1949 Elija el año o la decada
En 1949 China se volcó al comunismo
El Maoísmo y su revolución

Mao fue un hombre de temperamento y personalidad cambiantes, que llevó a la China hacia un comunismo que terminó por ser enemigo de la URSS. También fue enemigo acérrimo del capitalismo norteamericano y de los chinos nacionalistas de Chiang KaiShek. Fue el ideólogo de lo que llamó “La revolución cultural”, pero también luego dio otro vuelco al timón...


El triunfo del comunismo en China, el país más poblado del planeta, se oficializó en octubre de 1949. Antes, había una historia que se remontaba a la fundación del Partido (1921) y pasaba incluso por el nombramiento de Mao Zedong (1893—1976) como “presidente” de una “República Soviética” china en Kiang Si ya en 1931. Mao, hijo de terratenientes, participó en la revolución “burguesa” de 1911 junto a los republicanos. Estudió derecho y filosofía y tuvo un pasaje por la Academia de Policía y la Escuela de Peritaje Industrial, es decir todo lo que menos podía sindicarlo como futuro líder de masas campesinas. Sin embargo, fue en el desolado interior de China donde cimentó su liderazgo, luchando incluso contra los puristas ideólogos del Comité Central que en Shanghai se aferraban a la ortodoxia marxista de una revolución basada en el proletariado industrial.
Las huestes de Mao entraron en conflicto con el gobierno nacionalista del Kuomintang dirigido por Chiang Kai-Shek, alternativamente aliado —en la lucha contra los ocupantes japoneses— y enemigo. Para zafar del cerco tendido por los soldados de Chiang, en 1934 Mao encabezó junto a unos 100.000 hombres lo que la historia conocería luego como “La Larga Marcha”, un desplazamiento de 9.600 quilómetros que llevó a los comunistas desde la provincia de Jiangxi hasta la mítica Yenán (donde se creó otra “república soviética”). La intermitente guerra contra los nacionalistas tuvo un paréntesis hasta la derrota japonesa de 1945, pero las visiones de futuro de Mao y Chiang eran incompatibles; a partir de 1947 las hostilidades se reanudaron, aunque el triunfo maoísta era previsible mientras chiang se aposentó en la isla de Formosa y el comunismo se adueñó de China continental: el pleito sobre Taiwan aún está pendiente de resolución.
El nuevo gigante comunista mantuvo un idilio con la URSS de Stalin pero no con la de sus sucesores, a los que Mao calificó de “revisionistas”: fue la fidelidad del líder chino a Stalin lo que en buena medida provocó el cisma de los dos partidos comunistas mayores, que se reflejó en los movimientos comunistas de todo el mundo: ¿la vía soviética o la maoísta?.
El triunfo de Mao lo convirtió en gurú de la revolución hecha desde y con el campesinado (Ernesto “Che” Guevara se interesó mucho por las concepciones maoístas). El líder chino se mostró intransigentemente antinorteamericano (“el imperialismo es un tigre de papel”, sentenció) con lo cual China se convirtió en una nación paria en busca de una autosuficiencia mítica. Iniciativas como la industrialización a ultranza del “Gran Salto Hacia Adelante” (1958) culminaron en un previsible fracaso, con gran costo social (hambruna, descenso de la producción agrícola, enormes desplazamientos de campesinos hacia los centros urbanos). A partir de 1966 y durante varios años, China se sumió en el caos de la “Revolución Cultural”, una iniciativa de Mao destinada a purificar ideológicamente al país que persiguió, encarceló o forzó al exilio a buena parte de la intelligentzia nacional (y de los enemigos políticos de Mao dentro del Partido).
Convertido en una suerte de emperador, Mao dio un golpe de timón, comenzó a abrir el país al mundo, recibió en Beijing nada menos que a Richard Nixon (1972) y despejó el camino para que sus sucesores —principalmente Deng Xiaoping— iniciaran una serie de reformas que han hecho de la China actual un curioso país de economía en algunos aspectos hipercapitalista pero políticamente monopartidista y represivo.
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