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El Maestro en la memoria de sus amigos y alumnos

Las Preguntas

CARLOS SCAVINO

EL ESTUDIO de Guillermo era una casa grande con patios y plantas, en el Barrio Sur. Las habitaciones, con cómodos tableros, servían de taller. En las paredes colgaban reproducciones de cuadros importantes, bocetos, dibujos de niños, caligrafía japonesa, garabatos y, en las repisas, se exhibía todo tipo de objetos, desde esculturas a tenedores. Todos estábamos ensimismados en lo que hacíamos: una se dedicaba a naturalezas muertas, otro a caricaturas, algunos a los ejercicios básicos, otra copiaba del natural. Guillermo, como cada miércoles y jueves desde hacía muchos años, recorría el salón corrigiendo el trabajo de cada uno. De pronto, se sentó a mi lado, observó mi dibujo, tomó un papel y, con un lápiz azul, empezó a rehacerlo como él pensaba que debía ser mientras hablaba sobre la razón de sus cambios y de la pintura en general. En un momento me miró y dijo: "Cézanne... ¿Por qué a Cézanne se le ocurrió pintar de esa manera innovadora? ¿Por qué los grandes pintores llegaron a lo que llegaron?" Hice un gesto de total desconcierto y él concluyó: "Yo, me lo sigo preguntando".

Un Taller de Ideas

MARTÍN MENDIZÁBAL

ESCRIBIR acerca de Guillermo Fernández me llena de un cierto temor. Temor a las palabras y a que ellas no sean suficientes para decir lo enorme de su humanidad y de su sapiencia, de su capacidad para transmitir. Pero es un riesgo que debo correr, un temor que no debe dejarme sin hacer el intento, una ocasión para agradecerle.

Asistí a su estudio desde 1979 a 1984. Cuando llegué, era apenas un estudiante de arquitectura con intenciones de tener una formación más especifica en dibujo y pintura.

Me encontré con alguien dueño de un don que, -a través de su experiencia como artista y docente- le permitía ver la realidad desde múltiples lugares a la vez y ser capaz de transmitir esa capacidad de multiplicarse, de verse uno mismo y a lo que nos rodea desde diferentes puntos de vista, para intentar resolver los problemas que esa realidad nos ponía en el camino.

Su taller era mas bien un taller de ideas, un lugar de intercambio, un ámbito de pensamiento, en una época donde el miedo estaba a la vuelta de la esquina.

Guillermo era capaz de hablar horas y cuando digo horas, hablo en tiempo real. De Torres García a la Revolución Francesa, del Uruguay batllista a Tàpies, pasando por Jesucristo. Uno simplemente escuchaba y salía afuera con esas ideas dando vueltas en la cabeza, tratando de encontrar la manera de conjugar unas con otras. A veces, sin haber tocado el lápiz.

En la práctica, sus ejercicios enseñaban eso: a articular ideas con aquellos vehículos que uno necesitara para resolver determinado problema en el plano, en el espacio o en el día a día. Esa dinámica, de tanto practicarla, se hacía intuitiva y el orden de la realidad parecía resolverse como por arte de magia. Pero no era magia, sino capacidad de mostrar caminos posibles.

Llegado a este punto, el temor al que aludía, se confirma: estas palabras dicen muy poco de lo mucho que era Guillermo, de lo mucho que dio.

Duele que él y Marta, su mujer, ya no estén con nosotros.

Íntimas

AROTXA

LOS OJOS celestes de Guillermo Fernández iban siempre delante de la palabra.
Esos ojos claros y no otros, expresaban inequívocamente que junto a sus relatos y sus clases magistrales, la seducción era inmediata.
Su enorme calidad humana iba a la par de su obra.
Honesto, solidario, generoso y locuaz. Un "Troesma" capaz de mirar lo que otros no.
Un ojo afinado y calibrado como pocos, que dejó muchas enseñanzas y un vacío imposible de llenar.
Me dio bronca e impotencia enterarme que me lo habían "afanado".
Estaba lleno de vida y buen humor. Flor de dibujante y pintor.
En el cementerio, mientras lo esperaba, escuchaba en la radio del auto a una divulgadora de las cosas que hacen los artistas, hablando de un pintor inglés durante 30 minutos sin mencionar a Guillermo. Era demasiado evidente, acá hay que morirse de lunes a viernes en horario de oficina, pero nunca un domingo de tarde y en enero. Se corre el riesgo de pasar más "inadvertido" que un programa de radio.

Crear en Libertad

PABLO BRUERA

SI NUESTROS padres son quienes nos traen al mundo, Guillermo tiene muchos hijos en el mundo del arte. Me refiero a los muchos artistas que se formaron en su taller y también a todos a quienes enseñó a ver. Guillermo nos descubrió un mundo, un lenguaje que puede ser enseñado y aprendido.

Su maestría era generosa y humilde. Con enorme creatividad para inventar ejercicios y con pasión por investigar, utilizaba obras de arte de diferentes períodos y estilos, para mostrarnos el denominador común a todas ellas, el lenguaje. Nos daba con ello la oportunidad de crear con total libertad, sin imposición de estilo. Ello es fácil de verificar en un rápido repaso a los artistas que se formaron con él.

Su obra, rigurosa y humana se vio en parte opacada por su rol de maestro. Creo que era conciente de ello y que con gran generosidad asumió su maestría. De algún modo como los hijos son obra de los padres, todos somos un poco obra de Guillermo.

 

 
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