1952 Elija el año o la decada
Murió a los 33 años, envuelta en su propio mito
El fenómeno Eva Perón

Es difícil encontrar en este siglo, en América Latina, una figura que iguale la enorme popularidad que tuvo Evita Perón. Fue una fenomenal conductora de masas, militó por los desposeídos, logró que las mujeres votaran en su país y falleció de cáncer cuando apenas tenía 33 años. Y el mito sigue vivo.

En agosto de 1952, los funerales fueron grandiosos: la cureña con el féretro de Evita era tirada por hombres y mujeres de los sindicatos y del Partido Justicialista, mientras una multitud colosal arrojaba flores sobre el paso de ese catafalco. En los días previos se habían formado colas de treinta cuadras con gente dispuesta a echar un último vistazo a la difunta, convirtiendo esa pompa fúnebre en el acto de veneración popular más impresionante de la historia argentina. El objeto del homenaje era María Eva Duarte de Perón, que el 26 de julio había muerto de cáncer a los 33 años y sin ocupar ningún cargo oficial se había transformado en una personalidad pública y en un ídolo popular de difícil parangón entre los conductores políticos del siglo.
Hija natural, Evita había sido la menor de los vástagos de Juana Ibarguren en el pueblo de Los Toldos: nacida en 1919 sufrió las humillaciones de su condición ilegítima y creció soñando con hacer una carrera artística. Cuando pasó a vivir en Buenos Aires, como adolescente protegida por Agustín Magaldi, emprendió esa actividad en pequeños papeles teatrales y abrió así largos años de azarosa supervivencia con períodos de inactividad y de penuria económica. Sólo a comienzos de la década del 40 alcanzaría cierta notoriedad como actriz de radioteatro y obtendría algunos papeles de cine, pero a esa altura también se inició su relación sentimental con el coronel Juan Domingo Perón, una figura política ascendente a quien conoció en 1944 y con quien estableció un vínculo que llegaría al matrimonio a fines del año siguiente.
El ejército no aprobaba la presencia de Evita junto a una descollante figura militar, pero esa actitud (que provocó un revuelo nacional) no impidió el casamiento de Perón en segundas nupcias con la muchacha que tenía 25 años menos que él y procuraba compensar su turbio pasado con una apasionada adhesión por la doctrina de justicia social que encarnaba su marido. El entrenamiento como actriz permitió a Evita adoptar un gesto y un tono arrolladores cuando hablaba en público, aunque ese pasado también la inclinó a componer una imagen que llegaría a ser un ícono en el altar de las casas modestas: se tiñó el pelo de rubio, adoptó un peinado estirado y con moño, recurrió a un vestuario no sólo costoso sino también espectacular y le agregó abundantes joyas. La suntuosidad exterior no empañó la adoración que la pobre gente sentía hacia Evita sino que por el contrario ayudó a identificarla con los engalanados santos de las iglesias.
Con ese instrumental, la señora de Perón debió sufrir desaires por parte de la clase alta argentina pero recibió la adhesión incondicional de los necesitados. Todos los días, Eva ocupaba su despacho en la Secretaría de Trabajo y allí atendía a enormes columnas de peticionantes para satisfacer sus requerimientos y ocuparse de solucionar sus problemas. Recibir a esa gente llevaba muchas horas: hubo ocasiones en que llegó a quedarse hasta las cinco de la mañana en su escritorio, con el agregado de que presidía otras obras sociales, desde la creación de un Hogar de la Empleada hasta la construcción de barrios obreros o el reparto de víveres, utensilios domésticos y hasta juguetes en una escala masiva. También a su iniciativa se debió la ley que habilitó el voto femenino en la Argentina, porque Evita luchó en más de un sentido por defender los derechos de la mujer.
Su ardor militante no excluyó odios personales, exclusiones ni persecuciones políticas, como quedó certificado con el exilio de notorias figuras del espectáculo (Libertad Lamarque, Niní Marshall, Luis Sandrini, Pedro Quartucci) a una altura en que no ser peronista podía privar de trabajo a mucha gente. En agosto de 1951, cuando ya se le había diagnosticado el cáncer de útero que la mataría unos meses después, Evita habló ante el inmenso cabildo abierto que convocó a dos millones de personas sobre la Avenida 9 de Julio y allí debió renunciar a una candidatura a la vicepresidencia que despertaba la oposición del Ejército. No pudo entonces acompañar a Perón en la fórmula para unas elecciones inminentes que volvieron a dar el triunfo al Justicialismo: Evita votó desde su cama del sanatorio y reunió las últimas fuerzas para estar presente cuando su marido juró en el comienzo de una nueva presidencia. Le quedaban tres meses de vida, pero su mito es en cambio inagotable: se sostiene en el recuerdo de la gente, en varias películas que el cine le ha dedicado, en numerosos libros donde se la retrata para bien o para mal y hasta en el rencor de sus viejos enemigos. Porque las figuras como Evita son esculpidas en blanco y negro: sobreviven gracias a la exaltación pero también a la calumnia.
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