del alumno o las comodidades y las rigideces del sistema educativo formal.
El punto central radicaría en que, como se ha venido haciendo,
se preparen intensamente a los maestros de zonas carenciadas. El docente
debe tener conceptos e instrumentos no sólo para entender culturalmente
lo que pasa en un contexto desfavorable, sino también para responder
con audacia e ingenio, lo cual se debería reflejar en un mejoramiento
cualitativo de la relación con el alumno. Por tanto, hay que poner
énfasis en brindarle a los docentes espacios de formación
para potencializarlos en su capacidad de diagnóstico y de intervención
para que, justamente, no sean reproductores pasivos del entorno, sino
agentes dinamizadores que contribuyan a cambiarlo. Eso tiene que ser necesariamente
acompañado de un conjunto de múltiples incentivos materiales
que contribuyan decisivamente a dignificar las condiciones de trabajo
de los docentes.
3. Queremos enfáticamente
reivindicar el papel central del Estado en la agenda social. Mucho se
habla sobre la reforma del Estado. Precisamente, buena parte de ella tiene
que ver con que el Estado pueda timonear determinados procesos que son
esenciales para que una sociedad se mantenga integrada. La educación
es un sector donde el Estado no puede delegar o rehusar responsabilidad,
ya que es decisivo su rol para fortalecer el desarrollo colectivo.
En ese marco, los recursos
no son un problema que pueda desligarse de cuáles son los objetivos
políticos de integración social. El primer esfuerzo que
debemos hacer es entender, ver y analizar todo lo que el Estado gasta
en materia social, cómo lo gasta, qué beneficio da y qué
eficacia muestra ese gasto social. Si Uruguay tiene como meta promover
la educación para fortalecer la integración social, el sistema
político tendrá que efectuar una redistribución o
reasignación o incremento de recursos del Estado para atender esa
necesidad. Pero, primero, reiteramos que hay que analizar cómo
gastamos y qué logramos con nuestro gasto. Segundo, hay que definir
a nivel de la sociedad y del sistema político si una de las prioridades
de Uruguay es el logro de una mayor integración social a través
de la educación inserta en políticas de inclusión
social. No nos olvidemos que la deserción en la educación
desemboca muchas veces en exclusión para los jóvenes. Tercero,
hay que dar a la educación la capacidad de llevar adelante esa
tarea. Ese cometido lo tiene el Estado coordinando acciones entre sus
dependencias así como con la sociedad civil, convocando a un esfuerzo
colectivo pluralista que trasciende largamente, en proyección y
en tiempo, una administración de gobierno.
Si bien el Estado tiene la
responsabilidad última de lograr que esa sociedad avance hacia
la integración social, llama la atención que en el Uruguay
de hoy no se atiende este problema con un suficiente grado de conciencia
y se deriva la discusión a otros temas donde se plantea que el
Estado debería ceder espacios para que, por ejemplo, las escuelas
privadas sean financiadas con recursos estatales mediante mecanismos de
subsidios, vouchers u otros sistemas. No se advierte que ese camino
no necesariamente nos llevará a una sociedad más integrada
porque si, en definitiva, trasladamos las leyes económicas al sistema
educativo, cometeríamos un grave error. La educación pública
no es la interrelación lineal y descontextualizada entre la oferta
y la demanda. Ella forma en aspectos sustantivos que no son asunto de
negociación en el mercado, que refieren a los valores de ciudadanía,
de solidaridad, de equidad social, de respeto a la diversidad, de fomento
del pluralismo y de competitividad. El Estado tiene un rol central que
cumplir, apostando al universalismo de valores que permita sentar bases
firmes y claras para fortalecer la diversidad.
Nos parece que plantear la
reforma de la educación por la vía de asignar recursos públicos
para el supuesto fortalecimiento de instituciones privadas es una forma
de desvirtuar la discusión central que tiene que ver con que si
podemos mantener o más bien recrear los cimientos de una sociedad
integrada. Si el Estado, que subsidia al sector privado mediante la exoneración
de impuestos nacionales y locales, asignara adicionalmente sus recursos
para financiar centros privados, estaríamos abriendo las puertas
para que la sociedad se transformase en un espacio más desintegrado.
La clave de la asignación de los recursos públicos, pasa
por combatir duramente los problemas de pobreza y marginalidad, para que
nuestros hijos puedan vivir y gozar de una sociedad de cercanías
y no de lejanías. Por lo tanto, la discusión no es sobre
la libertad de elección de algunos pocos, sino sobre qué
tipo de sociedad estamos pensando nuestro porvenir. Llamémonos
con decisión, ideas y respeto a este debate.
4. No se va a lograr
más integración por la vía de la libertad de elección
pues ésta supondría que los más informados o con
mayor capital cultural irían a los centros de mayor excelencia
y los menos instruidos a los centros más críticos o con
menores niveles de rendimiento. No nos imaginamos una migración
masiva de niños y jóvenes de los barrios de la periferia
a los de la costa; en todo caso terminaríamos por "ghettizar" aún
más algunos barrios, generando el desarraigo. Llama la atención
la miopía cultural y social que caracterizan algunos planteamientos.
Indudablemente, no podemos
pensar en políticas de integración social solamente desde
el centro educativo. Este no tiene capacidad por sí mismo de contrarrestar
la atomización de la sociedad. Por tanto, hay que poner este problema
en la agenda social tal como hemos insistido. Se deberían gestar
múltiples políticas de apoyos a las familias en el sentido
plural del término que, a su vez, les permita a los barrios recuperar
esa heterogeneidad social, la cual después se va a reflejar en
los centros educativos. En síntesis, no es ante todo un problema
de individuos negociando sus preferencias en el mercado, sino de cómo
se articulan los diferentes grupos que forman parte de la sociedad bajo
normas de convivencia consensuadas, conciliando e integrando los caminos
individuales y colectivos.
Dr. Pablo
da Silveira
Mecanismos
que financien la demanda educativa
1. Si hay un número
importante de jóvenes que no estudian ni trabajan, parece razonable
desarrollar políticas dirigidas a ellos. Pero sería un error
pensar que esas políticas deban desarrollarse por la vía
de convertir a la política educativa en una nueva política
social. Pese a que en los últimos años se ha insistido en
esta idea, me parece un error ver a la política educativa como
una más entre las políticas sociales. Se trata de una política
con una finalidad muy específica, que consiste en que los miembros
de las nuevas generaciones aprendan lo necesario para incorporarse al
mercado de empleo y para ejercer la ciudadanía. Una política
educativa es buena si cumple esta finalidad y es mala si no lo consigue.
Naturalmente, parte de su éxito depende del hecho de que los jóvenes
efectivamente asistan a las aulas. Pero si esta es una condición
necesaria, no es una condición suficiente. Si lográramos
devolver a las aulas a todos los jóvenes que hoy no estudian ni
trabajan, pero no consiguiéramos que aprendieran lo que les hace
falta aprender, seguiríamos teniendo una mala política educativa.
2. El sistema educativo
está contribuyendo a aumentar la fragmentación social en
lugar de disminuirla. Una de las razones por las que esto ocurre es el
mecanismo de elección de cargos, que genera lo que suele llamarse
la "carrera informal" de los docentes: los maestros y profesores que están
peor colocados en el escalafón (es decir, los que tienen menos
calificación y experiencia) son los que dan clase en los establecimientos
más complicados, que son los que necesitarían un personal
más calificado y fogueado. En cambio, los docentes más calificados
eligen sus horas de clase en los establecimientos de los barrios favorecidos,
que funcionarían sin problemas aun con personal menos preparado.
Otra razón por la que
el sistema educativo favorece la fragmentación es que, contrariamente
a lo que se dice con demasiada ligereza, la enseñanza pública
selecciona a sus alumnos. En primer lugar, los selecciona según
lugar de residencia. El niño que vive en un barrio pobre termina
asistiendo casi inevitablemente a una escuela de niños pobres,
y el que reside en un barrio de clase media alta concurre a una escuela
pública con ese perfil. El mecanismo está tan aceitado que
hasta se selecciona dentro de un mismo barrio. Aunque nadie lo diga abiertamente,
las escuelas públicas de Pocitos están especializadas: algunas
se ocupan de atender principalmente a los hijos de las empleadas domésticas
y otras se especializan en atender los hijos de los residentes. Algo similar
sucede en las ciudades del Interior. Generalmente, los hijos de las familias
más acomodadas estudian en la escuela más céntrica,
mientras que los alumnos de los hogares pobres van a las otras. Y lo que
explica el asunto no es la distancia, porque suelen quedar a pocas cuadras.
La enseñanza pública
también selecciona según capacidad de influencia. Un estudio
que sería fantástico hacer (pero que sólo podría
hacerse con la anuencia de las autoridades) consistiría en analizar
las características familiares de los estudiantes que asisten a
los diferentes turnos de un "macroliceo". Con toda seguridad se descubriría
que en el turno matutino son mucho más frecuentes los estudiantes
que tienen vínculos familiares con el sistema educativo (por ejemplo,
hijos y sobrinos de docentes) o con el sistema político. Quiere
decir que la selección de alumnos, que en general se asocia a los
más rancios institutos privados, también ocurre en la educación
estatal. Con el agravante de que los colegios privados que la practican
lo hacen a la luz del día, mientras que en la educación
estatal se hace por canales que escapan al control ciudadano. El discurso
oficial dice que la enseñanza pública no selecciona, pero
cada comienzo de año hay una sorda batalla de influencias. Y como
casi siempre ocurre cuando se actúa a escondidas, los resultados
son muy negativos en términos de equidad social.
Para cambiar esta situación
tendríamos que enfrentar tres problemas: la centralización,
la burocratización y la ausencia de libertad de elección
por parte de los padres. Cuanto mayor es la centralización, menor
es la sensibilidad hacia las preferencias particulares: no somos capaces
de distinguirlas y mucho menos de satisfacerlas de manera discriminada.
Cuanto mayor es la burocratización, menos mecanismos de rendición
de cuentas existen y más protegido está el funcionario frente
a la eventual insatisfacción de los implicados. Por ejemplo, quienes
hoy determinan la escuela o el liceo al que asistirá cada alumno
son invisibles para la gran mayoría de los ciudadanos. Por último,
la ausencia de libertad de elección genera un inmenso público
cautivo. Al menos por los canales formales, nadie puede retirar de sus
hijos de una escuela e inscribirlos en otra. De este modo no existe ningún
incentivo para mejorar la educación que se brinda en un establecimiento
específico. Si hay diferencias de calidad entre los diferentes
establecimientos públicos, eso se debe principalmente a la calidad
de los propios alumnos (es decir, a sus características socioeconómicas)
y a los efectos de la "carrera informal" de los docentes.
3. Se precisa una combinación
de recursos y de buenas ideas. Sólo con recursos no alcanza. En
los últimos años se ha gastado muchísimo en direcciones
que no han frenado la fragmentación. Parte de estas nuevas ideas
tendrían que ver con los mecanismos que se utilizan para rendir
cuentas. En este terreno hay mucho por hacer. La anterior administración
educativa pidió una gran cantidad de dinero para expandir las escuelas
de tiempo completo. Se suponía que, al cabo del quinquenio, el
20% de los alumnos de Primaria asistiría a este tipo de escuela,
lo que favorecería a los niños provenientes de sectores
carenciados. Sin embargo, al cabo del quinquenio asistía el 5%.
Esto nunca se evaluó en términos de eficiencia, es decir,
nunca se evaluaron los resultados en función de la cantidad de
dinero que se gastó.
También hacen falta
nuevas ideas en lo que hace al manejo de la información. Por ejemplo,
¿qué criterios determinan la difusión de los resultados
de las pruebas de evaluación de aprendizajes? ¿Por qué
los ciudadanos todavía no conocemos los resultados de las últimas
mediciones? Todos hemos contribuido a financiarlas, pero no sabemos lo
que dieron. Esto no sólo obstaculiza los mecanismos de rendición
de cuentas, sino que genera rumores sobre lo que está ocurriendo.
Y sobre todo hacen falta nuevas
ideas acerca de cómo orientar el gasto. En este sentido, soy partidario
de los mecanismos que financian la demanda y no la oferta. No se trata
de algo demasiado nuevo, sino de extender lo que ya hacemos, por ejemplo,
en el caso de la salud. DISSE es un fondo que subvenciona la cobertura
de servicios de salud de los trabajadores. Pero aunque el fondo es común,
cada trabajador decide a qué mutualista irá su cuota parte.
Esto mismo podría hacerse en la enseñanza. En lugar de que
el Estado financie una serie de institutos a los que debe acudir la población,
esos mismos recursos podrían volcarse a los demandantes para que
éstos definan su destino. De esta forma, los padres podrían
elegir libremente la institución que prefieran para sus hijos y
los responsables de los establecimientos tendrían razones para
preocuparse por la calidad de la enseñanza que están brindando.
4. No se debe obligar
a nadie a asistir a una escuela determinada, entre otras cosas porque
eso va contra el artículo 68 de la Constitución. Lo que
hay que hacer es diseñar buenas estructuras de incentivos. Por
ejemplo, basta con completar el esquema de financiamiento del que recién
hablaba con una serie de fondos destinados a estimular la integración.
Fondos, por ejemplo, que premien a aquellos establecimientos que atraigan
un alumnado muy mezclado desde el punto de vista socioeconómico.
Si aplicáramos un mecanismo de este tipo, se favorecería
la integración social sin poner en cuestión la libertad
de elección. Por supuesto, todo esto se va construyendo con la
experiencia y a partir de información pertinente. Pero, como principio
general, la solución no es obligar sino incentivar y luego dejar
que funcione el efecto demostración. Felizmente, Uruguay todavía
no tiene niveles de fragmentación social tan grandes como hay en
otros países del continente. La mayoría de nuestros alumnos
todavía no se ve confrontada a situaciones tan dramáticas.
Pero si seguimos negándonos a ver los problemas que tenemos, y
si seguimos buscando para nuestros hijos soluciones que no son las que
recomendamos para los hijos de los demás, vamos a terminar por
perder esa ventaja.
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