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 Viernes 25.12.2009, 19:04 hs l Montevideo, Uruguay
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Cultural


Con el escritor alemán Marcel Beyer

El hombre y otros animales

Daniel Veloso

LA TORMENTA DE FUEGO generada por las bombas de la aviación aliada devoraba el centro de la ciudad de Dresde. El aire, que minutos atrás era el de una fría noche de invierno, se hacía irrespirable por su alta temperatura. En la confusión, Hermann Funk, un niño de once años, se ha separado de sus padres y corre con la muchedumbre aterrorizada que intenta refugiarse en el Gran Jardín. Perdido, deambula por el parque, cuando algo le golpea con fuerza en el hombro. Entre la oscuridad encuentra el objeto y lo recoge. Está pegajoso como un pedazo de alquitrán y huele a carne quemada. Lo arroja enseguida. Es un pájaro muerto. Otro más cae sobre su cabeza obligándolo a esconderse. Toda la noche los oirá caer contra el suelo.

Las aves que dormían en el parque de la ciudad, asustadas por el bombardeo, al elevarse fueron sorprendidas por las columnas de aire muy caliente del incendio, muriendo calcinadas.

Marcel Beyer sólo estuvo en Dresde esa noche del 13 de febrero de 1945 con la imaginación. La herida dejada por el bombardeo y la estrecha relación del personaje Hermann Funk con las aves, son algunos de los ejes de Kaltenburg (Edhasa/Océano), su última novela, ahora traducida al español. La materia del libro trata, explica su autor, "de recordar, de la memoria y del no querer recordar".

Beyer (se pronuncia Bayer), escritor y poeta nacido en Alemania Federal en 1965, estuvo de visita en Montevideo en noviembre de 2009, en compañía de otros cuatro escritores alemanes, invitados por el Instituto Goethe de Uruguay. Considerado como un novelista que aporta una nueva mirada crítica a la historia de su país, ya había llamado la atención del público con su novela Flughunde (El técnico de Sonido), de 1995.

Al año siguiente y tras vivir un tiempo en Colonia, "otra ciudad bombardeada", decidió mudarse al Este para tratar de conocer cómo era la vida en la ex República Democrática de Alemania. "Cuando cayó el muro, de repente el mundo adquirió una amplitud mucho mayor. Muchos lugares que yo conocía de nombre ahora eran accesibles". Eligió Dresde, ciudad que describe como dueña de una atmósfera especial y casi mágica. "Hay una verdadera Dresde que está en el valle del Elba y al mismo tiempo hay otra, imaginaria, que existe en la cabeza de la gente".

Desde su llegada a Dresde, de la cual no sabía casi nada antes de 1989, notó que el bombardeo jugaba un rol importante en sus habitantes. Cuenta que al término de las lecturas públicas que realiza en su ciudad, se le acercan personas a comentarle cuánto les afectó esos tres días de bombardeo.

A partir de estos relatos, su novela Kaltenburg "fue creciendo lentamente mientras iba escribiendo lo que la gente me iba contando". En uno de los pasajes de su libro, el protagonista relata que esa noche desgraciada en el parque, donde cientos de refugiados vagaban buscando a sus familiares, vio un grupo de simios que había huido del zoológico destruido. Los monos, tal vez chimpancés, juntaban los cadáveres llevándolos hasta un lugar donde el pasto no había sido quemado. Beyer cuenta que después de una de sus lecturas, una señora se le acercó y le dijo que aquello era cierto, "que ella había escuchado historias de monos que ayudaron a apilar a los muertos".

Secretos bien guardados. Desde su llegada a Dresde, Beyer tenía ya la idea de escribir una novela sobre la ciudad, pero lo tomaría con calma. "Me dije: tranquilo, no puedo estar preguntándole directamente a la gente sobre cómo fueron sus vidas y si pertenecieron al servicio secreto o si fueron espiados por él. Tengo que esperar a que ellos me lo cuenten o sólo sacar conclusiones de su comportamiento". Explica que para lograrlo se comportó como Hermann Funk con los pájaros. Éste es cuidadoso, interpreta sus conductas y no se hace notar cuando los observa. Durante ese proceso decidió que el protagonista fuera un ornitólogo, para lo que tuvo que leer mucho y relacionarse con zoólogos y ornitólogos. "Ambos se alegraron de ver representada en la novela su forma de ver el mundo, la idea de que el ser humano no es el centro de todo".

Esta es justamente la visión del personaje Ludwig Kaltenburg, un famoso y mediático zoólogo austríaco, claramente inspirado en Konrad Lorenz, uno de los padres de la etología, ciencia que estudia el comportamiento animal. Beyer cree que hay mucho de Lorenz en Kaltenburg, "pero las personas que lo han conocido, que lo admiran y para quienes hasta es un ídolo, me dicen que Lorenz no era así".

Esto se debe a los "aspectos oscuros" del personaje. Para Hermann, el profesor Kaltenburg será como una figura paterna y pasará mucho tiempo sin que llegue a cuestionarlo. Hasta que ya convertido en un anciano, Funk comience a preguntarse sobre su maestro y su pasado. Al hacerlo irá iluminando su propia historia y la de su país. Lo mismo le ocurrirá al lector, que desconociendo la historia de esas regiones de Europa central durante la guerra, verá los acontecimientos a través de la neblina de los ojos del niño.

Hermann vive con su familia en Poznán, ciudad de Polonia ocupada por la Alemania nazi, donde hablar polaco "estaba prohibido en la vía pública". Su padre, un botánico que estudia cómo obtener biocombustibles, es amigo de un tal profesor Kaltenburg, un zoólogo que trabaja en un hospital psiquiátrico. Beyer cuenta que los padres "se sienten muy orgullosos" de ser alemanes, "pero no piensan sólo en ellos y tienen horizontes más amplios" aunque, aclara que "nunca queda bien claro si esta familia aceptó bajo su protección a un niño judío o no".

Una tarde el niño, sin ser visto, escucha al profesor regañando a su padre sobre el error de salvar pájaros heridos del bosque. Discusión que hará que los dos hombres se distancien y que precipitará el traslado de la familia a Dresde. El escritor cuenta que este dilema no le fue ajeno: "recuerdo cuando encontrábamos pájaros o conejos y con mis padres surgía la pregunta de si debíamos llevarlos a casa; yo siempre estuve a favor de llevarlos".

Aves migratorias. Inspirado en los estudios sobre el comportamiento animal que hizo Lorenz, Marcel Beyer imagina que Kaltenburg consigue fondos del gobierno de la RDA para instalar un instituto de investigación en una gran casona. En los cuartos convivirán hámsters, patos y una bandada de grajillas que el profesor hará regresar cada atardecer llamándolas desde el techo. En esa especie de arca de Noé inmóvil todo un grupo de personas trabajará para mantener saludables a los animales. Pero entre aquellos, Beyer imagina a un informante.

Tras la caída del muro de Berlín, se hizo público que la RDA mantenía una red de noventa mil informantes que le permitía tener el control sobre sus ciudadanos. Estos espías internos, sumados a miles de soplones, recopilaban información de sus familias, vecinos y amigos que luego enviaban a la Stasi, la policía secreta.

Beyer cuenta que él no hubiera podido escribir su libro sin la ayuda de "una amiga de ochenta y seis años, que vivió durante el nazismo, la Segunda Guerra Mundial y el tiempo de existencia de la RDA". Coleccionista de arte, era visitada por gente del servicio secreto. "Ella notaba algo raro en el ambiente, como una atmósfera que se creaba. Y no tenía problemas en gritarles a los vecinos: sé que ustedes están escribiendo informes".

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