1946 Elija el año
En 1946 asumió la presidencia
Con Perón, el populismo subió al poder

Cuando asumió la presidencia ya era un militar ampliamente popular, líder de la clase trabajadora. Su gobierno desarrolló un populismo que acentuó ese perfil, se apoyó en los que llamó los “descamisados” y tuvo en su esposa Evita una aliada poderosísima para llevar adelante su política justicialista. Perón y el peronismo fueron un fenómeno bastante particular en América Latina.


Perón ya había sido Secretario de Trabajo, Ministro de Guerra y Vicepresidente de la Argentina antes de convertirse en Presidente, cosa que ocurrió en 1946. Contra él se ubicaba un amplio sector del Ejército y de la Marina además de los partidos políticos liberales y conservadores, enemigos del populismo que Perón enarbolaba para atraer a la clase trabajadora con promesas de aumento salarial y creación de fuentes laborales a gran escala. De hecho, el 17 de octubre de 1945 fueron las masas obreras en la calle quienes exigieron al gobierno el regreso de Perón, que había sido obligado a renunciar a sus cargos y estaba confinado en la isla Martín García. Allí quedó demostrada la fuerza de lo que en adelante se llamaría Movimiento Justicialista, cuya bandera ha sido la defensa de las clases humildes contra una casta dirigente de grandes empresarios y terratenientes que habían encarnado las agudas diferencias sociales en la Argentina de la primera mitad del siglo.
En 1946 comenzó la primera presidencia de ese militar carismático, entre cuyas peculiaridades figuraba su matrimonio en segundas nupcias con la actriz Eva Duarte, 25 años menor que él, que provenía de una carrera escasamente destacada en cine y en radio pero cuya imagen crecería en los años siguientes a través de su apasionado compromiso con las ideas y el programa político del marido. Aclamado por las conquistas sociales que patrocinaba y respaldado por organizaciones sindicales cada día más poderosas, Perón inauguró un estilo justicialista que favorecía la exaltación de sus líderes y la identificación con una masa trabajadora a través de los “descamisados”. Desde la colosal popularidad que lo elevó al poder en 1946, el general y su partido irían derivando con los años hacia una mentalidad excluyente que supo mostrarse agresiva con los opositores y en la segunda presidencia de Perón (iniciada en 1952) mostró unos cuantos síntomas de intolerancia.
Ese endurecimiento se sumó a la creciente crisis económica del país, a la prematura muerte de Eva (en julio de 1952) que privó al régimen de una de sus figuras capitales, al desgaste del equipo instalado en el poder y al descontento de varios sectores de la población, hasta desembocar en el golpe de Estado que derrocó a Perón en setiembre de 1955 y abrió un período de gobierno militar con Aramburu y Rojas a la cabeza. Durante los diecisiete años siguientes, la Argentina vivió abundantes inestabilidades institucionales, conoció varios golpes militares y vio como el peronismo resultaba excluido del mecanismo electoral, mientras el líder del movimiento sufría en el exterior un largo exilio que comenzó en Paraguay y culminaría en España.
Perón pudo volver a la Argentina en 1972, resultó reelecto como presidente en 1973 y murió en 1974, dejando en el cargo a su vicepresidente María Estela Martínez, que era también su tercera mujer y que se mantuvo en el poder durante veinte meses de desintegración social y política bajo la esquizofrenia de una lucha interna entre los peronistas ortodoxos (la derecha sindical) y los peronistas de izquierda que tenían su grupo de acción directa, la guerrilla montonera. Otras organizaciones terroristas (el marxista ERP) se sumaban a ese caos nacional interrumpido en marzo de 1976 por otro golpe militar que desencadenó la feroz represión luego conocida como “guerra sucia”, en que desaparecieron entre 9.000 y 30.000 opositores mediante ejecuciones clandestinas. La normalidad institucional sólo se restablecería en las elecciones de 1983, donde triunfó el radicalismo de Raúl Alfonsín.
En 1989 esa presidencia sería derrotada nuevamente por el peronismo, que llevó a Carlos Menem a la primera legislatura, estableciendo el fenómeno de la reaparición cíclica del movimiento justicialista en el poder, donde prosigue ahora al cabo de una década de menemismo. A esta altura, empero, esa poderosa corriente ha perdido la removedora fuerza social que la impulsó en sus comienzos y sólo conserva en el papel o en las proclamas verbales la formalidad de su doctrina populista. La casta empresarial y las inversiones internacionales que en los años 40 y 50 chocaron contra el peronismo, son hoy sus respaldos y esa paradoja (que no es única en el panorama político mundial de este fin de siglo) demuestra no sólo la irónica evolución de los cuerpos de ideas sino el irresistible poderío con que ciertas influencias (el gran capital, la élite dirigente) suavizan el empuje de los movimientos de extracción popular. Sin ir más lejos, lo han hecho en Francia y en España durante las últimas décadas, aunque el caso argentino es más espectacular.
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