1947 Elija el año o la decada
La reconstrucción de Europa tras la guerra
Beneficios del Plan Marshall

En 1947, el discurso decía que era imperativo auxiliar económicamente a Europa de manera que pudiera salir del abatimiento de post-guerra y fuera capaz de enfrentar la provocación comunista. Quien pronunció ese discurso fue George C. Marshall (1880-1959) un general norteamericano que había sido jefe del Estado Mayor y era entonces Secretario de Estado en el gobierno de Truman. Respaldado por la reciente “Doctrina” emitida por ese presidente, Marshall pudo llevar adelante su proyecto de asistencia, convertirlo en ley y formalizar un gigantesco plan de ayuda a las destrozadas economías europeas. Lo curioso es que el ofrecimiento de esa colaboración se formuló incluso a la URSS, que luego lo rechazó. Conocido más tarde (con toda justicia) como Plan Marshall, el operativo volcó un total de 12.000 millones de dólares de la época para reconstruir la industria y tonificar las finanzas de Francia, Gran Bretaña, Alemania Occidental (que en 1949 se convertiría en República Federal de Alemania), Italia, Portugal, Irlanda, Grecia, Austria, Turquía, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Suecia, Noruega, Dinamarca e Islandia.
La inyección de fondos perduró hasta 1952, a una altura en que Marshall ya no era Secretario de Estado pero se mantenía la tensión occidental ante una esfera comunista en plena expansión. No parece casual que la aplicación del Plan Marshall haya comenzado en 1948, que fue el año del Bloqueo de Berlín por los rusos y de la caída de Checoslovaquia en la órbita de influencia soviética. Lo notable no fue solamente el volumen de recursos que Estados Unidos distribuyó sobre Europa, sino la eficacia que obtuvo el Plan: las economías de los grandes países aliados resurgieron velozmente y hacia el fin del período de aplicación del Plan Marshall, Francia y Alemania habían superado las cifras de su producción industrial correspondiente a 1939, último año de la pre-guerra.
Como se sabe ahora, el éxito del Plan Marshall sostuvo a una Grecia democrática contra la embestida de la guerrilla comunista, solucionó la grave inestabilidad interna de Turquía, permitió a los países escandinavos trepar a la envidiable prosperidad que lucirían en adelante, hizo que levantara vuelo el boom económico italiano que culminó en los años 50 y convirtió a Europa en un modelo de recuperación donde se reconstruían no sólo las ciudades bombardeadas sino que volvía a levantarse una industria postrada o desmantelada. No parece exagerado afirmar que la pujanza europea de las décadas posteriores, con lo que significó para remolcar socialmente (y estabilizar políticamente) a quince países, se originó en el histórico espaldarazo del Plan Marshall.
También allí se generó el contraste entre una Europa occidental muy opulenta (un mundo de producción calificada, con rasgos de modernidad cada días más destacados) y una Europa oriental donde el stalinismo, con su fábula del poder popular, procreó cuatro décadas de espejismo, intolerancia y estancamiento. Astutamente lanzado para contener la arremetida soviética cuyo alcance resultaba impredecible en 1947 y 1948, el Plan Marshall permitió que su inspirador recibiera en 1953 el Premio Nobel de la Paz y obtuviera una duradera posteridad para su nombre. Cincuenta años después, aquel Plan debería representar algo más: la eficacia de una gran idea en el marco del enfrentamiento ideológico que presidió varias décadas de Guerra Fría. Después de Marshall, la política norteamericana en ese terreno de conflicto latente con Moscú estuvo salpicada de ocurrencias mucho menos útiles, menos viables y menos brillantes: en adelante, las medidas serían militares (la OTAN, Vietnam, el Comando Aéreo Estratégico) y los planes de ayuda económica fueron un pálido —a veces torpe— remedo de aquél.
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