1989 Elija el año o la decada
Perestroika, glasnost y fin del comunismo
El cambio radical de la URSS sin derramarse u na gota de sangre

Nadie podía preverlo. Cuando las reformas de Mijail Gorbachov impusieron a la Unión Soviética el doble signo de la “perestroika” y la “glasnost” (transformación y transparencia, respectivamente) se produjo una reacción en cadena que ni el propio inspirador había calculado: de 1989 en adelante, esa reacción provocó la reunificación alemana, la demolición del muro de Berlín, la aparición del pluripartidismo en las naciones-satélite de Europa oriental y la desintegración del mosaico de nacionalidades que formaban la propia URSS.


Un sistema cerrado y autoritario que había nacido con la revolución bolchevique en 1917 y que se había expandido con la victoria de 1945 sobre Alemania, no había sufrido modificaciones mayores durante siete décadas y detrás de la “Cortina de hierro” cultivaba una intolerancia cuya excusa consistía en la necesidad de defender las conquistas del proletariado frente al acecho del capitalismo. La verdad era menos heroica: el comunismo de raíz leninista había terminado convirtiéndose en un aparato opresor que hacía al nombre esclavo de la maquinaria estatal mientras invocaba su liberación de los viejos explotadores.
Ese régimen, pervertido por treinta años de stalinismo criminal y finalmente por dos décadas de aplastante burocracia presidida por Brezhnev, fue lo que Gorbachov quiso desmontar para generar un sistema de ventilación que permitiera renovarlo. La realidad —que tiene su propia energía— desbordó el proyecto de ese renovador y así entre 1989 y 1991 los planes de Gorbachov terminaron disolviendo la confederación soviética que el dirigente pretendía modernizar, flexibilizando sus engranajes internos. Era demasiado profunda la crisis de una economía planificada cuyo fracaso pudo comprobarse luego en una industria obsoleta, una administración ineficaz y una agricultura ruinosa. El sistema no fallaba por su defectuosa aplicación sino por su misma base: el colosal artificio de un nivel de vida sostenido por subsidios estatales a todos los artículos y servicios, demostró que era incapaz de afrontar el realismo de un mercado donde el valor de las cosas (desde el papel moneda hasta el alquiler de las viviendas) se fija de acuerdo al vaivén natural de la oferta y la demanda.
La maquinaria de esa economía soviética era un fraude que pudo mantenerse mientras los inmensos recursos naturales del territorio de la URSS (22 millones de kilómetros cuadrados) fueron más fuertes que el vaciamiento de una administración suicida. Cuando la verdad desfondó el discurso marxista-leninista, Gorbachov surgió como el dirigente providencial —the right man in the right place in the right moment— para aplicar las reformas que desde 1985 eran deseables pero en 1989 ya resultaban impostergables. El anciano Brezhnev (Andropov y Chernenko) y en 1985 la estrella de Gorbachov ascendió hacia las mayores responsabilidades del aparato soviético: Secretario General del Partido Comunista y luego presidente de la URSS. Este conductor que había nacido en 1931 en la región del Cáucaso, llevando en su calvicie esa mancha de nacimiento que algunos identificaban como una predestinación, logró lo que nadie hubiera imaginado: pasar del sistema de un pétreo socialismo planificado a la flexibilidad de una economía abierta sin que la Unión Soviética se desangrara en una guerra civil o en un cataclismo social que enfrentara a los nostálgicos con los progresistas.
Gorbachov consiguió un cambio incruento, aunque la fuerza que había desatado arrastró más cosas de las previstas: las repúblicas periféricas se escindieron de la URSS, Rusia quedó sola en medio de esa desintegración y el propio maestro de la “perestroika” fue barrido en agosto de 1991 por un golpe de Estado reaccionario que si bien fracasó, permitiendo que él recuperara luego sus dignidades, terminó con su carrera pública. Después vino su apartamiento de la política y hasta su descrédito, porque la nueva Rusia ingresó a un período de duro reciclaje de sus estructuras que ha tenido hasta hoy grandes desafíos y reveses, de cuyo costo social se acusa a Gorbachov mientras los más melancólicos enarbolan por las calles algunos estandartes con la efigie de Stalin, demostrando entre otras cosas la brevedad de la memoria humana y la monumental desinformación que la gente común padeció bajo el régimen socialista.
Una década después de las gestiones gorbachovianas, Rusia se debate en su flamante vía histórica y la transformación emprendida en 1989 consta en el recuerdo como un fenómeno sorprendente, mientras los largos años de stalinismo se alejan envueltos en el manto de represión y de miedo cuya magnitud sólo ha podido apreciarse recientemente, luego de que se abrieran a los investigadores, historiadores y ensayistas los herméticos archivos policiales de Moscú.
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