1979 Elija el año o la decada

El advenimiento del ayatollah Khomeini

El Fundamentalismo y su intolerancia

Nadie lo sospechaba en 1979, cuando el Sha de Irán debió abandonar su trono y su país (16 de enero) mientras el exiliado ayatollah Khomeini entraba en Teherán saludado por una muchedumbre (1 de febrero). Lo que nadie sospechaba era la oleada fundamentalista que comenzaba con las rígidas medidas clericales impuestas a ese país de 40 millones de habitantes, donde quince años antes se había votado una legislación liberalizadora que incluía el voto femenino, la reforma agraria y la lucha contra el analfabetismo. La llegada de Khomeini sumergió a Irán en una intolerancia religiosa que incluyó la obligación a todas las mujeres del uso del velo y la censura previa (también obligatoria) sobre toda la prensa. El régimen no ha variado en nada sustancial durante los diecinueve años siguientes.

El Islam es la enorme zona del planeta que abarca desde Marruecos hasta Indonesia, donde se han producido brotes cada día más agresivos de aquel fundamentalismo que en 1979 parecía un fenómeno iraní difícil de exportar a otros países. Con sus rasgos de fanatismo y su mentalidad excluyente, la corriente también llamada integrista se apoya en la acción política de los partidos islamistas que disponen de huestes combatientes en Argelia, Egipto, Líbano, Irak, Afganistán y por supuesto Irán, mientras emergen con signo ascendente en otros países como Turquía y Sudán. Las masacres provocadas por el terrorismo integrista en sitios arqueológicos de Egipto o en aldeas de la zona rural argelina, caracterizan de manera sangrienta a ese islamismo desenfrenado ante una opinión pública a menudo espantada.
Para entender en parte el fenómeno conviene conocer los antecedentes históricos del mundo árabe y su periferia, porque en esa región perduró durante siglos el imperialismo otomano, que no sólo subyugó sino que humilló de muchas maneras a los árabes, y en esa misma región se afianzó luego el imperialismo europeo (Inglaterra y Francia, sobre todo) con el agravante de la explotación de una riqueza petrolífera en beneficio de las metrópolis. El caso de Irán fue el de un país que mantuvo su autonomía frente a los turcos pero debió ceder luego a los británicos la industrialización de sus yacimientos de petróleo: la Anglo Iranian Oil Company construyó su primera refinería en el país en 1909 y el Almirantazgo británico retuvo la mayoría de las acciones de esa firma desde 1914. Como señal del poderío de esas inversiones extranjeras en países de subsuelo rico pero estructura pobre, corresponde señalar que en el acuerdo firmado entre el gobierno iraní y el consorcio dominado por la Anglo Iranian en el año 1954, ese gobierno nativo obtenía el 50 por ciento de los beneficios de la explotación petrolífera, pero debía pagar a los ingleses una indemnización de 25 millones de libras esterlinas anuales durante una década a partir de 1957. Cuando los países como Irán se liberan de esa presencia extranjera, suelen ir al extremo opuesto de la xenofobia, el rencor y las variantes del fanatismo político o religioso.
Khomeini había tenido que escapar de Irán en 1963 luego de un atentado contra la vida del Sha de cuya responsabilidad se lo acusó personalmente. Se exilió inicialmente en Turquía, luego en Irak. Hacia 1977 comenzaron en Irán las manifestaciones y disturbios callejeros de apoyo al ayatollah, en mérito a lo cual Khomeini fue expulsado de Irak, debiendo establecerse en el pueblo francés de Nesuphle-le-Chateau, donde permanecería durante los últimos cuatro meses de su destierro antes de que la caída de la monarquía iraní le permitiera un regreso triunfal a Teherán. En los primeros tiempos de su gobierno, Khomeini creó una Asamblea Constituyente de 75 “expertos” con absoluta mayoría integrista, abatió todos los focos de oposición, fusiló a unos cuantos rebeldes, aplastó algunas sublevaciones y permitió (el 4 de noviembre de 1979) que una masa de estudiantes fanatizados ocupara la Embajada norteamericana en Teherán tomando rehenes y provocando un gran incidente internacional.
Habría mayores problemas en los años siguientes, porque la guerra contra Irak comenzó en setiembre de 1980 y duraría después nueve años, con un costo en vidas humanas nunca revelado pero seguramente altísimo, ya que Khomeini alentó las ofensivas militares de “masas humanas” que consistieron desde 1984 en lanzar sobre el enemigo oleadas de jovencitos e incluso niños fanáticos y casi desprovistos de entrenamiento militar. El recurso no era novedoso, ya había sido empleado por Stalin contra los alemanes en 1942 y 1943 (bajo amenaza de ejecución a quienes no avanzaran) y seguramente fue aplicado por Khomeini de acuerdo a ese modelo ruso. El ayatollah murió en 1989, y tuvo una pompa fúnebre digna de un prócer. Su memoria ha sido venerada en Irán desde entonces y su política fundamentalista ha tenido abundante descendencia, para desdicha de varios países.
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