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Muere
una estrella ¿Lula sabía? Las pancartas de manifestantes indignados dicen que sí. El presidente asegura que no. Un senador del Partido Social Demócrata Brasileño quebró las normas básicas de protocolo y desaforado gritó en el Congreso que, si Lula sabía, "era un corrupto". Si no sabía, "era un idiota". Faltan 15 meses para las elecciones presidenciales y la discusión sobre si Lula sabía o no que sus colaboradores directos habían armado un gigantesco esquema de recaudación ilegal en el corazón del poder va a repetirse hasta el hartazgo. El escándalo que en pocas semanas provocó la renuncia de ministros, que descabezó la cúpula del Partido de los Trabajadores y que amenaza con hacerle perder el cargo a una decena de legisladores puede llegar a costarle a Lula la reelección que hasta mayo era considerada segura. Lula también podría ser arrastrado a una segunda vuelta y reelegirse gracias a su carisma, a los programas asistencialistas que conquistan los sectores más precarios de la sociedad y a las tasas de interés que le están generando al sector financiero los mayores lucros de su historia. Pero el efecto del tsunami que pasó por encima del gobierno del PT durante las últimas semanas ya quedó plasmado: cuando la marea se retire, la biografía de Lula ya no será lo que fue hasta aquel mítico 1º de enero del 2003, cuando se convirtió en el primer obrero en asumir la presidencia de uno de los mayores países del mundo. Antes de avanzar en la historia sobre el apogeo y caída del PT, vale la pena una síntesis de los escándalos que están siendo investigados en tres Comisiones Parlamentarias de Investigación (CPI). En mayo apareció en una revista y en la televisión la imagen de un director de la empresa pública de Correos pidiendo una coima y afirmando que actuaba en nombre del diputado Roberto Jefferson, del Partido Laborista Brasileño (PTB). El PTB era uno de los tantos partidos chicos que se convirtieron en aliados de Lula en el comienzo de su gestión a cambio de cargos en un principio se pensaba que la retribución era apenas ésa. Sintiéndose traicionado por el gobierno, el diputado Jefferson, uno de los laderos del ex presidente Fernando Collor de Mello, decidió contar todo: en una entrevista con el diario Folha de Sao Paulo reveló que el gobierno había creado un sistema para pagarle una "mesada" o "sobresueldo" a diputados y senadores de partidos aliados. Una especie de extra para asegurarse la lealtad en las votaciones. Una vez por mes, secretarias, cadetes o los propios legisladores irían a una sede bancaria en Brasilia para recibir entre 12.000 y 25.000 dólares. Y no sólo eso: Jefferson afirmó que él no recibía esa mesada, pero que sí había negociado con José Dirceu, el jefe de gabinete de Lula, un apoyo de 8.000.000 de dólares para la campaña de su partido. ¿Y de dónde saldría tanto dinero para las "mesadas legislativas", para pagar las campañas de partidos aliados y del propio PT? La hipótesis que está saliendo a la luz es que el dinero provenía del presupuesto para publicidad oficial, que estaría sobrefacturado, y de sobornos pagos por empresarios a cambio de contratos con empresas del Estado. El corazón del esquema era una agencia de publicidad que se beneficiaba de los contratos y triangulaba los excedentes del sobrefacturamiento hacia el PT. Puede imaginarse el impacto de la denuncia: un gobierno, a través de su partido, supuestamente sobornando legisladores y pagando campañas propias y de aliados con dinero público. Junto con estas denuncias llovieron otras, aledañas, como la manipulación de licitaciones, lavado de dinero, evasión fiscal, asociación ilícita, tráfico de influencias y demás. Primero tuvo que renunciar el "hombre fuerte" de Lula, José Dirceu. Dirceu, que recibió entrenamiento de guerrilla en Cuba y es conocido como un "estalinista" en sus métodos para mantener todo bajo su control, era el operador nato del gobierno. Ya en enero otro escándalo había surgido en sus oficinas: su mano derecha, el subsecretario de Asuntos Parlamentarios, Waldomiro Diniz, fue filmado cuando le pedía coimas a un empresario de la mafia del juego. Dirceu resistió en su puesto al caso Waldomiro, pero la denuncia de Jefferson fue demasiado. "¿Sabe por qué nadie enfrenta mis denuncias? Porque yo circulo por el intestino del poder. Yo los conozco", dijo Jefferson días atrás, con una frase fantástica que podría estar en El Padrino. Pocos días después, fue cayendo toda la cúpula del PT. Delubio Soares, el tesorero, que llegó a denunciar, llorando en público, "un complot de la derecha" para derribar a Lula, terminó confesando que "todas las campañas del PT, menos la que eligió a Lula, tuvieron dinero de fondos en negro". "Él es el PC Farías de Lula", atacó el senador socialdemócrata Alvaro Días, comparándolo con el hombre que operaba la corrupción de Collor de Mello. Cayó luego el secretario general del partido, Silvio Pereira, a quien se le descubrió, por ejemplo, que su camioneta Land Rover habría sido un regalito de una empresa de ingeniería que ganó varias licitaciones para prestarle servicios a la petrolera estatal Petrobras. Por último cayó José Genoino, el presidente del PT. El caso de Genoino es emblemático del tono de sainete al que llegó este escándalo, que está siendo alimentado con dos o tres nuevas denuncias diarias desde hace más de un mes. En medio de acusaciones de valijas llenas de billetes que son entregadas a legisladores, un hombre fue detenido en el aeropuerto de San Pablo. Al ser revisado se le encontraron 200.000 reales (80.000 dólares) en una valija y 100.000 dólares escondidos en los calzoncillos. ¿Para quién trabajaba el hombre? Para el hermano de Genoino, un diputado del PT que como se reveló después apenas supo de la detención de su asesor comenzó a llamar a amigos y conocidos pidiéndoles que asumieran ser dueños del dinero. La historia terminó con la caída de Genoino, otro dirigente cuya biografía era elogiada hasta por la oposición y que terminó saliendo por la puerta trasera. Quedó para el anecdotario político el calzoncillo relleno de dólares, prenda con la que hoy es dibujado Lula en los carteles de los manifestantes, con los billetes desbordando. Esta semana Lula fue a inaugurar una fábrica y tuvo que escuchar, quizás por primera vez en su vida, que le gritaran "ladrón", y rimas que podrían traducirse como "le robaste al pueblo/ para pagar sobresueldos". Las revelaciones diarias de nuevos casos de corrupción se volvieron tan explosivas que un diario publicó una nota contando historias de gente que cancela compromisos para ver las últimas novedades en el noticiero de la noche. El escándalo convirtió en celebridad a un personaje desconocido hasta ahora para todo el mundo: el publicitario Marcos Valerio de Souza. Dueño de una empresa de publicidad insignificante hasta la llegada del PT al poder, vio pasar por sus cuentas 200 millones de dólares en apenas dos años. De Souza era el operador de la "caja negra". Por lo que se sabe hasta el momento, el modus operandi era el siguiente: el PT operaba para darle al publicitario las cuentas multimillonarias de publicidad de empresas y organismos del Estado; el empresario derivaba una parte para la "caja negra" del PT, y cuando recibía órdenes del tesorero del partido, Delubio Soares, generaba pagos para diputados o dirigentes del PT o de otros partidos. En algunos casos alquilaba una oficina, hacía llegar un camión de caudales y pagaba en efectivo hasta cientos de miles de dólares. La coartada era que el dinero salía de créditos que el PT le pedía a los bancos, con su aval (aval que luego él cubría, claro, porque "su" dinero en realidad era dinero del Estado). La última revelación es que compañías privadas habrían usado su empresa de publicidad como fachada para pagarle coimas al PT: lo "contrataban" para hacer una campaña publicitaria que no se realizaba, y le pagaban varios millones de dólares por el trabajo. Extracciones y votos Fue la secretaria del publicitario, Fernanda Somaggio, quien tiró una de las últimas bombas. Despechada por haber sido despedida por De Souza, esta joven de cabello enrulado y anteojos, contó que con mucha frecuencia su jefe ordenaba la extracción de grandes sumas de dinero en efectivo antes de reunirse con un político. Un diputado cruzó la lista de las extracciones bancarias del publicitario con los días de votaciones clave en el Congreso: coincidían. Cuando había algo importante para lo que se necesitaba el apoyo legislativo, un gran número de extracciones se producía en las cuentas de De Souza. Y no sólo eso: en esos días se producía un desfile por esa sucursal del Banco Rural de Brasilia, donde estaban las cuentas de legisladores o allegados. El gobierno tiene una estrategia. Lula concedió una entrevista días atrás en París a una cadena francesa y dijo: "lo que la dirección del PT hizo es lo que es sistemáticamente hecho en Brasil". Es decir, admitió que son usados fondos en negro para las campañas electorales. Ese sería un delito suficiente para anular un mandato, pero como la práctica de usar lo que se llama "caja dos" es común a todos los partidos políticos brasileños, el juego quedaría empatado, según la estrategia oficial. La historia que el PT y el gobierno le presentan a la opinión pública se resume así: el empresario de la publicidad conoció al tesorero del PT en el 2002, se hicieron amigos y en pocos meses la amistad era tan estrecha que decidió salir de garante en créditos de más de 30 millones de dólares para un partido que estaba quebrado. La primera consecuencia del escándalo político parece ser, según una encuesta de Ibope, que Lula ya no sería reelegido en primera vuelta. Aunque faltan 15 meses para las elecciones, resulta difícil imaginar la posibilidad de que el gobierno logre neutralizar todas las denuncias y la parte de responsabilidad que le cabe al presidente como jefe de todos los implicados. Es decir, la reelección está en riesgo. Lula hoy obtendría el 36% de los votos si disputara la elección contra el intendente de San Pablo, el socialdemócrata José Serra (que recibiría el 22% y lo llevaría a la segunda vuelta). Para Serra, el efecto del escándalo todavía no llegó a las masas: "para la mitad de la población la información llega en forma muy lenta. Es gente que no lee diarios y, por lo tanto, su asimilación de las noticias es más lenta". Precisamente, el presidente mantiene todavía un caudal de aprobación considerable: 53% de los encuestados continúa afirmando que confía en él. La aprobación del gobierno está en 54%, contra 38% que lo desaprueba. Todo ese capital político está concentrado en Lula y su biografía, construida en base a 30 años de activismo político. El PT, en tanto, ya no goza de la misma simpatía. Si Lula desistiera y el candidato del PT fuera su ministro de Hacienda, el prestigioso y "todopoderoso" Antonio Palocci, la fuerza obtendría apenas el 4% de los votos. Por eso la estrategia adoptada por Lula es un distanciamiento simbólico del PT, como intentó mostrar en una entrevista televisiva. "Después que fui electo presidente no pude participar más de las reuniones del PT". Y les pasó la pelota: "los dirigentes del PT no pensaron bien lo que estaban haciendo". La marcha de la economía continúa, indiferente al torbellino político. Pero las aspiraciones de liderazgo regional pueden sufrir el impacto de la crisis. Respaldadas por la "diplomacia presidencial" practicada por Lula, la ascendencia del presidente sobre sus vecinos puede declinar proporcionalmente al deterioro de su imagen. Hoy, casi tres años después de la asunción de un Lula que decía que Brasil "tiene que asumir su papel de líder", es difícil asegurar que Brasil haya avanzado mucho en ese objetivo. A partir de ahora será más difícil. Mientras, Brasil vive una película de suspenso político que se está filmando sola, sin director y sin libreto. El título es El ocaso de una estrella, pero el final no lo sabe nadie. Luis Esnal, La Nación, Grupo de Diarios América |
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