1947 Elija el año o la decada
Al Capone fue el más famoso
Mafia y gangste rismo en Estados Unidos

Fue un fenómeno que germinó con fuerza en los años veinte y tuvo su mayor auge en los treinta. La Ley Seca -es decir, la prohibición de venta de bebidas alcohólicas-les dio el mejor motivo para organizarse, pero el hecho de generar su negocio en la clandestinidad los obligó a moverse de manera gangsteril, con el asesinato como aliado. La mafia fue en esos años un fenómeno insoluble para Estados Unidos y tuvo en Al Capone a su figura más emblemática, que murió en 1947.


Cuando el 25 de enero de 1947 murió, enfermo de sífilis, en su apacible retiro de Palm Island, Florida, ya estaba muy lejos de su época de auge. Sin embargo, seguía siendo sinónimo de arquetipo del gangster, pandillero o mafioso. Es curioso: nadie sabía bien cuál era su nombre verdadero. Su primer nombre sería Alphonse o Alphonso y, su apellido, Caponi o Capone.
Hijo de inmigrantes napolitanos, nació el 17 de enero de 1899 en Brooklyn y ya de muy joven se unió a infanto-juveniles. De esa época databa la cicatriz del navajazo que le ganó el sobrenombre de “Scarface” (cara cortada). De esa época también, era la amistad con Johnny Torrio.
Torrio se mudó de Nueva York a Chicago en 1910, para ayudar en el gigantesco negocio de prostitución ilegal que funcionaba en la ciudad ventosa. En 1919, Torrio mandó llamar a Capone, quien, se dice, asesinó al jefe de Torrio, “Big” Jim Colosimo, para permitir que Torrio ascendiera.
LA LEY SECA LOS HIZO CRECER
Los negocios ilegales de la mafia florecieron cuando, en 1920, entró en vigencia en Estados Unidos la prohibición de venta de bebidas alcohólicas. La enmienda 18 establecía claramente la prohibición de la producción, venta o transporte de bebidas alcohólicas intoxicantes y marcó el último triunfo de los defensores de un pasado más sencillo, frente a lo que Walter Lippman llamaba “la nueva civilización urbana, con su irresistible poder científico y económico”. En este sentido, la prohibición fue no sólo una protesta contra el “ron demoníaco”, sino también una defensa de la antigua América Rural, frente a la amenaza de la industrialización y el cambio social.
Desde los más tempranos tiempos coloniales, los granjeros y ganaderos habían considerado a las ciudades como baluarte satánicos, caldo de cultivo de todos los vicios, desde el ateísmo hasta el alcoholismo.
Pero, al mismo tiempo, la gente de buen tono de las sofisticadas grandes ciudades, desarrollaba un desdén activo, por los anticuados valores de la gente de campo. La novela de Sinclair Lewis “Main Street” (1920) caricaturizó la sofocante vida de los municipios de las llanuras, la banalidad de la existencia en las pequeñas ciudades. En “A este lado del Paraíso” (1920), F. Scott Fitzgerald muestra el gran cambio en los modales y las costumbres, especialmente en los ámbitos universitarios. La novela, sobre la vida estudiantil en la Universidad de Princeton, habla, por ejemplo, del “gran fenómeno estadounidense actual”, el “grupo acariciador”. Afirma que las madres “no tenían idea de la forma en que sus hijas estaban acostumbradas a que las besaran”. En esa clase de novelas, revistas y filmes, muchos estadounidenses se fueron enterando de las fiestas desenfrenadas, los baños de inmersión con ginebra, la promiscuidad y las tabernas clandestinas.
Cuando se puso en vigor la prohibición, el predicador Billy Sunday exclamó: “El reino de las lágrimas ha terminado”. No tuvo en cuenta que, lo que comenzaba era el reino del crimen altamente organizado. Porque los norteamericanos simplemente decidieron continuar bebiendo.
Sería exagerado decir que la prohibición originó el crimen organizado, pues el vicio, el juego clandestino y la extorsión, eran practicados desde hacía mucho tiempo por pandilleros del tipo de Capone y los suyos. Pero la prohibición le proporcionó a los delincuentes empedernidos y reconocidos, como “Scarface”, una nueva y enorme fuente de ingresos, en tanto que los nuevos automóviles veloces y las flamantes ametralladoras portátiles Thompson, les dieron mayor movilidad y potencia de fuego.
Los mafiosos desplegaron notables dotes para explotar los vacíos legales, de paso sobornando a los policías y políticos.
Mientras que las limitaciones legales conducían a que el beber, se considerara un símbolo del “status superior de aquellos que se lo pueden permitir” (según el economista Thorstein Veblen), Capone y los suyos obtenían ganancias enormes. Sólo en 1927, Al Capone obtuvo ganancias por sesenta millones de dólares, de su imperio de contrabando de bebidas alcohólicas, prostitución y juego clandestino.
Mil quinientos agentes de control de la prohibición, eran escasos para impedir que millones de estadounidenses sedientos, fabricaran y consumieran alcohol. Sus esfuerzos eran no sólo fútiles sino que a menudo eran satirizados. En este sentido, Izzy Einsetin y Moe Smith, dos agentes del gobierno, se volvieron famosos por sus extraños disfraces, así como métodos poco ortodoxos: un día Izzy se quedó soportando el frío hasta que parecía semi-congelado. Entonces, Moe lo llevó a una taberna clandestina y exclamó: “¡Dénle una bebida a este hombre! Está congelado”. Cuando el barman sirvió un vaso de licor, fue rápidamente arrestado por el dúo.
ASESINATOS E “INTOCABLES”
Al Capone a veces se quejaba. Cierta vez dijo: “Cuando yo vendo bebidas alcohólicas, es contrabando. Cuando quienes las compraron las sirven en bandeja de plata, en Lake Shore Drive, es hospitalidad”. Y cuando algo no le gustaba, mataba. No era el único. Sólo en Chicago, entre 1920 y 1930, hubo 500 asesinatos cometidos por organizaciones de gángsters. La ejecución más espectacular fue la masacre del “Día de San Valentín”, perpetrada el 14 de febrero de 1929. En ese frío día, en Chicago, cinco sujetos, tres de ellos uniformados como policías, entraron a un garage, pusieron contra la pared a seis miembros de la pandilla de Bugs Moran (junto con un sujeto que no tenía nada que ver, pero que casualmente estaba en el garage en ese momento) e iniciaron lo que parecía una búsqueda de rutina en el territorio de Moran, principal competidor gangsteril frente a Capone. De repente, uno de los de civil esgrimió una metralleta mató a los siete. Estos crímenes nunca fueron resueltos.
Filmes y series de televisión han enfatizado la importancia de los agentes que luego de un tiempo empezaron a luchar frontalmente contra el crimen organizado. Elliott Ness y sus “Intocables” son ya leyenda. Hicieron mucho contra las operaciones con bebida ilegal, pero la realidad es que, por ejemplo, en 1933 aún había alrededor de 219.000 salones para bebedores, llamado “speakeasies”. En los lugares elegantes, de anfitrionas como Texas Guinan, Belle Livingston y Helen Morgan, las ganancias eran de unos 4.000 dólares a la semana, proporcionando a los clientes ámbitos exóticos, canciones y espectáculos, junto con “Scotch” a 25 dólares la medida. En el otro extremo, estaban los “smoke joints”, donde un pésimo alcohol destilado de la madera y otras bebidas inferiores, paralizaron o mataron a miles.
Paradójicamente, Capone no fue atrapado por sus asesinatos. En 1929, un funcionario encargado de control de impuestos infiltró su organización criminal y descubrió evidencias de evasión impositiva. Aunque el legendario gangster dijo, “La prohibición es un Negocio. Todo lo que yo hago es atender una demanda pública. Lo hago en la forma menos dañina que puedo”, resultó procesado en junio de 1931, por evasión de impuestos. En octubre, fue condenado a 11 años en prisión y U$S 80.000 en multas. Fue liberado en 1939, ya muy deteriorado por la sífilis. Pero estaba en libertad en un país que ya no era el mismo. La Prohibición había sido dejada de lado, y el gangsterismo tenía nuevos objetivos y nuevos jefes.
Algunos de los criminales apresados, lograron salir de la cárcel e ir a un exilio a Sicilia, luego de colaborar con el ejército estadounidense, cuando éste planificó la invasión de Italia desde el sur, para terminar con el dominio de Mussolini, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.
El crimen organizado continuó y continúa actuando. Pero quizás nunca llegó al nivel de notoriedad de la época de Al Capone y sus émulos. Tal vez, por algo que en la década del Treinta, el periodista Walter Lippman describió así: “El alto nivel de falta de cumplimiento de la ley, está mantenido por el hecho de que los norteamericanos desean hacer tantas cosas como las que también desean prohibir”.
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