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Instrumento
de garantía para la paz mundial Creación de las Naciones Unidas La Organización de las Naciones Unidas nació como una gran esperanza para mantener la paz en el mundo después del fin del holocausto que significó la II Guerra Mundial. Dedicada a ese propósito, la ONU buscaba impedir una repetición de los hechos del 30 en Europa. Hoy sobrevive como un instrumento que, aun con fallas, es garantía de arreglo en cualquier conflicto mundial. El acontecimiento tuvo lugar en la ciudad californiana de San francisco entre abril y junio de 1945. Esa fecha marca el nacimiento de la Organización de Naciones Unidas, una asamblea mundial que desde entonces ha procurado con suerte desigual mantener su papel de moderadora o de árbitro en los problemas que puedan plantearse entre los países. Su Asamblea General es un espacio donde el diálogo planetario debería servir (aunque no siempre lo consiga) para prevenir guerras, aclarar conflictos y permitir que los pueblos se entiendan mejor entre sí. Con anterioridad a Naciones Unidas (también conocida como UN) existía la Sociedad de Naciones, un organismo que había sido creado como parte del Tratado de Versalles en 1919 a propuesta del presidente norteamericano Wilson, con el agregado irónico de que los Estados Unidos nunca integraron esa Sociedad. Con sede en Ginebra y con fricciones múltiples creadas por Stalin, Hitler o Mussolini, la Sociedad de Naciones fracasó luego del retiro de Alemania (1933), Japón (1936) e Italia (1937) y luego de expulsar a la URSS (1939). Con más amplitud y más optimismo, la creación de la UN tenía su origen en la Declaración de Moscú formulada por delegados de las potencias aliadas contra el Reich el 30 de octubre de 1943. Volvieron a debatirse los fundamentos del futuro organismo en la conferencia que Gran Bretaña, Estados Unidos, URSS y China mantuvieron en Dumbarton Oaks en agosto de 1944 y en la de los Tres Grandes en Yalta (febrero de 1945). Cuando 51 países incluido Uruguay se reunieron en San Francisco, los trabajos estaban adelantados y pudieron firmarse la Carta constitutiva de la Organización y el estatuto de la Corte Internacional de Justicia. Quedó en cambio postergada la célebre Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que se aprobaría el 10 de diciembre de 1948 y que en su Artículo Primero dice: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos. Están dotados de razón y de conciencia y deben actuar unos frente a otros con espíritu fraternal. La realidad se ha encargado de desmentir esas buenas intenciones en los 50 años siguientes. La sede de la UN está en la isla de Manhattan, en un par de grandes edificios que miran al East River y fueron levantados en terrenos donados por la familia Rockefeller a tales efectos. Allí se han reunido anualmente los delgados de casi doscientos países, que son los que a estas alturas integran el organismo, aunque hay algunas ausencias como la de Suiza o la del Vaticano, que nunca han formado parte de estas asambleas internacionales. Una estructura poco democrática, que es un vicio de origen, distingue entre Asamblea General (donde cada país tiene un representante) y Consejo de Seguridad, que tiene diez miembros rotativos elegidos cada dos años y cinco miembros permanentes (Estados Unidos, URSS, Gran Bretaña, Francia, China) que son las potencias cuyos representantes se encargaron en 1945 de cortar la torta de acuerdo a su conveniencia y a una influencia mundial que en algunos casos ya no existe. La UN ha mantenido sin embargo ese régimen de privilegios que implica una discriminación inaceptable. Hubo otras: mientras existió la URSS, esa unión dispuso en la Asamblea de tres votos (Ucrania, Bielorrusia, Rusia) en lugar de uno. También hubo protestas: Indonesia se retiró cuando ingresó Malasia, Taiwan hizo lo mismo cuando China Popular entró al Consejo de Seguridad, lo cual ha sido revelador de un juego de intereses no siempre apaciguado. Por el camino, la meta declarada de la UN, que consiste en mantener la paz y la seguridad internacional, así como la cooperación para el progreso económico y social de todos los pueblos, ha demostrado estar más viva en el papel que en la realidad, a pesar de que la UN ha despachado fuerzas encargadas de mantener la paz (los cascos azules) en numerosas oportunidades y a múltiples destinos en el mundo. Las guerras y masacres han seguido ocurriendo, empero, como podrá comprobarlo quien contabilice las calamidades de las últimas cinco décadas, desde Corea hasta Bosnia, desde El Salvador hasta Irak, desde Biafra hasta Cachemira. Mientras tanto, la UN sobrevive como centro de una nutrida burocracia internacional cambiando pareceres en seis idiomas oficiales que son el español, el árabe, el inglés, el ruso, el francés y el chino. El inglés y el francés son además los idiomas de trabajo en el Consejo de Seguridad y para la Asamblea General se trabaja con ellos y con el español, el chino y el árabe. A los órganos centrales de la UN deben sumarse los Servicios Especiales (como UNICEF, dedicado a la infancia) y las Instituciones Especializadas (como la UNESCO para la cultura o la OIT para el trabajo). El organismo designa asimismo a un Secretario General, cargo que ha estado ocupado por notabilidades de variado origen desde el noruego Trygve Lie o el sueco Dag Hammarskjold hasta el birmano U Thant, el austríaco Kurt Waldheim, el peruano Javier Pérez de Cuéllar o el egipcio Boutros Ghali. Ahora esa secretaría está en manos de Cofee Annan, un africano cuyo talento diplomático quedó demostrado en su reciente visita de mediación a Bagdad. Muchos observadores reprochan a la UN su volumen operativo y su enorme presupuesto de funcionamiento, porque esa magnitud no está de acuerdo con su moderadísima incidencia a escala mundial cuando se trata de cumplir con los enunciados de la Carta de los Derechos del Hombre o cuando debería actuarse en tiempo y forma para evitar o concluir alguna guerra. Sería bueno saber qué piensan de la UN los vietnamitas, los afganos o los ruandeses. |
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