1982 Elija el año o la decada
Los males que luego se sufrieron
El rompimiento de “La Tablita”

El 26 de noviembre de 1982 ocurrió lo que todo el país conoce como “el rompimiento de la tablita”, cuya onda expansiva trajo consecuencias graves para el aparato productivo del Uruguay durante todos los años subsiguientes. En realidad, el desajuste económico proveniente de aquel día no se gestó en esa misma jornada, sino que ella fue solamente la mecha de una situación anormal que provenía de medidas anteriores adoptadas por el gobierno de facto.

Desde 1974 regía en el país un sistema de doble paridad: el “dólar comercial” cuya cotización valía para las transacciones con el exterior (exportaciones e importaciones) y el “dólar financiero” que se utilizaba para el resto de las operaciones. En octubre de 1978 el gobierno decide unificar el tipo de cambio. La nueva política se caracteriza por la existencia de un tipo de cambio único, fijado por la autoridad económica y ajustado mediante minidevaluaciones preestablecidas y, además, anunciadas con anticipación de varios meses. Esta serie de cotizaciones se conoció como “tablita cambiaria”.
El objetivo de este sistema fue bajar la inflación utilizando como “ancla” el tipo de cambio. En su entorno debían alinearse todos los demás precios de la economía: precios al consumo, tarifas públicas, salarios, etc.
La realidad mostró que la inflación creció mucho más que el dólar provocando un muy pronunciado “atraso cambiario”. Ello se tradujo en un fuerte déficit comercial causado por el constante aumento de las importaciones. El desequilibrio se compensó con el ingreso de capitales en un período muy proclive a ello que terminó generando un severo endeudamiento en dólares, tanto del país como de las empresas. Esta situación provocó lo que en los primeros años de los 80 se conoció como la crisis de la “deuda externa”. Los países latinoamericanos en mayor o menor medida, quedaron debiendo enormes cantidades de dólares al resto del mundo, pero eso se vio en los años siguientes al período en que imperó “la tablita”.

LOS HABITOS DE CONSUMO

Durante esos cuatro años —1978 a 1982—, el “abaratamiento” del dólar y la sistemática “apertura” de la economía, alentaron el ingreso al país de numerosos productos importados. El público comenzó a acceder a bebidas, cigarrillos, prendas de vestir, automóviles y algunos electrodomésticos —no tantos como la actual oferta en este rubro, consecuencia del desarrollo tecnológico cada vez más acelerado— y fue cambiando los hábitos de consumo.
También se abarataban los viajes y las estadías fuera de frontera. En los países vecinos se aplicaban las mismas políticas pero con diferente grado de intensidad y pragmatismo. Algunas veces invadían el país los turistas de la región; otras eran los uruguayos a quienes les resultaba muy barato viajar y comprar en Argentina o en Brasil. La consecuencia de esto fue un permanente traslado del consumo interno a los bienes producidos en otros países —ya sea viajando y consumiendo en origen, ya sea importando esos bienes como insumos domésticos— con el consiguiente perjuicio para la producción nacional y para la política cambiaria.
El Estado dilapidó los recursos tan alegremente como el público. La “permisibilidad financiera” —como diría después Enrique Iglesias— que mostraron los bancos al final de la década de los 70 provocó un fuerte endeudamiento empresarial a través de préstamos concertados en dólares. El gobierno cayó en la misma trampa realizando obras con financiamientos a altas tasas de interés y plazos muy reducidos para emprendimientos de tal envergadura. Uno de ellos, quizás la muestra más clásica, fue la construcción de la represa de Palmar cuyo costo superó los 500 millones de dólares de esa época. Se financió con la emisión de bonos “Palmar” que pagaban una muy atractiva rentabilidad y a ocho años de plazo, un período muy corto para una obra que debía amortizarse a largo plazo.
Los bancos —nacionales y extranjeros— canalizaron hacia los sectores productivos los capitales provenientes del exterior. Las tasas activas resultaron tan altas como lo imponían las pasivas. El auge de la demanda argentina de los años 78 al 80 provocó el alza del precio de los campos y de las propiedades. Se generó un fuerte crecimiento de la construcción y del turismo receptivo y los precios internos, lejos de bajar como debía ocurrir al mantener controlado el tipo de cambio, subieron aceleradamente. El Estado había abandonado el control de la emisión monetaria debido a la sobreoferta de divisa extranjera. Tampoco se observó una disciplina fiscal y control del gasto público acorde, un prerequisito ineludible para mantener coherencia con la política cambiaria adoptada.

EL QUIEBRE DE LA “TABLITA”

En el invierno de 1982 nadie dudaba que la “tablita cambiaria” ya no soportaba más el peso de las inconsistencias de otras variables y políticas estatales. El Banco Central del Uruguay —es decir, el Estado, el país, todos nosotros— comenzó a perder reservas internacionales. Semanalmente, la autoridad monetaria vendía distintas partidas de las reservas de oro para obtener los dólares que le exigía la cobertura de un nefasto “seguro de cambio” adoptado previamente para reafirmar la fortaleza de la política económica.
Las reservas del BCU que al cierre de 1981 totalizaban 840,8 millones de dólares, nueve meses después, en setiembre de 1982, se ubicaban en 307,7 millones. El descenso de la actividad económica que ya había mostrado algunas señales en el último trimestre de 1981, se profundizó con el transcurso de los meses. En junio de 1982, el entonces presidente de facto, Tte. Gral. Gregorio Alvarez, acuñó una frase que se hizo famosa: “Sólo los marcianos pueden creer que habrá devaluación”. El viernes 26 de noviembre de 1982, el entonces Ministro de Economía y Finanzas, Valentín Arismendi, anunciaba que el régimen cambiario imperante desde 1978 era abandonado, la “tablita” había quebrado. El Estado dejaba de fijar el precio del dólar. El lunes 29 sería feriado bancario y el martes abriría un mercado cambiario totalmente libre: en adelante y hasta la fecha, el precio del dólar lo iba a fijar el libre juego de la oferta y la demanda. El martes, al reanudarse la actividad financiera, el dólar pasó de los N$ 12,50 a casi N$ 20,00 registrándose una devaluación superior al 50% en tan sólo una jornada. En los cinco meses siguientes el ajuste del precio del dólar fue del 100%. Los precios internos se alinearon rápidamente con el nuevo valor de la divisa estadounidense, es decir, la inflación cuyo combate se encaró “anclando” el precio del dólar, reapareció con inusitada fuerza recuperando cuatro años de retraso: de una tasa anual del 20% en 1982 pasó al 51,5% en 1983. El salario real cayó 40% respecto a los valores de 1968, año base de la serie estadística. El país culminó la experiencia de “la tablita” con una deuda externa neta de casi 2.000 millones de dólares, con los sectores productivos terriblemente deprimidos y endeudados, con la banca nacional aniquilada al punto que el Estado debió salir a salvar a varias instituciones aún hoy “gestionadas” aunque con un alto nivel de solvencia. La población sufrió la escasez de trabajo. El Uruguay y toda América Latina, donde el modelo económico se había generalizado, comenzó a transitar “la década perdida”, como también la calificó Enrique Iglesias. Sólo una luz de esperanza comenzó a aflorar con la ruptura de “la tablita”: tras la crisis final de la dictadura, apareció con fuerza el proceso de retorno a la institucionalidad.
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