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Cuando
el mundo conoció los efectos de la bomba atómica El horror se cierne sobre Hiroshima En la mañana del 6 de agosto de 1945 la bomba atómica fue lanzada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima dejando un saldo de 99.000 muertos y otro tanto de heridos, inaugurando la Era Atómica, una amenaza que, aunque atemperada en los años mas recientes, todavía pende sobre el hombre de este siglo. La primera explosión atómica tuvo lugar el 16 de julio de 1945 en el desierto de Nevada: tenía carácter experimental, fue un éxito y permitió a Estados Unidos preparar el uso bélico de esa nueva arma. Hacía tres años que un equipo de científicos preparaba la bomba en laboratorios secretos, a partir de una célebre carta que Albert Einstein había enviado al presidente Roosevelt aconsejándose emprender investigaciones en materia de energía atómica antes de que Hitler desarrollara su propia bomba. Para fabricar la que explotó en julio de 1945 hizo falta reunir a unos cuantos sabios de variada procedencia y poner a su disposición colosales recursos económicos que sólo los norteamericanos podían desplegar a la fecha. La utilidad militar y el efecto devastador que podía tener la bomba, quedaron demostrados poco después en Hiroshima. Ese segundo artefacto (de los tres que había logrado fabricar Estados Unidos) fue lanzado sobre la ciudad japonesa y explotó a 800 metros de altura en la mañana del 6 de agosto de 1945. Según testigos presenciales, el efecto inicial fue una luz brutal seguida de temperaturas aterradoras (10.000 grados centígrados en varios kilómetros a la redonda) y vientos huracanados (de 500 kilómetros por hora cerca del núcleo de la explosión). La bomba de Hiroshima dejó en el acto un saldo de 99.000 muertos y otro tanto de quemados o heridos, aunque la cifra de defunciones aumentaría en los días siguientes. La ciudad quedó arrasada, pero Japón no se rindió. Una segunda bomba atómica fue lanzada sobre Nagasaki el 9 de agosto, provocó 75.000 muertos y llevó a las autoridades japonesas a ofrecer una rendición incondicional que se firmaría el 2 de setiembre a bordo del acorazado Missouri, anclado en la bahía de Tokio. Así concluían casi cuatro años de guerra en el Pacífico y seis años exactos de guerra mundial. Pero había sucedido algo más. Sin proponérselo, al autorizar el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre grandes concentraciones de población civil, Harry Truman había abierto las puertas de una nueva era en que el avance tecnológico iría de la mano con el terror colectivo. Es cierto que la fisión del átomo y la propia energía que había servido para fabricar aquellas bombas, también tendría aplicación pacífica de variada índole, desde el combate del cáncer en medicina hasta la generación de electricidad, aunque incluso en esos territorios el nuevo recurso puede provocar catástrofes, como quedó demostrado en Chernobyl. De cualquier manera, las bombas de 1945 y los reactores que vendrían después, inauguraron la Era Atómica en la cual hemos vivido desde hace 53 años. Su consecuencia mayor fue la amenaza nuclear que pendió sobre la humanidad durante la Guerra Fría, porque a medida que se desarrollaban artefactos cada vez más poderosos (como la bomba de hidrógeno, cuya potencia se calculaba ya en megatones) y considerando que tanto las potencias occidentales como la URSS y sus aliados poseían arsenales termonucleares, la eventualidad de una Tercera Guerra Mundial era una pesadilla asociada al lanzamiento de una enorme cantidad de cargas de ese género, cabezas nucleares que en un principio debían ser transportadas por grandes aviones pero luego podían ser disparadas en la nariz de misiles intercontinentales, capaces de recorrer miles de kilómetros y alcanzar su meta con notable precisión. Hasta el desmembramiento de la URSS en 1991, el miedo nuclear fue una parte sustancial de la tensión entre el Este y el oeste a medida que el Club Atómico crecía: los soviéticos obtuvieron su bomba en 1946, a partir de información sustraída por agentes secretos en Estados Unidos; los británicos la tuvieron en los años 50 y los franceses y chinos en la década del 60. Una idea del espanto que podía desencadenarse a escala mundial la posibilidad de un encuentro nuclear, la tuvo el hombre en octubre de 1962 cuando la crisis de los misiles soviéticos en Cuba y la amenaza norteamericana de bombardeo colocaron al planeta al borde de la calamidad. Antes y después de ese incidente, se fantaseó a menudo sobre la posibilidad de que un conflicto armado entre las potencias exterminara todo rastro de vida sobre la Tierra, mientras la ciencia-ficción en literatura, cine y televisión colaboraba con su propia futurología sobre la paradoja de que el hombre hubiera puesto su capacidad científica al servicio de la autodestrucción. La caja de Pandora que se abrió en julio de 1945, no ha vuelto a cerrarse. |
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