1958 Elija el año o la decada
Y el fútbol ya no fue el mismo
El mundial en que apareció Pelé

El de Suecia fue el Mundial “bisagra”: el fútbol ya no fue el mismo después de la aparición de la magia de Pelé. Con él vinieron los ídolos a nivel mundial, las comunicaciones para saber quién era quien antes de ser genios del fútbol y los contratos millonarios que cada años seguirían creciendo.


En realidad, no sólo la historia del fútbol mundial, sino también la no menos importante que atañe al desarrollo y resultados de todos los Campeonatos Mundiales, encuentra en el torneo jugado en 1958 una bisagra que a la distancia, con la perspectiva que impone el transcurso de los años, es imposible pasar por alto: aquel, por ejemplo, fue el primer mundial en el que se comenzó a hablar de la preparación física como elemento preponderante, seguramente porque la educación física había logrado en el mundo entero -pero fundamentalmente en Europa- progresos notables, y también porque el de la época -sobre todo en el viejo continente- era un fútbol alimentado y practicado por nuevas generaciones que apenas si habían soportado las durezas de la guerra y, por el contrario, crecieron en medio de procesos de recuperación social y humana verdaderamente integrales.
Además, por si todo lo otro hubiese sido poco, el sexto Campeonato Mundial sería también el primero logrado por Brasil, el único país que hasta entonces había participado en todos los eventos de ese tipo que se habían llevado a cabo hasta el momento y no había ganado ninguno, y que justamente en aquel torneo que se inició el 8 de junio de 1958 empezaría a construir un imperio de gloria que hoy se sustenta dominante sobre los cimientos de poder que confiere la conquista de cuatro títulos universales y que en el Mundial de Francia 98 hasta amenaza con seguir de largo.
Y ADEMAS ESTABA PELE
Sin embargo, la historia -cualquiera de las dos, o ambas a la vez, para ser más exactos: la del fútbol mundial y la de los campeonatos mundiales- reconoce, por sobre todas las cosas, al Campeonato del Mundo disputado en Suecia en 1958 por haber sido el de la aparición espectacular, fulgurante, y por qué no, también, determinante, de Edson Arantes do Nascimento: Pelé; para muchos, el mejor jugador de la Tierra de todas las épocas, antes, durante y después del que fue su indiscutible reinado.
Contra lo que podría suponerse hoy en día, desde una perspectiva muy diferente a la que ofrecía el mundo de las comunicaciones casi cincuenta años antes, el pimpollo de la magia de Pelé no se abrió de entrada y de la noche a la mañana. Brasil debutó en el Mundial ganándole a Austria por 3 a 0 en la ciudad sueca de Edevalia, con una delantera que integraban Joel, Didí, Mazzola, Dida y Zagallo. Los goles de Brasil los hicieron Mazzola en dos oportunidades y Nilton Santos, y nadie sabía de la existencia de Pelé ni soñaba con lo que ocurriría pocos días más tarde, más concretamente después que el 11 de junio de 1958 Brasil empatara 0 a 0 con Inglaterra en Goteborg y su delantera, ahora integrada con Joel, Didí, Mazzola, Vavá y Zagallo, diera lugar a un verdadero “motín a bordo”, que gestaron y concretaron jugadores influyentes dentro del plantel brasileño, como Bellini, Didí y Nilton Santos. Fue aquella rebelión interna la que, influyendo en las decisiones de Vicente Feola -el popular “gordo” que luego sería el folklórico técnico del Santos, donde se llegó a decir que su obesidad y la riqueza técnica de sus futbolistas le permitió durante los partidos llegar a dormir más de una siesta en el banco- hizo que para el encuentro del 15 de junio de 1958 ante Rusia, también en Goteborg, la delantera de Brasil estuviera integrada por primera vez con Garrincha, Didí, Vavá, Pelé y Zagallo.
Aquella tarde Brasil ganó 2 a 0 -el arquero ruso era Yashin- con dos goles de Vavá, pero tanto o más que de esa victoria, el mundo empezó a hablar de esa dupla de “garotos” habilísimos e inspirados, de la mano de quienes Brasil seguiría en forma imparable hacia la obtención de ese título que tanto se le había negado.
El 21 de junio, ya en cuartos de final, Brasil le ganó 1 a 0 a Gales con gol de Pelé, justamente; el 24 de junio venció a Francia en Estocolmo por 5 a 2 con tres goles de Pelé en el cotejo correspondiente a las semifinales, y el 29 de junio, en el estadio Rasunda de Estocolmo, le ganaba a Suecia, también por 5 a 2, en un festival de fútbol y goles que precisamente Pelé cerró con un tanto suyo, casi sobre la conclusión del trámite, en una final que mostró al Brasil que, salvo contadas excepciones, se vería en cualquier parte del mundo de ahí en adelante. Esto es: aquella imagen que hoy aparece hasta romántica, del ya experiente Gilmar paseando en sus hombros por la cancha del estadio Rasunda al joven y todavía esmirriado Pelé, que a la sazón contaba con tan sólo 18 años, podría considerarse, si acaso, como la primera escena de una obra sin par, que tendría a Pelé como protagonista central -pese a que luego estaría prácticamente ausente en los Mundiales del 62 y el 66, para volver en todo su esplendor en el del 70, donde integró lo que para muchos fue la mejor selección de todos los tiempos- y que, justamente a su influjo, con el innegable sello de su impronta y de su clase, exorcisaría de una vez por todas el recuerdo maléfico, ingrato, amargo, de aquella final del 50 en Maracaná, que no por eso, sin embargo, quedaría olvidada y mucho menos vengada. Rey, mago al fin, Pelé con la varita de su talento cambiaría el futuro. Pero no podría con el pasado.
EL NUEVO MUNDO DE PELE...
Para entender el significado que tuvo la aparición de Pelé y la transformación que la misma trajo aparejada, bastaría con mencionar dos ejemplos. Uno es el del extinto relator argentino Fioravanti, que después que Argentina fuera goleada y eliminada en el Mundial 58, no encontró mejor forma para expresar su desazón que decir: “Lo que pasó es que éramos los mejores del Mundo; los europeos, con los que entonces no competíamos a menudo, para nosotros eran pan comido. No nos ganaba nadie. Es decir: apenas si había un conocimiento muy relativo del momento futbolístico que atravesaban los rivales”.
Más o menos, es lo que también ha dicho, ya refiriéndose concretamente a la aparición de Pelé, el carismático Bora Milutinovic, que le confesó a EL PAIS en San Diego, EE.UU., hace ya un par de años: “La gran diferencia entre el fútbol de hoy y el de antes está en las comunicaciones. Afuera de la cancha. En 1958, como yo había terminado las clases con buenas notas, mis dos hermanos mayores resolvieron premiarme llevándome a Suecia a ver el Mundial. Yo lo vi con mis propios ojos. Cuando apareció Pelé, todo fue sorpresa. A aquel negrito no lo conocía nadie. Todos demoraban en darse maña para controlarlo, tal como ya aconteció con los dos siguientes mundiales. ¡Nadie sabía cómo marcarlo! Si hoy apareciera otro Pelé, dos años antes del Mundial ya todo el mundo estaría en conocimiento de cómo juega, de cuál es su mejor perfil y cuál es su pierna más hábil...”
En la confesión de Bora, está inscripta otra verdad: por los progresos de los medios de comunicación, de Pelé para adelante los ídolos de su talla -o por lo menos cercana- ya no lo fueron más únicamente de sus países de origen. Fueron ídolos de todos. Universales. Y ganaron e hicieron ganar fabulosas sumas de dinero, justamente, con la difusión y consumo mundial de su imagen. Que es en lo que Edson Arantes do Nascimento -el del Santos, el de Brasil y el del Cosmos de Nueva York, a comienzos de la década del 70 regenteado por la poderosa Warner Brothers- será siempre incomparable. En eso fue el primero. Y por tanto, inigualable.
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