Con el fallecimiento del ex comandante en jefe
del Ejército y ex Presidente de la República
Augusto Pinochet Ugarte desaparece una de las
figuras que más marcaron la historia de
Chile en el siglo XX. Objetivamente, es la personalidad
chilena que mayor impacto ha producido en la reciente
historia mundial, y así lo ratifica, para
bien o para mal, la viva controversia que provoca
su deceso en los principales medios de comunicación
del mundo.
Por cierto, los juicios a su respecto están
ardorosamente divididos entre partidarios y adversarios,
admiradores y enemigos irreconciliables. Eso es
inevitable, por la hondura de los odios que dividieron
a la sociedad chilena desde mediados de la década
de 1960 en adelante, y que, tal vez, no se extinguirán
del todo sino con las generaciones que vivieron
esa época. En nuestros días, cualquier
evaluación positiva será estimada
insuficiente por los unos e inaceptable por los
otros, y a la inversa ocurrirá con una
negativa. Un esfuerzo por anticipar cuál
pudiere ser ese juicio del futuro lleva a pensar
que éste admitirá que la intervención
militar de la que Pinochet fue símbolo
y cabeza jerárquica, fue empujada por la
más grave crisis chilena del siglo pasado,
y que, en ese momento, tal paso expresó
la voluntad de una clara mayoría, que incluyó
a muchos que más tarde serían sus
acérrimos opositores.
El Ejército y las demás Fuerzas
Armadas y de Orden actuaron ante lo insoluble
de un conflicto que la sociedad civil no logró
superar por los cauces políticos y constitucionales,
pese a los desesperados esfuerzos realizados,
como las representaciones y gestiones ante el
Presidente Allende de la Corte Suprema, de la
Cámara de Diputados, del ex Presidente
Frei Montalva y del entonces presidente del PDC,
Patricio Aylwin. Pinochet y sus pares intervinieron
frente a una crisis ya fuera de control. Esa intervención,
no obstante su altísimo costo en cuanto
a imagen y a incomprensión del mundo, evitó
a Chile una guerra civil que habría
sido, sin duda alguna, muy sangrienta o
la caída en un totalitarismo.
Tras esas convulsiones, Pinochet condujo un gobierno
autoritario para sus partidarios, dictatorial
para sus opositores cuyo más perdurable
legado fue dar a Chile un modelo de emprendimiento
basado en la libertad individual y en el derecho
de propiedad, valores crecientemente abandonados
por décadas, y que en 1973 se hallaban
en la imposibilidad de ejercerse, por la crítica
situación del Estado de Derecho. La modernización
económica resultante de este programa nuevo
se hizo evidente en casi todas las áreas,
en términos que, desde la completa ruina
de septiembre de 1973, dejó al país
a las puertas del desarrollo en marzo de 1990
y que, en sus líneas centrales, fue exitosamente
seguida por los gobiernos de la Concertación.
El gobierno militar, en una compleja sucesión
de etapas con avances y detenciones o serios
retrocesos, finalmente arribó a una
renovada institucionalidad política que,
consagrada en la Constitución de 1980,
desde 1990 permitió traspasar pacíficamente
el mando a la oposición, según los
procedimientos y los plazos fijados por ella misma,
algo sin precedentes.
Fundamental fue, igualmente, la actuación
de Pinochet frente al riesgo de dos graves conflictos
vecinales en particular, durante 1978,
que supo sortear con visión, serenidad
y firmeza, y de los que logró hacer emerger
a Chile con su territorio intacto y sus derechos
fortalecidos, habiéndose, además,
evitado enfrentamientos bélicos cuyas secuelas
habrían perdurado por tiempo indefinido.
El legado positivo de su administración
está ensombrecido y gravemente comprometido
por inadmisibles violaciones a los derechos humanos
que, tras el período inmediatamente posterior
al pronunciamiento militar, no tuvieron justificación
ni explicación plausible, cuyo alcance
consigna la comision Rettig. La Dina
devino rápidamente de organismo de seguridad
en aparato represivo sin freno, con gravísimas
consecuencias para el Estado, incluso por sus
actuaciones externas, como su involucramiento
en el crimen de Letelier.
Su imagen personal fue también alcanzada
por el descubrimiento de cuentas personales en
el extranjero en el Banco Riggs, particularmente,
cuyo monto preciso y origen son objeto de investigación
judicial. Esto alejó a muchos de sus partidarios.
Sin perjuicio de ello, es equitativo retener que
a quien sufre una persecución política
cabe, asimismo, imputarle virtualmente cualquier
infundio, como lo mostró el grotesco caso
reciente de los lingotes de oro.
La intensidad de los sentimientos favorables
y adversos al ex gobernante se manifestó
nuevamente ayer, con las masivas manifestaciones
de pesar de unos y de alegría de otros.
En lo ceremonial, a diferencia de lo resuelto
respecto del fallecimiento de otras figuras controvertidas,
el Gobierno decidió no decretar duelo oficial
ni honores de Estado, sino los correspondientes
a su calidad de ex Comandante en Jefe del Ejército.
El debate en torno a la figura de Augusto Pinochet
no se zanjará en nuestro tiempo, y acaso
no lo sea nunca. Tras una división menos
cruenta, pero que hendió al país
no menos que la de 1891, ésta debería
ser hora para un especial esfuerzo de reconciliación
entre todos quienes, en uno y otro bando, lucharon
por lo que, desde la perspectiva de cada uno,
creían mejor para Chile.
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